María Laura Carpineta
Berta Cáceres no aparenta sus 38 años, tampoco es fácil adivinar que es madre de cuatro hijos. Menos aún, una de las dirigentes más combativas de la Resistencia hondureña. Pero no bien se larga a hablar, la dulzura de las facciones de su rostro y la amabilidad de sus gestos se pierden en la desesperación y la frustración del relato.
“Se están legalizando las violaciones a los derechos humanos y van a ser tiempos difíciles”, pronosticó la líder del movimiento Feministas en Resistencia y una veterana dirigente del Copinh, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras.
De paso por Buenos Aires para participar de la segunda Conferencia Internacional por la Abolición de las Bases Militares Extranjeras, Cáceres habló ayer con Página/12. La ratificación del golpe que votó el miércoles el Congreso no la había ni sorprendido ni deprimido. “Era lógico”, señaló entre resignada y desinteresada, mientras terminaba su desayuno.
A Cáceres no le interesa discutir sobre el acuerdo que no fue ni las negociaciones que no llegaron a ningún lado. En los últimos meses le tocó recorrer comisarías buscando a tres de sus once hermanos. A su hermana mayor la torturaron, y aunque logró sacarla de la cárcel, todavía está procesada por sedición. Los militares y los golpistas conocen su nombre, pero aun así su mirada está puesta en el futuro. Es lo único que le queda.
–¿Las detenciones y la represión disminuyeron cuando terminaron las manifestaciones masivas en las calles?
–La Resistencia dejó de movilizarse masivamente, pero aumentó su trabajo organizativo en las comunidades. Mirá, nosotros nos parábamos enfrente de la Universidad Pedagógica y no podíamos caminar ni media cuadra que ya nos empezaban a golpear, a tirar gases. Por eso cambiamos, pero la represión también cambió. La dictadura empezó a hacer ataques directos a los barrios para que la gente se diera cuenta de que estamos viviendo en un Estado de sitio real. Los barrios se habían organizado para manifestarse a la noche, en la supuesta seguridad de sus barrios y entre sus vecinos. ¿Qué hicieron los militares? Ellos se metieron y reprimieron de forma tremenda a los jóvenes. Después de reprimir, golpear y torturar a los jóvenes que estaban al frente de las barricadas, se fueron casa por casa tirando gases lacrimógenos, como si estuvieran repartiendo diarios. No les importa nada, si hay niños, ancianos o enfermos. Rompieron una puerta tras otras hasta plantar el terror en los barrios. Y como si no fuera suficiente, en poco tiempo lograron instalar la cultura del orejismo (informantes). Puede ser un vecino cualquiera... se han construido casi un ejército de orejas.
–¿La dictadura logró polarizar y dividir en todos los sectores de la sociedad hondureña?
–Está bien polarizada la situación. Fíjese lo que pasó el 29 noviembre en ese circo que hicieron. Nunca las clases medias altas habían salido a votar en tanta cantidad. Ellos fueron los que hicieron fila para votar. En los barrios, donde se acumula la mayoría de la población, ahí la mayoría se quedó en sus casas. Yo estuve en Tegucigalpa y después crucé todas las comunidades del oriente del país hasta llegar a Paraíso (ciudad cercana a la frontera con Nicaragua). Era un
desierto, un desprecio de la gente a ese circo. Hubo barrios que no dejaron que entraran las urnas, en otros no votaron más que el 20 o el 30 por ciento de los vecinos. Pero fue una situación muy difícil. La represión en la semana anterior a las elecciones fue dura, durísima, y el día de las elecciones eran miles de soldados, reservistas y policías.
–Y a pesar de eso casi ni se escucharon denuncias en los últimos días...
