lunes, 13 de marzo de 2017

La esperpéntica gira de Borges

Carola Chávez

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En un tour de cinismo, luego ir a Brasil, donde fue a hablar de “democracia” con el canciller del gobierno golpista de Temer, el ¿venezolano? Julio Borges hizo escala en el Congreso de Colombia para avisarle a todos que Venezuela se ha convertido en un amenaza para Latinoamérica, “sobre todo para Colombia” -enfatizó- por el tráfico de armas, narcotráfico y la migración. En ese mismo momento, medio millar de colombianos cruzaban las fronteras huyendo del paramilitarismo que ahora se apodera de las zonas de donde, en cumplimiento de los acuerdos de paz, se ha retirado la guerrilla.
En en congreso del país que tiene el deshonor de ser el mayor productor de cocaína del mundo, Julio Borges acusó a Venezuela de ser un narco estado: “el gobierno de Maduro ha convertido a Venezuela en un santuario criminal para el desarrollo del terrorismo y del narcotráfico, actividades que se desarrollan en Venezuela bajo la mirada complaciente del gobierno”. Y no solo eso, sino que también habló de la violencia, buena parte de ella en manos de “grupos paramilitares, patrocinados por el Estado, armados por el Estado, con licencia para delinquir, siempre y cuando juren lealtad a la revolución y persigan a quienes piensen distinto”  Desde sus curules, los uribistas, panas de Borges, en un alarde de cinismo, se hirieron los horrorizados.
Borges, el matemático, afirmó, sin que se le despeinaran las cejas, haber sido electo por “14 millones de venezolanos, el 75% de la población electoral”. Y por eso, en nombre de esa millonada de electores imaginarios y cagándose en nuestra soberanía, fue a Colombia a hablar de “la urgencia de un proceso de liberación al cual venimos a pedir su ayuda”, para que hagan otros países lo que la oposición venezolana no ha podido hacer: Salir del chavismo. “Llegó el momento en que las cancillerías y los parlamentos de los países vecinos se involucren en una salida democrática para mi país” dijo, y el senador Uribe, al que le faltaron cojones -el dice que tiempo- para iniciar una guerra contra Venezuela, asintió complacido.
Y hablando de guerras, Borges aprovechó el viajecito para criticar allá, en el congreso de otro país, las gastadera en armas del Gobierno Venezolano. Y fíjense cómo son las cosas: Si, en los Estados Unidos, un diputado hiciera eso mismo que hizo Borges en el congreso colombiano, acabaría, condenado por traición a la Patria, con una inyección letal clavada en el brazo.
Borges usó la palabra democracia hasta desteñirla, invocó nuestra Constitución y juró estar hablando en su defensa, como si él no hubiera sido uno de los que se la pasó por allá atrás el 11 de abril de 2002. Habló de corrupción el tipo que fundó su partido con un cheque de PDVSA. Julio cree que con depilarse las cejas no vamos a saber que es el mismo de entonces. Aunque, debo admitir que por momentos dudé si era él mismo porque hablaba con un sospechoso ceceo paisa.
Ceceando, acusó al gobierno chavista de generalizadas persecuciones y violaciones de derechos y recordó añorante los tiempos idílicos de Rómulo Betancourt, obviando, entre tantas barbaridades, que entonces, el que se metiera a conspirar en los cuarteles, como lo ha hecho Borges todos estos años, no era “recibido con serpentinas y confetti, sino con plomo”.
El discurso de Borges fue tan cínico, tan cobarde, tan cargado de traición a la Patria, que los medios, esos mismos medios que han sido capaces de magnificar el enano discurso político de un reguetonero con nombre de tortilla maíz frita… decía, que esos medios prefirieron hacerse los locos y dejar que aquello pasara por debajo de la mesa (de la Unidad que se está desarmando).
Fue tan esperpéntico el ya esperpéntico Borges que desde regresó de Colombia, no ha hecho sino tratar de explicar que lo que hizo no fue lo que hizo.

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