jueves, 4 de diciembre de 2008

Sean Penn sobre su visita a Venezuela: Montaña de víboras (I)

Sean Penn

Son numerosas las desventajas de ser un escritor sobre el que a menudo escriben. Comencé con una llamada entusiasta a mi madre, de 81 años; esperaba compartir mi entusiasmo por un trabajo en el exterior. “Hola mamá…”. “Ya sé”, dice, “Estás en Júpiter, está en todo el Internet. ¡Dicen que estás retozando con el presidente del planeta! ¡Dicen que es anti-Tierra! Sean, ¿por qué tu cabello sale tan grande en las fotos?”. Pensé: “¿Falta de gravedad?”. “¡Eso fue lo que dijo Hannity1!”, dijo mi madre. Parece que las películas estadounidenses son muy populares en lugares lejanos, y uno debe bailar un poco para evitar historias más hiladas que la verdad que uno intenta contar. Sin embargo, también hay grandes ventajas.
He pasado gran parte de mis 48 años expuesto al ojo público en diferentes grados y en muchas ocasiones me he sentado en la fila del frente de la cultura popular y política. Puedo hablar de primera mano, y hasta he sido testigo, de medios a menudo mentirosos, imprudentes y satanizadores. Sí, en muchos casos, el humo sería una señal precisa de fuego, pero el hecho es que nuestros más respetados medios impresos y televisivos son, en parte, fabricadores conscientes de engaños. En un caso, tengo evidencia fotográfica. Apareció ampliamente en las noticias que había comisionado a mi propio fotógrafo para autopromocionar mi participación en Nueva Orleáns junto a muchos otros voluntarios tras la desgracia de Katrina. Sencillamente, eso no sucedió así. Si bien la noción de autopromoción no se me ocurrió, más tarde lamenté no haber tomado algunas fotos de la devastación que vi. Probablemente llevaré a alguien conmigo para documentar la próxima cagada de los medios o del gobierno. Mientras tanto, reto a cualquiera a buscar las pocas fotos que fueron tomadas por los foto-reporteros que se han tropezado conmigo, y a encontrar una sola que haya pasado la prueba de mi escrutinio narcisista. Pero un beneficio mayor a la perspectiva ofrecida por este espectador sentado en la fila del frente es que ser una figura pública, que incluye una mente abierta a las cualidades de otros países, puede brindar un acceso impresionante.
¿Quién lo hubiese pensado? Ahí estaba yo con el cabello más largo del planeta. Oh yeah. Un cabello largo, largo. Eso pasa en el trópico, crece, y crece bastante. Y ahí estaba yo con mi largo cabello estadounidense buscando la fe en la democracia de mi país en el lugar más inverosímil. Sentado en el Salón de Protocolo en el Palacio de Convención del distrito Miramar en La Habana, todo lo que tenía que hacer era decirle al hombre con gafas sentado en la silla frente a mi en traje militar que estas palabras no serían publicadas hasta después de las elecciones estadounidenses. Y con eso, en la primera entrevista concedida a un periodista extranjero desde el comienzo de la Revolución Cubana de 1957, el presidente Raúl Castro sonrió calidamente y simplemente dijo: “Queremos a Obama”. Su renuencia inicial se debió a la preocupación de que el apoyo de un Presidente cubano podría ir en detrimento de la candidatura de Obama. Y aquí es donde entra la fe: si bien Obama podría convertirse en el décimo primer Presidente estadounidense en la larga historia del reino de los hermanos Castro, a pesar de las relaciones tumultuosas entre Estados Unidos y Cuba desde lo que Henry Cabot Lodge llamó “la amplia política”, como una justificación de las violaciones estadounidenses a la enmienda Teller a finales del siglo XVIII; a pesar de los múltiples intentos de asesinatos de la CIA contra Fidel, su hermano mayor, las tácticas de desestabilización de Robert F. Kennedy y la Bahía de Cochinos, la Enmienda Platt con la toma de la Bahía de Guantánamo, e incluso a pesar de un embargo (de hecho, es un bloqueo) interminable e injustificado de Estados Unidos contra Cuba, aquí estamos en 2008, y Raúl Castro dijo que si el pueblo estadounidense, que hoy apoya al candidato Barack Obama, continúa apoyando al presidente Barack Obama, entonces “se podrían lograr avances importantes y productivos en Cuba y el mundo”.
En lo que pensaba sería una breve entrevista, saqué de mi bolsillo los restos cada vez más reducidos de mi pequeña libreta de notas. Una vez más, Castro sonrió y me pasó una nueva libreta. Pasaríamos juntos las próximas siete horas.
Dos semanas antes
Luego de haber pasado varios canales, vi en CNN la disertación de Glenn Beck sobre el colapso de Wall Street. Según el autoproclamado “pensador”, no hubo peros ni condiciones al respecto. El fracaso de Wall Street “no fue un fracaso del capitalismo de libre mercado”, sino más bien de la “avaricia”. Recuerdo a un grupo de “pensadores” negros y blancos en mis días de escuela que utilizaban un discurso superficial en para llamar la atención. Y al igual que ellos, Glennie ignoraba la manera de atraer la máxima atención. El capitalismo de libre mercado y la avaricia en las manos de los humanos son, de hecho, un matrimonio que no puede escaparse del demonio. Son un solo cuerpo. Podemos decir que Ronald Reagan marcó el final de la era Roosevelt, y quizás, que Barack Obama podría marcar el fin de la era Reagan. Pero históricamente, nuestro sistema ha sido un columpio, llegamos hasta arriba y luego bajamos, casi colocando los pies sobre la tierra, luego nos columpiamos hacia arriba otra vez de cara al viento, pero cuando bajamos nunca lo hacemos lo suficiente como para recoger a los hombres y mujeres en el piso. Es un ciclo humano sujeto a un ciclo monetario. Pero con la explosión poblacional mundial, parece que ponemos la cadena y el asiento más alto en cada ciclo. Cada vez se quedan más personas debajo del columpio. En los últimos días de la campaña presidencial de este año, la protesta de la derecha y el llamado de la izquierda han rejuvenecido los miedos, las posibilidades, los valores y la necesidad de considerar aspectos del socialismo.
