viernes, 5 de septiembre de 2008

Cheney, Bush y Habbush

Amy Goodman

La Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se encuentra en una gira de promoción de un libro y está siendo acosada por activistas e interrogada sobre la declaración en la que manifestó que “el juicio político está totalmente descartado.” Recientemente, respondió en el programa de televisión “The View” : “Si alguien estuviera al tanto de un delito que el presidente hubiera cometido, entonces la cosa sería completamente distinta.”
El periodista Ron Suskind, ganador del Premio Pulitzer, puede haber proporcionado las pruebas que Nancy Pelosi no quiere ver. Suskind acaba de publicar un libro titulado “The Way of the World”. En él, Suskind lanza una acusación incendiaria: que el gobierno de Bush ordenó a la CIA que falsificara una carta para apoyar las afirmaciones de que Irak poseía armas de destrucción masiva y tenía vínculos con Al-Qaeda. También se revela que la persona cuyo nombre figura en la carta falsificada, el ex director de inteligencia de Irak, el hombre que era la jota de diamantes en el juego de naipes de los “más buscados” del ejército de Estados Unidos, Tahir Jalil Habbush, recibió un soborno de 5 millones de dólares.
Suskind grabó las entrevistas que mantuvo con agentes clave de los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses, quienes le afirmaron que se realizaron reuniones secretas con Habbush. En esas reuniones Habbush insistió en que Irak no poseía armas de destrucción masiva, y dijo que las evasivas de Saddam Hussein sobre esas supuestas armas estaban más bien motivadas en la intención de proteger a Irak de sus vecinos, principalmente de Irán. Suskind entrevistó a Rob Richer, un agente de la CIA de carrera (que renunció a la Agencia para aceptar un alto cargo en la empresa militar privada Blackwater, donde dirige las nuevas operaciones de espionaje privado). Richer le dijo a Suskind que George Tenet, el entonces Director de la CIA, le encargó la misión de ocuparse de la operación de la carta falsa:
Richer: Lo que recuerdo es a George diciendo, “Hemos recibido esto de”…básicamente, de parte de lo que George dijo era el “downtown”.
Suskind: ¿Eso quiere decir de la Casa Blanca?
Richer: Sí. … Me jugaría mi reputación y diría que venía del vicepresidente.
Suskind: Tenía el membrete de la Casa Blanca.
Richer: Exacto.
Tras la publicación del libro de Suskind a principios de este mes, Richer emitió un “desmentido ambiguo” cuidadosamente redactado, que según Suskind pone en evidencia la enorme presión bajo la que se encuentran Richer y otras personas como él para que hechos importantes se mantengan silenciados. El dato clave se mantiene en pie: Habbush, en enero de 2003, aseguró a los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses que no había armas de destrucción masiva. Es decir, se contaba con esta información con el tiempo suficiente como para detener la invasión. Richard Dearlove, el entonces Director de la Inteligencia Británica (MI6), voló a Washington para entregar este informe contundente. En lugar de cancelar la invasión, Estados Unidos trasladó en secreto a Habbush a Jordania y le pagó 5 millones de dólares. Cuando no se encontraron armas de destrucción masiva Habbush se convirtió, según Suskind, en “material radiactivo dentro de la Casa Blanca… todo el mundo tenía pánico de que Habbush apareciera en la pantalla de televisión en aquel verano en el que salió a la luz el escándalo de Joe Wilson y Valerie Plame”; es decir, Habbush podría empeorar los problemas políticos a los que se enfrentaba la Casa Blanca en relación con su justificación de la guerra.
En septiembre de 2003, con Habbush silenciado, se urdió el plan para proporcionar la carta que solucionaría todos los problemas de la Casa Blanca: una carta, antedatada en julio de 2001, manuscrita por Habbush, que indicaba que Mohamed Atta, el cabecilla de los atentados del 11 de septiembre, había recibido entrenamiento en Irak para el secuestro del avión y que Al-Qaeda también había ayudado a Irak a conseguir uranio de Nigeria. La carta fue falsificada y filtrada en Bagdad. Con esa información en mano, un analista británico de orientación conservadora, Con Coughlin, escribió un artículo que apoyaba la línea argumentativa del gobierno de Bush. La información se expandió rápidamente por toda la prensa internacional.
A partir del lanzamiento del libro de Suskind, el congresista John Conyers, Presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, puso en marcha una investigación. Le pregunté a Conyers si está habiendo conversaciones para formar una comisión bipartidaria que investigue las acusaciones. El presidente del Comité Judicial respondió: “Hay cuatro comités, y en breve se dará a conocer de qué manera se relacionan entre sí.” Suskind ha tenido noticias de que también está investigando el asunto el poderoso Comité Selecto de Inteligencia del Senado, que preside el senador Jay Rockefeller.
El Congreso debería averiguar : ¿Quién autorizó el pago de los 5 millones de dólares a Habbush? ¿Dónde está Habbush? ¿Será llevado al Congreso para declarar? ¿Quién autorizó la operación de fabricación de la carta? ¿Qué otros posibles motivos ajenos a los políticos puede haber para no desclasificar el informe Dearlove que asegura que no había armas de destrucción masiva en Irak?
Las próximas Convenciones Nacionales que realizarán ambos partidos para nominar formalmente a sus candidatos presidenciales estarán llenas de vagas promesas de cambio. El Congreso debería demostrar esa voluntad de cambio e investigar en profundidad a Cheney, Bush y Habbush.
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