martes, 30 de diciembre de 2025

Edición 460 Debemos mejorar nuestra comunicación con nuestro pueblo: No debemos confundir el manejo de los códigos populares con lo chabacano o vulgar

 

Punto y seguimos | El silencio de los cobardes

  Venezuela es hoy el blanco central en el proyecto de renovación —o caída de máscara, elija usted— del imperialismo estadounidense en la región. "Recuperar" el país hacia su zona de dominio directo y deshacerse de cualquier rastro de chavismo es, primero, un punto de honor ideológico y, segundo, un punto económico estratégico que les permitiría disponer libremente y sin tasas de una fuente de energía confiable y cercana. Ante todo caso de rebeldía y atrevimiento como el venezolano del siglo XXI, el castigo del hegemón debe ser ejemplarizante, y no hay dudas respecto a su intención, ni en los discursos ni en la práctica.

A los ojos de cualquier observador medianamente entrenado, esto es casi una obviedad. Sin embargo, pareciera que el "progresismo" latinoamericano, tan venido a menos, no se atreve siquiera a describir de manera contundente la amenaza que representa para el continente —en cuanto zona de paz y de similitudes culturales— que los Estados Unidos de Norteamérica decidan llevar su doctrina del garrote al extremo en el Caribe. No quieren ser Venezuela, y se les nota.

Dicen que el miedo es libre, y es evidente que campea en las resquebrajadas izquierdas, aferradas a un discurso débil, no confrontativo, pero tampoco certero, lejano a unas masas a las que no supieron o pudieron explicarles el peligro al que se enfrentaban eligiendo a los libertarios, conservadores y fanáticos que hoy son mayoría en los gobiernos de la región. Evitar "parecerse" a Venezuela, como absurda forma de evitar el ataque frontal y rotundo del imperio, con bloqueos, migración y guerra psicológica incluida, ha sido —y es— una de las estrategias más inútiles de los últimos tiempos, y también de las más cobardes.

Que la fracción que supuestamente representa los ideales más humanos, la defensa de la soberanía, la independencia, la solidaridad y los derechos de todos y todas, haya decidido aplicarle al país que lideró el proceso de cambio más intenso en los últimos cien años de historia continental la práctica de la "cancelación" es, sin lugar a dudas, vergonzoso. No se trata de defender un gobierno; es plantarse a defender a un pueblo que hace doscientos años se desangró para que varios de ellos pudieran ser libres; es defender a un país hermano al que el imperio decadente y desesperado quiere saquear y convertir en el ejemplo de lo que pasa si decides romper las reglas de la opresión y exigir el mínimo derecho que cualquier nación merece: el de existir en paz.

Cuando los años pasen, y la historia se escriba, Venezuela será siempre referencia de dignidad y atrevimiento. Allá aquellos iluminados que se quedaron en exigir actas ajenas, sugerir que bajen "las tensiones", callar para verse más bonitos o, pero aún, aplaudir como focas y gritar en favor de una democracia que no supieron construir para los suyos. A esos, nota al margen y solo para no olvidar que lo único que hicieron fue el ridículo.

Como si el progresismo continental no tuviera suficiente con la vergüenza de haber perdido casi todos los espacios de poder que había ganado a principios de siglo, ahora, más fragmentado y atrincherado que nunca, elige. Cómo no...

 

Mariel Carrillo García




2025 ha sido un round victorioso para Venezuela en desigual confrontación con EEUU

 

Cantar victoria en la confrontación con el poder imperial no sólo sería un exceso de optimismo, sino también una actitud imprudente. Pero, poniendo como límite temporal el año que culmina, se puede afirmar que Venezuela ha ganado este round.

En primer lugar, el desarrollo de los acontecimientos ha dejado al descubierto, de forma ya inequívoca, cuál es el verdadero motivo de la injerencia de Washington. La imagen hollywoodense (¿o será netflixera?) de militares estadounidenses tomando por asalto un buque mercante, reviviendo los tiempos de Francis Drake, sir Walter Raleigh y John Hawkins, demostró que a los vampiros imperialistas (como los calificó una vez el comandante Hugo Chávez) lo que en realidad les interesa de Venezuela es chuparle todo el petróleo.