Como estadounidenses, somos ciudadanos de una sociedad compleja, y la aspiración, al menos, es pensar con la complejidad que la iguale. En el mejor de los tiempos, en mi vida como estadounidense, ha habido muchos Estados Unidos. Está el Estados Unidos de la elite rica y corporativa, un Estados Unidos de las clases media y media baja, y los millones de pobres, plagados de desempleo, educación inadecuada, salud inadecuada o inexistente, prejuicios raciales, y una filosofía económica de gotera, donde lo que gotea cae y se recicla antes de llegar al fondo. Es lo que, en mi primera reunión con el presidente de Venezuela Hugo Chávez, el describió como “una sociedad insostenible”. ¿Debería nuestro país temer al socialismo mientras avocamos ciegamente por el capitalismo? ¿Existen modelos de economías sustentables? ¿Preferimos la insustentabilidad para cambiar, si cualquier aspecto de ese cambio puede ser definido como “socialista”?
Un 11 de septiembre, día martes, Estados Unidos financió el golpe que derrocó y asesinó al líder socialista democráticamente electo de Chile, Salvador Allende, en 1973. Y nuestro ilustre secretario de Estado, Henry Kissinger, celebró “la victoria” instalando al general Augusto Pinochet. Este ha sido nuestro patrón desde principios del siglo XIX para intentar satanizar a los líderes socialistas, desestabilizar países socialistas, y ejercer la voluntad de la banca estadounidense y de los intereses sobre la materia prima de esos países (Nicaragua, Guatemala, El Salvador, Chile, y más notablemente, Cuba). Pero quizá más que nunca, es del propio interés de Estados Unidos reeducarse y colaborar, ya que las caras humanas del socialismo se reflejan cada vez más en nosotros.
Pero he aquí la cuestión: No soy socialista. O al menos no completamente. Como estadounidense, tengo algo de Al Capone en mi. Me gusta la idea del logro individual. Pero no en contra de un contexto de opresión desesperanzada.
El guionista David Mamet planteó una noción en un monologo pronunciado por el personaje de Al Capone en su guión para Los Intocables:
Un hombre se convierte en preeminente; se espera de él que tenga entusiasmo. Entusiasmo. ¿Cuál es el mío? ¿Qué me llama la atención? ¿Qué me da felicidad? El béisbol.
Un hombre se para solo en el home. ¿Es el tiempo para qué? Para el logro individual. Ahí está solo, pero en el campo ¿qué es? Es parte de un equipo.
Mira, lanza, atrapa, corre, es parte de un equipo. Batea solo todo el día: Babe Ruth, Ty Cobb, y así. Si su equipo no fildea… ¿Me entienden? ¿Qué es él? Nadie. Un día soleado, las gradas están llenas de fanáticos. ¿Qué tiene que decir? ¡Saldré ahí solo, pero no llegaré a ningún lado a menos que el equipo gane!
Entusiasmo. Soy entusiasta por explorar el socialismo. El logro personal. Bueno, en este caso, espero lograr el interés continúo de los lectores.
El principio
En 2005, en un viaje de navidad a Cuba bajo los auspicios del turismo religioso, mi esposa, nuestros hijos y yo fuimos recibidos en una reunión de medianoche con el entonces presidente Fidel Castro y el gran novelista colombiano y premio Nobel Gabriel García Márquez. Antes de nuestra salida de Estados Unidos, me senté con mis hijos a ver documentales sobre la Revolución Cubana. En particular, mi hija se había ofendido por la historia de opresión hacia los homosexuales en Cuba, y había dejado claro a su padre que si le ofrecían la oportunidad de reunirse directamente con Castro, se negaría. Márquez nos invitó a su casa. Entramos y ahí, solo en la sala, estaba sentado Fidel Castro. Tras la sorpresa de la reunión, mi hija educada y de 14 años tomó su lugar en la sala y espero su turno para atacar.
Fidel me agarró por el brazo y me sentó a su lado. Comenzó la conversación preguntándole a mi hijo, entonces de 12 años, sobre el plan de estudios en su escuela pública. ¿Sabía cuán lejos estaba la Tierra del sol? ¿Sabía la diferencia entre kilovatio y voltaje? El interrogatorio siguió por media hora, y el porte de Castro era el de un abuelo estricto, escondiendo su afectuosa sonrisa detrás de sus labios mientras demandaba conocimiento con curiosidad. Me pareció que podía sentir la conducta fría de mi hija. Y justo en el momento apropiado, todavía sin una palabra de ella, le preguntó qué le molestaba. Ella respondió: “¿Por qué no le ofrece los mismos derechos humanos de los heterosexuales a los homosexuales en Cuba? ¿Por qué los ha perseguido?” Estaba lista para la pelea, pero ninguna pelea estaba próxima. Ni siquiera una señal de defensa. Castro no parecía impresionado por la pregunta, y pacientemente explicó que la homofobia no había sido inventada en Cuba, pero tenía profundas raíces culturales, y que él y la Revolución tenían muchos errores como resultado. Pero que había una evolución en el proceso de cambio. Y que a pesar de que todavía se cometen errores, ha habido un crecimiento tremendo. (En 1979, Cuba abolió las leyes anti-sodomitas. Hoy en Cuba, la afirmación de las uniones de un mismo sexo está programada para 2009, sobrepasando así las reformas sociales de Estados Unidos, y las cirugías de cambio de sexo son bienvenidas en el servicio de salud pública). Desarmó a mi hija y había llegado mi turno.
