JULIO ESCALONA
La ONU declaró el 2013 como Año Internacional de la Quinua, cultivo originario de los Andes, superalimento superior a la leche. Se cultiva en zonas áridas, cálidas, frías, montañas y sabanas del Norte o del Sur. Necesita poca agua y basta con abonos orgánicos y sentimientos de amor para cultivarla. Pan ancestral que crece desde hace 7 mil años.
Los temas ecológicos y la defensa de todas las formas de vida han adquirido otra dimensión desde que el presidente Evo Morales gobierna Bolivia. Estamos orgullosos de que un miembro de nuestras comunidades originarias pueda hablarle al mundo en nombre de los desheredados, los ignorados, los asesinados, lo que incluye a todos los seres naturales, los humanos y toda la cadena de la vida que no es una cadena mercantil.
Se está reivindicando la cultura de la convivencia entre los seres humanos y la naturaleza, de los productos y los mercados de la gente, que no se rigen por las leyes del mercado mundial, no son anónimos, las relaciones no son entre las cosas, son entre las personas y los bienes de la naturaleza, que no son objetos inertes colocados en un estante. Tienen personalidad.
La quinua contrasta con los productos transgénicos. No se paga patente para sembrarla. Puede romper con la geopolítica del hambre de Henry Kissinger, fundada en la frase, "Si controlas el petróleo controlas a las naciones, si controlas los alimentos controlas a la gente". Se ejecuta a través de la producción transgénica, monopolizada por transnacionales empeñadas en desplazar la agricultura tradicional, que no depende del mercado mundial; las condicionalidades que impone el FMI; la guerra financiera que se libra contra Ecuador y Argentina; la especulación con los alimentos en los mercados a futuro, que provoca precios altos, escasez y hambre; las políticas que impulsan el cambio climático, la pérdida de diversidad biológica, la mercantilización de la naturaleza y desertificación. Todos instrumentos de la estrategia de guerra permanente, que implica también la liquidación de los pobres, como nueva "solución final".
Una geopolítica de la quinua que parta de las comunidades podría asociarse a la energía solar, lo que les daría soberanía energética y alimentaria y sólida defensa contra la estrategia de guerra permanente.
Se está reivindicando la cultura de la convivencia entre los seres humanos y la naturaleza, de los productos y los mercados de la gente, que no se rigen por las leyes del mercado mundial, no son anónimos, las relaciones no son entre las cosas, son entre las personas y los bienes de la naturaleza, que no son objetos inertes colocados en un estante. Tienen personalidad.
La quinua contrasta con los productos transgénicos. No se paga patente para sembrarla. Puede romper con la geopolítica del hambre de Henry Kissinger, fundada en la frase, "Si controlas el petróleo controlas a las naciones, si controlas los alimentos controlas a la gente". Se ejecuta a través de la producción transgénica, monopolizada por transnacionales empeñadas en desplazar la agricultura tradicional, que no depende del mercado mundial; las condicionalidades que impone el FMI; la guerra financiera que se libra contra Ecuador y Argentina; la especulación con los alimentos en los mercados a futuro, que provoca precios altos, escasez y hambre; las políticas que impulsan el cambio climático, la pérdida de diversidad biológica, la mercantilización de la naturaleza y desertificación. Todos instrumentos de la estrategia de guerra permanente, que implica también la liquidación de los pobres, como nueva "solución final".
Una geopolítica de la quinua que parta de las comunidades podría asociarse a la energía solar, lo que les daría soberanía energética y alimentaria y sólida defensa contra la estrategia de guerra permanente.
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