Américo Díaz Núñez
El imperialismo ha aprendido de sus fracasos. Sabe que las guerras no se ganan sólo con la fuerza militar y el dinero, sino más que todo con astucia y truculencias que van más allá de un conflicto militar, que tampoco descartan en sus maquiavélicos planes a mediano plazo.
No obstante utilizar las armas y las triquiñuelas, no siempre ha triunfado.
En Irak logró la victoria militar, pero no ha ganado la guerra petrolera que inició con una grotesca mentira repetida por los medios cómplices, a comienzos de esta década del siglo XXI.
Mediante el terrorismo logró dividir al pueblo iraquí en facciones que se odian (y se tratan) a muerte. Pero ni aun así ha logrado del todo vencer, aunque impuso las reglas del juego político con un gobierno títere.
En Afganistán está lejos de ganar la guerra (apoyado por sus cómplices de siempre) porque su propósito no tiene nada que ver con la lucha contra el terrorismo ni el tráfico de heroína, sino asegurar el futuro paso de oleoductos y gasoductos desde países productores del centro de Asia, bajo su influencia actualmente. Y también controlar el tráfico de drogas, como en Colombia.
Al invadir Afganistán, puso en el gobierno pelele a un funcionario de las empresas petroleras norteamericanas para garantizar tal propósito, porque lo apoya a pesar del fraude electoral comprobado recientemente.
Es decir, en ambos casos las fuerzas militares del Imperio están al servicio de consorcios energéticos que influyen en los centros de poder político que ordenan y financian su actuación en los teatros bélicos.
En Colombia, asesora en truculencias y alta tecnología, junto con Israel, al narcogobierno de Uribe, primero para derrotar a las FARC y controlar la producción y tráfico de drogas, y ahora para desgastar al gobierno revolucionario y socialista de Venezuela y erosionar al Alba como punto de partida para recobrar su hegemonía en la región.
En guerras más lejanas en el tiempo, siempre con propósitos hegemónicos de dominio mundial, empató en Corea y salió derrotado y desmoralizado de Vietnam y de Playa Girón en Cuba.
En esta tortuosa historia de pillaje, a finales del siglo XIX se había quedado con las colonias españolas en América y Asia, simulando darles independencia tras una guerrita relámpago en territorio cubano, ya ganada por los mambises criollos.
Por otra parte, el Imperio Pillo (Estado Canalla le llaman algunos) tiene experiencias diversas con sus acciones posteriores en la América mestiza, de lo cual ha sacado conclusiones para mejorarlas, sobre todo cuando tiene un presidente que generó ilusiones en buena parte de la población y en los estamentos políticos de la región, incluyendo a los más progresistas y revolucionarios.
Ese presidente, con fama de más inteligente que los anteriores, lo cual no es ciertamente una proeza, está demostrando en Honduras que las truculencias son tan o más efectivas que las invasiones. Pero esta jugada zorruna le va a costar su prestigio de “demócrata” en la América Latina.
¿Qué busca el Imperio en América del Sur?
Obviamente, EEUU no busca buena vecindad ni mucho menos relaciones respetuosas, como se le pide masivamente, tras la traumática experiencia con la administración Bush.
Busca mantener la relación de dominio y control sobre las materias primas, el agua, las reservas naturales y su biodiversidad, la mayor del planeta, y los mercados cautivos de la América del Sur especialmente.
Para ello está reviviendo su conocida política del dominó (una pieza derrumba a la otra por inercia), de moda en los años de las dictaduras impuestas por EEUU en casi toda AL, combinando sus métodos violentos con mecanismos políticos más refinados y cínicos, pero que conducen a los resultados requeridos por los centros de poder en los Estados Unidos.
¿Y cuáles los objetivos políticos que necesita asegurar hoy para mantener tal dominio y control'
Vamos a enumerar los que están a la vista y sin que ellos vayan en este orden:
1. Tramar y lograr el fracaso de la integración suramericana. Sólo así EEUU podría imponer el ALCA muerto y enterrado.
2. Propinar una derrota política al Alba para disolver esta alianza.
3. Recuperar la iniciativa política y económica en la región.
4. Derrocar al gobierno de Hugo Chávez y desde ahí revertir los diversos procesos democráticos, progresistas y revolucionarios en AL y secuestrar de nuevo las fuentes energéticas de Venezuela y otros países, en especial Bolivia, vitales para los consorcios petroleros de EEUU.
