sábado, 8 de septiembre de 2007

Guatemala busca la paz perdida tras más de medio siglo de violencia y muerte

Hernán Mena Cifuentes

Este domingo habrá elección presidencial en Guatemala, proceso signado por la esperanza de un pueblo que busca poner fin al “calvario” que durante más de medio siglo ha padecido, víctima de la ambición imperialista que destruyó su democracia, imponiendo sangrientas dictaduras militares con apoyo de la Iglesia, la prensa y oligarquía, sumiéndolo en los horrores de la guerra civil que dejó más de 200 mil muertos y una paz mediatizada en medio de la violencia e inseguridad social que aún sigue cobrando vidas inocentes. Fue una vorágine de violencia con su secuela de muerte y destrucción, jamás sufrida por ningún otro país latinoamericano, sólo comparable a la que hoy vive Colombia, la que asoló al país, y que tuvo su origen a partir de 1954, cuando el presidente Eisenhower ordenó a la CIA y a un grupo de militares traidores guatemaltecos liderados por Carlos Castillo Armas, invadir a Guatemala, temeroso Washington de que el comunismo se extendiera por la región. Fue una conspiración enmarcada en la misma agenda de la mayoría de las que más tarde desplegaría el Imperio para destruir a aquellos procesos democráticos y sus líderes que en América Latina y el Caribe se niegan a ser avasallados, reclutando, no sólo en el país al que atacan sino también en naciones vecinas, además de militares, a serviles lacayos, jerarcas de la iglesia católica, empresarios, sindicaleros y medios privados, los sempiternos cómplices de sus aventuras bélicas, que publican noticias en las que advierten del “inminente peligro comunista” que acecha al continente. “El gobierno comunista de Arbenz desestabiliza a la región y tiene planes para invadir a Honduras y después al resto de América Central”; “Los comunistas cometen atrocidades contra la población”. Es lo que señalan algunos titulares, mientras el Arzobispo de Guatemala exhorta al pueblo “a sublevarse contra el comunismo enemigo de Dios y de la Patria” y en Managua, el dictador Somoza, asesino de Sandino, muestra a la prensa unas pistolas que llevan el sello de la hoz y el martillo, “extraídas de un submarino soviético interceptado en aguas del Caribe.” En la OEA, John Foster Dulles, ordena al grupo de embajadores regionales en la organización que era su “ministerio de colonias”, aprobar los planes de invasión, mientras en la ONU, Henry Cabot Lodge, silencia las denuncias y el pedido de apoyo al mundo que hace el embajador guatemalteco, llamado que no escuchan los representantes de las naciones del planeta, en su mayoría aliadas de EEUU. Era la época en que el Imperio, entonces poderoso y sin más rivales que la URSS, dominaba a su antojo ambos foros. Desde la azotea de la embajada yanqui en Ciudad de Guatemala, una potente emisora instalada por la CIA, se identifica como “La Voz Rebelde” (digna predecesora de Radio y TV Martí) que transmite desde la selva guatemalteca los manifiestos y consignas de las fuerzas libertadoras lideradas por Castillo Armas que avanzan sobre la capital para derrocar al régimen comunista de Jacobo Arbenz. Simultáneamente desde Venezuela, Nicaragua, Honduras y República Dominicana, los serviles dictadores impuestos allí por Washington, se unen al coro transmitiendo por prensa y radio su apoyo a las fuerzas invasoras, contribuyendo a plan conspirativo que culmina con un raid de 30 aviones de la CIA que lanzan desde millones de panfletos que llevan impresa la Pastoral del Arzobispo Rosell Arellano, quien además hace traer a la capital la imagen del Cristo de Esquipulas, y lo nombra “Capitán General de la Cruzada Libertadora.” Luego seguiría el bombardeo de los depósitos de combustible de la capital por aviones estadounidenses tripulados por pilotos yanquis que siembran el pánico y el terror entre la población y 2 semanas más tarde, tras negarse a responder con la fuerza de las armas al enemigo, a fin de evitar un derramamiento de sangre que envolvería al país en una lucha fratricida , Jacobo Arbenz abandona el palacio presidencial y se asila en la sede diplomática de México, acto