Ad hóminem
Aquello de tener que acudir al hampa espiritual como medio in extremis de defensa es asunto de sí previsible tratándose de tan criminosas figuras como lo son Didalco Bolívar e Ismael García. Con respecto a estos que no se crea que hemos pecado de incautos; desde luego que habíamos avizorado la posibilidad, la infesta posibilidad, de que tamañas desvergüenzas publicas se vieran en la perentoria obligación de darle respuesta, en víspera de su publicación, al texto de Quintín Cortés que los descorre sin ambages, máxime teniendo en cuenta que ellos no reparan en observancias éticas para lograr sus jamás inobjetables fines. Sabíamos que emular a Quintín, al impulsar y favorecer la iniciativa de escribir un libro, constituía un riesgo casi inevitable al que con posteridad habría que enfrentar y dar respuesta, muy en especial porque estábamos al tanto del hecho cansosamente verificado de que los susodichos han utilizado la mimesis y sus múltiples derivaciones como formula de alta eficacia política para alcanzar sus objetivos. En verdad muchas veces lo comentamos y nunca Quintín se hizo la esperanza de que no elaborarían, sus evidenciados de excepción, un libro que intentara desagraviarlos, uno en el que se tuviera que recrear una historia henchida de falaces acontecimientos de inequívoco signo ensalzador.
Pero lo que sí nos resulta para ambos desconcertante y groseramente provocador de todo este asunto en desarrollo, es la selección, por parte de los prevalidos personajes, de una infamia humana de tan baja ralea y falta de escrúpulos para la elaboración del editorial proyecto laudatorio. Si bien nuestra capacidad de asombro ante las ejecutorias de estos depredadores burocráticos ha sido puesta a prueba a través de las más inverosímiles ocasiones, eso de escoger al deleznable y refinadamente mendaz, al “oprobio bípedo”, al “destino que defrauda”, etc., Fidias Abril, es cosa que le impone a la realidad de una dosis inconcebible de alucinante lógica, una que es capaz de decretarnos una aplastante desazón, suficiente para negarnos el dar cabal sentido a los hechos.
Debemos decir, en relación a este nada preterido Fidias Abril, que es improbable encontrar algún entendido en el tema que lo conozca y halla tratado con él que sea capaz de contrariar la unísona conseja general de que es lo más reprobable y descarriado que ha podido generar el mundo cultural nacional en mucho tiempo. El inusual hecho de figurarse a un personaje con las extremas condiciones personales de Fidias Abril resulta un acto superior de pervertida imaginación; el hecho de que sea real y recrudezca en lo cotidiano es desolador y supone admitir la peor de las pesadillas, poniendo a prueba la misma coherencia del existir.
Es que hablar de Fidias es inspirar un escalofrío electrizante, hábil para turbar la más estoica de las templanzas; hablar de Fidias es entrabar una terrible confusión entre el mundo amable y sin atajos del espíritu libre y el de las torcidas y pecaminosas fechorías del mercantilismo, de ese que se sabe disimular en la pura afectación y en la injuria de la mas acrisolada hipocresía. Hablar de Fidias es atreverse a sumergirse en el turbio mundo de unas apariencias que solo ocultan a un monstruo de apetencia y vanidad. Hablar de Fidias Abril es tener que vérselas con un gaseoso ser, con un engendro avernal, con un esperpento moral, siempre en disposición de sintetizar en una sola persona la esencia de toda improbidad actual y futura.
De manera terminante tenemos que afirmar que Fidias es un impostor de consumada hechura capaz de llevar hasta lo absurdo su charlatanería cuando se trata de ofrecer de sí una imagen elevada que ni remotamente le aviene. Cuando Fidias se administra públicamente como un escritor, como un talentoso y acreditado escritor, en realidad lo que esta intentando es hacer valer los derechos del plagio y del fraude intelectual. No existe producción escrita rubricada con su nombre que no sea una mixtura excepcional, un copioso collage, una apretada aglomeración de palabras, frases y párrafos que previamente no hayan elaborado y usado otros creadores en distinto contexto y para disímil propósito. Una formidable capacidad para la indagación y la valoración interesada, en conjunción con una serie de técnicas y ardides de uso extensivo y de indubitable origen delictual, le permite, con el siniestro sigilo que le es típico, adueñarse con inusitada facilidad del resultado de fragosas faenas escritúrales que no le pertenecen, de apropiarse con descaro del producto acabado de largas y arduas horas de creación ajena.
