Por Luis Britto García
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Equilibrio, situación en la cual ningún actor puede atacar a otro sin afrontar un precio incosteable. El equilibrio puede y debe ser económico, político, militar, tecnológico, cultural. Con tantos factores en juego, todo equilibrio es precario y debe reconstruirse sin cesar.
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El contacto con el Nuevo Mundo desequilibró radicalmente al Viejo. Dos reinos ibéricos detentaron durante casi una centuria el monopolio del saqueo de un hemisferio. Ello le valió a España la posibilidad de unificarse tempranamente y ejercer dos siglos de hegemonía en Europa. Durante ese lapso tanto la Corona española como su botín americano fueron asaltados y despojados sucesivamente por Francia, Inglaterra y Holanda hasta que junto a la América ibérica surgió otra francesa, inglesa y holandesa, y comenzó la decadencia de España. Toda hegemonía es contestada por potencias competidoras que a su vez desarrollan planes hegemónicos.
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El incremento del poderío de España y de las potencias que se trabaron en lucha con ella dio lugar a otra ley del equilibrio europeo. Cualquier potencia que lograra una hegemonía en el Viejo Continente dominaría a Inglaterra y al mundo. Por consiguiente, a lo largo de medio milenio Gran Bretaña desarrolló una sistemática política de coaliciones europeas contra cualquier potencia que aspirara a esa hegemonía, para lo cual emprendió interminables guerras contra España, Francia, Holanda y Alemania, en el curso de las cuales desarrolló un imperio de magnitud global.
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Esta pugna impidió la unificación de Europa. Durante el siglo XX se libraron dos Guerras “Mundiales” en las cuales Inglaterra trató de impedir que dicha unidad se lograra bajo la egida de Alemania. Para ello, invocó el apoyo de dos potencias extracontinentales, Estados Unidos y la Unión Soviética, que terminaron repartiéndose la península europea en áreas de influencia. Se perfiló así otra ley del equilibrio según la cual poderes regionales incapaces de unificarse concluyen bajo el dominio de un poder extrarregional.
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En forma involuntaria, Nuestra América tuvo un papel indirecto en la hegemonía española en Europa y en la europea sobre el mundo, así como en el predominio mundial estadounidense. Por tanto, ha ejercido decisiva influencia en el equilibrio y el desequilibrio del mundo, los cuales a su vez han ejercido definida influencia sobre nosotros. No se interviene sin ser intervenido.
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Valiéndose de su formidable hegemonía en un hemisferio terrestre al cual la distancia hacía casi inexpugnable para el resto del mundo, Estados Unidos ha intentado hacer su dominación planetaria. De resultas de la Segunda Guerra Mundial, sembró el Pacífico con bases militares y Europa con enclaves de la OTAN que constituyen de facto un ejército de ocupación, y emprendió una Guerra Fría contra las potencias socialistas para quebrar sus economías obligándolas a una ruinosa carrera armamentista. Durante esta confrontación se instauró en el mundo un precario equilibrio bipolar, que la Organización de los Países No Alineados intentó convertir en multipolar. La política es la continuación de la guerra, con todos los medios.
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La Guerra Fría estableció un equilibrio ominoso, que frenó parte de las agresiones directas estadounidenses. La Teoría de las Coaliciones en las Tríadas, de Theodor Caplow, predice que una potencia de primer orden siempre preferirá la alianza con una potencia manejable de tercer orden antes que con otra de segundo orden difícil de manejar (Caplow, Theodor: Dos contra uno: Teoria de coaliciones en las triadas, Madrid, Alianza Editorial, 1974). Siguiendo esta lógica, Estados Unidos concertó una entente con China Comunista y se concentró en forzar el colapso de la URSS obligándola a competir con el gasto armamentista y desgastándola al fomentar infinidad de guerras “limitadas”. La guerra nunca se detiene: cambia de formas.
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La disolución de la URSS desintegró el precario equilibrio bipolar establecido desde 1945, y arrojó sobre la humanidad el espectro de un mundo unipolar regido por la Alianza Atlántica entre Estados Unidos y la OTAN, con absoluta libertad para tal coalición de saquear el planeta mediante la intervención militar, la imposición de divisas sin respaldo y la especulación financiera amparada por Tratados de Libre Comercio. Un poder que se pretende absoluto no tiene más límite que otro poder.
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Tal perspectiva de hegemonía absoluta resultó ilusoria. El espectacular crecimiento económico y estratégico de una China libre de las cargas armamentistas de la Guerra Fría a la postre restauró la bipolaridad. La consolidación de la Unión Europea y la posterior restauración de Rusia, el auge de los Tigres del Asia, el crecimiento de los países emergentes del BRIC y de los movimientos antiimperialistas y anticolonialistas apuntan de hecho hacia un mundo multipolar en un principio de siglo dominado por la irremediable crisis general del capitalismo. Las más de las veces los imperios se autodestruyen.
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En este mundo complejo América Latina y el Caribe presenta una importancia decisiva como una comunidad de 540 millones de seres unidos por una cultura común o comunicable, establecida sobre unos veinte millones de kilómetros cuadrados que albergan los más importantes recursos de energía fósil, agua dulce, biodiversidad, metales estratégicos y tierras cultivables del mundo. Estas circunstancias, que hasta ahora le ha deparado un papel subordinado como botín o instrumento de las grandes potencias, deben moverla a aprovechar los resquicios de los conflictos entre ellas para lograr su equilibrio unificador y el control de su propio destino como región autónoma. Mercosur, el Alba, Unasur, la Celac son los instrumentos para la consolidación de este nuevo factor de equilibrio en un mundo caracterizado no sólo por el resurgimiento de múltiples polos de poder, sino por los enfrentamientos y la generalizada crisis que los afectan. La crisis es la grieta a través de la cual irrumpe la novedad en el mundo. Quien no aprovecha la oportunidad, no la merece.
brittoluis@gmail.com
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