Osly Hernández
Considerando los acontecimientos que se desarrollan a escala regional, resulta necesario que los militantes de izquierda nos avoquemos a la tarea de construir algunos análisis que permitan develar lo que realmente se esconde detrás del golpe de Estado en Honduras. En ese sentido, hemos leído o escuchado algunos argumentos que apuntan hacia la posibilidad de que lo ocurrido en tierras centroamericanas pudiera ser un ensayo que le permita al imperio medir la capacidad de respuesta de los nuevos organismos internacionales creados para la integración latinoamericana, ante un golpe. Otros sectores, coincidiendo con esta postura, agregan que otra variable a medir por los intereses capitalistas es la capacidad de respuesta del movimiento popular, los niveles de solidaridad e incluso identificar las estrategias empleadas para derribar el cerco mediático que suele acompañar los golpes de nueva generación. Ahora bien, revisando el contexto en el cual se desarrolla la acción, algunos otros elementos deben ser tomados en cuenta: Yéndonos a los hechos recientes que anteceden al golpe de Estado, encontramos que en nuestr región se estaban desarrollando dos discusiones muy importantes: la primera, el fortalecimiento del ALBA que, además de recibir a nuevos países, marcó un momento histórico al rechazar las conclusiones de la “Cumbre de las Américas” por no contemplar el cese del bloqueo a Cuba ni las acciones concretas frente a la crisis del sistema capitalista, además de dibujar la posibilidad de separación de los países latinoamericanos de la OEA. Es ésta la segunda discusión. En los últimos meses, se han hecho duros cuestionamientos al modo de funcionamiento de la OEA, cuerpo que, hasta el momento, servía de parapeto para justificar las reiteradas intervenciones del gobierno yanqui en nuestros pueblos. Sin embargo, desde la llegada de Obama al poder, se han hecho algunos esfuerzos por revivir al moribundo cuerpo. La seña más evidente fue la “repentina” consideración de incorporación de Cuba, propuesta rechazada por el país caribeño. Ahora bien, de repente, surge un golpe de Estado en Honduras. Las respuestas de los países del ALBA y UNASUR (cuerpos impulsados por gobiernos de izquierda) se hacen inmediatas pero, extrañamente, observamos como el gobierno de Estados Unidos primero y la OEA después, se deslindan del hecho y dan pleno apoyo al gobierno “democráticamente electo” de Manuel Zelaya. Extrañamente, por primera vez en la historia, se indignan frente a un golpe contra un gobierno progresista, en uno de los países donde reposan no pocos intereses militares del Norte. Extrañamente, por primera vez, se ofrecen no de mediadores, sino de custodios, junto con la ONU, para la entrada de Zelaya a su país. Extrañamente… Resulta evidente que esto no ocurre de manera inocente, lo que nos lleva a preguntarnos ¿qué se esconde tras el repentino ataque de solidaridad de la OEA y de su tutor, el gobierno de los Estados Unidos? Revisando los acontecimientos, además de compartir los análisis antes mencionados, el principal interés de los Estados Unidos pudiera estar en la necesidad de recuperar la imagen de la OEA como organismo que ayuda a resolver los conflictos en América, como medida desesperada para frenar la matriz de su desaparición y devolverle su utilidad para el continente y, así, impedir el avance de las instancias impulsadas por los gobiernos de izquierda que facilitan la consolidación del proyecto político bolivariano: la unidad hispanoamericana. Este escenario favorecería la posibilidad de reabrir la discusión de si la OEA debe desaparecer o no, punto que se divisaba superado. Este escenario, coloca de nuevo a Estados Unidos -a través de sus organismos multinacionales- como el gran salvador del conflicto y como un posible aliado, manteniendo viva la tesis del panamericanismo que tanto daño ha hecho a los intereses de nuestros pueblos y que viene siendo combatida desde los tiempos Bolívar, quien siempre planteó que la flexibilización de las posiciones frente al país del Norte harían perder el proceso de unificación, tal como ocurrió con el Congreso de Panamá. Si leemos la historia con sentido crítico, para aprender de ella, creo que es delicado el hecho de permitir la intervención de estos organismos en la resolución del conflicto en Honduras, sin tener en cuenta sus consecuencias. Y si a esto le aderezamos la posibilidad que ante la radicalización del conflicto se plantee la intervención de los “cascos azules” para rescatar el hilo constitucional hondureño, quizá pudiéramos estar dejando el control pleno de la situción en manos del imperio y hechando por la borda los esfuerzos de independencia avanzados. Más acertado pudiera ser, quizá, aprovechar el momento para consolidar alianzas en materia de defensa desde nuestros propios organismos internacionales, como el ALBA, por ejemplo, o despertar la discusión de la organización de los pueblos con el mismo fin. Es evidente que decisiones como éstas resultan un poco complejas por el debate que debe anteceder, pero de no abrirlo en este momento y plantearlo como un escenario posible, podríamos estar retrocediendo todos los esfuerzos hechos por lograr mayores niveles de conciencia para la identificación del enemigo común: el imperio norteamericano y su sistema capitalista, sobre todo con aquellos países de centro izquierda que continúan creyendo que el gobierno de los Estados Unidos “no es tan malo”, entrampando el proceso de unidad. Los pueblos del mundo estamos cansados de heroísmos a lo gringo y estamos dispuestos a defender con la vida los procesos que venimos consolidando de la mano de nuestros líderes. Creo que debemos confiar en esa conciencia, que también viene siendo cultivada en nuestros cuerpos militares, y gritarle al mundo que nuestra América latina ya no tiene fronteras y nos lanzamos a la defensa de cualquiera de nuestros hermanos porque nos asiste el derecho, incluso ancestral, de hacerlo.
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