Castro había leído artículos que yo había publicado en San Francisco Chronicle productos de mis viajes a Irak y Afganistán. Hablamos por tres horas o más, y la pasión de esta figura dinámica de la historia había intensificado mi creciente interés en la historia de América Latina. Antes de partir, nos tomamos algunas fotos juntos, y con Fidel parado en su traje de faena y gorra verdes, un brazo alrededor de mi hijo y el otro alrededor de mi hija, todos sonrientes. Dije: “Comandante, cuando la gente vea esta foto, van a bromear diciendo que estoy criando a mis hijos para que sean revolucionarios”. Me respondió: “Esa es la segunda mejor cosa que puedes hacer. La primera es que se pongan las batas blancas de doctores”. Decidí no hablar sobre esta reunión hasta que el misterio de mi interés se aclarara.
Ese año, en agosto de 2005, Pat Robertson, durante su programa 700 Club, expresó su voluntad y dijo que Estados Unidos debería asesinar a un Jefe de Estado democráticamente electo, Hugo Chávez en Venezuela. Pensé, ¡por fin! Robertson puso una soga sobre su cuello, se paró de su enclenque silla y su propio odio lo sacó de la jugada. Pero me equivoqué. Los comentarios del evangelista con vínculos cercanos con la Administración Bush crearon un escándalo internacional. Aquí en casa fue una historia de dos o tres días recordada y enmarcada como si sólo hubiese sido una simple y tolerable metida de pata política. Aunque no redujo el rating de Robertson, al menos sí transmitió la voluntad de los medios estadounidenses para satanizar a enemigos percibidos (énfasis en percibidos). Y aunque los comentarios de Robertson fueron tan ridículamente obscenos como para provocar mucho apoyo público en Estados Unidos, proyectan una luz brillante sobre la vulnerabilidad de un público estadounidense que invierte creencia en la satanización infundada de los medios contra líderes extranjeros, particularmente contra aquellos en países con enormes reservas petroleras, o con propiedades geográficamente estratégicas. A pesar de los recientes y devastadores tropiezos de la Administración Bush en Irak, principalmente debidos a la complicidad e ineptitud de la prensa estadounidense (de derecha e izquierda) que vendió una imagen de Hussein en posesión de armas de destrucción masiva, y la ficción de sus vínculos con Al Qaeda, nuestro país se ha vuelto tan temeroso como para aceptar cualquier oportunidad de identificar, sin evidencia, “amenazas” fuera de nuestras fronteras. Así ha sido transformada nuestra credulidad y desesperación para ventilar nuestra propia hostilidad interna. Todavía éramos peones en el juego, dispuestos a ser explotados bajo presión.
Lo que es mucho más perturbador es que la retórica de ataques infundados no se limita a los jefes de Estado extranjeros, y tampoco se limita a las voces de los mordaces predicadores y expertos. La gobernadora Sarah Palin, candidata republicana a la Vicepresidencia, pasó los meses finales de la campaña en un llamado a las armas virtual de sociopatas en sus ataques verbales contra el candidato demócrata Barack Obama. Calificar el contacto de Obama con Bill Ayers de “andar con terroristas” es igual a decir que Paralax Corporation utiliza una especie de pesca de arrastre para juntar y provocar a todos los psicópatas homicidas y romper sus cadenas. Mi hermano
Fernando Sulichin es un productor fílmico argentino independiente. Lo conocí a finales de los ochenta en París gracias al director Spike Lee. Fernando y yo nos mantuvimos en contacto y a finales de 2006 me llamó desde Caracas, donde estaba adelantando trabajos para un documental que Oliver Stone iba a dirigir. Después de una breve conversación, Fernando pudo asegurarme que tendría acceso al presidente Chávez si iba a Caracas. Me subí al próximo avión.
Cuando aterricé en Caracas, fui recibido por asistentes de Andrés Izarra, presidente de Telesur, la televisora suramericana que sigue el modelo de CNN. Andrés Izarra había sido anteriormente Director de Programación de Radio Caracas Televisión (RCTV), pero en 2002 los partidos de oposición y el Departamento de Defensa estadounidense financiaron un intento de golpe contra la Administración de Chávez. RCTV, al igual que los demás medios en radio, impresos y televisión, era objetivo primario de los agentes golpistas. Las estaciones fueron tomadas, y cuando Izarra recibió ordenes de no transmitir la respuesta chavista, renunció en protesta. Esta acción luego llevaría a un Chávez reinstalado a nombrar a Izarra ministro de Comunicación de su gobierno. Su inminente matrimonio con una mujer de la parte opositora generó suficiente escrutinio para que fuese obligado a renunciar a su puesto de Ministro, y tomara control de Telesur. A principios de este año, fue reinstalado como Ministro de Comunicación.