que es seguido por la entrada triunfal de los traidores y la celebración del triunfo de la conspiración. El primero en felicitar al traidor Castillo Armas, es el Arzobispo, quien, dice: “Admiro el sincero y ardiente patriotismo del presidente Castillo Armas”, declaración que es seguida por un solemne acto religioso protagonizado por el Nuncio Papal, Monseñor Genaro Verrolino, quien le da la bendición al cipayo, seguida de un acto realizado en la embajada de EEUU en Ciudad de Guatemala, donde centenares de invitados criollos, entonan en perfecto idioma inglés, el himno estadounidense quienes al finalizar el canto, aplauden y aclaman delirantes el triunfo del Imperio. Castillo Armas no disfrutaría mucho tiempo de la traición cometida contra el pueblo y 3 años más tarde, el 26 de julio de 1957, el Judas caería abatido por las balas en las propias escaleras del palacio presidencial que mancilló con su presencia. Su muerte quedó impune, aunque se culpó a un soldado de su muerte, pero la versión más cercana a la verdad es que lo mataron los terratenientes quienes rechazaban un impuesto elevado con que el gobierno proyectaba gravar las exportaciones de café. Con su muerte cayó el telón que puso fin al primer acto del trágico drama que desde 1954 vive el pueblo de Guatemala, al que pronto seguiría otro con escenas en las que los nuevos actores, también militares y civiles enemigos del pueblo, protagonizarían las acciones más abyectas a lo largo de un período de 36 años, conocido como “El Genocidio de Guatemala”, iniciado a sólo 3 años de la muerte de Castillo Armas. El segundo acto, que culminó en un período de barbarie y muerte inenarrable comenzó el 13 de noviembre de 1960 cuando un grupo de jóvenes oficiales del ejército, se rebelaron contra el presidente Miguel Ydígoras Fuentes en un gesto de dignidad y patriotismo, luego de que este permitió el establecimiento en territorio guatemalteco de bases de entrenamiento de los contrarrevolucionarios cubanos que armados y financiados por EEUU invadieran a la isla, pretendiendo destruir al gobierno Revolucionario liderado por Fidel, pero fueron derrotados en Bahía de Cochinos. La rebelión de los jóvenes patriotas fue dominada, obligando a sus líderes a organizarse en la clandestinidad, dando origen a un movimiento guerrillero que, pese a los fracasos iniciales fue ganando simpatías en un pueblo que clamaba por la justicia y libertad que le había sido y aún le es vedada a más de 500 años desde que fue invadido conquistado por las legiones del Imperio Español y más tarde por las oligarquías y caudillos militares apoyados por EEUU. Y es que, al ver como el ejemplo de la Revolución cubana se extendía por América Latina y el Caribe, EEUU, convirtió a Guatemala en un Laboratorio de guerra contrainsurgente enviando al país armas y asesores militares para combatir al incipiente movimiento guerrillero y reprimir cualquier foco de rebeldía de los estudiantes y la población civil, con lo cual se propagaron las llamas de la violencia que acabaron consumiendo las vidas de más de 200.000 seres humanos, en su mayoría indígenas cuyas aldeas fueron arrasadas con una saña y salvajismo jamás vistos en la historia. Describir las narraciones que de esas masacres hicieron algunos sobrevivientes es difícil, porque, además de ser tantas, para muchos resultarían increíbles, como lo fueron para representantes de organismos como la ONU y defensores de los DDHH que, dudando en algunos casos de su veracidad, les exigieron que repitieran una, dos y hasta tres veces sus historias, en busca de contradicciones, pero se encontraron con que cada vez que lo hacían sus historias eran siempre las mismas. Se estima, según cifras aportadas por Amnistía Internacional y otras organizaciones, que más de 500 aldeas indígenas fueron destruidas por la soldadesca y los miembros de las Autodefensas, organizadas por el ejército que las asaltaban por la noche y después de encerrar a su habitantes en algunas de las viviendas, las incendiaban, o decapitaban y desmembraban a los hombres, o abrían con sus bayonetas los vientres de mujeres embarazadas, arrojando algunos sus