Hernàn Mena Cifuentes
El Nobel de Paz dejó de ser hace mucho tiempo el premio que su creador instituyó para premiar “al individuo o grupo más haya trabajado por la fraternidad de las naciones, por la abolición de los ejércitos o por la promoción de congresos de paz”, para convertirse en un título o favor político entregado a asesinos, entre ellos algunos presidentes yanquis quienes, como Barack Obama, se han dedicado a desatar guerras y otras formas de violencia contrarias al noble propósito de promover la convivencia pacífica entre los pueblos.
El Mandatario estadounidense se sumó en estos días a la lista de esos siniestros personajes que, sin ningún mérito, han obtenido la distinción que perdió prestigio y valor al dejar de ser lo que el mundo pensó ingenuamente sería un reconocimiento a la obra de hombres y mujeres dedicados a la búsqueda y consolidación de los valores éticos y morales, de esa relación mutua de armonía y concordia que prevalece cuando, como dijo Juárez, se observa “el respeto al derecho ajeno que es la paz.”
En esa nómina macabra figuran algunos de los más siniestros personajes de la historia, desde que los Nobel comenzaron a entregarse, hace poco más de un siglo, en 1901, en su mayoría a gobernantes, funcionarios de alto rango y otros dirigentes presentados como benefactores de la humanidad o luchadores por la paz, cuando lo cierto es que se trata de criminales de guerra, terroristas y promotores de agresiones violentas y de muerte.
Theodore Roosevelt, uno de los cuatro mandatarios de Estados Unidos que han recibido el Premio Nobel de la Paz, es un ejemplo del interés y favoritismo político que decide quien debe ser el candidato ganador del galardón, y que suele soslayar los méritos de auténticos luchadores por la paz propuestos para el mismo, escogiendo en su lugar a personajes que exhiben como credenciales, un amplio prontuario criminal de amenazas, guerras, intrigas y traiciones.
Roosevelt fue quien abrió el camino hacia el imperialismo yanqui a través del intervencionismo en América Latina y el Caribe, que habría de extenderse mas tarde por todo el mundo para hacer del país de Estados Unidos la más grande potencia política, económica y militar del planeta, con base en la explotación de los pueblos y el saqueo de sus riquezas.
Este villano fue el creador de la perversa doctrina del Big Stick o Gran garrote, la misma que prometió seguir y que hoy practica Obama mediante un discurso de palabras delicadas y de paz, tras lo que se esconde el mazo de la guerra, “Speak softly and carry a big stick, you will go far”, (habla de manera suave y muestra un palo grande, así llegarás lejos).
Roosevelt lo usó como forma de amenaza y de presión para que el entonces incipiente imperio pudiera, durante y después de su mandato, intervenir política y militarmente en el Caribe y en el istmo centroamericano, lo que le permitió adueñarse de Puerto Rico, ocupar a Cuba, Haití, República Dominicana, Nicaragua y despojar en 1903 a Colombia de una parte de Panamá para construir una vía interoceánica, donde impuso su soberanía.
Bajo el liderazgo de Fidel, Sandino, Ortega, Caamaño y Torrijos, entre otros héroes y mártires, sus pueblos lograron con el tiempo recuperar la soberanía en una gesta que costó lágrimas, sudor y sangre, mientras que en América del Sur, donde el Imperio había impuesto sangrientas dictaduras y complacientes seudo democracias, surgía una generación de líderes como Chávez, Lula, Morales y Correa, que cambiaron el mapa político, económico y social de la región.
Otro mandatario de Estados Unidos a quien en 1919 le fue otorgado el Nobel de la Paz fue Woodrow Wilson, gobernantes que, como la mayoría de sus compatriotas creía y aún creen en lo infalible del Destino Manifiesto, doctrina por la cual se auto proclaman como una raza superior llamada a rescatar de la barbarie a los pueblos del mundo para imponerles los dones de la libertad.
