martes, 23 de diciembre de 2008

¿Quién le pone el cascabel al gato?

Olga Molina

IEsta semana me he visto en la necesidad de acudir en tres oportunidades a la Clínica Popular Caricuao (pero además, no sólo a mí, también le ocurrió a un familiar cercano), y el malestar, el dolor y el desagrado de experimentar en carne propia el olimpismo al negarte la atención médica y la prepotencia de la caterva de saboteadores (y saboteadoras) allí enquistados me obliga a escribir estas líneas.Provoca pasarse un día entero observando y anotando, preguntando a quienes allí acuden su opinión respecto a la atención prestada (calidad, tiempo de espera y permanencia, eficiencia, pertinencia, suministro de medicinas, respeto a su condición y dignidad humana); el funcionamiento de los servicios etc., la limpieza y el mantenimiento de las áreas etc. Y luego de entretenerse y «pasar roncha» como dicen los quinceañeros con lo eventualmente observado y estas interrogantes y otras que seguramente surgirán en el camino, estoy convencida que saldría de allí un buen reportaje, de esos que traen cola y con suerte hacen rodar cabezas.Preguntar, por ejemplo, qué hace ese médico —al que ¿casualmente? he visto estos tres días (y antes), a distintas horas en el cafetín hablando por teléfono y comiendo, (casi he llegado a pensar que el tipo es más bien un corredor de bolsa o un apostador profesional que quizás y fatalmente equivocó la profesión), mientras la cola de espera en su consultorio pica y se extiende, horas—.O por qué no están conformando reposos de traumatología porque supuestamente no hay médico, pero en Emergencia tenían tres horas esperando al doctor Pedroza o Pedraza que unos decían que no estaba y otros nerviosos decían que sí estaba, pero que justo, justo, en ese momento no estaba; o por qué no están dando citas de medicina familiar, ni para especialidades.O por qué en la Emergencia, en el sótano, te pelotean a la taquilla C del piso 1 y allí una joven, tan joven y ya tan ducha y bien entrenada en el arte laberíntico del peloteo, mientras masca chicle te dice impunemente que ella no va a dar números porque son las tres de la tarde (ya yo estaba allí desde las 12) y los médicos que deberían haberse hecho presentes desde la una no han llegado y la mal encarada que atiende en la taquilla de Emergencia te dice que ella no va a pasar a nadie, sólo Pediatría y que me vaya ¡otra vez! al piso 1 taquilla C; y que si no me gusta me puedo ir, pero ya, al Pérez Carreño, el gran desembocadero de la desidia general, o a Antímano, o a la Clínica Popular del Paraíso o quizás hasta Chacao.Tal vez en su descargo podrían decir que esas ausencias se explican por la fecha, (todos andamos como locos «cantando y gastando aguinaldos», como dice Edgar Ojeda), pero, soy paciente de ese centro hace más de 30 años y por eso puedo decir con propiedad que me siento familiarizada con el clima y el ritmo de ese centro. Mi olfato me recuerda que esta situación no es nueva y es precisamente lo que me alarma y angustia ya que reconozco y agradezco la enorme inversión de dinero y esfuerzos que ha hecho el Gobierno en el sector salud, y los evidentísimos logros alcanzados (ya es casi un lugar común decir y repetir que antes de Barrio Adentro había gente que nunca había tenido la posibilidad de tener un médico tan al alcance de la mano) y me parece terrible que por actitudes negligentes como éstas (y otras) la gente se sienta frustrada, molesta y desencantada y luego al momento de ir a ofrecer el voto termine cambiando Guatemala por Guatepeor (como Ledezma, por ejemplo) como bien explica el dicho. IISe siente en el aire cuando se está trabajando bien, cuando hay control y alguien supervisa, como ocurrió el primer o segundo año del paso de ese centro de ambulatorio a la forma actual. Cuando la clínica se convirtió en Clínica Popular el servicio (y no sólo la infraestructura) mejoró ostensiblemente. Se había acabado la espera de cinco o seis horas en la Emergencia y peor si te agarraba el cambio de turno, como me pasó más de una vez. Uno pedía una cita, digamos para medicina familiar y te atendían ese día o máximo al día siguiente: eso es razonable. Pero no puede ser que uno pida una cita y te la den para dentro de 15 días. Eso no es para nada lógico. Como no es lógico y molesta e indigna que quien te atienda te rete y te diga, con sorna: «—Si no le gusta, se puede ir a un CDI o al Pérez Carreño, o a Antímano o al Paraíso. Allá sí están atendiendo—».No me parece que haya sido hace mucho cuando uno aprendió que se podía ir a la dirección a reclamar, hasta se llenaba un formato que servía de alivio ante la frustración y uno