El gobierno de Donald Trump dice que le ha retirado el apoyo financiero a la oposición venezolana porque no está alineada con los intereses nacionales de Estados Unidos. Esta afirmación merece ser desmenuzada.
En primer lugar, la sola frase demuestra que los pagos hechos hasta ahora se basaban en la premisa de que los grupos políticos y mediáticos receptores de la “ayuda” estaban comprometidos con tales intereses. Para los efectos del debate interno esa es una confesión del jefe de la oposición partidista-mediática, que ha sido siempre Washington. ¿O tal vez será más exacto decir que fue una echada al pajón?
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Pensemos en una delación así, pero en el caso de que el asunto fuese al revés. Supongamos que China, de pronto, dice que ya no va a pagar más a partidos, organizaciones, fundaciones y medios de comunicación dentro de EEUU porque han hecho un análisis y han determinado que no están en línea con los intereses chinos. Imaginemos al fiscal en uno de esos juicios que tanto aparecen en las películas y series gringas, interrogando a un acusado y hablándole al jurado: “Es decir, que hasta ahora los estaban financiando porque defendían los intereses chinos y, por tanto, estaban en contra de los intereses estadounidenses”. Y, claro, cerraría su intervención con la clásica expresión: “¡No más preguntas, su señoría!”.
No está de más decir que allá, en la meca de la democracia y los derechos humanos, si a algún político lo acusan de algo como eso, es muy posible que termine preso por un largo tiempo o para siempre, sin que haya “comunidad internacional” que interceda ni medio de comunicación global que llore por esa persona.
¿Y cuáles son esos intereses?
El debate sobre los fondos otorgados por Washington pone en evidencia también lo que tantas veces se ha dicho desde la izquierda: todo ese discurso de la defensa de la democracia, los derechos humanos, el periodismo independiente y otros supuestos elevados principios de las élites estadounidenses son puro cuento.
Lo que realmente mueve a la potencia norteamericana son sus intereses, sus negocios, su dominio, su hegemonía. Y eso es lo que están obligados a defender quienes le venden su alma.
Al aceptar el apoyo financiero estaban vendiéndose —o, al menos, alquilándose— al gobierno de otro país. Únicamente los tontos útiles se meten en algo así de buena fe. Y los capos de la oposición venezolana parecen muchas cosas, menos tontos.
Aquí es preciso remarcar que esta relación de dependencia y subordinación financiera no se ha establecido con cualquier país, sino con uno que nos ha declarado como amenaza inusual y extraordinaria para su seguridad nacional. Es un país que considera al nuestro como enemigo. Por simple reciprocidad, para nosotros es una nación hostil y lo ha demostrado con el bloqueo y centenares de medidas coercitivas unilaterales. ¿Cómo se llama cuando un connacional recibe fondos de un país hostil y se compromete con ello a defender sus intereses? Diría el recordado amigo Roberto Hernández Montoya: es por una duda que tengo.
¿Por qué EEUU lo siente desalineados?
Cuando se analiza el argumento del gobierno de Trump para cerrar el grifo de dólares, cabe preguntarse por qué esos partidos, fundaciones y organizaciones periodísticas dejaron de estar, según Washington, alineados con los intereses de EEUU.
Se debe suponer que es porque están alineados con los intereses personales de sus líderes y directivos. Sería chistoso pensar que se desalinearon porque asumieron alguna postura patriótica o defensora de la soberanía venezolana. Esa no existe.
Ya en el terreno de la mera opinión, puede decirse que la cúpula gobernante de EEUU los siente desalineados porque no le ve el queso a la tostada, aunque sería más apropiado a la idiosincrasia progringa decir que no le ven el cheddar a la hamburguesa.
Para Trump y su pandilla, las oposiciones de Venezuela, Cuba y Nicaragua son franquicias de su negocio de comida política chatarra en cada uno de estos países. Si revisan los números y creen que no están dando las ganancias a las que los accionistas aspiran, mandan a botar a los fracasados gerentes y también, claro, a todos los empleados.
[Esta mentalidad de corporación transnacional es parte del ser estadounidense, lo ha sido en todo tiempo, pero ahora está exacerbada porque Trump es un empresario de la raza más degenerada de por aquellos lares –lo que es bastante decir— tal como lo demuestra la larga lista de delitos por las que ha sido condenado y las veces que se ha declarado en bancarrota. Pero ese es otro tema].