cuerpos a los riós y arroyos cercanos o dejándolos a la vera del camino, para ser devorados por los animales. Se calcula además, que existen más de 500 cementerios clandestinos, llenos de cadáveres de aborígenes asesinados. Como ejemplo y prueba del “Genocidio de Guatemala”, basta transcribir la versión de un testigo y sobreviviente, quien bajo juramento declaró: “Los soldados agarran leña, porque hay leña jateada allí. Tiran la gente al hoyo. La gente se va al hoyo y encima echan leña y leña. Riegan gasolina encima. Bien rociada la leña. Se salen de lejos y tiran el fosforito. Cuando cae es como una bomba. ¡Pum!...el gran fuego. Toda la boca del hoyo se llena de llama hasta arriba. Está ardiendo como 20 minutos. La leña todavía se mueve, porque los finados todavía están pataleando. El espíritu está vivo. Pero cuando miran que va calmando el fuego, ¡más gasolina!. Y en media hora se termina el fuego. Y los cadáveres quedan pura ceniza. Las manos se desboronan…En el cuerpo, ¡qué manteca hay! Agarra el fuego la manteca, y al rato se terminan los pobres.” Han transcurrido 53 años del derrocamiento de Jacobo Arbenz, planificado y financiado por EEUU, una siniestra conspiración que dio paso a la prolongada noche del “Genocidio de Guatemala”, pesadilla que duró 36 años, provocada por ambiciosos y traidores militares y civiles, siniestros personajes al servicio del Imperio, como Miguel Ydígoras Fuentes, Kjell Laugerud García , Efráin Ríos Montt, el mas sanguinario de todos, y a pesar del Acuerdo de Paz suscrito en 1996, orientado a pacificar a un país desangrado por la guerra, la violencia social y política sigue asolando a Guatemala. Las elecciones de este domingo se presentan como una luz al final del túnel en el que vive un pueblo en medio de la violencia y de la muerte que se propagan sin dar tregua ni descanso, asesinando hasta ahora a cerca de 60 activistas políticos, en su mayoría miembros de los partidos de izquierda, hecho que oscurece aún más el panorama de un país asolado por el hambre, la miseria, el analfabetismo, el narcotráfico y buena parte de su juventud desorientada y arrojada a los abismos de la marginalidad y delincuencia, por ausencia de adecuados programas de formación y educación ciudadana. De la docena de aspirantes a la presidencia, solo tres califican como posibles triunfadores en los comicios del domingo por la mayoría de los casi seis millones de votantes, siendo ellos, la indígena y Premio Nobel de la Paz, Rigoberto Menchú, del partido Encuentro por Guatemala (EG); el ingeniero Álvaro Colom, del Partido Unidad Nacional de la Esperanza (UNE) y el General Otto Pérez Molina, del Partido Patriota (PG), cuyo imagen es opacada por su pasado militar, acusado de haber participado como uno de los tantos autores del “Genocidio de Guatemala.” Colom, ex funcionario de gobierno, encabezaba hasta hace pocas horas las encuestas como favorito, pero su ventaja ha sido acortada por Pérez Molina, cuya consigna es “Mano dura”, la misma que habría utilizado para combatir a la resistencia popular durante la sangrienta guerra civil guatemalteca. Por su parte, Rigoberta Menchú, como mujer, ha transformado el tradicional panorama electoral de un país dominado por los hombres y promete luchar por la niñez abandonada, por los indígenas como ella, y por lo que es considerado como una deuda histórica y social; poner fin a la impunidad de los autores del “Genocidio de Guatemala”, entre cuyas victimas figuran sus padres y un hermano. Una misión difícil , porque los autores de ese crimen de lesa humanidad están protegidos por el Imperio yanqui, siempre dispuesto a impedir que la democracia, promotora de la paz, la equidad y la justicia triunfen en el mundo y en Guatemala, donde hace poco más de medio siglo derrocó con apoyo de un militar traidor, de la iglesia, de los terratenientes y de los medios privados a Jacobo Arbenz, un visionario que devolvió a los indígenas sus legítimos y ancestrales dueños, la tierra que le había sido arrebatada por la United Fruit Company y los terratenientes de la oligarquía criolla.

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