Fue con el pretexto de cumplir con ese “mandato divino” que Wilson diseñó y ejecutó una política de intervencionismo para América Latina y el Caribe, invadiendo en abril de 1914 con 44 buques de guerra cargados miles de marines el puerto mexicano de Veracruz. Al año siguiente invadió Haití y en 1916 se apoderó de República Dominicana, imponiendo en estos dos últimos países gobiernos títeres custodios del saqueo que las compañías yanquis perpetrarían allí durante décadas.
Fue en Chile donde Henry Kissinger, ese otro funcionario yanqui ganador del Premio Nobel de Paz, como Secretario de Estado estadounidense, conspiró para destruir al primer Estado socialista del subcontinente y asesinar a Salvador Allende, su legítimo presidente, mediante un artero y cobarde golpe militar liderado por el traidor Augusto Pinochet, quien impuso una férrea dictadura desatando durante 17 años un baño de sangre que costó miles de vidas, como también ocurrió en Argentina, donde conspiró con un grupo de militares para imponer una era de terror que duró varios años.
¿Y qué recibió como gratificación por su criminal acción ese asesino' Nada más y nada menos que el Premio Nobel de la Paz, galardón que también le fue otorgado a Shimon Peres, presidente del Estado sionista de Israel, autor junto con otros dirigentes de ese país de las más horrendas masacres perpetradas en los últimos 60 años contra el pueblo palestino, genocidio que ha costado la muerte a centenares de miles de personas en su mayoría mujeres, niños y ancianos.
Sin embargo, es justo es reconocer que la distinción no sólo le fue otorgada a esos enanos morales, asesinos, sicópatas y terroristas, cuyos crímenes de lesa humanidad han quedado impunes, sino también se le entregó a hombres y mujeres gigantes en espíritu de solidaridad manifestado a través de sus obras, entre los que figuran Albert Schweitzer, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú, Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Adolfo Pérez Esquivel y Desmond Tutu.
Mención especial entre esos humanistas merece Le Duc Tho, dirigente comunista vietnamita, uno de los artífices de la victoria en la guerra que su país libró contra el Imperio yanqui y el único ganador del Premio Nobel de la Paz que lo ha rechazado hasta ahora, en un gesto admirable de moral y dignidad por respeto al dolor y sufrimiento de su pueblo, y ta lvez para no tener que compartirlo con ese criminal de guerra llamado Henry Kissinger.
Ahora, cuando nadie lo esperaba, se anuncia la designación de Barack Obama como nuevo ganador del premio, decisión que ha sido criticada en todo el mundo, ya que el mandatario no reúne las condiciones mínimas para su obtención y, todo lo contrario, lo único que ha hecho es hablar de paz mientras hace la guerra con sus secuelas de muerte y destrucción y amenaza con extenderla mas allá de donde la sembró su predecesor, George W. Bush.
¿Qué ha hecho Obama para recibir el Premio Nobel de Paz sino fomentar la enemistad y hostilidad, en vez de buscar la amistad y confraternidad con otros países y sus gobiernos' Atizar el fuego de la guerra donde esta ya existía y suscribir acuerdos bélicos con regímenes lacayos del Imperio sembrando bases militares desde las que se propone invadir pueblos vecinos para adueñarse de sus recursos naturales'
Esa misma interrogante la formula el presidente venezolano, Hugo Chávez, en la más reciente de sus reflexiones que bajo el título de Las líneas de Chávez publica en diferentes medios nacionales y extranjeros, al destacar entre otras cosas: “El viernes nos enteramos de lo que en primera instancia parecía más un equívoco de los titulares que una noticia real: El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, obtiene el Premio Nobel de la Paz 2009. La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué privó para que el afortunado fuese el presidente estadounidense y no alguno de los 205 nominados restantes'”
Y haciéndose eco de la opinión pública mundial, el Jefe del Estado venezolano emitierá su segunda pregunta: “¿Qué ha hecho Obama para merecer este galardón' Y a continuación respondió: 'El jurado valoró como rasgo determinante su deseo por un mundo sin armas nucleares, olvidando su empeño por perpetuar sus batallones en Irak y Afganistán, y su decisión de instalar nuevas bases militares en Colombia. Por primera vez asistimos a un merecimiento sin que el postulado haya hecho nada para merecerlo: premiar a alguien por un anhelo que está muy lejos de hacerse realidad”.