5. Detener el proceso de independencia nacional que se vive en la mayor parte de estos países. Su objetivo a largo plazo es asegurar el control de la Amazonía interviniendo también en Brasil y reprimiendo a los indígenas para frenar sus luchas conservacionistas, como se hace en el Perú de Alan García, uno de los últimos presidentes adecos de la región.
El entramado de la amenaza y el engaño para desgastar
¿Cómo hacer todo eso sin apelar a una invasión armada cuyos resultados serían de antemano desastrosos frente a obstáculos no previstos en otros tiempos, excepción hecha de Playa Girón, como fuerzas armadas regulares revolucionarias y pueblos organizados en milicias donde antes no las había'
Es más fácil y más barato engañar y hacer los cálculos políticos en jugadas astutas de acción y reacción.
Así se derrotó a la Unión Soviética en los años 80, un adversario colosal derrumbado sin disparar un tiro.
No es cierto que la caída del Muro de Berlín haya sido la causa del desastre geopolítico del socialismo europeo, una simplonada frente al siniestro plan de volar el gasoducto central de Siberia, lo cual se hizo en los años 80 mediante computadoras envenenadas compradas a una empresa canadiense complotada con la CIA, con tremendas pérdidas económicas para la URSS, y descarrilar la economía soviética mediante el tremendo reto simulado de la Guerra de las Galaxias que, en efecto, causó el desvío de grandes recursos económicos hacia la defensa y un grave desabastecimiento a la población soviética, todo eso sumado al burocratismo e inercia política de una gerontocracia cansada e ineficiente.
La guerra de desgaste es actualmente su opción, usando como amenaza intimidante las bases militares en Colombia.
Desgastar a Chávez, dividir a Unasur (utilizando sus piezas ya conocidas en los gobiernos sumisos de Colombia y Perú, así como a la oposición pitiyanqui en Brasil) y de paso debilitar y hacer inoperante al Alba, generar enfrentamientos fronterizos en varios lugares del continente suramericano, sin que haya en realidad a corto plazo un enfrentamiento militar del ejército norteamericano ni un desembarco de su IV Flota.
Si sabemos qué es lo que quiere El Negro, debemos saber qué hacer para impedirlo sin morir en el intento.
La “guerra contra Colombia”
Hablar de guerra con Colombia era lo que ellos esperaban y, aunque no se dijo eso, se logró el efecto de divulgar globalmente la versión distorsionada del llamado presidencial venezolano a prepararse para la defensa, como “ambiente prebélico” que enturbia las relaciones no sólo entre dos gobiernos, sino entre dos naciones hermanas, que es precisamente lo que especulan las encuestas previamente encargadas y la propaganda de los grandes medios, con fines nada disimulados de aislar a Chávez del pueblo y colocar como capricho suyo un espíritu belicoso prefabricado por tal campaña mediática apabullante.
Uribe tuvo el cinismo de acusar a Venezuela en la ONU y la OEA de “amenazar a Colombia con la guerra”, del mismo modo como hace gala de su afecto por el pueblo venezolano.
El vocero del Departamento de Estado y los aliados de EEUU en Venezuela, entre ellos la Fedecámaras golpista, hablan cándidamente de establecer el diálogo con Colombia, como si nada pasara a nuestras espaldas, pues para ellos las bases no existen o en todo caso no son ninguna amenaza. Son “un invento de Chávez”.
Por supuesto que ni ellos mismos se tragan el cuento de usar tan grande poder militar para combatir narcotráfico y guerrillas endémicas en Colombia.
Declaraciones van y vienen mientras la gran potencia agresora mueve sus recursos bélicos y a sus peones incondicionales. Pero el énfasis está puesto en la guerra mediática por ahora.
Vale decir que la guerra es de propaganda, o la llamada Guerra de IV Generación.
Por supuesto, el ambiente bélico es lo que están sembrando para cosechar compras de armamento norteamericano por parte de algunos de los países del área, comenzando por Colombia, obviamente, mientras el Perú se abastece secretamente de armas israelíes, así como la desviación de “cuantiosos recursos” venezolanos hacia armamentos, lo cual afectaría —según el gobierno gringo y sus apologistas en Venezuela y Colombia— el gasto social y la erosión de las misiones populares, así como la atención de los revolucionarios hacia las grandes tareas de la construcción del socialismo en Venezuela.
Aunque eso no sea verdad, lo repetirán hasta el cansancio.
El cálculo yanqui es que el Alba sufra también desmejoramiento del aporte solidario para atender necesidades urgentes de las poblaciones más pobres y las catástrofes naturales causadas por el fenómeno El Niño en Centroamérica y también en Venezuela.
Otro fenómeno, no tan natural, son los apagones en toda Sudamérica, lo cual debería ser incluido en factores de desestabilización política.