Los asistentes me dejaron en el Hotel Caracas Palace, frente a la plaza Altamira. En la plaza, había manifestantes, cerca de 200 obscenidades fuertes gritadas y eslóganes antichavistas frente a las cámaras de los medios. Se reportó ampliamente que el presidente Chávez había “cerrado” RCTV, canal que se había convertido en la primera televisora de oposición en Caracas. Esta acción fue vendida como evidencia de las políticas de censura de un gobierno totalitario contra la libertad de expresión y prensa, y que produjo la ira de los defensores de la libertad de prensa locales y extranjeros, incluyendo a Reporteros Sin Fronteras. De hecho, RCTV, como todas las televisoras, tenía una concesión limitada. Como una televisora que diariamente alentaba un golpe y hasta el asesinato del presidente Chávez desde su elección en 1998, el gobierno simplemente decidió no renovar esa concesión en particular. Incluso, en 2002 un golpe contra Chávez tuvo lugar. Fue planeado por los magnates petroleros y de los medios, con financiamiento adicional de organizaciones estadounidenses como USAID y NED. Documentos oficiales absolven a la CIA de cualquier participación, pero confirman que dirigieron fondos en apoyo al golpe para “la promoción de la democracia” por orden de, y en consulta con el Departamento de Defensa estadounidense. Faltan sólo minutos para ver la verdad de la historia, y conciente de que en Estados Unidos, si productores, directores de programas y anclas promueven el asesinato de nuestro Presidente, no sólo serían sacados del aire, sino que además hubiesen sido enviados a correccionales federales.
Eran los once de la noche. Los asistentes de Izarra me advirtieron que Caracas no era una ciudad en la que un estadounidense solo se aventurara a esa hora, y que debería esperar hasta mañana para salir a caminar. Fui a mi habitación del hotel y encendí el televisor. Coincidencialmente, estaba Bill O'Reilly transmitiendo desde Fox en Estados Unidos, condenando al “dictador” venezolano. Como era mi hábito, cambié los canales, pero no antes de pensar: “Vaya… creí que Chávez censuraba este tipo de cosas”. Dos canales más adelante, estaba la estación de noticias venezolana transmitiendo en vivo desde el lugar de la manifestación frente al hotel. Manifestantes sin máscaras gritaban a la cámara “¡Chávez es un cerdo!”. Aparentemente este tipo de discurso era permitido sin temer al arresto. Apagué el televisor y dejé que la libertad de expresión se colara por la ventana y me pusiera a dormir.
Amanecer y teléfonos celulares
Eduardo Rothe es un foto-reportero que ganó el Premio Nacional de Periodismo por su cobertura de la guerra de Vietnam. Fernando había hablado con él para que me ayudara a salir por ahí y ver algunos puntos de interés mientras mataba el primer día esperando la llegada de Fernando. Eduardo se apareció con un conductor y un vehículo 4x4. A pesar de que han pasado varios años desde sus retorcijones de estómago en las selvas de Vietnam, Eduardo todavía llena el arquetipo del periodista rudo y que se ensucia hasta los pies. La barriga creció un poco y el cabello se tornó gris, pero parecía estar listo como nunca estuvo. Me hizo pasar a la parte trasera del vehículo y saltó al asiento al lado del conductor. Le pedí que me llevara a la selva más cercana. Pareció gustarle la idea, e instruyó al conductor con aplomo. Fue entonces cuando me incliné hacia los dos asientos delanteros para ver la ciudad a través del parabrisas, y me percaté de las armas en las cinturas de los dos hombres. A pesar del cliché de que una sociedad armada es una sociedad educada, Caracas, evidentemente, había perdido el memo. La taza de homicidios y secuestros estaba en niveles record. Cuando íbamos hacia la montaña, pasamos una gran instalación hospitalaria, el Hospital Cardiológico Infantil, cuya única misión es ofrecer servicios de cardiología pediátrica. Virtualmente cualquier niño o niña de Venezuela y en América Latina recibe tratamiento gratis ahí. Chávez había inaugurado el centro en agosto. Pensé, que descarado este tipo llamado Chávez. ¿Cómo se atreve a ofrecer cuidado a los niños y niñas? ¿Será que instituciones como esta son la fuente de la hostilidad de Pat Robertson? Si el gobierno pone doctores a la disposición de ellos, ¿qué podría pasar con la gloria de Dios y el triunfo de las caridades cristianas? Ahora lo entiendo.
Salimos de la ciudad a través de las montañas y hacia la costa. Casi cinco horas después, estábamos en Caruao, donde seguí a Eduardo hacia una granja de cochinos, y luego del camino adyacente a los cochinos, hacia la selva. Cruzamos algunos arroyos angostos, y luego escalamos casi dos kilómetros de colinas de la selva hasta llegar al Pozo del Cura, una cascada y pozo para nadar. No se comparaba con el Salto Angel, ubicado al sureste del país. Pero después del calor y sudor de un viaje de cinco horas, seguido de una hora de caminata, parecía un beso de Dios para mí. Me desvestí y salté. Cuando íbamos de regreso, nos detuvimos por pollo y plátanos, que pasamos con ron cubano en un restaurante al aire libre y rodeado de selva y miles de especies de aves.
Cuando regresé al hotel, estaba exhausto. Tenía una copia de la Constitución venezolana, y un documental irlandés sobre Chávez y el golpe de 2002 llamado La revolución no será televisada. Exhausto como estaba, puse el DVD pensando que vería solo un pedazo, me quedaría dormido y recogería mis pedazos en la mañana. Pero me cautivó. La verdad de lo que sucedió en Venezuela en 2002 no tenía ningún parecido a los reportajes de la prensa estadounidense. Los manifestantes chavistas y antichavistas fueron llevados a un conflicto en las afueras del Palacio de Miraflores por organizadores de oposición. Se reportó que los seguidores de Chávez habían abierto fuego contra civiles, cuando, de hecho, fueron francotiradores de la oposición quienes habían iniciado un tiroteo que dejó 19 muertos y 60 heridos. El Palacio había sido invadido, Chávez hecho rehén a la fuerza y sacado de la capital en avión por los conspiradores. En las siguientes 48 horas, 12 personas fueron asesinadas en redadas de la policía y en manifestaciones esparcidas por toda la ciudad. Mientras tanto, en Estados Unidos, funcionarios de la Administración Bush aparecieron en CNN alabando lo que prematuramente asumieron que había sido un golpe de Estado exitoso. Pero cuando en los barrios se enteraron de lo que estaba sucediendo, cientos de miles de venezolanos pobres salieron a la calle para exigir el regreso de Chávez sano y salvo. No se lo negarían. Chávez regresó al poder rápidamente. Me sentí tan estimulado viendo el documental que antes de ir a dormir esa noche, leí la Constitución venezolana de cabo a rabo dos veces.