A la declaración del comandante Chávez se han sumado muchas voces más, como la del famoso cineasta, documentalista y escritor estadounidense Michael Moore, reconocido por su trayectoria progresista e indeclinable postura de rechazo a la globalización, a la transnacionales y a las guerras desatadas por Estados Unidos, quien hace pocas horas dirigió un mensaje a Obama en relación con el Premio Nobel que ha ganado, en el cual, entre otras cosas, dijo:
“La ironía de que se le haya otorgado este premio en el segundo día del noveno año de lo que se está convirtiendo rápidamente en su guerra en Afganistán no pasó desapercibido para nadie. Usted está realmente en una encrucijada: Declarar por terminadas las guerras de Bush y traer todas las tropas a casa, ahora. Eso es lo que un verdadero hombre de paz haría.”
Lo afirmado por Chávez y Moore expresa el sentimiento de la sociedad mundial, asombrada ante el hecho de que un hombre que no ha hecho nada a favor de la paz haya recibido ese premio, al tiempo que manifiesta, como señala el cineasta, que son los pueblos los llamados a decidir su destino “como lo hicimos nosotros -recuerdó- en 1776, los franceses en 1789, los cubanos en 1959, los nicaragüenses en 1979 y la población de Berlín en 1989. Una cosa es cierta, todas las revoluciones llevadas a cabo por personas que desean ser libres, en última instancia, deben lograr su libertad por si mismos.”
Y allí están los hechos que prueban el fracaso de quienes como Roosevelt, Wilson, Kennedy, Johnson, Reagan, Nixon, Bush y otros gobernantes yanquis que ayer pretendieron conquistar al mundo a través de la violencia, como hoy pretende hacerlo Obama, atizando las llamas de la guerra en Afganistán, amenazando a Irán y a Corea del Norte, apoyando la barbarie del sionismo en el Medio Oriente y sembrando bases militares en Colombia para invadir a sus vecinos, actitud que sólo deja espacio para el desencadenamiento de una espiral de muerte incontrolable.
Sólo basta recordar que a pocas semanas de asumir la Presidencia envió miles de soldados del infierno de Irak hacia el infierno de Afganistán, avivando las llamas de una guerra que cínicamente ha llamado “necesaria” y en la que diariamente mueren decenas de hombres, niños, mujeres y ancianos, víctimas de las balas de sus tropas y de los misiles que lanzan los “drones asesinos”, aviones no tripulados que bombardean poblados en Pakistán, país vecino al que extendió la guerra, para asesinar a dirigentes guerrilleros como Hakimulla Mehsud, a quien aseguró haber dado muerte y que ayer apareció sano y salvo, dispuesto a proseguir la lucha.
Y es que Obama, el que habla suavemente mientras esgrime un gran garrote, emulando a Theodore Roosevelt, ordenó bajo amenazas a su títere, el presidente pakistaní Zardari, lanzar una ofensiva contra el talibán en el Valle de Waziristan del Sur, fronterizo con Afganistán, acción que no logró éxito alguno y que provocó una crisis humanitaria sin precedentes con el éxodo de más de un millón de sus habitantes que hoy han vuelto junto con los combatientes del Talibán, que ahora se disponen a enfrentar una nueva ofensiva de las tropas del gobierno de Islamabad y el ataque de los “drones asesinos.”
El Mandatario yanqui acaba de aprobar hoy el envío de 13 mil soldados más a Afganistán para satisfacer la sed de sangre de sus generales que piden desesperadamente 40 mil soldados adicionales creyendo que así podrán evitar la derrota a la que están inexorablemente condenadas sus tropas, empantanadas junto con las de sus secuaces de la OTAN, al borde del fracaso como el padecido hace 34 años en Vietnam por ignorar las lecciones de la historia que enseña lo imposible que es vencer a un pueblo decidido a combatir por su libertad para expulsar de su suelo al ocupante.
Las amenazas de invasión y guerra contra Irán tampoco faltan en el discurso del Mandatario yanqui, quien sigue el mismo guión escrito para Bush Jr. por sus amos, las mentes tenebrosas que detentan el poder bajo las sombras, pretendiendo que el país persa suspenda su programa de desarrollo nuclear pacífico, acusando a Teherán de procurar la construcción de armas de destrucción masiva, en una maniobra parecida a la Estados Unidos usó para invadir a Irak hace 6 años.
En el Medio Oriente ha comprobado una vez más que está de parte del genocidio que adelanta contra el pueblo árabe el Estado sionista de Israel, su gendarme contra el pueblo árabe cuando, a través de su representante ante el Consejo de DDHH de la ONU, rechazó el informe de esa organización que acusa a los sionistas de cometer crímenes de guerra en Gaza durante la ofensiva lanzada hace 9 meses asesinando a más de mil 400 personas, en su mayoría, niños y mujeres.
En América Latina y el Caribe, Obama incumplió también la promesa hecha al asumir la Presidencia, al afirmar que el mundo ha cambiado y que “nosotros debemos cambiar con él”, porque no ha hecho lo que ha podido hacer para sacar del poder a los golpistas hondureños y ha irrespetado, llamándolos “hipócritas”, a los gobernantes progresistas que solicitaron su apoyo para restituir al presidente Manuel Zelaya.
Más al sur, en Colombia, el Mandatario estadounidense junto con su vasallo Álvaro Uribe negoció la instalación de siete bases militares en territorio neogranadino, enclaves considerados como una amenaza a la soberanía de sus países por la mayoría de los gobiernos de la región, porque en vez de estar dirigidas, como Washington y Bogotá alegan, a la lucha contra el narcotráfico, se enmarcan en los planes del Imperio para invadir la Amazonía.
Y es que es un insulto a la inteligencia premiar a quienes exhiben ese historial de guerras, invasiones y otros crímenes de lesa humanidad, como lo son los presidentes de Estados Unidos, tanto los que han ganado el premio Nobel de Paz como los que no lo han obtenido, porque como Obama lo único que han hecho es desatar guerras y jamás procurar la paz. Utopia en la que sólo creen firmemente y sueñan alcanzar quienes luchan por ese otro mundo posible.
El Mandatario estadounidense se sumó en estos días a la lista de esos siniestros personajes que, sin ningún mérito, han obtenido la distinción que perdió prestigio y valor al dejar de ser lo que el mundo pensó ingenuamente sería un reconocimiento a la obra de hombres y mujeres dedicados a la búsqueda y consolidación de los valores éticos y morales, de esa relación mutua de armonía y concordia que prevalece cuando, como dijo Juárez, se observa “el respeto al derecho ajeno que es la paz.”
En esa nómina macabra figuran algunos de los más siniestros personajes de la historia, desde que los Nobel comenzaron a entregarse, hace poco más de un siglo, en 1901, en su mayoría a gobernantes, funcionarios de alto rango y otros dirigentes presentados como benefactores de la humanidad o luchadores por la paz, cuando lo cierto es que se trata de criminales de guerra, terroristas y promotores de agresiones violentas y de muerte.
Theodore Roosevelt, uno de los cuatro mandatarios de Estados Unidos que han recibido el Premio Nobel de la Paz, es un ejemplo del interés y favoritismo político que decide quien debe ser el candidato ganador del galardón, y que suele soslayar los méritos de auténticos luchadores por la paz propuestos para el mismo, escogiendo en su lugar a personajes que exhiben como credenciales, un amplio prontuario criminal de amenazas, guerras, intrigas y traiciones.
Roosevelt fue quien abrió el camino hacia el imperialismo yanqui a través del intervencionismo en América Latina y el Caribe, que habría de extenderse mas tarde por todo el mundo para hacer del país de Estados Unidos la más grande potencia política, económica y militar del planeta, con base en la explotación de los pueblos y el saqueo de sus riquezas.
Este villano fue el creador de la perversa doctrina del Big Stick o Gran garrote, la misma que prometió seguir y que hoy practica Obama mediante un discurso de palabras delicadas y de paz, tras lo que se esconde el mazo de la guerra, “Speak softly and carry a big stick, you will go far”, (habla de manera suave y muestra un palo grande, así llegarás lejos).
Roosevelt lo usó como forma de amenaza y de presión para que el entonces incipiente imperio pudiera, durante y después de su mandato, intervenir política y militarmente en el Caribe y en el istmo centroamericano, lo que le permitió adueñarse de Puerto Rico, ocupar a Cuba, Haití, República Dominicana, Nicaragua y despojar en 1903 a Colombia de una parte de Panamá para construir una vía interoceánica, donde impuso su soberanía.
Bajo el liderazgo de Fidel, Sandino, Ortega, Caamaño y Torrijos, entre otros héroes y mártires, sus pueblos lograron con el tiempo recuperar la soberanía en una gesta que costó lágrimas, sudor y sangre, mientras que en América del Sur, donde el Imperio había impuesto sangrientas dictaduras y complacientes seudo democracias, surgía una generación de líderes como Chávez, Lula, Morales y Correa, que cambiaron el mapa político, económico y social de la región.
Otro mandatario de Estados Unidos a quien en 1919 le fue otorgado el Nobel de la Paz fue Woodrow Wilson, gobernantes que, como la mayoría de sus compatriotas creía y aún creen en lo infalible del Destino Manifiesto, doctrina por la cual se auto proclaman como una raza superior llamada a rescatar de la barbarie a los pueblos del mundo para imponerles los dones de la libertad.
Fue con el pretexto de cumplir con ese “mandato divino” que Wilson diseñó y ejecutó una política de intervencionismo para América Latina y el Caribe, invadiendo en abril de 1914 con 44 buques de guerra cargados miles de marines el puerto mexicano de Veracruz. Al año siguiente invadió Haití y en 1916 se apoderó de República Dominicana, imponiendo en estos dos últimos países gobiernos títeres custodios del saqueo que las compañías yanquis perpetrarían allí durante décadas.
Fue en Chile donde Henry Kissinger, ese otro funcionario yanqui ganador del Premio Nobel de Paz, como Secretario de Estado estadounidense, conspiró para destruir al primer Estado socialista del subcontinente y asesinar a Salvador Allende, su legítimo presidente, mediante un artero y cobarde golpe militar liderado por el traidor Augusto Pinochet, quien impuso una férrea dictadura desatando durante 17 años un baño de sangre que costó miles de vidas, como también ocurrió en Argentina, donde conspiró con un grupo de militares para imponer una era de terror que duró varios años.
¿Y qué recibió como gratificación por su criminal acción ese asesino' Nada más y nada menos que el Premio Nobel de la Paz, galardón que también le fue otorgado a Shimon Peres, presidente del Estado sionista de Israel, autor junto con otros dirigentes de ese país de las más horrendas masacres perpetradas en los últimos 60 años contra el pueblo palestino, genocidio que ha costado la muerte a centenares de miles de personas en su mayoría mujeres, niños y ancianos.
Sin embargo, es justo es reconocer que la distinción no sólo le fue otorgada a esos enanos morales, asesinos, sicópatas y terroristas, cuyos crímenes de lesa humanidad han quedado impunes, sino también se le entregó a hombres y mujeres gigantes en espíritu de solidaridad manifestado a través de sus obras, entre los que figuran Albert Schweitzer, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú, Madre Teresa de Calcuta, Martin Luther King, Adolfo Pérez Esquivel y Desmond Tutu.
Mención especial entre esos humanistas merece Le Duc Tho, dirigente comunista vietnamita, uno de los artífices de la victoria en la guerra que su país libró contra el Imperio yanqui y el único ganador del Premio Nobel de la Paz que lo ha rechazado hasta ahora, en un gesto admirable de moral y dignidad por respeto al dolor y sufrimiento de su pueblo, y ta lvez para no tener que compartirlo con ese criminal de guerra llamado Henry Kissinger.
Ahora, cuando nadie lo esperaba, se anuncia la designación de Barack Obama como nuevo ganador del premio, decisión que ha sido criticada en todo el mundo, ya que el mandatario no reúne las condiciones mínimas para su obtención y, todo lo contrario, lo único que ha hecho es hablar de paz mientras hace la guerra con sus secuelas de muerte y destrucción y amenaza con extenderla mas allá de donde la sembró su predecesor, George W. Bush.
¿Qué ha hecho Obama para recibir el Premio Nobel de Paz sino fomentar la enemistad y hostilidad, en vez de buscar la amistad y confraternidad con otros países y sus gobiernos' Atizar el fuego de la guerra donde esta ya existía y suscribir acuerdos bélicos con regímenes lacayos del Imperio sembrando bases militares desde las que se propone invadir pueblos vecinos para adueñarse de sus recursos naturales'
Esa misma interrogante la formula el presidente venezolano, Hugo Chávez, en la más reciente de sus reflexiones que bajo el título de Las líneas de Chávez publica en diferentes medios nacionales y extranjeros, al destacar entre otras cosas: “El viernes nos enteramos de lo que en primera instancia parecía más un equívoco de los titulares que una noticia real: El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, obtiene el Premio Nobel de la Paz 2009. La primera pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué privó para que el afortunado fuese el presidente estadounidense y no alguno de los 205 nominados restantes'”
Y haciéndose eco de la opinión pública mundial, el Jefe del Estado venezolano emitierá su segunda pregunta: “¿Qué ha hecho Obama para merecer este galardón' Y a continuación respondió: 'El jurado valoró como rasgo determinante su deseo por un mundo sin armas nucleares, olvidando su empeño por perpetuar sus batallones en Irak y Afganistán, y su decisión de instalar nuevas bases militares en Colombia. Por primera vez asistimos a un merecimiento sin que el postulado haya hecho nada para merecerlo: premiar a alguien por un anhelo que está muy lejos de hacerse realidad”.
A la declaración del comandante Chávez se han sumado muchas voces más, como la del famoso cineasta, documentalista y escritor estadounidense Michael Moore, reconocido por su trayectoria progresista e indeclinable postura de rechazo a la globalización, a la transnacionales y a las guerras desatadas por Estados Unidos, quien hace pocas horas dirigió un mensaje a Obama en relación con el Premio Nobel que ha ganado, en el cual, entre otras cosas, dijo:
“La ironía de que se le haya otorgado este premio en el segundo día del noveno año de lo que se está convirtiendo rápidamente en su guerra en Afganistán no pasó desapercibido para nadie. Usted está realmente en una encrucijada: Declarar por terminadas las guerras de Bush y traer todas las tropas a casa, ahora. Eso es lo que un verdadero hombre de paz haría.”
Lo afirmado por Chávez y Moore expresa el sentimiento de la sociedad mundial, asombrada ante el hecho de que un hombre que no ha hecho nada a favor de la paz haya recibido ese premio, al tiempo que manifiesta, como señala el cineasta, que son los pueblos los llamados a decidir su destino “como lo hicimos nosotros -recuerdó- en 1776, los franceses en 1789, los cubanos en 1959, los nicaragüenses en 1979 y la población de Berlín en 1989. Una cosa es cierta, todas las revoluciones llevadas a cabo por personas que desean ser libres, en última instancia, deben lograr su libertad por si mismos.”
Y allí están los hechos que prueban el fracaso de quienes como Roosevelt, Wilson, Kennedy, Johnson, Reagan, Nixon, Bush y otros gobernantes yanquis que ayer pretendieron conquistar al mundo a través de la violencia, como hoy pretende hacerlo Obama, atizando las llamas de la guerra en Afganistán, amenazando a Irán y a Corea del Norte, apoyando la barbarie del sionismo en el Medio Oriente y sembrando bases militares en Colombia para invadir a sus vecinos, actitud que sólo deja espacio para el desencadenamiento de una espiral de muerte incontrolable.