El hurto de rutina a través del embeleso mil veces practicado, la encubierta confiscación bajo la escusa de una probable lectura o de una promesa de publicación, la cínica autoria asumida con desparpajo y sin temor a represalias (en detrimento de autores genuinos pero desvalidos y negligentemente desprevenidos), el plagio deliberadamente contencioso en la que no es factible patentizar el hecho punible del mismo dada la dificultad de la prueba, el escamoteo de orfebre obrado a través de leves cambios de estilo, la mecánica traslación “sinonimizada” de textos por medios virtuales, la pública acusación de plagio a otros previa conjura con factores de poder jurisdiccional, el uso a discreción de ardides en la red, etc. son muchas de las técnicas que a lo largo de su vida, tan deplorable “des-autor”, ha utilizado para posesionarse de miles de foráneos esfuerzos que hoy le permiten ufanarse y pomponearse, sin mayor recato, como uno de los mas prolíficos y logrados escritores del momento.
Su currículum vítae, elaborado con base a las más insolentes imposturas, es rapaz y redunda en hechos nunca acaecidos y en otros ramplonamente trastocados. Vg. se dice “licenciado en letras” cuando lo que posee es un incierto titulo de una dudosa universidad privada del departamento de Boyacá en la Colombia virulenta; titulo obtenido a módico precio en el prevaricador comercio de la filosa Cúcuta. Se dice “consagrado conferencista internacional” cuando es incapaz de mostrar la real titularidad de las exposiciones presentadas y su correspondiente comparecencia. Se dice “premiado en reiteradas oportunidades por su reconocida y dilatada trayectoria” cuando en rigor lo que posee es un sinnúmero de baratijas facsímiles impropiamente obtenidas; ya por la oficiosa labor de un encomendado y bien remunerado tipografista, ya por intermedio de sus preciadas influencias, la mayoría alcanzadas a la vera de su insaciable inclinación por la lisonja calculada y los desmedidos requiebros ante los poderosos. Se dice “Doctor in Honoris Causa de la Universidad de Berkeley” cuando en realidad ya es asunto dilucidado el que esa universidad haya reconocido haber sido lenguarazmente timada por este. Etc.
En cuanto a sus obras, que parecen ser en número abundantes, resaltaremos aquellas conocidas, vinculadas sobre todo a la política, que más tipifican y revelan su evolucionar incierto de hombre despreciable y de espíritu subterráneo. Entre otras y en estricto orden cronológico podemos resaltar:
1) “La heroica lucha insurreccional de los 60 y el sueño, el hermoso sueño comunista”; antología de artículos, 1969.
2) “El asesinato y la desaparición en la época de las guerrillas y la responsabilidad de CAP en el gobierno de Betancourt”; texto de denuncias, 1971. (Ambas obras escritas mientras birlaba su cobardía en un manipulado auto exilio en la URSS).
3) “La descocada aventura guerrillera de los años 60 y el auspicioso acto de contrición de sus mas destacados lideres”; ensayo político, 1974. (De los días en que coqueteaba con el MAS).
4) “Acción Democrática y las letras”; investigación histórica, 1980.
5) “Jaime Lusinchi y la cultura”; recopilación de textos varios, 1984.
6) “Jaime Lusinchi y el amor”; poesía, 1986.
7) “La castidad y el honor como virtudes superiores en la vida de Carlos Andrés Pérez”; crónica biográfica, 1987.
8) “A favor del mercado”; ensayo sobre economía, 1989.
9) “Vargas Llosa tiene mucha razón”; ensayo laudatorio, 2001.
10) “El golpe que nunca hubo”; crónica sobre los sucesos de Abril del 2002, 2002.
