lunes, 21 de julio de 2014

Palestina.

Sobrevuelan  aviones que bombardean calumnias. Caemos tergiversados.
Arremete la cortina de fuego de racismo. Somos limpiados étnicamente sin manchar a los asesinos.
Obuses disparan granadas de hipocresía. Morimos eufemizados.
Arremeten   tanques que  disparan silencios. Dejan  heridas sin alarido,  muertes sin solidaridad.
Zumban   drones de indiferencia. Como moscas caemos   víctimas de la apatía.
Disparan ametralladoras de insensibilidad. Agonizamos  acribillados de desprecio.
Estallan armas de destrucción masiva de la conciencia. Somos arrasados sin que quede traza de remordimientos.

Cruzan proyectiles de  complicidad. Al estallar disuelven toda humanidad preservando apenas  componendas entre verdugos.

Desde los cuatro horizontes nos ahogan gases de olvido. Ya no recordamos qué pueblos cayeron antes que el nuestro bajo idénticas  armas, igual agonía.
SUPERMERCADO
Compras el seductor cosmético con el nombre del amor y financias los detectores electrónicos que prohíben al lugareño el acceso a su propia tierra.
Con el lápiz de labios que te untas contribuyes a la incineración de los enamorados.
Un instante te detienes ante los mostradores de comida rápida cuyas registradoras pagan la muerte acelerada.
Sorbes el refresco gaseoso, y con las burbujas que revientan pagas  bombas que estallan contra tus hermanos.
Compras la gustosa salsa para tus carbohidratos y con ella financias la termita que hierve la sangre de tu prójimo.
En la sección de modas eliges  trapos que te cubrirán elaborados por las empresas que trabajan en dejar  sin piel al congénere.
En la vitrina llamativa están las lencerías eróticas cuyo precio se traduce en mortajas de fósforo ardiente, los aceites para bebés cuyos réditos adquirirán la gasolina gelatinosa contra las escuelas.
Estimula la compra el aire acondicionado que paga  tormentas de fuego que calcinan  villorrios arrastrando párpados hacia las alturas.
Adquieres  el chip cuyas utilidades costean el fichaje de oprimidos, las redes de comunicación de invasores, los detonadores de las bombas.
Te llevas la impresora con cuyo precio alimentas la construcción de  muros para encerrar  humanos como fieras.
El centavo que pagas por la fruslería que no necesitas perfora la frente del huérfano y el vientre de la madre.
Esgrimes la tarjeta de crédito que pertenece al banco que pertenece a la trasnacional que pertenece al megagrupo que pertenece al monopolio que  financia obuses de esquirlas, bombas incendiarias, proyectiles inteligentes que incineran a tu prójimo.
Más allá  venden vísceras, tiras de piel, blusas decoradas con uñas, collares de hueso de los niños inmolados.
La máquina desodorizadora borra la putrefacción de todo lo que compras, lo que financias, lo que consumes.
NO PREGUNTES
Ningún hombre es una isla –decía John Donne- no preguntes por quién doblan las campanas, que están doblando por ti.
No supongas que el genocidio avanza sobre Gaza porque bajo su mar hay hidrocarburos –bajo la tierra que pisas siempre algo justificará que seas convertido en polvo y esparcido por los confines del mundo.
No inquieras si la guerra funciona para la economía o la economía para la guerra –en la fabricación del fósforo que arrasará tu piel está inscrito el tanto por ciento de los beneficios y la tasa de desinterés que calcinará tus huesos.
No indagues si sólo la superioridad racial da derecho a exterminar o si sólo exterminar prueba la superioridad racial –el tono de tu piel y la salinidad de tus lágrimas es la condena que ejecutará quien necesite robar tu tierra y el aire que respiras.
No calcules si tu único placer que es engendrar hijos para el sufrimiento terminará por vencer a quienes por no sufrir no engendran.
No interrogues si el gigante es invulnerable o si la Historia es el recuento de los gigantes que caen –dispara el  guijarro con tu honda ensangrentada y espera.

Escritor, historiador, ensayista y dramaturgo.
 brittoluis@gmail.com

Luis Britto García

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