Pero, si esa escena no hubiese sido suficiente, el Agente Naranja se encargó de puntualizar el motivo de tanta movilización militar: lanzó la tesis de que el petróleo que se encuentra en las entrañas del territorio venezolano es, en realidad, propiedad de EEUU. No contento con declararse dueño de los hidrocarburos, también habló de tierras y otros activos.

En esa confesión de Donald Trump radica el triunfo parcial de Venezuela sobre el arrogante poder imperial. Afirmar que EEUU quiere saquear nuestros recursos naturales dejó de ser la “narrativa” del chavismo; no es ya un argumento político para inflamar el patriotismo del pueblo. No. Es una realidad confirmada por la contraparte.

Supongamos que usted lleva años denunciando a un vecino delincuente que quiere apoderarse de su casa y sus otros bienes. El vecino, que se cree la referencia moral del barrio, alega que él lo que quiere es restablecer el orden en su casa (la de usted) porque no le gusta su manera de ser. Pero, de pronto, el sujeto en cuestión se deja de zoquetadas, manda a sus lugartenientes a asediar la vivienda y asaltar a los miembros de la familia que entran o salen, y luego admite públicamente lo que se propone, cuando aparece en tono de matasiete y dice: “¡Sí, vale, yo quiero esa casa y la voy a tomar a punta de pistola!”. Pues bien, puede afirmarse que aumentó el riesgo de que usted pierda su casa, pero ha ganado la batalla simbólica porque ha llevado al malandro a admitir su pretensión.

El discurso del embajador Samuel Moncada ante el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, plasmó brillantemente este punto, al explicar serenamente que el disparate de Trump no es tal, sino una manera ramplona y sobreactuada —muy característica de ese personaje— de decir y hacer lo que siempre han dicho y hecho los jerarcas imperiales: amenazar, amedrentar, robar, saquear, piratear riquezas de países soberanos.

¿Qué importancia tiene este triunfo simbólico? Pues, mucha porque deja sin efecto todo el tinglado legitimador del intervencionismo. Queda probado que EEUU no pretende cambiar el “régimen” de Venezuela porque quiera defender los derechos humanos, la democracia y la libertad o porque esté en lucha contra el narcotráfico. Lo hace por la misma razón que ha ejecutado tantas invasiones, bombardeos humanitarios y por la que ha patrocinado tantas guerras civiles o delegadas: apoderarse de territorios y recursos ajenos.

Demostración de fuerza que se transforma en debilidad

La segunda razón por la que se puede afirmar que Venezuela ha salido victoriosa, al menos en el período 2025, en su desigual confrontación con EEUU se puede encontrar en los resultados de la operación militar en el Caribe. Cinco meses de movilización de importantes fuerzas marítimas y aéreas solamente dejan como balance un conjunto de ejecuciones extrajudiciales perpetradas contra civiles y, más recientemente, asaltos piratas a tanqueros petroleros. En cambio, no han producido el resultado que los asesores de Trump le aseguraron que tendría.

El pueblo venezolano no sucumbió ante las operaciones psicológicas asociadas al despliegue militar. Por el contrario, se sumó masivamente a iniciativas para la eventual defensa del territorio. Falló rotundamente el cálculo de que la gente aterrorizada realizaría compras nerviosas o saldría a exigir la renuncia del presidente Nicolás Maduro para evitar el baño de sangre y la destrucción masiva que siempre conlleva un ataque gringo. Ni siquiera el espíritu navideño tradicional del país se vio mayormente afectado, salvo por los opositores radicales de siempre, que se han quedado varias veces ocultos en sus búnkeres, durmiendo con ropa de calle y con las alacenas repletas de enlatados, esperando la invasión o la “extracción quirúrgica”.

Esa falta de resultados obligó a Trump a ir aún más lejos, violando cada vez de peor manera el derecho internacional e, incluso, las propias leyes internas de EEUU. En esa onda, “ordenó” el cierre del espacio aéreo venezolano y generó actos de sabotaje (tipificables como terroristas) contra aviones civiles, incluso algunos en otras zonas del Caribe.

