MERCEDES CHACÍN
Las celebraciones de fin de año empezaron con un viaje a mi tierra. Ir a Altagracia de Orituco siempre es un divertimento, una fiesta, comparable a estar enamorada e ir a encontrarse con el hombre objeto de ese privilegio, porque ser amada en un mundo marcado por el odio es un privilegio gratis.
Miren ustedes lo que es el amor: ni capitalismo, ni socialismo. Ni se compra, ni se vende dice una canción.
Les decía que ir a mi pueblo es una fiesta. Por varias razones. La principal es que aquí vive mi mamá. De ahí en adelante, como decía mi papá, todo es ganancia. Lo cierto es que este viaje, que sería una pequeña pesadilla (porque debía manejar yo un carro sincrónico al que no le había metido el pecho) se convirtió en cuatro horas de conversa amena, fructífera, amorosa y chavista. Mi amigo Cristóbal Francisco hizo que así fuera.
La logística cambió y mi medio de transporte fue conducido hasta el terruño por dos jóvenes, Estefanía y José Alejandro. Llegamos a buen puerto, no sin antes hacer paradas de abastecimiento de chicharrón y café. Más tarde, en el preludio de la Nochebuena lidié con perros y gatos, Negrito y Toribia, degusté hallacas de tres casas y le conté a mamá (person to person, porque ya sabía todo) de qué va mi vida en los últimos meses.
Lizardo, uno de mis hermanos, está enamorado del país como yo. Eso hace que su casa, como casi todas las casas, sea su refugio, su altar, su destino, su oasis. La remodelación le quedó perfecta. ¿Mejor anfitrión que él? Alguno de mis compadres o comadres, tal vez. Alguno de mis amigos o amigas, tal vez. La noche fue demás de buena. Con bebida y comida en una casa hecha de amor y chavismo, que es lo mismo.
Más tarde en el barrio donde vive mamá, la velada discurrió entre conversas sobre el país, sobre los marrones, sobre la supuesta “no inteligencia” de Maduro, sobre los desaciertos del Banco Central de Venezuela que medio arreglaron con transmisiones en vivo de aviones llenos de billetes, sobre la vida aderezada con amores furtivos y sobre supuestos corralitos (que no adjetivamos como financiero sino como “llaneros” ante ausencia de argumentos), todo eso bajo el influjo final y “verborreico” de mi maestra de cuatro, Omaira Colmenares. Nunca olvido que fue ella quien me enseñó a “tarasquear” (porque lo que se dice tocar, no es) un cuatro al ritmo de Dumbi Dumbi. ¿Conclusiones? Algunas. El fin de año es a favor del Gobierno con todo y crisis. No hay revocatorio, hay dinero y hay diálogo. Lo dijo un opositor, valga acotar.
Con el alba amanecimos, acontecimiento que siempre disfruto. Es mejor amanecer en buena compañía que insomne. Cuando esto escribo, con un ratón de espanto, faltan unas horas para que doña María Montero, nuestra vecina en el Banco Obrero, cumpla cien años. No es poca cosa, diría Cristina Fernández. Pero esa es otra historia que luego les contaré. ¡Feliz Navidad!… Y sigamos.
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