11) “Para una épica del paro petrolero”; relatos varios, 2003.
12) “Carlos Fuentes y Gustavo Cisneros o sobre el elevado arte de la nueva apologética”; ensayo encomiástico, 2004.
13) “Del triunfo del No en el referéndum del 2007 como una de las bellas artes”; ensayo político, 2008.
Paralelamente a su trabajo como escritor y ayudado por ello, Fidias ha sabido a lo largo de muchos años conformar una importante maquinaria de relaciones públicas que bien le ha permitido la obtención de un elevado numero de contrataciones que pingües y fáciles sumas de dinero le ha deparado y que en la actualidad le otorga una nada despreciable abundancia. Entre las muchas variantes desplegadas de su actividad económica podemos encontrar: la elaboración de artículos de opinión a políticos y otros interesados, redacción de informes y discursos de orden, trabajos de investigación y epístolas públicas, elaboración de libros y cualquier actividad referida a la escritura en la que el estilo sea lo importante y en la que la calidad expositiva se tenga que resaltar.
Una buena cantidad de escritores, estudiosos y especialistas se encuentran constantemente a la orden de Fidias y en permanente disposición de elaborar las mas disímiles y acabadas peticiones al respecto, disposición de estos que encuentra, por parte de tan prominente farsante, una cicatera respuesta en unos ridículos y humillantes estipendios por sus mayormente bien logrados trabajos. Actitud doblemente reprochable toda vez que además de aprovecharse de ellos, no cesa de desmerecerlos en privado y de inducir a estos, por variados métodos, a una continuada permanencia en las tinieblas del anonimato.
Sobre este paladín de las miserias humanas en algún momento nos escribe Quintín unas líneas de exuberantes calificativos:
“A mas de menudo, corcovado, fachoso y escurridizo, Fidias es hombre de enanas predisposiciones y exageradas expectativas, siendo a su vez sometido a una eterna codicia que sin reconocerlo lo deflagra a plazos y le impone de un herrumbroso porvenir moral…, falsario de vocación a cuyo destino le esta impedido el colmarse de gozo por lo genuino, refiere su permanente accionar, entre otras cosas, lo siguiente: practicante impenitente de la doblez en el trato y el roce, conspicuo diletante del interesado elogio y del fácil embeleco, pertinaz merodeador de espacios de emperifollamiento y de muy cuidado acceso, indócil aclamador de protuberancias burdas pero convenientes, comisionista consecutivo de la promesa salvadora y el vaticinio agradable, detractor irascible de las causas plebeyas, flambeador contumaz del vértigo de los ricos y glorificador de sus vergüenzas, recriminador iterativo de los vestigios de humildad y desprendimiento, diestro malabarista de las situaciones encontradas, etc.”.
Sencillamente esta es la enormidad, la talla, de la figura hallada por Didalco e Ismael para intentar desvalorizar el alegato, el contundente alegato, de nuestro venerado Quintín, que los condena sin posible remisión.
Ex libri
El mencionado proyecto de libro del inmerecido Fidias parece no haber salido aún a la luz pública por razones que desconocemos pero que conjeturamos tienen que ver con ciertos grados de realidad excedentarios. Claro que no nos hemos dormido en los laureles y no hemos dejado de obtener, gracias al favor de un velado inmiscuido, algunas copias sueltas de sus páginas que nos permiten presumir lo que va a constituir el tono predominante del texto y que revela la obsecuencia abrumadora del autor cuando se trata de conquistar los más provechosos parabienes, materiales y en especies, que le sea posible.