Como suele pasar tanto en la vida cotidiana como en la geopolítica, las demostraciones fallidas de fuerza generan debilidad. De allí que el gran problema que tiene Trump en estas horas finales de 2025 y en el comienzo del 2026 (y el mayor riesgo para nosotros, dicho sea de paso) es que si ordena el retorno de la enorme fuerza naval desplegada, será una derrota ya no solamente simbólica, sino también “cinética”, como se le ha comenzado a llamar a los actos militares reales. Hacer volver con las manos vacías a lo que el mismo Trump calificó como “la Armada más grande jamás reunida en la historia de Suramérica”, equivale a hacerlo con el rabo entre las patas, sobre todo porque, el día 16 de este mes, acotó que “Venezuela está completamente rodeada” y aseguró que la flota en cuestión “sólo crecerá, y la conmoción para ellos será como nunca antes la han visto”.

Hasta ahora, el triste balance de la incursión ilegal e ilegítima de EEUU en una zona de paz es más de un centenar de viles asesinatos (incluyendo sobrevivientes que fueron rematados sin piedad) y unos tanqueros robados.

El fracaso de la política de aislamiento internacional

Durante décadas, EEUU y sus aliados locales han apostado a la política de aislar internacionalmente a Venezuela. El propósito explícito ha sido siempre que el Gobierno Bolivariano sea tratado como la cabeza de un Estado fallido. Parcialmente lo han logrado, sobre todo durante el anterior período de Trump, mediante la patraña del gobierno interino. Sin embargo, esa estrategia fue perdiendo fuerza y en este último tramo (desde que comenzó la operación naval en el Caribe) ha colapsado casi por completo. En este momento, quienes aparecen como parias internacionales son Trump y su pandilla, que andan por el mundo matando civiles, hundiendo pequeñas embarcaciones y asaltando tanqueros llenos de petróleo.

Este cambio se debe, primeramente, a que ya el mundo no es el mismo. El ascenso de China al rango de primera potencia económica y la consolidación de los BRICS; la firme postura de Rusia en la guerra proxy de Ucrania; la determinación soberana de países como Irán y el repudio mundial al genocidio de Gaza han configurado un escenario global en el que EEUU ya no puede mandar caprichosamente, como pretende hacerlo Trump.

Ante las agresiones sufridas por Venezuela, numerosas voces se han elevado. Y ese ánimo contestatario se ha incrementado con las violaciones cometidas contra el derecho marítimo y la seguridad aérea. Al afectar directamente los intereses de otros países grandes, el asunto deja de ser una “tensión entre EEUU y Venezuela”, como lo pinta la maquinaria mediática proimperialista, y se transforma en un conflicto global en potencia.

Esto ubica a Venezuela en una posición privilegiada, tal como quedó demostrado en la sesión del Consejo de Seguridad de la ONU. Aliados de gran envergadura revirtieron la estrategia, dejando a EEUU aislado, obligado a aplicar su derecho a veto para impedir la condena diplomática que merece.

¿Hasta dónde llegaría el apoyo de los aliados?

Ganarle un round a una bestia imperial—hay que insistir en esto— es motivo de orgullo y celebración, pero no es razón para cantar victoria. Este episodio perdido por EEUU bien podría ser el inicio de una derrota estratégica, lo cual sí sería motivo de jolgorio universal en el mediano plazo. Pero, en lo inmediato, eleva muchísimo el riesgo de una reacción aún más violenta.

La historia de este poder imperial está plagada de ejemplos de ese tipo de gestos mafiosos. Los ha cometido en las etapas previas: mientras EEUU ascendía como potencia global; en tiempos de la permanente pulseada con la Unión Soviética; y durante el esplendor de la unipolaridad. Así que es de suponer que, con más razón, una respuesta feroz y arrebatada sea de esperarse de un imperio en decadencia manifiesta, que intenta recomponer las piezas rotas de su hegemonía. Y, como agregado a esa cuestión estructural, se debe considerar que hablamos de un “emperador” hundido hasta el cuello en su propio detritus.

Considerando esa hipótesis, surge la pregunta de hasta dónde estarán dispuestos a llegar los aliados que, en el plano diplomático y mediático, han salido a defender a Venezuela. Si Trump ordena la agresión militar terrestre con la que viene amenazando hace meses o en caso de que sus juguetes bélicos en el Caribe toquen los intereses de alguna de las potencias emergentes, ¿pasarán al campo de los “cinético”, con todas las consecuencias que se derivarían de ello?

