Mark Weisbrot.
Dilma se ha recuperado de cada golpe y ahora parece estar en posición de llevarse tanto la primera comola segunda vuelta de la elección”
Dilma se ha recuperado de cada golpe y ahora parece estar en posición de llevarse tanto la primera comola segunda vuelta de la elección”
Cuando, hace pocas semanas, la contrincante Marina Silva tomó la
delantera en las encuestas frente a la presidenta Dilma Rousseff, hubo
mucha emoción acá en Washington, tanto en la prensa financiera como en
los mercados financieros. El Partido de los Trabajadores de Rousseff ha
estado en el poder durante 12 años, y mucha gente rica y poderosa -del
Norte y del Sur- estaba lista para un cambio. La fortuna parecía
favorecerlos: la economía brasileña, que ha desacelerado de manera
significativa estos últimos años, entró oficialmente en recesión durante
el año en curso -algo que anunciaría una derrota electoral para muchos
presidentes. Previo a ello, se vieron manifestaciones en torno al costo
del transporte público y el gasto del Gobierno en la Copa Mundial,
además del desastroso final de los juegos, con una humillante derrota de
7 a 1 de Brasil ante Alemania.
No obstante,
Dilma se ha recuperado de cada golpe y ahora parece estar en posición de
llevarse tanto la primera como la segunda vuelta de la elección. ¿Cómo
se explica este fenómeno?
Si Dilma Rousseff es
reelecta, tal vez sea porque la mayoría de los brasileños contempla los
doce años de gestión del Partido de los Trabajadores, y cualquiera con
suficiente edad o instrucción hace la comparación con el pasado. Para la
gran mayoría, los cambios han sido bastante asombrosos.
A
pesar de la desaceleración de los últimos años y la recesión mundial de
2009, el PIB per cápita de Brasil creció un promedio de 2,5 por ciento
al año entre 2003 y 2014. Esta cifra es más de tres veces superior a la
tasa de crecimiento durante los dos períodos de gobierno anteriores del
presidente Fernando Henrique Cardoso, quien implementó las políticas del
“Consenso de Washington” y sigue siendo un hombre de Estado muy
preferido en la capital estadounidense (antes de Cardoso, se vivió una
década y media de fracaso económico aún más grave, en la que Washington
ejercía una influencia todavía mayor en la política económica, y durante
este período el ingreso por persona en realidad cayó).
Este
retorno al crecimiento, junto a la utilización de los mayores ingresos
fiscales para incrementar la inversión social, ha significado una
reducción en la tasa de pobreza de Brasil de 55 por ciento, y de 65 por
ciento para la pobreza extrema. Para quienes se encuentran en condición
de pobreza extrema, el programa del Gobierno de transferencia
condicional de dinero (Bolsa Familia), reconocido internacionalmente,
les proporcionaba 60 por ciento de sus ingresos en el año 2011,
comparado con 10 por ciento en el año 2003. Un incremento considerable
del sueldo mínimo -84 por ciento desde 2003, tomando en cuenta la
inflación-, también ayudó mucho.
El desempleo
ha bajado a un récord histórico de 4,9 por ciento; estaba ubicado en
12,3 por ciento cuando Lula da Silva asumió la presidencia en el año
2003. La calidad de empleo también ha mejorado: el porcentaje de
trabajadores atrapados en el sector informal ha bajado de 22 a 13 por
ciento.
La distribución de ingresos en Brasil
sigue siendo entre las más desiguales del mundo, pero también se vieron
avances significativos en esta área. Entre 2003-2012, el cuarenta por
ciento de la población justo por debajo del nivel mediano casi duplicó
su participación en el incremento de los ingresos del país en relación
con la década anterior. Esto se dio a expensas del 10 por ciento más
rico de la población.
Son los pobres quienes de
forma más evidente se han beneficiado de esta transformación de la
economía brasileña, y esto se ve reflejado en las encuestas. Pero no
solamente los pobres han mejorado su bienestar: con un ingreso medio por
hogar de apenas unos 800 dólares, la gran mayoría de los brasileños iba
a poder sacarle provecho al aumento de sueldos, la reducción del
desempleo, y el importante incremento de las pensiones durante la última
década.
Desde el punto de vista de las
élites, estas ganancias para el común de los trabajadores no son tan
buena noticia. Una nueva ley que requiere que las trabajadoras y
trabajadores domésticos -quienes constituyen un gremio importante en
Brasil, gracias a su abrumadora desigualdad- sean tratados como
empleados formales, con una cantidad máxima de horas de trabajo, sueldos
mínimos y seguridad social, es la más reciente irritación para la clase
más pudiente.
Un relato contrario, según el
cual Brasil bajo el PT va en camino hacia la ruina, ha llenado los
medios en Brasil -que en su mayoría están opuestos al Gobierno- y la
prensa internacional. Desde esta óptica, la economía se ha ralentizado
porque el Gobierno no es lo suficientemente “amigable” hacia el sector
privado. La inflación (actualmente en 6,5 por ciento, al tope de la
banda fijada como meta) es demasiado alta, alimentada por un mercado
laboral “demasiado ajustado”, y el Gobierno necesita recortar el gasto.
Y, por supuesto: por favor, toca ser más amigable hacia Estados Unidos y
su política exterior muy impopular en la región, un tema de la
oposición en la última elección y que hoy ha sido reavivado.
La
realidad en cuanto a la política económica es bastante distinta: de
hecho, desde finales de 2010 el Gobierno ha estado escuchando al sector
financiero algo más de lo debido con el incremento de las tasas de
interés y los recortes al gasto público cuando la economía estaba
demasiado débil. Ojalá no se repitan estos errores.
Si
Dilma gana, será porque la mayoría de los brasileños ha obtenido gran
parte de las cosas por las que votaron anteriormente. Quizás quieran
más, y deberían querer más; pero es poco probable que opten por un
retorno al pasado.
Mark Weisbrot es
codirector del Center for Economic and Policy Research, en Washington,
DC. (www.cepr.net). También es presidente de la organización de política
exterior Just Foreign Policy (www.justforeignpolicy.org ).
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