Fue un abuso de suerte el que nos hiciera llegar algunas de sus páginas mi velado interpuesto. La primera de ellas evoca, en un empalagoso fárrago de abusivas acreencias y presuntuosa presentación, a un Didalco Bolívar que, lo juramos, nunca conocimos desde que llegó a Maracay:
“Prefigurando la grandeza que a lo largo de su vida lo acompañaría como exitoso jefe político, Didalco el joven, poseedor privilegiado de una naturaleza enérgica y generosa en virilidad, no cejaba de asombrar a propios y extraños en aquellos años de finales de los setenta, causando con su actuación, como líder estudiantil, la mejor de las impresiones y obligando a la opinión publica aragüeña a pensar para él un futuro de envidiables conquistas y de empíreos climaterios. ¡Quien podía creer, en su sano juicio, que aquel portento de arrojo y de creencias originales no le iba a tener previsto el destino un futuro de elevadas conquistas personales que redundarían a favor del prójimo y de la región en su conjunto! Didalco Bolívar el joven, aquel rubicundo inexperto de vigorosa esbeltez y armoniosos bucles dorados, aquel aprendiz trascendental de pesarosos ojos glaucos, que solo rebozaba candor y desprendimiento y que llevaba en su sangre la traza de una vetusta y respetable historia familiar, se dedicaría a la vida política como el más ínclito de los resueltos, y trocaría ese pundonor primitivo, esa revolucionaria voluntad de justicia que sin tregua le perseguía, en un dinamismo perpetuo que desembocaría, tiempo después, en un liderazgo sobresaliente, excepcional diría, capaz de rubricar para siempre, en la historia de la nueva región que efusivamente lo amparó, un antes y un después, el fin de una época y el inicio de otra…”
Más adelante continua:
“Nunca sus años de inopia prolongada, y con bravura acatada, fueron en vano. Nunca sus insomnes disquisiciones y controversias de joven líder preocupado se siguieron en ociosas conclusiones. Nunca su firmeza de contendiente sin pantomimas propició la injusticia o un mal proceder. Nunca ese temperamento, que no pocas veces se veía incendiado de indignación ante la iniquidad, fue cosa distinta que la consumación de su entrega si condiciones a la observancia de unos elevados principios que autenticaban todo su ser, y que no era otra cosa que su simple vocación de hombre devoto y de bien…”
Por si fuera poco:
“Años después, en pleno ejercicio de la Gobernación del Estado Aragua, un Didalco mas mesurado y curtido, pero atribulado por las improntas de la historia que para los momentos aceleraban y abundaban en perjudiciales peripecias, supo con tino reencontrar, con temperancia avistar, en un ejercicio de óptima remembranza, el tenor de aquella inocencia jovial de sus primeros años de luchador, para así dar con la formula que lo llevaría a reencontrarse con la certeza y la seguridad; formula in articulo mortis con la que no cesaría de desplegar unos renovados brios capaces de enfrentar con preclara determinación y acierto a los emergentes fantasmas de una afrenta que amenazaba la nación llamada autoritarismo…”
Letra meliflua de golfo arrogante, letra que desdice de la estética y del compromiso con el arte, letra que hace proliferar sin elegancia la revocación de lo ocurrido, letra rasgada de puro convenimiento con las fuerzas de lo inconmovible. Letra vana y banal sobre la que es fácil probar el gigantismo calumnioso allí enunciado.
Todo es deliberadamente imposible de haber acaecido y para mostrarlo nos basta exponer un párrafo memorable del texto de Quintín:
“Aquellos primeros años de Didalco Bolívar en Maracay lo marcarían para el resto de su existencia y le imprimirían a su carácter los rasgos mas sombríos y patibularios de su accionar. Toda aquella pesadumbre que le incoaba las dilatadas noches de carencias y rechazos, todo aquel elaborado resentimiento que le imponía el saberse poseedor de una única y deplorable figura (o sea, esa de ósea complexión y rostro de contrahecho semblante), todo el sufrimiento que le hacia padecer la frugalidad gástrica y los impulsos ahogados por la inalcanzable contraprestación, serían, para el resto de su vida, el acicate fundamental, la memoria dinamizante permanente, que le proporcionaría ese arresto notable del que siempre daría fe para el logro de sus fijaciones y obsesiones, actitud que caracterizaría y marcaría para siempre su discurrir de político y empresario de trastienda exitoso.
Nunca su juventud fue un portento de románticas ensoñaciones en pos de la conquista de un ideal, tampoco fue el mandato moral de unas enseñanzas bien administradas bajo la férula familiar, y menos aun el resultado de una inclinación a dejarse llevar por un llamado basal de la justicia. ¿Qué otra cosa sino el imperioso mandato de un llamado de venganza pueden animar a un hombre como Didalco a tan extenuantes desproporciones como las que ha cometido?
