No es lo mismo criticar que denunciar. La crítica busca modificar una situación inadecuada, mientras que la denuncia tiene como objetivo corregir de fondo el estado de cosas. Podríamos decir que la crítica se ejerce aceptando las reglas del juego, mientras que la denuncia busca modificarlas.
Esto, para decir que la crítica puede ser un arma amistosa y muy positiva en la conducción política de los pueblos, pero raras veces los mandatarios las aceptan porque las asumen como “denuncias” y el crítico termina situado en el campo de los opositores.
Recuerdo que hace muchos años visité el despacho del Presidente de Colombia en épocas de Guillermo León Valencia y vi a la entrada una gran placa en mármol que decía: “Sólo es amigo del mandatario quien le dice la verdad”. Simón Bolívar.
Un inteligente y divertido amigo mío, cuando le comenté con admiración esa frase del Libertador, me respondió: “Mentiras, nunca es amigo del mandatario el que le dice la verdad. Sólo lo son los que lo alaban y lo engañan”. Nada más cierto y, sobre todo, cuando el poder se ejerce por un largo plazo.
Como los más oportunistas hablan el lenguaje que arrulla los oídos del mandatario y sólo le rinden pleitesía, porque saben que de esa manera logran un lugar cercano al poderoso, este termina por creer que nunca se equivoca. Esa es una de las razones por las cuales es fundamental que se rote el poder, de lo contrario la soberbia termina por ser la brújula del mando.
Toda esta introducción busca – a ciencia y consciencia de las consecuencias que me esperan – criticar dos hechos que acaban de sucederse en Venezuela. ¡Que la Providencia se apiade de mí!
En primer lugar, me indigna – porque soy partidaria del gobierno bolivariano de Venezuela – que “los míos” cometan infracciones a la libertad de expresión, como el haber expulsado a los de Human Rights Watch, cuando lo que debía haberse hecho era demostrar, con el debate y pruebas en mano, que algunas de las críticas eran injustas. Y digo “algunas”, porque otras son, lamentablemente, ciertas. Expulsar a Vivanco es darle a él toda la razón. Como se dice popularmente en Colombia “dieron papaya”.
El segundo error es el de no calibrar – como nunca lo hacen los funcionarios del gobierno venezolano, incluyendo al propio Presidente Chávez – cuál es el efecto que tienen sus declaraciones en la opinión pública colombiana. Sólo se atienen a los efectos y resultados políticos en Venezuela.
Pues bien, el que el ex vicepresidente José Vicente Rangel haya denunciado EN PÚBLICO y frente a la prensa, que el Ministro de la Defensa de Colombia Juan Manuel Santos es la pieza fundamental del complot sistemático contra Venezuela – lo cual es verídico – no hizo más que catapultar la figura de Santos entre aquellos que forjan candidatos y hacen presidentes en Colombia. ¿Qué mejor para ellos que contar con un individuo que, además de responder integralmente a los principios de la globalización salvaje, esté a la cabeza de un complot contra Chávez?
Nada sería más nefasto para los colombianos que tener como Presidente de la República a un individuo que, como Santos, representa lo más reaccionario de la oligarquía colombiana y que pertenece a una familia que ha sido pilar de todo lo atroz que ha sucedido en el país.
Santos es el arquetipo del oligarca prepotente e indolente, que detenta el poder para enriquecer a los ricos y ejerce el mando para impedir que los pobres aspiren a un mejor modo de vida. Es garantía de continuismo en la explotación y la miseria a que están sometidas las grandes mayorías. Pero, si encima de todo, se le otorga el título de “complotador” contra el gobierno bolivariano – lo que no es de dudar -, tenemos un factor más para que el establecimiento lo apoye y lo lleve a la Presidencia de Colombia.
Expulsar a Human Rights Watch fue un pecado mortal. Denunciar a la luz pública el papel de Santos es, a mi parecer, una equivocación táctica.
Bogotá, septiembre 21 de 2008
glorigaitan@yahoo.es
Esto, para decir que la crítica puede ser un arma amistosa y muy positiva en la conducción política de los pueblos, pero raras veces los mandatarios las aceptan porque las asumen como “denuncias” y el crítico termina situado en el campo de los opositores.
Recuerdo que hace muchos años visité el despacho del Presidente de Colombia en épocas de Guillermo León Valencia y vi a la entrada una gran placa en mármol que decía: “Sólo es amigo del mandatario quien le dice la verdad”. Simón Bolívar.
Un inteligente y divertido amigo mío, cuando le comenté con admiración esa frase del Libertador, me respondió: “Mentiras, nunca es amigo del mandatario el que le dice la verdad. Sólo lo son los que lo alaban y lo engañan”. Nada más cierto y, sobre todo, cuando el poder se ejerce por un largo plazo.
Como los más oportunistas hablan el lenguaje que arrulla los oídos del mandatario y sólo le rinden pleitesía, porque saben que de esa manera logran un lugar cercano al poderoso, este termina por creer que nunca se equivoca. Esa es una de las razones por las cuales es fundamental que se rote el poder, de lo contrario la soberbia termina por ser la brújula del mando.
Toda esta introducción busca – a ciencia y consciencia de las consecuencias que me esperan – criticar dos hechos que acaban de sucederse en Venezuela. ¡Que la Providencia se apiade de mí!
En primer lugar, me indigna – porque soy partidaria del gobierno bolivariano de Venezuela – que “los míos” cometan infracciones a la libertad de expresión, como el haber expulsado a los de Human Rights Watch, cuando lo que debía haberse hecho era demostrar, con el debate y pruebas en mano, que algunas de las críticas eran injustas. Y digo “algunas”, porque otras son, lamentablemente, ciertas. Expulsar a Vivanco es darle a él toda la razón. Como se dice popularmente en Colombia “dieron papaya”.
El segundo error es el de no calibrar – como nunca lo hacen los funcionarios del gobierno venezolano, incluyendo al propio Presidente Chávez – cuál es el efecto que tienen sus declaraciones en la opinión pública colombiana. Sólo se atienen a los efectos y resultados políticos en Venezuela.
Pues bien, el que el ex vicepresidente José Vicente Rangel haya denunciado EN PÚBLICO y frente a la prensa, que el Ministro de la Defensa de Colombia Juan Manuel Santos es la pieza fundamental del complot sistemático contra Venezuela – lo cual es verídico – no hizo más que catapultar la figura de Santos entre aquellos que forjan candidatos y hacen presidentes en Colombia. ¿Qué mejor para ellos que contar con un individuo que, además de responder integralmente a los principios de la globalización salvaje, esté a la cabeza de un complot contra Chávez?
Nada sería más nefasto para los colombianos que tener como Presidente de la República a un individuo que, como Santos, representa lo más reaccionario de la oligarquía colombiana y que pertenece a una familia que ha sido pilar de todo lo atroz que ha sucedido en el país.
Santos es el arquetipo del oligarca prepotente e indolente, que detenta el poder para enriquecer a los ricos y ejerce el mando para impedir que los pobres aspiren a un mejor modo de vida. Es garantía de continuismo en la explotación y la miseria a que están sometidas las grandes mayorías. Pero, si encima de todo, se le otorga el título de “complotador” contra el gobierno bolivariano – lo que no es de dudar -, tenemos un factor más para que el establecimiento lo apoye y lo lleve a la Presidencia de Colombia.
Expulsar a Human Rights Watch fue un pecado mortal. Denunciar a la luz pública el papel de Santos es, a mi parecer, una equivocación táctica.
Bogotá, septiembre 21 de 2008
glorigaitan@yahoo.es
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