Carola Chávez.
El bachillerato: Cinco años de mucha información rasante de la que olvidaremos casi todo y que para muchos niños termina siendo una especie de castración. El bachillerato parece una fría máquina que fabrica pichones de ingenieros, médicos o abogados, y sobre todo, corta con la misma tijera.
“Ya somos grandes” -dicen profesores de polyester a los niños de 12 y 13 años que llegan a su futuro sin haber dejado el pasado reciente, sin poder ni querer dejarlo. Y son más grandes que ayer, es cierto, es natural, pero nunca se es tan grande como para dejar de ser lo que somos. O acaso solo llegamos ser grandes cuando finalmente somos lo que somos. Ser grandes, significa, para estos formadores de futuros adultos, convertirse en adultos de molde, grises, insatisfechos.
”Aquí se acabaron los dibujitos, aquí no hay tiempo para perder”. Y el niño artista mira su cartuchera queriendo volver atrás. Y a eso voy, a los niños artistas porque soy mamá de una de ellos y uno arrima su sardina a la brasa, no solo por mi sardina sino por todas las sardinitas que se ahogan en la sequía de tantos colegios que les niegan el agua donde nadar.
Los niños artistas entran a bachillerato donde se espera de ellos que sean, en el mejor de los casos, mediocres abogados. Se les mira como bichitos raros, inadaptados, rebeldes, distraídos. El niño artista se maravilla con las alas de las mariposas, encontrando fugaces brillos inesperados, mientras el profesor las apaga de golpe dando lección de la metamorfosis por cerrada. Los niños artistas, como globos a punto de estallar, liberan presión en carteleras y maquetas teledirigidas por profesores acartonados que, ignorando a Picasso corrigen: la nariz no se pone ahí, la oreja va más allá.
Los niños artistas no deben escribir así sino asá. Deben leer a García Márquez anatómicamente, disectando cada oración en sujeto y predicado, analizando estructuras gramaticales que le roban su magia a la poesía. No hay tiempo para la magia porque hay que memorizar los tipos de poemas y sus características estructurales. No hay tiempo sentir que los ojos se les llenan de lágrimas asombradas. ¡Veinte puntos al caletre!, ¡aplazado el suspirador!
Los niños artistas menguan en la incomprensión del aula mientras el resto aprende que el arte es simplemente otra forma de vagancia.
El ejercicio de las artes es extracurricular. No solo no formamos pintores, escultores, músicos, escritores, poetas, no los alentamos, los castramos y, de paso, negamos al resto de los niños la posibilidad se sentir ese suspiro que te ahoga, ese brinco en el pecho que entonces sentimos algunos, solitos, en nuestro cuarto, cuando leímos por primera vez Cien Años de Soledad.
¡Cuánta soledad la de nuestros niños artistas!
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