ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
rosaelenaperez@gmail.com
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Hay desapariciones físicas que permiten considerar un área de la vida en gran parte de su extensión y trascendencia. Suele pasar esto con la muerte de seres que nos marcaron a fuego y que, mientras vivieron, nos traspasaron un legado invisible convertido, luego, en alfabeto. Una vez fallecidos –recuperados ya de la pérdida–, podemos ver los dones recibidos y valorar su luminosidad o no, la vigencia y alcance del patrimonio cedido. Entonces, la falta de un ser querido, aunque triste, lleva a la obtención de una conciencia, y del examen que realicemos de ella dependerá nuestro ulterior rumbo.
Recientemente murió Zobeyda, la Muñequera, mujer que mantuvo vivo en el país el recuerdo de la niñez, de la ternura, de la diversión ajena a cualquier rendimiento. Dejó un enorme recordatorio que hace pensar en la importancia del juego y su valor como actividad opuesta a lo lucrativo. Ella decía: “Es importante revalorizar la muñeca de trapo por ser juguete tradicional y porque además el juego de muñecas les permite a los niños liberarse de un mundo impositivo lleno de represiones, ya que tiene la oportunidad de ser él mismo: canta, baila, grita, recita… juega sin recetas haciendo uso de sus derechos naturales, los cuales le han sido negados por los adultos tantas veces”.
Con la muerte de Zobeyda Jiménez, los venezolanos debemos ocuparnos más de este elemento cultural que nos identifica como pueblo. Resulta innegable, por ejemplo, que muchos de nosotros hemos participado de la quema del muñeco que representa a Judas en varias regiones del país, en medio del jolgorio de la Semana Santa. También recordamos los muñecos llamados años viejos que en algunas poblaciones se queman como parte del ritual de transición del pasado año al próximo. Hay en estas celebraciones un disfrute colectivo insustituible que muestra lo esencial que es tal pieza para la población.
Además, esta tradición ha sido trabajada por artistas venezolanos de gran peso como Armando Reverón, quien creó muñecos en tamaño real, revelando la concepción integral de su arte; Aquiles Nazoa, quien entretejió su verbo con la belleza de las muñecas de trapo hechas por mujeres que dieron sus creaciones a las imágenes del libro Vida secreta de las muñecas de trapo; Julio Garmendia, quien escribió un enigmático relato –La tienda de muñecos– donde la jerarquía social de un momento determinado del país se plasma en las estanterías de muñecos de un almacén.
Así es como muñecas y muñecos de trapo desean que el legado de Zobeyda permanezca vivo tanto en el museo que estaba creando como en el quehacer cotidiano con nuestros niños.
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