Hoy sabemos que esto es cierto por los resultados: ¿Acaso no es el taumaturgo de un considerable cementerio privado de adversarios y de quienes fueron escollos para sus objetables fines, (vasta necrópolis solo posible de construir por la interpolación abusiva de las ventajas del poder y del dinero)?, ¿Y es que es falso que regenta un aparato económico de fantásticas proporciones enclavado a partir de los espacios burocráticos de la Gobernación de Aragua y cuya producción de capital alcanza limites de ofuscamiento?, ¿Y es que se puede negar la conformación por este de una estructura partidista de claro origen selectivo sempiternamente a su servicio, incapaz de prohijar una nueva militancia no distinta de la funcionarial y clientelar y en la cual se encuentra proscrita toda posibilidad de disenso?, Además, ¿Se puede ocultar y negar que Didalco se encuentra en posesión de una extraordinaria fuerza, tanto financiera como de poder, en continua disposición para dar al traste con la permanencia del proyecto político revolucionario que hoy intenta admirablemente desbrozar obstáculos ?…”
Pero otra increíble página que también nos suministraron clandestinamente multiplica la vergüenza y lleva hasta lo escandaloso la deplorable industria del homenaje, esta vez tomando como escusa a un clásico propagador de imposturas, que no es otro que el inaudito Ismael García. Allí nos dice la celebrada perfidia de Fidias Abril:
“¿Como evitar, ante un encuentro con Ismael, ante tan inusual prodigio del azar, el dejarse llevar por una suerte de reminiscencia mística, una que es capaz de evocarnos los vestigios primitivos de la naturaleza humana sin que tenga lugar la inconveniente interferencia de los prejuicios?, ¿Como no apreciar en él, en su presencia abrumadora, aquello que Nietzsche reclamaba conceptualmente como “Voluntad de Poder” y que nos es otra cosa que lo propio, lo inmanente, del hombre destinado para el mando y el dominio, y se encuentra desprovisto de aquello que lo desvirtúa o anega? ¿Cómo no descubrir en ese astringente carácter suyo, en esa sobriedad áurea que lo distingue, los indicios distinguidos de quien detenta un señorío primordial capaz de hacerse sentir ante los más desaprensivos y lo menos dispuestos? ¿Cómo no apreciar en la exactitud de sus palabras, en su lapidario proferir, esa economía tesoneramente cavilada, dilatadamente elucubrada, que no se desperdicia en banales significaciones y grandilocuencias como aquellas de la que hacen gala los retóricos de oficio? ¿Cómo no apreciar en él una genuina humanidad sin melindres babosos ni atascamientos intempestivos, de esos que son obrados a favor de una oportunidad o de un soterrado interés, (sí, humanidad sin recovecos que es pura transparencia y que no sabe del mentir ni del engaño)? ¿Cómo no advertir lo que a flor de piel es de suyo evidente, y que no es otra cosa que el irrebatible hecho de ser Ismael portador de un autentico desprendimiento ante cualquier valor material o goce pasajero? ¿Cómo poder ofuscarse, como transitar caminos de oscuridad, como incurrir en invidencia, ante tan fehaciente milagro, ante tan marmórea verdad que no es otra cosa que la virtud misma hecha liderazgo? ¿Qué infortunio superior, que condena celestial, que culpa primordial se puede estar expiando para sustraerse ante tan notoria presencia, ante tan onerosa fascinación?...”