Desperté temprano la mañana siguiente y di un paseo a pie. Caracas reposa dramáticamente al pie del Ávila. Bloques y edificios van de un moderno y brillante horizonte metropolitano al mal estado. Si bien fui prevenido de sus riesgos potenciales, esta ciudad, ubicada a veinte minutos de su costa caribeña, se siente tan hospitalaria como cualquier gran ciudad en Estados Unidos. Caminé hasta que las santamarías fueron levantadas, entré a la tienda por departamentos más cercana, y compré algunos monos con la idea de poder trotar en la tarde. Estaba esperando a Fernando Sulichin que llegaría de las Filipinas a las 11:00 a.m., así que regresé al hotel atravesando las calles de Caracas. Encontré a Fernando en el café, derrotando el jet lag con un gran vaso del mejor café venezolano.
La sonrisa maliciosa de Fernando tomó un último sorbo y me saludó: “Mi hermano”. Me senté, ordené un café y me dio el itinerario básico. Llegué a saber que los itinerarios sujetos al acceso a un Jefe de Estado pueden ser algo inconstantes, así que escuché: “Hermano, la mayor parte de este día, descansaremos. Tengo que descansar. He estado lidiando con un loco director vietnamita en las Filipinas. Al Qaeda amenaza con secuestrar a nuestro actor principal y voy a tener que dejarte mañana al mediodía para regresar”. No era una historia impactante de la filmación caótica de una película. Parecía que Fernando siempre estaba involucrado en filmaciones caóticas. El argentino mitad judío una vez tuvo que convertirse al Islam con cuatro meses de estudio en Arabia Saudita para obtener la aprobación de Spike Lee y utilizar la Meca como una locación para filmar. También había trabajado con Oliver Stone en un documental sobre Fidel Castro, y una vez en Ramallah, en medio de una incursión israelí, en su intento por entrevistar a Yasser Arafat. Fernando es un hombre colorido. Luego de un descanso, me sugirió hacer un poco de ejercicio en el gimnasio del hotel, y luego cenaríamos con Andrés Izarra, su esposa y algunos amigos. Me dijo que el presidente Chávez estaba al tanto de mi presencia en Caracas y que una reunión podía darse en cualquier momento, y que debería estar listo para eso. Fui a mi cuarto y revisé algunos periódicos en idioma español, luego tomé una siesta.
Cuando desperté, salí a trotar. Corrí kilómetros, esquivando autos y motos, enviando mensajes a amigos en Europa y buscando señales del mundo hitleriano descrito en la prensa estadounidense. En lugar de eso, me encontré en un lugar no muy diferente al centro de Los Angeles en hora pico. Cuando regresé al hotel encontré a Fernando ya descansado, en una caminadora y sudando. “¡Hermano!” Me senté en un banco, agarré unas pesas y jugué con ellas un rato. Después de que nos bañamos, Andrés, su esposa Isabel, y otros amigos nos recogieron a Fernando y a mí en el hotel. En este punto, debería reiterar una pequeña diferencia entre Caracas y Los Angeles. Virtualmente TODOS los conductores, incluyendo los que nos recogieron en el aeropuerto la noche anterior, y los que nos llevan al restaurante, manejan con armas pequeñas o armas de combate compactas a su lado. Subimos al Ávila, y a un restaurante desde donde se podía ver Caracas, y las 68 millones de luces fluorescentes que habían reemplazado a los bombillos incandescentes, en cumplimiento del Protocolo de Kyoto, iluminaban la vista. Desde esa posición, uno puede imaginar a salvo esta ciudad en momentos más difíciles, explotando en fuegos, disturbios y armas. En febrero de 1989, la administración de Pérez elevó el precio de la gasolina, y el aumento resultante en los precios del transporte público desató disturbios y saqueos en lo que se conoció como el Caracazo. El presidente Pérez ordenó a sus tropas salir a la calle. Abrieron fuego y asesinaron a cientos de civiles de esa ciudad, y por ello, abrieron la puerta para la Revolución Bolivariana de un joven teniente coronel que se convertiría en Presidente.
Andrés ordenó una comida deleitable, y media hora después de comenzar a cenar, sonó su celular. Se paró de la mesa y conversó en privado por unos minutos, luego me llamó. Sabía quien estaba en el teléfono. Sabía que solo podía ser el presidente Chávez. Odio hablar por celular. Siempre me toca recibir una llamada con estática. En este caso, la estática sería las limitaciones de mi mal español y su inglés chapurreado: “Hola”, dije. Pausa. “Hola, Sin”. Su voz era alta y cálida. “Señor presidente”, dije. “Hola, Sin. Disculpa que mi inglés es muy malo. Es un honor tenerte en Venezuela. Vi Mystic River. Muy buena”. “Gracias señor Presidente. Estoy muy feliz de estar aquí y espero reunirme con usted”. Preguntó si hablaba español y le respondí con lo poco que tenía. Sabía que se había dado cuenta de que era mejor hablar en inglés. Me preguntó si podíamos reunirnos la mañana siguiente. Le dije que sí, y le di el teléfono a Andrés, quien obtendría los pormenores.
