De los 7500 millones de seres humanos que habitan en el Planeta,
3700 millones son pobres, o sea, la mitad. El número de pobres en el
mundo aumentó 46% desde 1980. Según el Banco Mundial ese año había 2500
millones.
Cuentan que para salir de la pobreza es necesario que las economías crezcan, y para que eso ocurra hay que trabajar muy duro, o lo que es lo mismo aumentar la productividad del trabajo. Es decir, los trabajadores asalariados deben producir más en menos tiempo y con menos recursos.
Es el caso que la economía mundial, medida por su producto interno bruto, creció 625% desde 1980 hasta 2018 (también cifras del Banco Mundial). Sin embargo, en lugar de haber menos pobres en el mundo, resulta que hay 1200 millones más. No es cierto que un mayor crecimiento económico implique necesariamente una disminución de la pobreza. Crecer no es suficiente.
La lógica indica que al aumentar la riqueza hay más que repartir, y aunque la repartición siga siendo desigual, esperaríamos que quienes se encuentran en el umbral de la pobreza salgan de ésta. No obstante ha ocurrido lo contrario: a mayor riqueza en el mundo, mayor pobreza. La razón es que la manera cómo se ha repartido ha sido cada vez más desigualdad.
Entre 1980 y 2016, la mitad más pobre de la población del mundo solo recibió 12 centavos por cada dólar de crecimiento de los ingresos a nivel mundial, frente a los 27 centavos que obtuvo el 1% más rico de la población”. (Informe Mundial de Desigualdad de 2018). El 82% de la riqueza mundial generada durante el 2018 fue a parar a manos del 1% más rico de la población del mundo, mientras el 50% más pobre no se benefició de dicho crecimiento” (Informe Oxfam 2018).
Erradicar la pobreza, garantizar que todos los niños del mundo tengan agua potable, asistan a la escuela, gocen de salud, aprendan a leer y no tengan que ir a la cama sin haber comido, requiere, necesariamente, combatir la desigualdad. No hay otra manera.
Para saber cómo combatir la desigualdad hay que conocer qué la origina.
Origen de las desigualdades
En el capitalismo, la brecha entre el salario y los precios determina la desigualdad en la distribución de la riqueza. Suponga que usted es un panadero que vende su fuerza de trabajo y al final del día logró hornear 200 panes, en total 5.000 al mes. Su salario es 60 mil bolívares mensuales, es decir, 2000 diarios. Si el precio de cada pan es 1000 bolívares y el dueño de la panadería los vende todos, a fin de mes obtendrá 5 millones de bolívares. Con su salario, usted podrá comprar 2 panes de los 200 que hornea diariamente. Si el precio del pan aumenta a 2000 bolívares, y su salario permanece igual, es decir, aumenta la brecha entre el precio y su salario, el dueño de la panadería obtendrá 10 millones al mes y usted solo podrá comprar 1 pan diario. La brecha es la ganancia del dueño de la panadería.
Si además le exigen ser más productivo y en lugar de hornear 200 panes al día debe hornear 250, la venta del mes será 12,5 millones. Usted, a pesar de trabajar más duro, solo seguirá comiendo 1 pan diario.
El origen de la desigualdad antes descrita, es decir de la brecha entre el precio y el salario es el modo de propiedad de los medios de producción. El dueño de la panadería no solo es propietario del horno, sino que al serlo le da derecho, en capitalismo, de fijar el precio del pan que usted hornea. Además fija el salario que usted percibe. En otras palabras, es el dueño del capital, quien decide la brecha precio-salario. Es quien fija la desigualdad.
En capitalismo, la prestación de bienes y servicios como por ejemplo, salud, educación, transporte, vivienda, electricidad, comunicaciones, agua, gas es privada. El salario que usted percibe debe usarlo, además, para pagar estos bienes a las tarifas fijadas por los dueños del negocio. Por lo tanto, el Estado, en este sistema, es mínimo: no debe fijar salarios, mucho menos precios, en lo absoluto debe hacerse cargo de la prestación de bienes y servicios. Solo tiene competencias para endeudarse en nombre de los pueblos y así poder auxiliar a los capitales.
FMI
Cuidar de que prevalezca el origen de las desigualdades es tarea del FMI.
El paquetazo de medidas neoliberales consensuado en Washington, no por casualidad, consiste en la liberación de todos los precios y en la congelación de los salarios, léase la ampliación de la brecha precio-salario, entiéndase mayor explotación bajo el manto de la “productividad”, compréndase profundización de las desigualdades y por lo tanto de la pobreza.
