Fernando Martínez Heredia
La cultura en la Revolución cubana.
La Revolución misma ha sido el mayor y más trascendente hecho cultural de este medio siglo. Ella hizo retroceder los límites de lo posible y desató las actuaciones, las ideas, los sentimientos y las potencialidades humanas. La mayoría de los cubanos y cubanas salió del mundo en que vivía, lleno de opresiones, miseria material, injusticias, mezquindades, falta de oportunidades y de escolarización. En un mismo proceso se apoderaron de su país y de sus condiciones de existencia, y fueron volviéndose capaces de ir muy lejos en cuanto al cambio de sí mismos y al de sus relaciones, sus vidas y la sociedad. La revolución inspiró, exigió o permitió a las personas y grupos sociales mayoritarios lograr esas adquisiciones y transformaciones prodigiosas. Los hechos y los avatares de la revolución han sido el medio fundamental para el proceso de la cultura cubana desde 1959 hasta hoy.
No voy a ofrecer los datos de ninguno de los inmensos logros de estos cincuenta años –datos que están alcance de ustedes–, pero todo lo que escribo aquí se basa en ellos. Ese es otro aporte cultural extraordinario de la revolución cubana: al existir y ser como es, permite a cualquiera en el mundo referir lo que sería un ideal o un sueño de mejoramiento social y humano a un ámbito existente, Cuba, y estudiar y pensar sus características, victorias y derrotas, frutos y errores, carencias y enemigos, como unas realidades que ya poseen inclusive historia propia. Me permito pedirles que lean los datos de esos inmensos logros tratando de integrarlos en una comprensión de sus articulaciones, su organicidad, sus resultados, sus limitaciones y sus proyectos implícitos. En ese terreno se mueve este comentario.
La cultura popular cubana posee un alto grado de politización, rasgo formado en el curso de la creación de la nación y la identidad cubanas. Las revoluciones contra el colonialismo español y la esclavitud hicieron al cubano, dándole un sentido muy nacionalista y patriótico a la comunidad que se había estado integrando en la isla. La nación Estado de 1902-1958, pese a su régimen capitalista neocolonial, era entendida por el pueblo en términos de libertad y justicia social por completar, y el pasado heroico era cantado y sentido como proyecto por realizar o consumar. La revolución de 1959 se apropió de toda esa fuerza cultural, sus símbolos y sus representaciones, porque ella la identificó como libertad y justicia verdaderas y para todos, y la revolución se ganó esa confianza con sus hechos. La cultura popular cubana ha estado hasta hoy en la base del socialismo cubano, y una y otro se legitiman mutuamente.
Hasta 1959, tanto las formas culturales tradicionales como las consideradas modernas discurrían dentro del sistema de dominación. La revolución propició gigantescas jornadas en las que el pueblo organizado y el poder revolucionario se fundieron y forjaron una unidad en incontables terrenos. Fueron ellos la revolución agraria, las campañas de alfabetización y escolarización, el armamento general del pueblo, la nacionalización de la mayor parte de la economía, la liquidación del enorme desempleo, el reparto equitativo de la alimentación, la subordinación del mercado, la propiedad y el dinero a los intereses, las necesidades y la idea de justicia de la sociedad, la honestidad administrativa y el servicio al pueblo como normas para juzgar al gobierno, la universalización de la salud y la educación gratuitos, y de la seguridad social, la redistribución sistemática de la riqueza social, y otros. Al mismo tiempo sucedieron la movilización y los sangrientos combates contra los enemigos internos y las agresiones del imperialismo norteamericano, el permanente bloqueo económico y la hostilidad de los Estados Unidos –empeñado hasta hoy en acabar con la Revolución–, la necesidad de pensar siempre en la defensa, y dedicar a ella enormes esfuerzos, recursos y seres humanos. El conjunto generó una férrea unión que identificó a la sobrevivencia, el ser nacional, la manera de vivir y el futuro. La revolución planteó la unificación de los objetivos de mejoramiento humano con los de liberación nacional y social. A esa característica hay que referir la grandeza, la fuerza y los aciertos de la Revolución, y también una parte de sus debilidades y errores.
Para analizar los temas de revolución y cultura en Cuba es imprescindible partir de que somos parte de la mayoría del mundo que fue colonizada, neocolonizada y “subdesarrollada”, para que el capitalismo pudiera existir y expandirse. Por esa causa, vencer al capitalismo y crear el socialismo era nuestra única opción viable. Pero todo el proceso de este medio siglo se ha visto obligado a una dialéctica muy difícil entre las modernizaciones y las liberaciones, cuyos ejes pueden apreciarse repasando las grandes tareas que relaciono en el párrafo anterior. Ellas combinan la lucha por adquirir lo que se llaman logros de la civilización con otra muy diferente, pero que está obligada a ser simultánea, para lograr las liberaciones de los seres humanos y la sociedad. La única cultura mundial orgánica que ha existido es la del capitalismo, y el pueblo que no la va destruyendo en el mismo proceso en que se “desarrolla”, aunque se llame socialista, termina reabsorbido por ella, como demuestran las experiencias históricas. Cuba ha alcanzado niveles muy altos de desarrollo en numerosos campos, algunos comparables a los más altos del mundo, a pesar de que sigue siendo “subdesarrollada” en otros campos de suma importancia. Lo esencial y distintivo de Cuba es que se guía por lo que aporta bienestar a las mayorías, defiende la soberanía nacional y colabora con otros pueblos del mundo, y no por los intereses materiales de una minoría.