Explotarán nuestras debilidades y errores
El imperialismo ha utilizado siempre sus caballos de Troya en estas luchas de desgaste, como en efecto lo viene haciendo en Venezuela desde hace diez años. Pero lo básico consiste en explotar nuestras propias debilidades políticas y los errores que cometamos en el manejo de este reto fenomenal que se nos plantea.
Descuidar el combate a la corrupción, sin resultados evidentes mostrados al pueblo por todos los medios; abandonar o dejar sin recursos las misiones sociales; hacer un cambio radical de prioridades del gobierno y del PSUV; hacer declaraciones emotivas sin calcular sus efectos mediáticos dentro y fuera del país; permitir una polarización entre los que están a favor y en contra de una posible guerra con Colombia; estimular el anticolombianismo con propósitos chovinistas, en fin, actuar sin una estrategia bien estudiada donde se establezca quién es el adversario real y cómo responder o adelantarse a sus pasos mediante tácticas que indiquen serenidad en la confrontación, seguridad en las medidas a tomar, apoyo popular a todo trance a cuanto se haga y se diga al respecto de este serio problema internacional.
El adversario va a intentar muchas cosas, pero centrado en el desgaste.
Por supuesto, la confrontación con una gran potencia no nos condena a una derrota a priori, si nosotros mismos no la ayudamos, como en las antiguas artes marciales orientales que utiliza la fuerza y los errores del adversario para derribarlo y someterlo.
Partiendo del hecho que la Venezuela de 2009 no es la misma de 2002, entonces con un gobierno infiltrado de toda clase de disfrazados y derechistas en busca de una oportunidad para traicionar al Presidente Chávez y la Revolución Bolivariana, el golpe de Estado no es un recurso al alcance del gobierno norteamericano en este momento.
Pero igual podría crear una situación de inestabilidad política grave usando otros mecanismos de desgaste y aislamiento del líder fundamental del proceso o la división del pueblo en facciones enfrentadas de manera artificial, usando las bases militares en Colombia como instrumentos de intimidación y terror.
El pánico en las masas es también un ingrediente que los refinados estrategas del Pentágono van a usar contra Venezuela, creando un ambiente de guerra inminente que nos desestabilice en poco tiempo, en especial inyectando el terror paramilitar en la frontera con Colombia, como ya lo está haciendo con asesinatos selectivos incluso de paramilitares infiltrados, que al fin y al cabo no son sino carne de cañón al servicio de estos macabros planes.
Campaña internacional “¡Manos fuera de Venezuela!”
Este es un problema de política internacional, por lo cual su escenario de denuncia debe ser el mundo entero. Como en el caso de Vietnam, hay que llevarlo también a Estados Unidos para mostrarle a su pueblo cuál es el cambio que su presidente ofrece a la América Latina con Honduras y Venezuela como muestras palpables y en desarrollo evidente.
En cuanto al narcopresidente de Colombia, dejarle ese asunto al pueblo colombiano, quien debe pasarle factura de sus traiciones, crímenes y complicidades con el Eje del Terror que encabeza el gobierno de Estados Unidos en su cruzada contra las democracias populares en Honduras y Venezuela, la integración en Unasur y el éxito regional del Alba.
Todo indica que el Pentágono le impuso a Barak Obama su esquema de nuevas dictaduras terroristas en la América Latina y comenzó por Honduras. Allí se pretende imponer mediante el fraude electoral un gobierno complaciente que rompa con el Alba, en detrimento del pueblo hondureño, como lo ha hecho la dictadura de Micheletti.
Como siempre ocurre, a estos tenebrosos centros de poder imperial suelen olvidarse de un factor decisivo en estos tiempos: los pueblos y sus deseos de democracia participativa e independencia nacional con justicia social.
Usemos la propaganda como contraataque pero siempre a la ofensiva, denunciando, mostrando pruebas, convenciendo que la guerra entre pueblos hermanos la quieren Obama y el Pentágono, no los venezolanos y colombianos honestos y patriotas.
Sin la aprobación militarista de Obama, no se estarían montando las 7 bases repotenciadas en Colombia contra Unasur, el Alba y contra los pueblos que luchan por un futuro mejor.
Los pueblos soberanos son ahora sujetos activos y no permitirán retrocesos políticos ni sociales. Eso no debe olvidarse en este conflicto planeado por el degenerado y obsoleto imperialismo norteamericano con la complicidad del narcogobierno de Uribe.
* Embajador de Venezuela en Bielorrusia.
sábado, 21 de noviembre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario