Jorge Arreaza
Los eventos en Honduras dan fe del profundo temor de las oligarquías ante la inminencia del desarrollo de verdaderas democracias en América Latina. Nos referimos a la noción de democracia, que incluso coincide con aquella que asomó el ex Presidente de Estados Unidos, Abraham Lincoln: gobierno del pueblo, para el pueblo y por el pueblo. Sistema que es inviable dentro del marco capitalista, con su economía de libertad de monopolios, con su concentración de poder, con su confiscación de los medios de producción, con el secuestro de la toma de decisiones, con su democracia burguesa: careta tras la cual se consolida el poder de las oligarquías mediante la supuesta garantía de libertades públicas y procesos electorales que sólo sirven para perpetuar a los dominadores de siempre. Conformaron sociedades alienadas, enajenadas, entregadas al consumismo, desideologizadas, resignadas a la explotación, a la desesperanza. Sociedades de esclavos y sobrevivientes que comienzan a despertar y comprender que su articulación, su conciencia de clase, su organización, son los únicos caminos hacia la liberación, hacia la esperanza, hacia la confirmación de que el ser humano es parte de la Pacha Mama, y no una plaga que amenaza con desaparecerla. El socialismo real euro-soviético del siglo XX, fue también incapaz de generar una democracia verdadera. Confiscaron a los confiscadores, pero fueron incapaces de generar mecanismos de transferencia de ese poder. A la postre, desarrollaron una especie de capitalismo estatal que fortaleció una casta burocrática y dejó, una vez más, al pueblo alejado del gobierno y el poder. La década final del siglo XX, aquella del fin de la historia y de las ideologías, fue paradójicamente útil para que los pueblos retomaran las luchas, revisaran los errores del pasado y decidieran aprovechar lo que posiblemente representa en sí misma. Las relaciones humanas, las relaciones de producción, deben ser radicalmente transformadas, socializadas, redefinidas, con el fin de darle viabilidad y armonía al ser humano en este planeta. La igualdad, el bien común, la libertad, la justicia, deben ser causas y consecuencias de la transformación indispensable. Este resurgir de la humanidad se desarrolla en todos los espacios, en todos los pueblos, en el norte, el este, el oeste, pero sobretodo en el Sur. El epicentro de esta revolución definitiva se encuentra en Nuestra América, en la Abya Yala. Hay en nuestras tierras y sociedades despertares por doquier: unos súbitos, otros producto de luchas ancestrales. Dentro de este gran proceso de reorientación, la vanguardia se encuentra indiscutiblemente en los pueblos y gobiernos de los países de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en cuyo espíritu, teoría y praxis, se sintetizan todas las luchas liberadoras, todos los sueños de justicia y todos los caminos hacia la igualdad. El objetivo de este momento histórico es la entrega del poder a los pueblos, para que en colectivo se decida, se planifique, se gobierne, se construya y se desarrolle integralmente la humanidad. El sistema de gobierno que le brindará la mayor suma de felicidad posible a su pueblo, no es otro que el gobierno del pueblo mismo. La misteriosa incógnita del hombre en libertad, sólo puede ser despejada una vez que ese hombre, esa mujer, ese colectivo, tenga el poder en sus manos y lo use en la búsqueda del bien común. Estos procesos, ya en construcción en Nuestra América, tan sólo al enunciarse ponen en riesgo el poder de los concentradores, de los explotadores, de los acaparadores de vida, alegría y libertad. Al desarrollarse, no sólo pondrán en riesgo, sino que comenzarán a desmontar esos entramados de poder elaborados a partir de la injusticia, de la desarticulación social y de la miseria de los muchos. Al desarrollarse y concretarse, harán desaparecer del todo y para siempre, esos sectores burgueses, antihumanos, que han generado la más espantosa desigualdad y la mayor suma de tristeza y sufrimiento imaginable. En la Honduras de Zelaya, apenas se había entrado en la fase del enunciado de los objetivos sociales y políticos de un pueblo que ha sido sometido a dictaduras fascistas y a gobiernos burgueses neoliberales, generadores de miseria, frustración y pesares generales. Tan sólo se le ocurrió al Presidente Zelaya adherirse a la Alianza Bolivariana, comenzar a gobernar para los desposeídos, empezar a darle espacio a los excluidos, tratar de pulsar la opinión de su pueblo para darle el ritmo correspondiente a las reivindicaciones sociales imprescindibles, cuando la oligarquía capitalista instalada tiránicamente en cada uno de los poderes constituidos centrales (salvo en el Ejecutivo), reaccionó de la manera más ortodoxa y despótica posible: el Golpe de Estado militar – mediático - patronal. Algo semejante ocurrió en la Venezuela del 2002, aunque en nuestro país ya el proceso constituyente había avanzado, con su Constitución, con sus leyes, ya comenzaban a desarrollarse los cursos de acción para alcanzar los objetivos, mientras que en Honduras, insistimos, apenas se enunciaban. La oligarquía hondureña, con el respectivo soporte imperialista, actuó de acuerdo a su naturaleza egoísta y antidemocrática, tratando de evitar que se de el primero de miles de pasos para construir el poder popular y avanzar hacia la justicia social. Así como Washington lanzó ataques preventivos contra supuestos “terroristas” en Afganistán o Irak; así como los sionistas atacan “preventivamente” al indefenso pueblo palestino; asimismo la oligarquía hondureña, ante la simple la posibilidad de que se activara el proceso constituyente popular originario, decidió atacar “preventivamente”, para evitar el despertar inexorable del pueblo de Morazán. Es decir, la burguesía Hondureña, gracias a la correlación de fuerzas favorable en los poderes constituidos, decidió abortar la gestación de una Patria Nueva. Se devela así el sentimiento de esta élite hacia su pueblo: miedo, terror, pavor, pánico. Saben bien que de preactivarse el proceso constituyente, ese pueblo noble sabrá abrir las puertas y caminos para protagonizar su destino y generar una sociedad digna, libre de dominación y explotación, dónde lo único que se concentre sea el amor, la libertad. Le temen al fantasma reivindicador del poder popular, le temen a la fuerza de los hombres y mujeres al socializar, le temen a la pérdida de sus privilegios y de su capacidad para explotar y enriquecerse.¡Oligarcas temblad! La correlación de fuerzas positiva en el poder constituyente hondureño y el apoyo pleno del sistema internacional, impulsado por los países del ALBA, se conjugan para revertir el zarpazo fascista – capitalista y volver a generar las condiciones para que el pueblo hondureño siga su camino hacia la liberación. La alerta popular debe ser permanente. Zelaya no es Zelaya, es la expresión genuina y colectiva del pueblo de Honduras, de los excluidos, los relegados, los invisibilizados. Su restauración, será la restauración de la dignidad, de la verdad, de la esperanza, de la libertad, de la democracia participativa, directa, real. Un fantasma recorre el mundo: el fantasma del poder popular. Todas las fuerzas de las oligarquías y el imperialismo se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: hagan lo que hagan, ¡No pasarán!
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