En contra de lo que resulta un abusivo despropósito literario, Quintín nos depara, sacada del universo real de las antípodas, una concluyente respuesta:
“…para el momento tal vez era el mas peligroso de los menjurjes humanos que se podían obtener, un verdadero emplasto tóxico. Por una parte podíamos diseccionar toda una previa historia personal sencillamente desdichada, anclada en las penurias estomacales, en los deseos insatisfechos, en los anhelos postergados, en el transitar plagado de tropiezos y conflictos absurdos que obstinadamente lo llevaban a retrotraerse al inicio para mayor gravamen afectivo, y por otra parte se encontraba la presencia inopinada, como precisada milagrosamente, de un presente benéfico de oferencias abundantes, en la que se multiplicaban sin cesar las fáciles oportunidades que solo la seductora discrecionalidad del poder concedía; ya sea a propósito de la grácil indulgencia de quien lo administrara, ya sea por su ejercicio directo. Menjurje que sin duda correría el albur de ser incompleto y un tanto inerte de no ser por la presencia acelerada de una psicología de asombro, una cuya condición sine qua non radicaba en el perpetuo desplazamiento de la satisfacción una vez obtenido el objeto deseado, una que ameritaba de mas y mayor acumulación para poder sostener los limites de su conformidad y que obligaba a una reiteración demencial, una que encontraba en Ismael García, en esa insania carroñera que lo autenticaba, el componente por excelencia que le daba completitud a tan inquietante mixtura.
A este respecto y a favor de su nivel de realidad, cabría recordar los desmanes cometidos a lo largo de su trajinar incierto como político trepador y que a la distancia aun no cesan de desarreglarnos. Como cuando dedicó su primera representación como Concejal en La Victoria al atropellado cohecho, la desmedida francachela y la traición infinitesimal, o cuando se abigarró jactancioso en el Congreso Nacional como diputado siendo que en tal ejercicio no cesó de cultivar interesantes procedimientos de interpelación de funcionarios y privados basados en la oblicua amenaza, en la elíptica extorsión, que las mas de la veces le dispensaron apetitosos excedentes en papel moneda u otras especies de intercambio político, o cuando tuvo la oportunidad de hacerse con la Alcaldía de la ciudad de La Victoria en la que mostró, ante el asombro general, sus ignorados y escondidos atributos de hombre de negocios al transmutar una sórdida institución acosada de vicios y de perdidas a un inmejorable ingenio de eficacia productiva al servicio de sus mas elevados intereses personales, o cuando …etc.”
Para culminar resulta interesante citar un último párrafo que desborda cualquier expectativa y que rubrica como ninguna otra la índole estética de la producción de este Fidias:
“Pero aquellas vidas paralelas, aquellos destinos apabullantes que solo en apariencia devenían individuales, tal vez no hubiesen acertado en su actual fortuna de no haber querido una insondable predeterminación que ambos se encontraran en la justeza de sus lides. ¡Sobrecogerse es solo una circunstancia subjetiva ante el significado trascendental de verles desandando caminos de éxito y de acerada amistad! Hoy al verlos liderar la más justa de todas sus luchas en contra de la amenaza opresora y de aparecer el uno para el otro como una coyunda fundamental, no creemos acertar del todo en poder expresar la maravilla de tal comunión, el prodigio revelador de tan resplandeciente ligazón.
Y es que por un lado encontramos a la figura descollante de inteligencia y constancia de un Didalco Bolívar, siempre aherrojado de su arsenal de principios morales a los que no es dable transarlos por urgencias materiales, principios coherentes con unas de apodícticas concepciones que bien disciernen un mundo donde priva la libertad y la justicia; y por otro lado tenemos la esplendorosa fortaleza de un guerrero de vocación, de un impenitente conquistador de añoranzas, de un combatiente excepcional y levantisco que de manera bizarra no escatima en hacerse a la lucha, ya sea que le depare infortunios, ya sea que la muerte misma aceche, guerrero que no puede ser otro que Ismael García. Ambos, en un encuentro que invoca a la historia misma en su determinación universal, constituyen un punto de inflexión en el devenir de nuestra patria, uno que rememora las más sublimes demostraciones de fidelidad mutua y que ejemplifican supremamente el valor de la amistad, que es, a fin de cuentas, la vertiente mas humilde del amor…”
Que solo baste, para conjurar el estremecimiento, una frase de Cicerón (De amicitia, 64):
Verae amicitíae difficillime reperiuntur in iis, qui in honoribus reque publica versantur; ubi enim istum ivenias, qui honorem amicis anteponat suo?
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