Un aspecto central de la posición cubana ha sido hacer conciencia del sentido capitalista de la modernización a secas, del determinismo económico y la apelación al egoísmo y el afán de lucro como motivaciones. Ese logro cultural trascendental de la práctica y la conciencia provee una denuncia del sistema capitalista, que somete a las mayorías a un sinnúmero de iniquidades y a todos al imperio de enfrentarse unos a otros, disfrazando el poder inmenso de la burguesía, su Estado y sus demás estructuras de dominación con la primacía formal y abstracta de libertades, iniciativas, intereses y retribuciones individuales. La opción socialista cubana no es un paseo, ni ha tenido una evolución lineal. Su historia registra muchos avances, pero también detenciones e incluso retrocesos. Recaer en los usos y las ideas del mundo que combatimos es fácil, porque este es muy fuerte y está presente prácticamente en todos los escenarios, desde las relaciones internacionales hasta el cerebro y los deseos de cada uno de nosotros. Es imprescindible ir mucho más allá de lo que parece posible, de lo que permite el nivel de reproducción de la vida social existente, aunque las escaseces, los límites y los enemigos puedan ser agobiadores. La revolución y el país sólo pueden sostenerse, y avanzar su régimen de transición socialista, mediante un poder muy fuerte, defensor de la patria y redistribuidor sistemático de la riqueza social, y una unidad ideológica que controla el consenso. Pero es imperativo vencer la tentación burocrática, basarse en la participación y el control popular, y lograr que el poder siempre sea guiado por el proyecto.
La cultura es tan valiosa para nosotros porque, al mismo tiempo que satisface y eleva al ser humano, es un puente imprescindible entre la justicia social como prioridad de la libertad y la liberación de todas las dominaciones y el florecimiento de todas las capacidades humanas como proyecto de la Revolución.
La cultura en la Revolución cubana.
La Revolución misma ha sido el mayor y más trascendente hecho cultural de este medio siglo. Ella hizo retroceder los límites de lo posible y desató las actuaciones, las ideas, los sentimientos y las potencialidades humanas. La mayoría de los cubanos y cubanas salió del mundo en que vivía, lleno de opresiones, miseria material, injusticias, mezquindades, falta de oportunidades y de escolarización. En un mismo proceso se apoderaron de su país y de sus condiciones de existencia, y fueron volviéndose capaces de ir muy lejos en cuanto al cambio de sí mismos y al de sus relaciones, sus vidas y la sociedad. La revolución inspiró, exigió o permitió a las personas y grupos sociales mayoritarios lograr esas adquisiciones y transformaciones prodigiosas. Los hechos y los avatares de la revolución han sido el medio fundamental para el proceso de la cultura cubana desde 1959 hasta hoy.
No voy a ofrecer los datos de ninguno de los inmensos logros de estos cincuenta años –datos que están alcance de ustedes–, pero todo lo que escribo aquí se basa en ellos. Ese es otro aporte cultural extraordinario de la revolución cubana: al existir y ser como es, permite a cualquiera en el mundo referir lo que sería un ideal o un sueño de mejoramiento social y humano a un ámbito existente, Cuba, y estudiar y pensar sus características, victorias y derrotas, frutos y errores, carencias y enemigos, como unas realidades que ya poseen inclusive historia propia. Me permito pedirles que lean los datos de esos inmensos logros tratando de integrarlos en una comprensión de sus articulaciones, su organicidad, sus resultados, sus limitaciones y sus proyectos implícitos. En ese terreno se mueve este comentario.
La cultura popular cubana posee un alto grado de politización, rasgo formado en el curso de la creación de la nación y la identidad cubanas. Las revoluciones contra el colonialismo español y la esclavitud hicieron al cubano, dándole un sentido muy nacionalista y patriótico a la comunidad que se había estado integrando en la isla. La nación Estado de 1902-1958, pese a su régimen capitalista neocolonial, era entendida por el pueblo en términos de libertad y justicia social por completar, y el pasado heroico era cantado y sentido como proyecto por realizar o consumar. La revolución de 1959 se apropió de toda esa fuerza cultural, sus símbolos y sus representaciones, porque ella la identificó como libertad y justicia verdaderas y para todos, y la revolución se ganó esa confianza con sus hechos. La cultura popular cubana ha estado hasta hoy en la base del socialismo cubano, y una y otro se legitiman mutuamente.
Hasta 1959, tanto las formas culturales tradicionales como las consideradas modernas discurrían dentro del sistema de dominación. La revolución propició gigantescas jornadas en las que el pueblo organizado y el poder revolucionario se fundieron y forjaron una unidad en incontables terrenos. Fueron ellos la revolución agraria, las campañas de alfabetización y escolarización, el armamento general del pueblo, la nacionalización de la mayor parte de la economía, la liquidación del enorme desempleo, el reparto equitativo de la alimentación, la subordinación del mercado, la propiedad y el dinero a los intereses, las necesidades y la idea de justicia de la sociedad, la honestidad administrativa y el servicio al pueblo como normas para juzgar al gobierno, la universalización de la salud y la educación gratuitos, y de la seguridad social, la redistribución sistemática de la riqueza social, y otros. Al mismo tiempo sucedieron la movilización y los sangrientos combates contra los enemigos internos y las agresiones del imperialismo norteamericano, el permanente bloqueo económico y la hostilidad de los Estados Unidos –empeñado hasta hoy en acabar con la Revolución–, la necesidad de pensar siempre en la defensa, y dedicar a ella enormes esfuerzos, recursos y seres humanos. El conjunto generó una férrea unión que identificó a la sobrevivencia, el ser nacional, la manera de vivir y el futuro. La revolución planteó la unificación de los objetivos de mejoramiento humano con los de liberación nacional y social. A esa característica hay que referir la grandeza, la fuerza y los aciertos de la Revolución, y también una parte de sus debilidades y errores.
Para analizar los temas de revolución y cultura en Cuba es imprescindible partir de que somos parte de la mayoría del mundo que fue colonizada, neocolonizada y “subdesarrollada”, para que el capitalismo pudiera existir y expandirse. Por esa causa, vencer al capitalismo y crear el socialismo era nuestra única opción viable. Pero todo el proceso de este medio siglo se ha visto obligado a una dialéctica muy difícil entre las modernizaciones y las liberaciones, cuyos ejes pueden apreciarse repasando las grandes tareas que relaciono en el párrafo anterior. Ellas combinan la lucha por adquirir lo que se llaman logros de la civilización con otra muy diferente, pero que está obligada a ser simultánea, para lograr las liberaciones de los seres humanos y la sociedad. La única cultura mundial orgánica que ha existido es la del capitalismo, y el pueblo que no la va destruyendo en el mismo proceso en que se “desarrolla”, aunque se llame socialista, termina reabsorbido por ella, como demuestran las experiencias históricas. Cuba ha alcanzado niveles muy altos de desarrollo en numerosos campos, algunos comparables a los más altos del mundo, a pesar de que sigue siendo “subdesarrollada” en otros campos de suma importancia. Lo esencial y distintivo de Cuba es que se guía por lo que aporta bienestar a las mayorías, defiende la soberanía nacional y colabora con otros pueblos del mundo, y no por los intereses materiales de una minoría.
Un aspecto central de la posición cubana ha sido hacer conciencia del sentido capitalista de la modernización a secas, del determinismo económico y la apelación al egoísmo y el afán de lucro como motivaciones. Ese logro cultural trascendental de la práctica y la conciencia provee una denuncia del sistema capitalista, que somete a las mayorías a un sinnúmero de iniquidades y a todos al imperio de enfrentarse unos a otros, disfrazando el poder inmenso de la burguesía, su Estado y sus demás estructuras de dominación con la primacía formal y abstracta de libertades, iniciativas, intereses y retribuciones individuales. La opción socialista cubana no es un paseo, ni ha tenido una evolución lineal. Su historia registra muchos avances, pero también detenciones e incluso retrocesos. Recaer en los usos y las ideas del mundo que combatimos es fácil, porque este es muy fuerte y está presente prácticamente en todos los escenarios, desde las relaciones internacionales hasta el cerebro y los deseos de cada uno de nosotros. Es imprescindible ir mucho más allá de lo que parece posible, de lo que permite el nivel de reproducción de la vida social existente, aunque las escaseces, los límites y los enemigos puedan ser agobiadores. La revolución y el país sólo pueden sostenerse, y avanzar su régimen de transición socialista, mediante un poder muy fuerte, defensor de la patria y redistribuidor sistemático de la riqueza social, y una unidad ideológica que controla el consenso. Pero es imperativo vencer la tentación burocrática, basarse en la participación y el control popular, y lograr que el poder siempre sea guiado por el proyecto.
La cultura es tan valiosa para nosotros porque, al mismo tiempo que satisface y eleva al ser humano, es un puente imprescindible entre la justicia social como prioridad de la libertad y la liberación de todas las dominaciones y el florecimiento de todas las capacidades humanas como proyecto de la Revolución.
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