*JUAN MARTORANO
Continuamos dando algunos elementos, indicios que
pudieran orientar una verdadera investigación con el rigor
científico que el caso requiere, sobre la muerte de nuestro
Comandante Eterno y Supremo de nuestra Revolución Bolivariana, Hugo
Chávez Frías, tomando en cuenta los elementos que se desprenden del
libro "Las armas secretas de la CIA", del periodista Thomas
Gordon.
En la entrega anterior, habíamos cerrado con
confesiones de pilotos de la Aviación estadounidense que habían
participado en la Guerra de Corea, y arrojaron las denominadas
"bombas de gérmenes", aunque un tiempo después, dichos
pilotos trataron de desmentir la misma confesión que habían hecho.
De hecho, dichos pilotos habían descrito con lujo de detalles los
tipos de bombas que habían transportado para dispersar gérmenes y
los diversos vectores que habían usado. Habían dado detalles acerca
de las bases de las Fuerzas Aéreas estadounidenses desde las que
habían despegado y del número de misiones que habían llevado a
cabo antes de ser derribados por los norcoreanos. Una de las
confesiones hechas describía que "la bomba bacteriológica más
usada era la de 250 kilos. Cada una tenía una serie de
compartimentos para contener diferentes tipos de gérmenes. Pulgas y
arañas estaban separadas de ratas y topillos".
Para entonces, Fort
Detrick se había volcado en cuerpo y alma a crear un enorme arsenal
bacteriológico. Estados Unidos había renunciado a la idea de no
usar las armas bioquímicas más que como represalia. Un documento
confidencial, “Doctrina de las Fuerzas Armadas concerniente a la
defensa y a la utilización de armas químicas y biológicas”,
preparado por el Pentágono, afirmaba “en lo sucesivo, la decisión
de que las fuerzas estadounidenses utilicen armas químicas y
biológicas debe ser sólo de Estados Unidos”. La política de
contraatacar había sido sustituida por la de asestar el primer
golpe.
El doctor Gottlieb y sus
científicos empezaron a crear juegos de guerra en los que China era
el enemigo. En un memorándum que había enviado el general de
brigada J.H. Rothschild (pariente lejano de la familia de banqueros
muy famosa por cierto), al mando de Fort Detrick, Gottlieb decía:
“La guerra biológica puede tener un importante papel como elemento
disuasorio para evitar que China inicie una guerra. China está
sometida a olas de frío polar: de octubre a marzo, el aire frío
baja desde Siberia hasta las populosas zonas costeras chinas. De mayo
a agosto, el monzón estival forma una capa de 3.000 metros de
espesor que va desde el mar de China y el océano Pacífico hasta
esas mismas zonas. Es posible introducir agentes biológicos por aire
o por el agua en cualquiera de estas regiones. El ántrax o la fiebre
amarilla serían apropiados”.
En 1951, un equipo de
científicos de la CIA encabezados por el doctor Gottlieb voló a
Tokio. Cuatro japoneses, de los que se sospechaba que trabajaban
para los rusos, fueron llevados en secreto a un anexo en el que
doctores de la CIA les inyectaron varios fármacos depresivos,
estimulantes durante un período de veinticuatro horas. Privados de
sueño, los hombres se desorientaron. Sometidos a un interrogatorio
despiadado, confesaron que trabajaban para los rusos. Los llevaron a
la bahía de Tokio, les pegaron un tiro y los lanzaron por la borda.
Ese mismo equipo de la CIA voló a Seúl, Corea del Sur, donde se
repitió este mismo experimento con veinticinco prisioneros de guerra
norcoreanos. Se les pidió que condenaran el comunismo, a lo que se
negaron. Fueron ejecutados.
Al doctor Gottlieb se le
consideraba el experto en venenos de Fort Detrick, y cuantos más
esótericos, mejor. Había explorado las junglas de Africa, de
Centroamérica y Asia en búsqueda de nuevas y mejores toxinas para
matar. Su opinión acerca de matar estaba muy clara. “Normalmente
matar está mal, pero si está en juego la seguridad de Estados
Unidos, es aceptable. La decisión de matar no debe tomarse a la
ligera; pero una vez tomada, hay que llegar al final: no es momento
de plantearse dudas morales”, escribiría tiempo después.
