Por Arianne Cuárez
El niño no llegó a conocer a su padre, pues cuando Felícitas se encontraba en el séptimo mes de embarazo, Ángel María, quien laboraba como repartidor de pan en la panadería de la esquina Las Gradillas, falleció víctima de tuberculosis. La madre tuvo el mismo destino, pues también murió de tuberculosis cuando César contaba con ocho meses de vida.
A partir de allí, tal como lo expresara en un artículo el investigador, Bayardo Ramírez, César Rengifo, destacado creador venezolano cuyo legado y memorias son hoy homenajeas por el Estado venezolano a 100 años de su nacimiento, comenzó a luchar por su supervivencia.
“Rengifo habrá nacido entre dos implacables: la muerte y la miseria, son hijas del pueblo; de sí mismo dirá en una extensa carta autobiográfica al mexicano Carlos Solórzano: ‘provengo, pues, de raíces del pueblo y voy ligado a él por conocimiento y sentimiento”, cuenta Ramírez, en el texto “Yo nací casi de milagro”, publicado en 2008 por la revista Theatron.
Al quedar huérfano, César —cuyo segundo nombre fue Nereo, como el nombre del Dios de la mitología griega que controlaba las aguas del mar— fue entregado a sus padrinos de bautizo, Ascensión Delgado y Mariano Robaima, quienes con humildad y ternura atendieron al niño que de grande se convertiría en uno de los más destacados artistas de Venezuela, exponente de las artes plásticas, el teatro y el muralismo.
Su estancia con los padrinos no estuvo libre de vicisitudes, pues debido a la mala alimentación que sufrió el niño durante sus primeros años rápidamente padeció de dos enfermedades: disentería, trastorno que afecta directamente los intestinos y que genera vómitos, fiebre, diarrea, y en algunos casos hasta la muerte; y gastroenteritis, trastorno que se asentaría en su cuerpo desde los cuatro años de vida, en 1918, mismo tiempo que Caracas es amenazada con una severa peste que acaba con las actividades cotidianas, los alimentos, y obliga a César a alimentarse con dos acemas de pan por día.
Sin embargo, cada una de estas circunstancias hicieron que César —señala Ramírez en su artículo— “brotara su fuerza y sus aptitudes para enfrentarse a las circunstancias adversas de la vida y la sociedad donde le toca vivir”, aptitudes que demostrara desde sus cinco años de vida cuando ya sabía leer y mamá Ascensión, como le gustaba llamarla, le daba hojas de papel para que pintara garabatos, y luego a los ocho años, cuando por instrucciones de su mentor, José Carmen Toledo, ingresa en la Academia de Bellas Artes, para estudiar Artes plásticas, convirtiéndose en el alumno más joven de su clase.
“José Carmen fue el hombre que estuvo en los momentos precisos en que necesitó orientación, comprensión o solidaridad incondicional para sus actos”, cuenta Diana Rengifo, su hija, en un artículo publicado en la revista César Rengifo 1915-1980, del Fondo Editorial Ipasme.
César hombre
Una vez adulto, y luego de iniciar una sólida obra en las artes plásticas —al menos 300 piezas, algunas de ellas aún desconocidas—, el teatro y el muralismo, actividades que ejecutó desde un amor profundo por el pueblo y su militancia comunista, César experimentó otra etapa de su vida, la de padre y esposo, en la década de 1940, cuando contrajo matrimonio con Ángela Carrillo, maestra de profesión, y concibe con ella dos hijas, Diana y Flérida.
Pero es también esta etapa cuando César se enfrenta nuevamente a la muerte, al sufrir un episodio de tuberculosis intestinal, enfermedad que en 1938 ya había amenazado su salud. Sin embargo, fue su mismo espíritu creador el que le ayudó a superar este nuevo desafío.
“Creo en el arte en función de la humanidad, por eso mi pintura como mi teatro se orientan a expresar sentimientos, pasiones y conflictos del hombre en acción perenne de perfeccionamiento”, expresó Rengifo en una ocasión, en relación a su trabajo.
Sobre el César padre, su hija, Diana Rengifo, compartió con la Agencia Venezolana de Noticias un texto al cual tituló El diente que le falta al peine, y que describen a César en su cotidianidad, cuando pintaba desde un cómodo taller instalado en la casa que fue su hogar, ubicada en Prado de María —o la casita del Prado, como ella misma la describe y donde vivió toda su infancia al lado de su hermana— vistiendo un overol de blue jeans, sandalias con medias puestas y casi siempre en compañía de un amigo o joven estudiante que acudía a él en busca de orientación para desarrollar un trabajo de investigación o tratar algún asunto.
“Era una casa de las del Banco Obrero —proyecto creado en pleno Perezjimenismo— con cuatro habitaciones, dos baños, cocina, comedor, jardín y un patio enorme. Un patio que papá llenó de árboles”, cuenta la hija, hoy convertida en una mujer, historiadora de oficio.
Diana también describe en su texto la relación entre su padre y su madre, quienes al principio comenzaron por escribirse cartas y luego a visitarse, de acuerdo a las normas de cortejo establecidos en la época. En 1942, decidieron casarse.
“Un día llegó a casa con una bolsita misteriosa. Dentro, estaba un cachorrito hermoso, blanco y crema al que llamamos Papelito. Fue el primer perro que tuvo la familia. Sus sorpresas eran así”, cuenta Diana, quien al final del texto describe a su padre como un hombre sencillo, pero sobresaliente, dedicado a su labor creadora, y comprometido con el tiempo político que vivió.
Pero César también fue un gran defensor de las ideas, militante, comunista, y a la par de su creación pictórica y teatral, este artista se esforzó por defender al pueblo, emprender el diálogo y defender las ideas socialistas.
AVN
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