Después de cenar, fuimos a 360°, un lugar de reunión y fiesta predominantemente de oposición. En conversaciones muy generales, estaba comenzando a ver realmente el país. Un enorme porcentaje de la población de Venezuela vive por debajo de la línea de la pobreza, y la esperanza, salud, educación e inspiración de activismo brindados por la Presidencia de Chávez no tenía precedentes en la mayoría de sus vidas. Para ellos, él era un héroe. Era amado. Pero para la mayoría de las personas en 360°, era un socialista peligroso; o peor; un tirano militarista. No era extraño que una persona rica en Venezuela dijera en voz alta que deberían asesinar a Chávez. En todas estas conversaciones, le pregunté a cada persona por la fuente de sus improperios. En cada caso, las respuestas eran regurgitaciones de los ataques de descrédito de los medios estadounidenses, o generalizaciones reducidas como “dictador”, “totalitario”, o “autoritario”.
El hombre fue elegido. La elección fue presenciada y alabada por observadores internacionales, incluyendo al ex presidente de Estados Unidos James Carter. Después de su elección, inició un referendo para una nueva Constitución que ganó un apoyo abrumador. En un proceso riguroso de un año, una Asamblea Constitucional fue formada en todo el país, y elegida, no solo por los partidos, sino por todos los sectores. La Constitución fue, en efecto, redactada por un foro público. En la siguiente fase, informaron a todas las personas sobre su contenido. Se celebró una elección y entró en vigencia. Chávez es un hombre que, entre sus primeras acciones como Presidente, retiró a todo el personal venezolano de la Escuela de las Américas, el campo de entrenamiento en tortura y asesinatos (creada por el Departamento de Defensa de Estados Unidos), donde los agentes del régimen de Pinochet eran entrenados para introducir ratas vivas y electrodos en los genitales femeninos. Actualmente está ubicada en Fort Benning, Georgia, bajo el nombre maquillado de Instituto para la Cooperación en Seguridad del Hemisferio Occidental. ¿Por qué diablos las personas en este nightclub están tan iracundas? ¿Cuán malvado hay que ser para ser amado en este antro? Pero al final de la noche, ya había juntado la esencia de las tres principales quejas contra Chávez. Primero, estaba el asunto de la reasignación de tierras. Segundo, la nacionalización del petróleo. Y tercero, bajo la forma de ataques a la libertad de expresión, estaba la gran decepción de que con la caída de RCTV, las novelas de la noche también iban a terminar. Todavía ni siquiera había conocido a Chávez y estos ataques vacíos me estaban enfureciendo. ¡Maldita sea, quería ser Al Capone! Estas expresiones abusivas eran el eco del lobby derechista cubano en Florida, que se había convertido en una militancia tan infundada que los hace separar a Elian González de su padre biológico, participar con la Administración Bush en el encubrimiento de terroristas como Posada Carriles, implicado en el bombardeo de un avión civil, arrestado bajo cargos de inmigración, metido a hurtadillas en Estados Unidos, y quien admitió su papel en el bombardeo de un hotel en La Habana en 1997 que dejó a un turista italiano muerto. Estados Unidos levantó los cargos en su contra, y hoy, se sienta en el restaurante Versailles de Miami, bebe café expreso cubano e intenta ligar con mujeres vestidas con pieles y diamantes. Es como una mala película de Andy García con una canción de Gloria Estefan mientras pasan los títulos. (Me gusta la actuación de Andy García, y es un hombre agradable en persona; y Estefan parece ser una dama fenomenal. ¿Pero que estos dos profesionales cubano-estadounidenses se sumen para separar a un niño de su padre? La política jode incluso las cabezas de buenos seres humanos).
Antes de irnos del bar esa noche, pude concertar una reunión para la noche del día siguiente con dos contratistas surafricanos, empleados por el gobierno de Chávez para ayudar en la lucha antidrogas. Ya contaré eso.
Hugo y yo
La mañana siguiente Andrés nos recogió a Fernando y a mí para ir al palacio presidencial a reunirnos con Chávez. Caminamos hacia su oficina externa, las paredes estaban llenas de pinturas impresionistas. Había un retrato de Fidel Castro y otro de la vista de la ventana del palacio mostrando al Cuartel San Carlos, la prisión militar en la cual había sido detenido, luego de la intentona de golpe en 1992 para derrocar al presidente Carlos Andrés Pérez. Mi vista se fue a la firma del artista de la pintura. Una palabra: Chávez. No sabía que pintara y nunca supondría que un político pudiese hacerlo tan bien. Los hombres de razón pocas veces son hombres de romance, así como los hombres de religión (tal como lo es Chávez) pocas veces son hombres de dicha razón. Un acertijo de su personalidad que será explotado por muchos años. Cuando miraba en la verdadera ventana la verdadera prisión representada en la pintura, el presidente Chávez entró en la sala. Era un oso de hombre (los osos marrones y los pardos son idénticos en cuanto a género y especies; los marrones son un poco más pequeños. Chávez es un oso marrón), cuyos ojos se entrecerraron y amplia sonrisa brotó mientras me saludaba. Después de dar una breve descripción de sus de sus pinturas, nos llevó a un jardín adyacente en una terraza fuera de su oficina. Nos sentamos durante tres horas en una mesa bajo unas enredaderas.