–Es que la dictadura es muy inteligente y no pone a los militares frente a las cámaras de los medios internacionales. Pero yo lo vi. En Tegucigalpa había tanques con ametralladoras 60, oiga bien, ¡ametralladoras 60! ¿Para qué lo necesitan si somos un pueblo de-sarmado, pobre? Y eso no pasó solamente en Tegucigalpa, sino en todo el país. Yo no soy de Tegucigalpa, soy de un lugar que se llama La Esperanza, una región indígena en la parte suroccidental del país.
En mi pueblo, tres semanas antes de las elecciones anduvieron con tanquetas y ametralladoras. Primero llegaron unos funcionarios golpistas para derribar una placa de agradecimiento al pueblo cubano por su ayuda después del huracán Mitch. Se la llevaron y pusieron una en honor de Micheletti y las fuerzas armadas. Al día siguiente llegaron 800 reservistas y detrás de ellos, Romeo Vázquez Velázquez (jefe de las fuerzas armadas) con Micheletti para inaugurar la placa.
Dos días después pasó el candidato presidencial liberal Elvin Santos y 48 horas después tenía que venir el otro candidato, Porfirio Pepe Lobo, pero no pudo porque le organizamos una manifestación grande.
–¿Cómo sigue la Resistencia ahora que el golpe está totalmente consumado?
–Nosotros como movimiento, una fuerza política y social, tenemos desafíos importantes. Uno de ellos es readecuar, reacomodar la fuerza social y la experiencia que hemos adquirido en una nueva correlación de fuerzas político-electorales para encaminar la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente Popular y Democrática. Ese es ahora uno de los puntos vitales de la Resistencia; sólo una Constituyente puede revertir verdaderamente el golpe de Estado. Los golpistas se equivocaron porque creyeron que la resistencia popular iba a durar solamente cuatro días, pero el pueblo hondureño dio un paso de madurez. Ahora sí sabe la importancia que tiene una Asamblea Constituyente para recuperar soberanía popular, todo tipo de derechos y refundar el país. Lo importante es darle continuidad a lo que venimos haciendo y también trabajar por la construcción de una alternativa político-electoral. Los golpistas no se van a quedar cómodos, les vamos a dar un dolor de cabeza.
Berta Cáceres no aparenta sus 38 años, tampoco es fácil adivinar que es madre de cuatro hijos. Menos aún, una de las dirigentes más combativas de la Resistencia hondureña. Pero no bien se larga a hablar, la dulzura de las facciones de su rostro y la amabilidad de sus gestos se pierden en la desesperación y la frustración del relato.
“Se están legalizando las violaciones a los derechos humanos y van a ser tiempos difíciles”, pronosticó la líder del movimiento Feministas en Resistencia y una veterana dirigente del Copinh, el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras.
De paso por Buenos Aires para participar de la segunda Conferencia Internacional por la Abolición de las Bases Militares Extranjeras, Cáceres habló ayer con Página/12. La ratificación del golpe que votó el miércoles el Congreso no la había ni sorprendido ni deprimido. “Era lógico”, señaló entre resignada y desinteresada, mientras terminaba su desayuno.
A Cáceres no le interesa discutir sobre el acuerdo que no fue ni las negociaciones que no llegaron a ningún lado. En los últimos meses le tocó recorrer comisarías buscando a tres de sus once hermanos. A su hermana mayor la torturaron, y aunque logró sacarla de la cárcel, todavía está procesada por sedición. Los militares y los golpistas conocen su nombre, pero aun así su mirada está puesta en el futuro. Es lo único que le queda.
–¿Las detenciones y la represión disminuyeron cuando terminaron las manifestaciones masivas en las calles?