La injerencia como inversión
Sigamos leyendo entre líneas. Cuando los sectores internos de EEUU afectados por esta decisión, critican a Trump por tomarla, dicen que está echando por la borda “décadas de inversión” en países gobernados por dictadores. En este caso, la palabra reveladora es inversión. Con ella queda probado, de nuevo, que todo esto es un negocio. Quienes han otorgado ese dinero no lo han hecho por dadivosidad ni porque les conmueva el sufrimiento de los pueblos, sino porque esperan que su inversión, en algún momento, produzca dividendos. El problema ha sido, insistamos en eso, que los resultados han tardado más de lo previsto.
La injerencia en los planos político, civil y mediático se perfila así como un vasto campo de inversión para los capitales estadounidenses, algo así como el ariete de la flota inversora (o invasora, viene a ser casi lo mismo). En los planes estratégicos para países indóciles, primero hay que derrocar a sus gobernantes y emplazar allí a los empleados de las franquicias, para luego hacer negocios con toda “libertad”.
¿Dónde están los dólares?
Hace ya muchos años (tantos que esos personajes sólo aparecen en libros de Historia), un candidato socialcristiano logró la presidencia con una campaña muy populachera, que parecía más bien adeca. Una de sus consignas era “¿Dónde están los reales?”, y apuntaba a denunciar que los gigantescos ingresos petroleros de la entonces llamada Venezuela saudita, no le llegaban a la gente pobre.
Luego, con ingresos todavía mayores, ese candidato, ya convertido en presidente, hizo lo mismo que su antecesor: desaparecer el dinero sin que el pueblo viera resultados.
Los análisis realizados en aquellos remotos tiempos determinaron que los reales fueron a parar, en un gobierno y en el otro, a la banca de EEUU y otros países del norte global, ya fuera como pagos de una deuda siempre creciente o como depósitos en las cuentas de los oligarcas locales y los corruptos de turno.
Este también parece ser otro tema, pero no lo es porque esa “inversión” que han realizado los gobiernos de EEUU desde 1999 hasta hace nada tiene como objetivo puro y simple restablecer ese statu quo, poner de nuevo a funcionar a plenitud eso que los marxistas llaman la extracción neta de capital de la periferia hacia la metrópoli.
Por eso no es de extrañar que a lo largo de este cuarto de siglo y algo más, los tanques pensantes de EEUU se hayan esforzado en tratar de rearmar su enclave venezolano utilizando como aliados a esa desplazada clase política del siglo pasado y, más recientemente, a sus egregios herederos.
Irónicamente, esa gente ha hecho en su rol de opositores el mismo “trabajo” que hicieron antes, desde los gobiernos puntofijistas: robar parejo. Y una de sus fuentes de enriquecimiento han sido los fondos provistos por EEUU y otras naciones del norte global, que han “invertido” en el cambio de régimen en Venezuela para retornar a etapas de expoliación sin límites.
A partir del invento del gobierno interino (parido en la anterior administración de Trump, dato que no debemos perder de vista) se creó un mecanismo para que el dinero que EEUU entregaba a sus ineptos franquiciantes políticos y mediáticos dejara de salir de los fondos públicos estadounidenses y comenzara a salir de los fondos públicos venezolanos. Genial.
Por supuesto que, en ese negocio ilícito, la gran tajada se la ha llevado EEUU, mientras los manejadores de las sucursales locales sólo ha recibido migajas. Sin embargo, el tejemaneja es tan fabuloso que incluso con esas migajas, las estrellas de la cáfila opositora han podido llevar vidas de millonarios excéntricos y famosos en las grandes ciudades del mismo EEUU, Europa y América Latina.
Desde 2019 hasta ahora, EEUU se ha apropiado indebidamente de Citgo, de las cuentas bancarias de la República y hasta de aeronaves venezolanas, de una manera sólo comparable con los piratas de siglos pasados. Y la cúpula antichavista ha sido su cómplice de ese despojo. No obstante, Trump ya no está conforme con ese reparto y ha decidido dejar por fuera a los cooperantes venezolanos. Así paga el diablo a quien bien le sirve, dice el refrán.
(Clodovaldo Hernández / Laiguana.tv)
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