Al igual que Fidel Castro, Chávez es un agradable gran anecdotista y estudioso de la historia. Pasó sus años de prisión leyendo y reuniéndose con personajes del exterior, parecía gustarle preceder la explicación de donde estamos ahora con una amplia conversación sobre donde hemos estado no solo en Venezuela y Latinoamerica, sino en Estados Unidos y el mundo. Sus ojos se agrandaron y su voz se volvió apasionada al hablar de Simón Bolívar, “un hombre que veía continentes y pensaba en siglos”. Habló de la historia de sangre mezclada y relaciones raciales en Venezuela. Chávez es negro, y el racismo es un complemento del antagonismo de la oposición. Mientras nuestra conversación comienza a dar un giro hacia el tema de las relaciones Venezuela-EEUU, su tono cambia a algo entre indignación medida y humor. Solo han pasado dos meses y medio desde su enérgica aparición en las Naciones Unidas, donde afirmó, al oler el azufre en el aire, que el presidente Bush (quien justo el día anterior se había parado en el mismo podio) era el gran Satán, “el diablo”. Le pregunté que si había considerado que eso podría percibirse como un ataque al pueblo estadounidense. Estaba animado e impenitente y me dijo que nunca escribe o planifica sus discursos, solo dice lo que le viene a la mente. De manera que le pregunté qué tenía en mente cuando lo estaban fotografiando abrazado con Mahmoud Ahmedinejad en su última visita de Estado a Venezuela. El Presidente responde las preguntas muy directamente: “Nuestra relación con Irán es totalmente transparente. Hay muchas cosas con las que el presidente Ahmedinejad y yo no estamos de acuerdo, pero también hay otras que compartimos. Venezuela depende extremadamente de las tecnologías de perforación y refinación de Irán. Somos dos de los cinco países petroleros más ricos del mundo. Tenemos una relación muy productiva, y muy necesaria para el pueblo venezolano. El gobierno estadounidense ha sido extremadamente arrogante, y esas relaciones son muy importantes para mantener un equilibrio de poder como un tapón al imperio estadounidense”.
La obsesión de Chávez con el poder de Estados Unidos le permite ganarse enemigos en ese país. Es un ejercicio necesario si quiere dejar una cultura latinoamericana sostenida e independiente por todo el continente. El rol de liderazgo viene a Chávez como resultado de los tres componentes primarios: primero, sus enérgicas habilidades de oratoria; segundo, el movimiento que se ha expandido por toda Latinoamerica que abarca a líderes de izquierda (Kirchner en Argentina, Lula en Brasil, Ortega en Nicaragua); y tercero, la producción petrolera venezolana (irónicamente, Chávez disfrutó de un mayor aumento de poder cuando superó un paro promovido por la elite petrolera del país). Construyó alianzas como Petrocaribe, Petrosur y Petroandina, a través de las cuales ofreció cientos de miles de barriles de petróleo a países de la región con “financiamiento flexible”.
No había escuchado de Chávez que la reforma agraria era un tema que en repetidas oportunidades había sido utilizado para justificar la intervención militar y económica estadounidense en Latinoamerica. Heredó un país donde el 80% de la población no tenía nada y el 20%, representado por la adinerada oligarquía, había cocinado el mismo guiso de capitalismo y codicia que experimentaríamos este año en manos de Wall Street y prestamistas de subprime. Ciertamente el líder venezolano había redistribuido gran parte de las tierras ociosas de la clase pudiente para que fuesen sembradas, y alimentadas, por un país que se estaba muriendo rápidamente. Resulta irónico que la administración Bush y gran parte de los medios estadounidenses identifiquen este hecho como la amenaza y el lado oscuro del socialismo, o el totalitarismo, mientras que nuestro propio país mantiene los derechos de gobierno de un vasto imperio. Y mientras es fácil citar la imposición de un dominio eminente a través de la ampliación de las autopistas, o en numerosos casos que muestran los abusos, no pude encontrar un solo caso en el que su intención en EEUU fuera la de alimentar a los hambrientos o la de tratar a los enfermos. Chávez también ha extendido los intereses del Estado en financiar la revolución con el dinero del petróleo, mientras que aquí en casa, Exxon alimenta sus beneficios desde las afueras de las costas de Louisiana. Va dejando atrás un medio ambiente taladrado y al Estado no le deja nada a cambio. Le pregunté a Chávez cuál era su prioridad en cuanto a unas relaciones productivas con Estados Unidos y dijo: “El trabajo más arduo que me toca durante los próximos dos años es permanecer vivo”. En ese momento Fernando se disculpó por tener que irse debido a un vuelo hacia su propio peligro potencial en Filipinas.
Después del almuerzo, entré en el asiento trasero del auto del Presidente. Sólo Hugo y yo en un convoy de autos negros. Recordé un juego que mi hermano mayor, Michael, y yo solíamos jugar de jóvenes. Él solía cerrar el pasillo que llevaba a las habitaciones y con voz intimidatoria decía “imagina que soy un revolucionario. No puedo dejarte pasar”. Pensando en lo que Michael podría decir hoy, me sumergí en mí propia risa. Chávez me preguntó por mis hijos y por qué no los había traído. Me dijo que la próxima vez que viniera “tienes que traerlos. Hay mucha historia y cosas bellas que ver en Venezuela”. Con eso, sacó su celular y buscó en la galería fotográfica fotos de sus hijas y me las mostró orgulloso. Sumergido en sus pensamientos y los ojos casi aguados, besó la pantalla. Para entonces yo tenía 45 y Chávez 51. Me sentí igual esperando ver a mis hijos. Chávez respondió mi pregunta de minutos atrás. “No apruebo el terrorismo de ningún tipo. Nunca bombardearía o secuestraría a nadie. Y no lo apruebo viniendo de nadie, incluyendo Estados Unidos. Así que debemos trabajar juntos con un sentido absoluto de soberanía”. Continuamos nuestro camino a una sala de conciertos a ver a la Orquesta Sinfónica Juvenil. Antes del concierto, se presentó a la audiencia un grupo de jóvenes estudiantes estadounidenses. Miré a mis jóvenes compatriotas y nos saludamos. Justo después, la ovación se unió con las cuerdas, los metales resoplaron, y los timpani estremecieron la sala. Como a las tres en punto de la tarde, Chávez y yo nos separamos hasta la mañana siguiente, donde me uní a él en un vuelo que nos llevó a los Andes, donde inauguró un laboratorio de pesticidas en lo alto de las montañas.