Son preguntas para hacerse en la esquina de este ring de boxeo ideológico, político, diplomático y militar en el que Venezuela —tal vez por predestinación histórica— le ha tocado pelear.

(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv) 

Civilizaciones en diálogo: China y América Latina hacia un futuro compartido

 

El Programa de las Civilizaciones no es un apartado aislado dentro del tercer Documento sobre la Política de China hacia América Latina y el Caribe. Es un eje transversal que atraviesa todos los demás programas —solidaridad, desarrollo, paz y pueblos— porque sin cultura, educación y comunicación no puede haber avances reales de las sociedades ni de la persona humana plena y consciente. La construcción de un futuro compartido requiere primero reconocernos en nuestra diversidad y dialogar desde ella.

Intercambio cultural y aprendizaje mutuo

China es un país con más de 50 etnias, múltiples lenguas y una riqueza artística que va desde la caligrafía y la ópera tradicional hasta la innovación tecnológica aplicada al cine y la música contemporánea. Esa diversidad ha sido integrada en una unidad virtuosa de identidad nacional, donde cada cultura aporta a un proyecto común.

América Latina y el Caribe también somos un mosaico cultural: pueblos originarios, herencias africanas, raíces europeas y expresiones mestizas que se manifiestan en nuestra música, literatura y gastronomía. Sin embargo, durante siglos hemos centrado nuestra mirada en las potencias occidentales, que con su fuerza —a veces blanda, a veces violenta— han intentado dividirnos y alejarnos de nuestra propia historia. El Programa de Civilizaciones abre un espacio auspicioso para que, al acercarnos a China, nos acerquemos también a nosotros mismos.

Educación y formación de talento humano

El documento subraya la importancia de la cooperación en educación y capacitación, creando oportunidades para que jóvenes latinoamericanos participen en programas de formación en China.

Estos espacios no solo transmiten conocimiento técnico, sino que también fomentan una visión compartida de desarrollo inclusivo. Para Venezuela y la región, formar profesionales en áreas estratégicas como ciencia, tecnología y comunicación significa fortalecer la soberanía y la capacidad de acción independiente.

Cooperación periodística y académica

La propuesta de intercambio en prensa, radio, cine y televisión, junto con la colaboración entre think tanks y universidades, es clave para contrarrestar narrativas hegemónicas que invisibilizan al Sur Global y que, al mismo tiempo, ejercen mecanismos de disociación y guerra cognitiva contra nuestros pueblos. La cooperación sino-latinoamericana en medios y academia puede ofrecer relatos alternativos que reflejen nuestras realidades y aspiraciones, consolidando un discurso de respeto mutuo y beneficio compartido.

Contraste con las potencias hegemónicas

Mientras las potencias tradicionales han promovido modelos culturales basados en la imposición y la homogeneización, China plantea un enfoque distinto: el reconocimiento de la diversidad y la coexistencia de civilizaciones. Este contraste es fundamental para América Latina, que históricamente ha sufrido intentos de dominación cultural y destrucción de su identidad nacional.

La filosofía china de “aprender mutuamente y prosperar juntos” se alinea con nuestra visión latinoamericana de independencia y dignidad.

Reflexión final

El Programa de las Civilizaciones nos invita a mirar hacia China, pero también a mirarnos en el espejo de nuestra propia riqueza cultural. En ese encuentro, Venezuela y toda América Latina tienen la oportunidad de reafirmar su identidad, fortalecer sus lazos con el Sur Global y avanzar hacia un futuro donde la diversidad sea el motor de la unidad y el bienestar compartido.

La hermandad entre China y América Latina y el Caribe abre el camino al intercambio cultural, académico, educativo y comunicacional entre 34 países. Además, involucra a un conjunto de más de 668 millones de habitantes de nuestra región que, al estrechar vínculos con China, tendrían una nueva perspectiva de desarrollo personal y una nueva visión de las capacidades productivas que se abren ante un mundo multipolar, con nuevas relaciones económicas y mayores posibilidades productivas y empresariales.

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