La receta incluye la disminución del Estado hasta hacerlo mínimo. Por eso la insistencia en las privatizaciones. Mostrándose bondadosos engañan con la incorporación de las denominadas políticas sociales focalizadas y compensatorias dirigidas a las «poblaciones vulnerables», a los que están en pobreza extrema, no para que salgan de ésta, sino para que medio subsistan.
El endeudamiento por parte del Estado para auxiliar a los capitales privados, deuda que además debe pagar la clase asalariada trabajando más duro, es la guinda en la receta.
Venezuela
Entre 1980 y 1998 la pobreza extrema aumentó 132% en Venezuela. La pobreza general alcanzó el 61% en 1996. Había cada vez más pobres a pesar de que la economía creció 52% durante el mismo período. La desigualdad aumentó 18%.
Arrodillados ante el FMI, los gobiernos de turno aplicaron al pie de la letra la receta: congelaron los salarios, liberaron los precios, desfinanciaron la administración pública para justificar la privatización de la salud, educación, universidades, electricidad, comunicaciones, y hasta la industria petrolera en una supuesta “apertura”. Por si fuera poco, endeudaron al pueblo para auxiliar a los bancos que se vieron en “crisis” en 1994.
Entre 1999 y 2015 la pobreza extrema disminuyó 55%. La explicación no es solo el 43% de crecimiento económico que se registró durante ese período, sino sobre todo la disminución de 22% de la desigualdad. De manera soberana, amparados con una nueva Constitución que contempla un sistema de justicia social e igualdad, se revirtió la privatización. Se fortaleció la prestación de estos servicios por parte del Estado, se le sumaron las misiones y grandes misiones, se controlaron los precios y se ajustaron los salarios, pero sobre todo, en el tránsito hacia el socialismo bolivariano del siglo XXI se promovieron, aunque de manera incipiente (por ahora) otros modos de producción: comunales, colectivos y estadales.
La lucha por la verdadera igualdad debe trascender la solicitud de reivindicaciones para cerrar la brecha entre precios y salarios. La lucha por la igualdad debe ser más que el solo combate contra las medidas del FMI, que en definitiva, se enmarcan en el capitalismo generador de desigualdades y de pobreza.
La lucha de los pueblos debe buscar incidir sobre el origen de la desigualdad. Debe orientarse a cambiar los modos de propiedad de los medios de producción. Esto, el pueblo venezolano lo tiene claro.
Cuentan que para salir de la pobreza es necesario que las economías crezcan, y para que eso ocurra hay que trabajar muy duro, o lo que es lo mismo aumentar la productividad del trabajo. Es decir, los trabajadores asalariados deben producir más en menos tiempo y con menos recursos.
Es el caso que la economía mundial, medida por su producto interno bruto, creció 625% desde 1980 hasta 2018 (también cifras del Banco Mundial). Sin embargo, en lugar de haber menos pobres en el mundo, resulta que hay 1200 millones más. No es cierto que un mayor crecimiento económico implique necesariamente una disminución de la pobreza. Crecer no es suficiente.
La lógica indica que al aumentar la riqueza hay más que repartir, y aunque la repartición siga siendo desigual, esperaríamos que quienes se encuentran en el umbral de la pobreza salgan de ésta. No obstante ha ocurrido lo contrario: a mayor riqueza en el mundo, mayor pobreza. La razón es que la manera cómo se ha repartido ha sido cada vez más desigualdad.
Entre 1980 y 2016, la mitad más pobre de la población del mundo solo recibió 12 centavos por cada dólar de crecimiento de los ingresos a nivel mundial, frente a los 27 centavos que obtuvo el 1% más rico de la población”. (Informe Mundial de Desigualdad de 2018). El 82% de la riqueza mundial generada durante el 2018 fue a parar a manos del 1% más rico de la población del mundo, mientras el 50% más pobre no se benefició de dicho crecimiento” (Informe Oxfam 2018).
Erradicar la pobreza, garantizar que todos los niños del mundo tengan agua potable, asistan a la escuela, gocen de salud, aprendan a leer y no tengan que ir a la cama sin haber comido, requiere, necesariamente, combatir la desigualdad. No hay otra manera.
Para saber cómo combatir la desigualdad hay que conocer qué la origina.