–La Resistencia dejó de movilizarse masivamente, pero aumentó su trabajo organizativo en las comunidades. Mirá, nosotros nos parábamos enfrente de la Universidad Pedagógica y no podíamos caminar ni media cuadra que ya nos empezaban a golpear, a tirar gases. Por eso cambiamos, pero la represión también cambió. La dictadura empezó a hacer ataques directos a los barrios para que la gente se diera cuenta de que estamos viviendo en un Estado de sitio real. Los barrios se habían organizado para manifestarse a la noche, en la supuesta seguridad de sus barrios y entre sus vecinos. ¿Qué hicieron los militares? Ellos se metieron y reprimieron de forma tremenda a los jóvenes. Después de reprimir, golpear y torturar a los jóvenes que estaban al frente de las barricadas, se fueron casa por casa tirando gases lacrimógenos, como si estuvieran repartiendo diarios. No les importa nada, si hay niños, ancianos o enfermos. Rompieron una puerta tras otras hasta plantar el terror en los barrios. Y como si no fuera suficiente, en poco tiempo lograron instalar la cultura del orejismo (informantes). Puede ser un vecino cualquiera... se han construido casi un ejército de orejas.
–¿La dictadura logró polarizar y dividir en todos los sectores de la sociedad hondureña?
–Está bien polarizada la situación. Fíjese lo que pasó el 29 noviembre en ese circo que hicieron. Nunca las clases medias altas habían salido a votar en tanta cantidad. Ellos fueron los que hicieron fila para votar. En los barrios, donde se acumula la mayoría de la población, ahí la mayoría se quedó en sus casas. Yo estuve en Tegucigalpa y después crucé todas las comunidades del oriente del país hasta llegar a Paraíso (ciudad cercana a la frontera con Nicaragua). Era un
desierto, un desprecio de la gente a ese circo. Hubo barrios que no dejaron que entraran las urnas, en otros no votaron más que el 20 o el 30 por ciento de los vecinos. Pero fue una situación muy difícil. La represión en la semana anterior a las elecciones fue dura, durísima, y el día de las elecciones eran miles de soldados, reservistas y policías.
–Y a pesar de eso casi ni se escucharon denuncias en los últimos días...
–Es que la dictadura es muy inteligente y no pone a los militares frente a las cámaras de los medios internacionales. Pero yo lo vi. En Tegucigalpa había tanques con ametralladoras 60, oiga bien, ¡ametralladoras 60! ¿Para qué lo necesitan si somos un pueblo de-sarmado, pobre? Y eso no pasó solamente en Tegucigalpa, sino en todo el país. Yo no soy de Tegucigalpa, soy de un lugar que se llama La Esperanza, una región indígena en la parte suroccidental del país.
En mi pueblo, tres semanas antes de las elecciones anduvieron con tanquetas y ametralladoras. Primero llegaron unos funcionarios golpistas para derribar una placa de agradecimiento al pueblo cubano por su ayuda después del huracán Mitch. Se la llevaron y pusieron una en honor de Micheletti y las fuerzas armadas. Al día siguiente llegaron 800 reservistas y detrás de ellos, Romeo Vázquez Velázquez (jefe de las fuerzas armadas) con Micheletti para inaugurar la placa.
Dos días después pasó el candidato presidencial liberal Elvin Santos y 48 horas después tenía que venir el otro candidato, Porfirio Pepe Lobo, pero no pudo porque le organizamos una manifestación grande.
–¿Cómo sigue la Resistencia ahora que el golpe está totalmente consumado?
–Nosotros como movimiento, una fuerza política y social, tenemos desafíos importantes. Uno de ellos es readecuar, reacomodar la fuerza social y la experiencia que hemos adquirido en una nueva correlación de fuerzas político-electorales para encaminar la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente Popular y Democrática. Ese es ahora uno de los puntos vitales de la Resistencia; sólo una Constituyente puede revertir verdaderamente el golpe de Estado. Los golpistas se equivocaron porque creyeron que la resistencia popular iba a durar solamente cuatro días, pero el pueblo hondureño dio un paso de madurez. Ahora sí sabe la importancia que tiene una Asamblea Constituyente para recuperar soberanía popular, todo tipo de derechos y refundar el país. Lo importante es darle continuidad a lo que venimos haciendo y también trabajar por la construcción de una alternativa político-electoral. Los golpistas no se van a quedar cómodos, les vamos a dar un dolor de cabeza.
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