Hasta este punto, había pasado mi tiempo en la selva, un cuarto de hotel, un palacio, cenas de alta sociedad, un pequeño paseo por la ciudad, un concierto sinfónico y muchos paseos en auto con pistolas. Mientras uno recorre Caracas los cerros llenos de barrios se hacen presentes. Yo me enganché con dos monjas que me llevaron a un tour por Carapita. Sí, señor, a lo más profundo. Imaginen, Cite Soleil en Haití, techos de zinc, paredes de barro, desnutrición, diarrea, diabetes, asma, drogadicción, hipertensión, meningitis, dengue; el infierno. Ahora, piensen de nuevo, porque, a pesar de las plagas, la pobreza y la muerte, estos barrios dieron un vuelco desde la llegada de Chávez. A través del programa petróleo por doctores con la Cuba de Fidel, se han construido clínicas por toda Venezuela. Desde las siete de la mañana hasta las siete de la noche, cualquier vecino del barrio puede acudir sin previa cita y recibir atención médica gratuita de parte de los médicos cubanos. Hay 20.000 galenos cubanos en el país, quienes trabajan y viven in-situ, tomando turnos cuya mitad administran atendiendo a los pobres tanto en las clínicas como en sus domicilios gracias a la actividad de puerta en puerta que realizan en el barrio. La otra mitad del tiempo la invierten formando médicos venezolanos para el futuro reemplazo.
Para las generaciones que antecedieron a Chávez, gobiernos que pasaron de las manos de un grupo de títeres corruptos de Estados Unidos a otro, esta gente vivía sin un equivalente a seguro social o una cédula de identidad. En esencia, hasta la llegada de Chávez estas personas no existían. El intento de privatizar escuelas de elite, dejó con menos trabajo a los maestros y menos igualdad de oportunidades a la educación. Todo eso ha cambiado. Se han formado brigadas médicas, sociales y energéticas por todo el país, y ahora cada comunidad tiene consejos autónomos y un banco a través del cual pueden financiar las necesidades particulares de su área.
Mientras más alto se sube a los barrios, hay más gente pobre, pero ahora todos ellos tienen acceso a servicios médicos y educación de calidad. Caminamos previamente anunciados hacia una escuela de niñas. Las nuevas escuelas bolivarianas se diferencian de las existentes antes de la revolución más por sus creíbles planes de estudio que por asuntos de adoctrinamiento. En la Venezuela previa a Chávez los centros de estudio cerraban al mediodía, luego de cumplir lo que simbólicamente representaba un día de aprendizaje, pero hoy los niños reciben desayuno y almuerzo, y cumplen una jornada escolar muy similar a la nuestra en Estados Unidos. Un amplio plan de estudios, maestros bien preparados, con programas de deportes, música y danza. Se van a las tres en punto de la tarde con sus libros y tareas.
La directora del plantel preparó mi espontánea vista para mostrarme cerca de 10 jovencitas que en ese momento estaban en una práctica de danza. Cada una sacó una silla, perplejas por la invasión de este extranjero. Les hice preguntas simples: “¿Les gusta la escuela? ¿Qué materia les gusta más? ¿Enserio? ¿Y por qué?” Todo aquel que haya viajado a países del tercer mundo ha visto los ojos de la juventud hambrienta de educación. Estas niñas han estados hambrientas durante mucho tiempo. Los padres de sus padres nunca habían sido alimentados, estaban en un banquete virtual. La emoción era notoria. Le pregunté a una chica de ojos brillantes en particular, de 13 años, que si la educación que estaba recibiendo le garantizaría una forma de salir del barrio. De repente, la inocencia de esos ojos se acongojó. Me miró directo a los ojos y me dijo: “lo más importante la oportunidad que esto me da para convertirme en una mejor persona”. Le pregunté qué sentía por el presidente Chávez y su entusiasmo por él fue notable. Muchas me entretuvieron con las historias de cambio que, de manera muy real, les produjeron lágrimas de alegría. La esperanza que él había traído a sus padres, a ellas, el activismo, la identidad y el auto-respeto que ninguna nación desarrollada del mundo tendría la suerte de compartir. Pero, ¿estaba observando una revolución optimista de cambio sustentable y posible, o simplemente el culto a la personalidad?
Más piano-titiriteros De lo sublime a lo ridículo, ahora eran las 2:00 a.m. Encendí un cigarrillo, aspiré un poco, me sacudí las cenizas y entré al bar. Abajo la música estaba alta, era una combinación de música house y salsa. ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! El rimo estremecía el piso y me producía cosquilleo en los pies. Subí las escaleras de atrás y allí estaban esperándome en la mesa superior los dos contratistas con los que había quedado reunirme la noche anterior. Gran revelación: no soy un gran “contratista”. Me levantaron unos empleados iraquíes de la compañía contratista militar DynCorp una oscura noche en un callejón de Bagdad, y dormí al lado de unos muchachos de la Blackwater2 y de sus armas en la inundación de Nueva Orleáns. Es solo esta pequeña cosa que tengo sobre lo que los militares apolíticos pueden hacer por las ganancias. Llámenlo fastidio, llámenlo como quieran, pero una fuente es una fuente. Intercambiamos saludos a través de gruñidos. Me senté y pedí un trago de Jhonny Walker. De forma patética, pude haber querido ser uno de esos muchachos por un momento. Ellos pidieron un agua mineral con gas y comenzó todo. Yo era Al capone, maldición, y ellos eran un par de John Wayne mariquitas tomando agua Perrier.

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