Sólo basta recordar que a pocas semanas de asumir la Presidencia envió miles de soldados del infierno de Irak hacia el infierno de Afganistán, avivando las llamas de una guerra que cínicamente ha llamado “necesaria” y en la que diariamente mueren decenas de hombres, niños, mujeres y ancianos, víctimas de las balas de sus tropas y de los misiles que lanzan los “drones asesinos”, aviones no tripulados que bombardean poblados en Pakistán, país vecino al que extendió la guerra, para asesinar a dirigentes guerrilleros como Hakimulla Mehsud, a quien aseguró haber dado muerte y que ayer apareció sano y salvo, dispuesto a proseguir la lucha.
Y es que Obama, el que habla suavemente mientras esgrime un gran garrote, emulando a Theodore Roosevelt, ordenó bajo amenazas a su títere, el presidente pakistaní Zardari, lanzar una ofensiva contra el talibán en el Valle de Waziristan del Sur, fronterizo con Afganistán, acción que no logró éxito alguno y que provocó una crisis humanitaria sin precedentes con el éxodo de más de un millón de sus habitantes que hoy han vuelto junto con los combatientes del Talibán, que ahora se disponen a enfrentar una nueva ofensiva de las tropas del gobierno de Islamabad y el ataque de los “drones asesinos.”
El Mandatario yanqui acaba de aprobar hoy el envío de 13 mil soldados más a Afganistán para satisfacer la sed de sangre de sus generales que piden desesperadamente 40 mil soldados adicionales creyendo que así podrán evitar la derrota a la que están inexorablemente condenadas sus tropas, empantanadas junto con las de sus secuaces de la OTAN, al borde del fracaso como el padecido hace 34 años en Vietnam por ignorar las lecciones de la historia que enseña lo imposible que es vencer a un pueblo decidido a combatir por su libertad para expulsar de su suelo al ocupante.
Las amenazas de invasión y guerra contra Irán tampoco faltan en el discurso del Mandatario yanqui, quien sigue el mismo guión escrito para Bush Jr. por sus amos, las mentes tenebrosas que detentan el poder bajo las sombras, pretendiendo que el país persa suspenda su programa de desarrollo nuclear pacífico, acusando a Teherán de procurar la construcción de armas de destrucción masiva, en una maniobra parecida a la Estados Unidos usó para invadir a Irak hace 6 años.
En el Medio Oriente ha comprobado una vez más que está de parte del genocidio que adelanta contra el pueblo árabe el Estado sionista de Israel, su gendarme contra el pueblo árabe cuando, a través de su representante ante el Consejo de DDHH de la ONU, rechazó el informe de esa organización que acusa a los sionistas de cometer crímenes de guerra en Gaza durante la ofensiva lanzada hace 9 meses asesinando a más de mil 400 personas, en su mayoría, niños y mujeres.
En América Latina y el Caribe, Obama incumplió también la promesa hecha al asumir la Presidencia, al afirmar que el mundo ha cambiado y que “nosotros debemos cambiar con él”, porque no ha hecho lo que ha podido hacer para sacar del poder a los golpistas hondureños y ha irrespetado, llamándolos “hipócritas”, a los gobernantes progresistas que solicitaron su apoyo para restituir al presidente Manuel Zelaya.
Más al sur, en Colombia, el Mandatario estadounidense junto con su vasallo Álvaro Uribe negoció la instalación de siete bases militares en territorio neogranadino, enclaves considerados como una amenaza a la soberanía de sus países por la mayoría de los gobiernos de la región, porque en vez de estar dirigidas, como Washington y Bogotá alegan, a la lucha contra el narcotráfico, se enmarcan en los planes del Imperio para invadir la Amazonía.
Y es que es un insulto a la inteligencia premiar a quienes exhiben ese historial de guerras, invasiones y otros crímenes de lesa humanidad, como lo son los presidentes de Estados Unidos, tanto los que han ganado el premio Nobel de Paz como los que no lo han obtenido, porque como Obama lo único que han hecho es desatar guerras y jamás procurar la paz. Utopia en la que sólo creen firmemente y sueñan alcanzar quienes luchan por ese otro mundo posible.
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