Origen de las desigualdades
En el capitalismo, la brecha entre el salario y los precios determina la desigualdad en la distribución de la riqueza. Suponga que usted es un panadero que vende su fuerza de trabajo y al final del día logró hornear 200 panes, en total 5.000 al mes. Su salario es 60 mil bolívares mensuales, es decir, 2000 diarios. Si el precio de cada pan es 1000 bolívares y el dueño de la panadería los vende todos, a fin de mes obtendrá 5 millones de bolívares. Con su salario, usted podrá comprar 2 panes de los 200 que hornea diariamente. Si el precio del pan aumenta a 2000 bolívares, y su salario permanece igual, es decir, aumenta la brecha entre el precio y su salario, el dueño de la panadería obtendrá 10 millones al mes y usted solo podrá comprar 1 pan diario. La brecha es la ganancia del dueño de la panadería.
Si además le exigen ser más productivo y en lugar de hornear 200 panes al día debe hornear 250, la venta del mes será 12,5 millones. Usted, a pesar de trabajar más duro, solo seguirá comiendo 1 pan diario.
El origen de la desigualdad antes descrita, es decir de la brecha entre el precio y el salario es el modo de propiedad de los medios de producción. El dueño de la panadería no solo es propietario del horno, sino que al serlo le da derecho, en capitalismo, de fijar el precio del pan que usted hornea. Además fija el salario que usted percibe. En otras palabras, es el dueño del capital, quien decide la brecha precio-salario. Es quien fija la desigualdad.
En capitalismo, la prestación de bienes y servicios como por ejemplo, salud, educación, transporte, vivienda, electricidad, comunicaciones, agua, gas es privada. El salario que usted percibe debe usarlo, además, para pagar estos bienes a las tarifas fijadas por los dueños del negocio. Por lo tanto, el Estado, en este sistema, es mínimo: no debe fijar salarios, mucho menos precios, en lo absoluto debe hacerse cargo de la prestación de bienes y servicios. Solo tiene competencias para endeudarse en nombre de los pueblos y así poder auxiliar a los capitales.
FMI
Cuidar de que prevalezca el origen de las desigualdades es tarea del FMI.
El paquetazo de medidas neoliberales consensuado en Washington, no por casualidad, consiste en la liberación de todos los precios y en la congelación de los salarios, léase la ampliación de la brecha precio-salario, entiéndase mayor explotación bajo el manto de la “productividad”, compréndase profundización de las desigualdades y por lo tanto de la pobreza.
La receta incluye la disminución del Estado hasta hacerlo mínimo. Por eso la insistencia en las privatizaciones. Mostrándose bondadosos engañan con la incorporación de las denominadas políticas sociales focalizadas y compensatorias dirigidas a las «poblaciones vulnerables», a los que están en pobreza extrema, no para que salgan de ésta, sino para que medio subsistan.
El endeudamiento por parte del Estado para auxiliar a los capitales privados, deuda que además debe pagar la clase asalariada trabajando más duro, es la guinda en la receta.
Venezuela
Entre 1980 y 1998 la pobreza extrema aumentó 132% en Venezuela. La pobreza general alcanzó el 61% en 1996. Había cada vez más pobres a pesar de que la economía creció 52% durante el mismo período. La desigualdad aumentó 18%.
Arrodillados ante el FMI, los gobiernos de turno aplicaron al pie de la letra la receta: congelaron los salarios, liberaron los precios, desfinanciaron la administración pública para justificar la privatización de la salud, educación, universidades, electricidad, comunicaciones, y hasta la industria petrolera en una supuesta “apertura”. Por si fuera poco, endeudaron al pueblo para auxiliar a los bancos que se vieron en “crisis” en 1994.
Entre 1999 y 2015 la pobreza extrema disminuyó 55%. La explicación no es solo el 43% de crecimiento económico que se registró durante ese período, sino sobre todo la disminución de 22% de la desigualdad. De manera soberana, amparados con una nueva Constitución que contempla un sistema de justicia social e igualdad, se revirtió la privatización. Se fortaleció la prestación de estos servicios por parte del Estado, se le sumaron las misiones y grandes misiones, se controlaron los precios y se ajustaron los salarios, pero sobre todo, en el tránsito hacia el socialismo bolivariano del siglo XXI se promovieron, aunque de manera incipiente (por ahora) otros modos de producción: comunales, colectivos y estadales.
La lucha por la verdadera igualdad debe trascender la solicitud de reivindicaciones para cerrar la brecha entre precios y salarios. La lucha por la igualdad debe ser más que el solo combate contra las medidas del FMI, que en definitiva, se enmarcan en el capitalismo generador de desigualdades y de pobreza.
La lucha de los pueblos debe buscar incidir sobre el origen de la desigualdad. Debe orientarse a cambiar los modos de propiedad de los medios de producción. Esto, el pueblo venezolano lo tiene claro.
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