martes, 7 de marzo de 2017

El Chávez nuestro



De tanto reconocerle su estatura histórica y su luminoso liderazgo tendemos a desfigurar la memoria del ser humano Hugo Chávez, ese compañero al que deberíamos interpretarle mejor su índole de hijo del pueblo. Desechar el presunto, presuntuoso y presumido (y además falso) rótulo de padre del pueblo es tarea y misión que los chavistas debemos imponernos como obligación.
Ya bastante nos lo insulta la otra Venezuela, la del odio irracional, la ridícula pose de clase "superior" y con ínfulas de emergente, para venir nosotros también a deformar sus señales convirtiéndolo en estatua y en semidios inalcanzable. Chávez no se parece en nada a la figura de lentejuela, efigie y oropel a la que desbarató a patadas desde su humilde armazón humano. Chávez fue precisamente el hermano terrestre, veleidoso y deslenguado, que con el aprendizaje de su sabana, su barrio y su café colao le dio en el centro de su falsedad a la sociedad de los engreídos y los encopetados.
El gran acierto de estos meses, en materia de propagación de lo más genuino de su personalidad, ha sido la redifusión del episodio donde canta y pone a cantar a aquella niña el Lunerito de Alí. Queda por ahí quien cree que no existe identidad entre ese Chávez tierno y aquel que desafió imperios. Queda quien no entiende que si el camarada no es capaz de abrazar a una niña condenada a muerte, o comerse la galleta que otro niño se acaba de sacar de la boca, tampoco es capaz de decirles a los yanquis de mierda que se vayan al carajo.
El Chávez que lloró en vivo recordando a la sabana apureña es el mismo que hizo salirse de quicio al rey de España, y el que se reía de sí mismo por las jugarretas que le hicieron sus intestinos no era otro que aquel que reportó a gritos sobre un olor a azufre en la sede de la ONU.
A un compa que se atrevió a revolcar de esa manera los convencionalismos y a los acartonados de la Tierra, con clave malandra y llanera y no con falsas posturas cortesanas, en el dolor de hace cuatro años algunos quisieron meterlo en el Panteón Nacional. Contrariando su expresa decisión de querer eternizarse en la brisa del llano pretendieron ponerlo a reposar en la edificación-concepto más conservadora de la historia republicana. Menos mal que la salomónica decisión final lo honra doblemente: el Comandante reposa en una parroquia cuyo espíritu rebotao se le parece, y de paso en una edificación de reminiscencias castrenses, que al fin y al cabo fue la carrera que le moldeó su conciencia histórica.
El manejo de los estereotipos pretende que divorciemos la ternura de la firmeza, al sentido del humor de la valentía y a la sencillez de la grandeza. Si el hijo de Sabaneta sintiera más orgullo de las corbatas que el boato le obligaba a usar que del fogón de Mamá Rosa, el pueblo pobre de Haití no lo hubiera recibido con aquel amor y aquella convicción de estar recibiendo la visita de un muchacho igualito que aquellos (fíjense en el video a los 5 minutos 08 segundos: hasta ese muchacho de gorra y camisa blancas, que ni siquiera habla o entiende español, comprendió por qué estaba emocionado y fascinado con la cercanía de su pana de toda la vida, ese venezolano al que veía en persona por primera vez).
El Chávez nuestro es ardorosamente humano, popular y digno de su pueblo; el Chávez nuestro es aguerrido y contradictorio; el Chávez nuestro sabía que estaba viviendo un tiempo de ver morir una época y ver gestarse otra, y por esa razón intentó profundizar lo nuevo, como la comuna y el sentido agroecológico de la producción, mientras nos ayudaba a sobrevivir a lo viejo con viejos e inevitables (necesarios, por ahora) procedimientos: la agroindustria nos garantiza el almuerzo de mañana, pero la agricultura en manos del pueblo nos garantiza los almuerzos de los siglos que vienen.
Chávez nuestro, que estás en el suelo, simplificados sean tu nombre y tu memoria: el día que cambiemos al arañero sensiblero que cantaba horrible y se saltaba las fórmulas de cortesía, y pongamos en su lugar a un héroe romano del mármol que nunca se ensucia ni se equivoca, ese día morirán nuestras esperanzas de hacer las revoluciones definitivas, y nos volveremos a convertir en el pueblo adormecido que le deja la construcción del país a empresarios, adecos, copeyanos y jalabolas.

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