casi era feliz pensando que alguien iba a tomarse a pecho la denuncia y bajaría con el alicate a comprobar si una ruedita había comenzado a funcionar mal en el engranaje.En esa época, era obvio el enfrentamiento y el odio y el asco escupidos a la cara de los cubanos allí en funciones por parte de las antiguas joyitas enquistadas. A modo de digresión, vaya una anécdota: una vez, durante la época del paro médico, una doctora comenzó a gritarme como si yo fuera el Ministro de la Salud y como si mi sueldo no fuese peor que el de ella, y fúrica me rompió en la cara los récipes, las indicaciones, y el justificativo médico que me estaba dando porque tuve la brillante idea de preguntarle, y más inoportuna no pude haber sido, si a ella no le parecía inhumano que los médicos se montaran sobre un morrocoy para hacer huelgas y dejaran morir de mengua a la gente. En esa época, de puro estúpida tuve que salir de allí, como lo hice tres veces esta semana: frustrada, indignada y con el rabo entre las piernas. Para más colmo, la matarife maracucha sigue allí, no sé si trabajando o meneando el cascabel.Pero ahora creo que los malucos van ganando la batalla y los pacientes impacientes estamos perdidos sin remedio.Lo inexplicable (¿ o es en realidad la explicación del ralentizamiento que se observa a simple vista?) es que el personal de apoyo es el mismo: secretarias, archivistas, enfermeras, camilleros, con el agregado de que muchos de los nuevos empleados tienen nexos familiares con quienes trabajan allí o incluso ya están por salir jubilados con lo que la mala conducta y el trato negligente y abusador de la dignidad humana se perpetúa. También la gran mayoría de los médicos son los mismos, y mientras se está en la sala de espera y empieza una de esas conversaciones mata tiempo con otro ser humano tan adolorido como uno es fácil constatar el consenso generalizado respecto a qué doctores irán derechito al cielo por haber honrado día a día y noche a noche el juramento realizado (sí, Dra. Chang, tan conocida, apreciada y querida: usted ya tiene su lugar ganado y bien ganado: Gracias por eso!!!) y cuáles harán las delicias de Don Sata. Porque justo es aclarar que también hay empleados con mística y devoción profesional (ja, pueden reírse, ese par de palabras en Venezuela se han convertido casi en arcaísmos) a quienes la decadencia y el «paterolismo» generalizado golpea duro en la cara.Ah, pero ustedes me dirán, como ya me han dicho y también puedo decirles que en las clínicas privadas tampoco el panorama luce más alentador (mi papá acaba de morir en una): «¿Bueno, y tú no tienes un hcm, por qué te metes en esos lugares?» Bueno, como yo me la doy de afecta al Proceso, pero me considero una observadora capaz de juzgar con imparcialidad, me gusta experimentar en carne propia el menú revolucionario, y mostrar ante la jefe pertinente y que lo sepan quienes hacen vida laboral en donde yo quemo mi karma (la gran mayoría, racistas endógenos de los duros; otros, jovencísimos, increíblemente cuartorepublicanos recalcitrantes) los muy peculiares formatos de Barrio Adentro o el Seguro Social. Y también quizás porque el malestar o el dolor pleno lo hace a uno no querer desplazarse muy lejos sobre todo si uno pernocta en Caricuao donde todo lo relacionado con el transporte es una pesadilla mayor que la inseguridad, la falla inveterada de los ascensores, la negativa bestial de los vecinos a mantenerse al día con el condominio, las continuas multas que al Unicasa le encanta que le imponga el Seniat, la tranca en la Redoma, o la basura desbordada en los containers.Hoy, como no tenía con quien quejarme me vine a esta tribuna. Sé que todos andan muy ocupados celebrando los cuatro millones largos de firmas (4.760.485 en una sola semana), pero espero que cuando terminen con esta jugada táctica política y otras, y otras y otras que seguramente vendrán debido a las previsiblemente agitadas aguas en las que navegamos, algún día, alguien, él o los responsables se ocuparán de bajar con el alicate o el destornillador a ocuparse de un engranaje que dolorosamente pareciera recibir (¿a alguien se le ocurre de dónde?) y obedecer órdenes que podrían conducirlo (ojalá que no) a una paulatina paralización o muerte por septicemia o necrosis. Hablo de una institución (de un modo, espero que no de ser, aunque sí de actuar), pero hablo también en mayor o en menor escala de un momento histórico superlativo, inmenso en la desmesura de los retos que le toca enfrentar y hablo de un país, éste, el más amado, el nuestro.Patria y socialismo ¿venceremos?olgamarcampos@hotmail.com

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