lunes, 4 de mayo de 2015

Como te iba contando Bla bla bla bla… Los tradicionales pavitos

Carola Chávez.


Sin título
Hay cosas que no cambian. Yo recuerdo, cuando estudiaba en la universidad Metropolitana, que cada lunes llegaba al cafetín un pavito 4×4, esos chamos cuyos papás les compraban Machitos y se los ponían “al giorno” con amortiguadores enormes, tubos de escape vistosos, cauchotes chísimos, mataburros, equipo de sonido tipo discoteca, faros extras por todos lados y hasta una palita cuchi en la puerta trasera que le daba al machito un look explorador muy Fisher Price. Decía que cada lunes llegaba uno de esos pavos, bronceado, con sus Ray Ban nuevecitos, y sus panas lo miraban, como esperando algo y ese algo era una frase repetida como un ritual de inicio de semana, cada semana: “Chamo, volví mierda al Machito… Pérdida total”. Entonces las palmadas en la espalda, la admiración de los panas: “¡qué arrecho, guón! ¿Qué dice tu viejo, guón? ¿Perdida total, total, guón?… Y al guón de turno, su papá, siempre lo premiaba con una Four Runner más arrecha, guón…
En semana santa, los pavitos rústicos atiborraban las playas margariteñas. Volando en zig zag, a dos mil por hora, batían todos los récords de velocidad entre Pampatar y Playa El Agua. Atapuzados de a diez en cada camioneta, con sus chamas a quienes llamaban culitos, y que mostraban el ídem con los entonces novedosos hilos dentales. Se paraban en las licorerías para pertrecharse, todos hablando a gritos, guón, guón y haciendo chistes malos de lo lentos y primitivos que son los margariteños. Y aquellos shorts de surfistas de estreno, así como las cholas Lightning Bolt, y aquel tumbao de “mi mamá me mima y mi papá también”, todos con los mismos lentes de sol y las chamas, todas “pecuecas”, con zarcillos enormes a combinación con las colitas del pelo, las pulseras, el esmalte de uñas, el pintalabios, y el hilo dental. Y los encargados de la tienda haciendo caja para su jefe, calándose aquel tostón…
Una vez en Playa El Agua, se encontraban con otros panas con otros rústicos y otros “culitos”.  Y ponían la ”changa” a todo volumen con sus equipos de sonidos chísimos. Una changa distinta desde cada camioneta, ¡igualito a una guerra de minitecas, guón, pero en la playita!. Preparaban la “curda” en envases enormes y pa’ dentro. Nunca faltaba el chamo con mala bebida, que pensándolo bien, lo que faltaba siempre era un chamo que supiera beber. Con la curda, llegaba la paranoia de tener un “culito” mostrando su culito: ¿Qué le estás viendo a mi jeva, guón? ¡Qué le voy a estar viendo, guón si esa “jeva” es un “cotofio”! Entonces la coñaza, los zarcillos del culito volando, los panas controlando al pana que no se deja controlar porque a mi jeva nadie la toca… ¿Y quién va a querer tocar a ese cotofio? insistía el provocador al momento de recibir un puñetazo en medio de sus lentes de sol. ¡Coño, mis Ray Ban, guón, te pasaste! Te pasaste chamo, te pasaste -decían el resto de los panas recogiendo los lentes rotos en la arena, todos compungidos.
En la noche, en la discoteca de turno, hacían todos las paces hasta el día siguiente cuando el ritual playero se volvía a repetir.
Treinta años después, iba yo entrando al Sambil cuando un rústico -ya no sé si se llaman Machito- a dos mil por hora, clavó los frenos en el paso peatonal. Saltamos una pareja que venía con un cochecito y yo para evitar ser atropellados. Del machito se baja una muchacha, que imagino que a lo mejor todavía le dicen culito, porque era idéntica a los culitos de entonces, toda playera fashion, toda bajándose del carro así, como con fastidio apurado para buscar un cajero en “¡esta mierda de isla, marico!”. Otros muchachos, fotocopias de los pavitos ochentosos que conocí, fumaban afuera del centro comercial, justo al lado de la puerta por donde pasaba el culito. Entonces el grito desde el machito: “¿Qué te pasa mamaguevo?” -y empezaron todos como dos bandos de cotorras, mamaguevo para allá mamaguevo para acá…
Desde la panadería, mientras pagaba los panes que había ido a comprar, vi los empujones, los zarcillos del culito volando, los panas controlando, y el puñetazo en los lentes de sol: ¡Coño, mis Ray Ban, guón, te pasaste!…
Aferrada a mi bolsa de pan, miré alrededor, y vi que estaba rodeada: pavitos por todos lados y yo ahí tan, desde siempre, alérgica a ellos. Entonces hice lo que hago cada semana santa: me encerré en mi casa hasta que el último pavito 4×4 regrese a la suya, ojalá que a salvo y sin pérdidas totales.

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