sábado, 28 de noviembre de 2009

El poder, esa fruta apetitosa, también viste de rojo.


Melva Márquez Rojas


Quien nada teme perder porque nada tiene, logra mucho más que aquel que aún sin tener busca tener. Es así. A veces el camino de la vida lo pone a uno en unas encrucijadas con sabor a amargura, sobre todo cuando estamos todos remando para el mismo lado y se encuentra que entre los remos se van formando grupos que sólo buscan el poder sin ver que más allá de ese poder ansiado están las mismas hienas de siempre, acechando, esperando a que estos grupos se coman entre sí para ellas, sin mucho sacrificio, llegar a la presa y devorar todo de ella.

La educación es nuestro más preciado don y nuestra mayor esperanza para progresar, entendiendo el progreso como la búsqueda de un mejor vivir para todos y no un mejor vivir para unos sobre la esperanza de otros. Es, sin duda, la mayor inversión de cualquier país porque en ella se va todo, hasta la salud. Sin una buena política educativa, la salud tampoco servirá porque no aprenderemos ni siquiera a cuidar de nosotros mismos. La Ley Orgánica de Educación ha sido sin duda alguna, y más allá de lo que la ignorancia pueda repetir a partir de la manipulación de intereses creados, el mejor acierto para la educación venezolana. Independientemente de que se hallen tales o cuales palabras en su contenido, su naturaleza más filosófica que procedimental la convierte en un compendio de deber-ser y no de hacer-hacer, porque los procedimientos pronto se suelen aprender, no así la naturaleza de los conceptos. La educación que queremos para todos ha de ser inclusiva, gratuita, laica, universal, solidaria, crítica, reflexiva y, entre otros calificativos más, debe estar alejada de grupos con intereses creados independientemente del signo partidista que tengan. De lo contrario, siempre estaremos en un vaivén que no nos hará avanzar y por muchas palabras bonitas que tenga, la Ley no podrá ser aplicada.

La zona educativa ha servido de agencia de empleo tanto a unos como a otros en su afán de hallar el poder a partir de los favores recibidos. No es una fantasía tomada de alguna novela de ciencia ficción el hecho de que en los tiempos de gobiernos adecos y copeyanos, la zona educativa era el centro burocrático más apetecible por la cantidad de cargos que se daban, unos más por las postulaciones del partido, unos menos por los méritos y la vocación de servicio que en la profesión docente es tan vital como en la del médico. No en balde los docentes somos los moldeadores del conocimiento de nuestros niños y jóvenes. Si mal nos formamos, mal nos saldrá la tarea, como de hecho nos está saliendo.

No es, por tanto, un lugar común repetir una y mil veces que gran parte de la decadencia en nuestros valores humanos viene justamente por haber tenido un proceso educativo plagado de miserias donde, por ejemplo, quien está mejor “enchufado” o el “más vivo” es el que tiene éxito y, de paso, hay que admirarle su proeza ¡Habrase visto semejante estupidez! Nuestro país ni se merece un esquema tan vil como este ni en nuestro futuro como colectivo podemos transigir “ni tantito así”, para utilizar palabras del gran Ernesto Guevara, con este esquema retorcido en el que aún nadamos con cierta soltura.

La zona educativa del Estado Mérida no escapa a esta situación. El cambio de gobierno y con él, de elementos discursivos, ha ejercido poca influencia en quienes vestidos con ropajes de revolucionarios se mueven como titiriteros buscando encontrar la fuente de la riqueza y el poder, signos ostensibles de la derecha más rancia y fascista que ha de ser siempre atacada porque está destinada a acabar con la vida en este planeta, el único que tenemos. A la zona educativa llegó un día en medio de tribunales y guardia nacional, el profesor Gilberto Perdomo Mendoza, cuyo mayor mérito antes de ser académico es haber sido hijo de Angélica y Reinaldo allá en Pampán; de allí que el amor y la entrega al trabajo sean sus signos, sin más ambición que la de ser útil. Antes de su llegada, la zona educativa se había venido convirtiendo en la cueva de muchas miserias donde diferentes tipos de delincuentes medraban, unos a la sombra de nóminas y licitaciones, otros al pie de las escaleras, en la entrada del estacionamiento, bajo la sombrilla de “agentes de seguridad” o simplemente como fichas vestidas de rojo. Con la dirección del profesor Perdomo Mendoza mucho se ha andado, a pesar de que siguen enquistadas ambiciones de poder más por razones personales que por el poder mismo. Unos suben y le hacen la corte, le sonríen, le dicen que es cierto eso del amor, la revolución, la decencia. Luego, al salir, ríen por dentro seguros de haber tenido su mejor actuación teatral. Otros lo retan directamente, conscientes de que el amor y la decencia también se desgastan, que también claudican.

En todo este afán, los dardos más gruesos le vienen desde adentro, no desde donde cualquiera pudiera pensar que le vendrían. Y no porque sean más revolucionarios desde el partido recién creado, no, sino porque la ambición de poder nunca se fue de la naturaleza de muchos de ellos y ellas –que aquí también se debe usar el género-. Juegan con la aparente ignorancia del pueblo más humilde para lograr posiciones de aparente autoridad, mas nunca de liderazgo; juegan con la ingenuidad de personas sencillas en su corazón y generan intrigas para que personas honestas se desconozcan entre ellas. Lo están haciendo, creen que lo están logrando. Lo que no saben es que el pueblo los observa desde las busetas, las ventanas, las aceras, las paradas de autobús, las colas en oficinas y bancos, las salas de las clínicas donde aquellos van y el pueblo trabaja - ¿Quiere un cafecito, don camarada?-.

La ambición del poder sólo podrá ser derrocada por la fuerza del pueblo honesto, organizado y consciente de su propia fuerza, sin pesúv, ni adé, ni copéi. No podemos permitir que nos arrebaten esa dependencia que lucha por ser decente en Mérida. No podemos permitir que a una persona a quien le encomendaron ese trabajo le caigan todos los epítetos mal habidos tan sólo porque no complace ni permite que la educación esté al servicio de grupos de poder con sus roscas, sus negocios y sus miserias. No podemos permitir que muera su cuerpo a causa de esas pandillas de mafiosos que se aprenden frases revolucionarias para lograr sus más oscuros anhelos. Allá ellos, pero en Venezuela somos muchos más quienes aspiramos a ser decentes y libres por encima de nuestros errores.



“El poder nos amputa la aventura, nos quiebra la utopía pero ella

se rehace y por todos imagina un rumbo sin miseria y sin espanto

../

Hay que sobremorir sobreviviendo, tratemos de archivar nuestros candores

Y sin pena ni gloria ser leales a lo que fuimos somos y seremos”

Sin pena ni gloria. Mario Benedetti (2004)

melva.marquez@gmail.com

No hay comentarios: