Joana García Grenzner, Laura Corcuera, Irene G. Rubio, Soraya G. Guerrero
Ya en los 60, las negras estadounidenses denunciaron que la tercera ola del feminismo se sustentaba en blancas de clase media que se concebían como sujeto feminista universal. Frente al fundamentalismo cultural que practican algunas exponentes del feminismo de la igualdad, antropólogas como Dolores Juliano y grupos vinculados con la diferencia se acercan a mujeres de otras culturas con escucha y respeto. Latinoamericanas como Ochy Curiel claman por la descolonización del feminismo y el protagonismo de las mujeres de clases populares, que a menudo no se consideran feministas, en un movimiento que supere el elitismo de clase media. Los distintos grupos de la Red Mujeres de Negro contra la Guerra, que desde 1985 tejen alianzas entre mujeres de diferentes países como motor de prevención y resolución de conflictos, han sido fundamentales para urdir un feminismo que incluye a las mujeres orientales y que trasciende la noción de la cultura islámica como intrínsecamente opresora de las mujeres.
La crisis de los ciudadanos
Uno de los grandes aportes del feminismo es nombrar la crisis global como una crisis de los cuidados, de las personas y del propio planeta. De un lado, aumenta la pobreza y hay un recorte de las condiciones laborales y servicios públicos, a los que se suma un envejecimiento de la población y la incorporación masiva de las mujeres al mercado laboral, así como una ruptura de un modelo de familia nuclear. De otro lado, el cambio climático, la crisis energética o la pérdida de biodiversidad ponen en evidencia los límites físicos de la atmósfera. Ante este panorama, la economía feminista y el ecofeminismo hablan con la misma radicalidad: la estructura patriarcal capitalista cuya prioridad es el beneficio económico individual no es compatible con las necesidades de la vida. El reto del feminismo es el reconocimiento y la redistribución del trabajo de cuidados, que históricamente ha sido asignado a las mujeres. Un sistema público y universal que atienda las necesidades, o cómo decrecer con equidad, son algunas reflexiones abiertas.
El cuerpo político del feminismo
Ya lo dijo Simone de Beauvoir (en la imagen) hace 60 años: “No se nace mujer: llega una a serlo”. Sus herederas gritaban en los ‘60: “La biología no es destino”. Si diferenciábamos lo biológico –el cuerpo– de lo construido –la cultura–, podíamos escapar de aquella cárcel que presuponía una identidad estereotípica por el hecho de nacer con unos determinados genitales. Si durante años gran parte del feminismo se apoyó en esa separación porque permitía pensar en cambiar nuestro destino, desde hace dos décadas el binomio sexo/género ha hecho aguas. En los márgenes del feminismo hay cuerpos que ponen en cuestión esa tranquilizadora división –inter y transexuales, transgéneros, chicazos, señoritas con bigote...–; que no se conforman con el blanco o el negro y juegan en la amplia escala de grises; que muestran con sus parodias que feminidad o masculinidad no son más que una ficción que adquiere vida cuando la representamos... Entonces, ¿quién es el sujeto político del feminismo?, ¿se puede hablar de ‘mujeres’? ¿Quiénes se pueden/quieren considerar mujeres? ¿No se corre el riesgo de diluir ese sujeto político que nos une? Ésta es una de las encrucijadas que tomaron cuerpo en Granada.
La violencia de género
La violencia contra las mujeres, también llamada de género o machista, ha sido y sigue siendo piedra angular del debate y la acción feminista. Durante décadas las organizaciones feministas han luchado por visibilizarla y exigido al Estado políticas y fondos para apoyar a las mujeres que la sufren e impulsar su recuperación. En 1997 se inició el cómputo de asesinadas por violencia de género, que aún es incompleto. En 2004, la Ley Integral contra la Violencia de Género fue la primera que promulgó el nuevo gobierno socialista. Sin embargo, diversos sectores la consideran insuficiente y poco ajustada a las necesidades de las mujeres: establece la denuncia como condición para acreditar la violencia en un contexto en que sólo el 40% de las maltratadas denuncia, y excluye a las inmigrantes sin papeles, así como a las víctimas de agresiones o abusos sexuales, delitos que no entran en la ley. Además, no contempla las agresiones en relaciones esporádicas por concebir la violencia de género como la que infringe un hombre a su compañera durante una relación de pareja. Abogan por una lectura no heterosexista y no victimizadora.
Nuevos imaginarios y otras formas de producción cultural
Videocreación, fotografía, literatura, pintura, cómic… Todas las prácticas culturales son válidas para desestructurar un discurso dominante heteropatriarcal. En las mesas redondas sobre arte y en los trabajos artísticos que se presentaron en Granada esto quedó patente. También que la performance, la acción que bebe de las artes escénicas y plásticas para presentar una situación desde un aquí y un ahora, se perfila en este siglo como una poderosa expresión artística. Pero falta permeabilidad entre prácticas culturales y movimientos feministas, y también una crítica estructurada al propio sistema del arte y la gestión cultural. ¿Qué diría una postura feminista sobre los derechos de autor? ¿Sobre la propia idea de autor?
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