En la silla de respaldo
de la oficina del doctor Gottlieb había una pequeña vitrina llena
de frascos y botellas que contenían insectos y pedazos de hongos
conservados en soluciones. Se trataban de varios de los especímenes
que el doctor Gottlieb había reunido de sus expediciones por América
Central y del Sur en busca de agentes botánicos capaces de matar.
En la década de los 50
del siglo pasado, Sidney Gottlieb trabajaba en ese momento en dos
grandes frentes. Uno era descubrir como lavaban el cerebro a la gente
los chinos y los rusos. El otro era seguir desarrollando un arsenal
biológico para hacerles frente. Fort Detrick se había empleado
considerablemente desde su llegada a las instalaciones. Las
cuadrillas de obreros habían construido nuevos laboratorios para las
decenas de científicos y técnicos que eran reclutados. Se habían
levantado viviendas para sus familias tras las alambradas con
carteles que prohibían sacar fotos. Guardias armados patrullaban el
perímetro.
La División de
Operaciones Especiales (SOD) tenía su sede en una edificación
alargada y baja de bloques de cemento pintada de un incongruente
amarillo, el color del maíz en sazón. El edificio 470 era una
estructura más imponente, con la fachada de ladrillo visto; era allí
donde se probaban las armas y su contenido para que las Fuerzas
Aéreas las usaran en Corea.
Había una rama de
dispositivos, sucesora de la Unidad de la OSS que producía equipo
especial para los agentes secretos durante la Segunda Guerra Mundial.
Este servicio creó toda una gama de sistemas de lanzamiento para que
los operarios de la CIA activaran armas biológicas. La rama de
agentes contaba en su plantilla con varios de los botánicos más
destacados de Estados Unidos. Todos eran expertos en hongos, como una
seta venenosa utilizada desde hacía más de dos mil años. La
emperatriz Agripina había sabido que seta usar cuando envenenó a su
marido, el emperador Claudio, para que Nerón pudiera ocupar el trono
imperial. Los científicos de la rama de agentes estaban creando un
veneno parecido, extraído de los hongos de las selvas de
Centroamérica. Su arsenal de lociones y pociones no tenían
parangón. De vez en cuando el doctor Gottlieb citaba a un agente de
alto rango de operaciones clandestinas para hablar con los
científicos acerca de la idoneidad para el asesinato con un producto
botánico.
Entre quienes se habían
incorporado a Detrick estaba William Capers Patrick, cuyos
antepasados procedían de las lejanas tierras pantanosas de Irlanda y
Escocia. El doctor Gottlieb había seguido el desarrollo de la
carrera del joven mocrobiólogo. Bill era muy independiente y estaba
siempre dispuesto a aceptar desafíos y a profundizar en sus
conocimientos sobre ese mundo casi invisible de los gérmenes donde
combaten entre sí en guerras microscópicas. En cuestión de meses,
animado por el doctor Gottlieb y supervisado por Frank Olson, el
microbiólogo creó minúsculas bombas biológicas. Ninguna era mayor
que una mota de polvo que flotara en el aire durante horas con el
viento, y estaban diseñadas para penetrar en lo más profundo del
sistema respiratorio humano, entrando por la boca y la nariz hasta
los pulmones. Allí, en su esponjosa humedad, cada mota se
multiplicaba a pasmosa velocidad para producir millones más.
Para determinar su
eficacia, se realizaron ensayos sobre centenares de soldados
estadounidenses desprevenidos en cámaras selladas de Fort Detrick y
en el campo de pruebas de Dugway, un enclave de ensayos militares
situado en el desierto de Utah. Se dijo a los soldados, todos ellos
voluntarios, que participarían en un proyecto de investigación para
encontrar una cura al resfriado común. También se reclutó a presos
de la penitenciaría de Ohio con la promesa de una reducción de sus
penas. Las muestras de esputo confirmaron que las minibombas eran
ideales para transmitir una amplia gama de gérmenes. A continuación
el doctor Patrick y Frank Olson se pusieron manos a la obra para
convertir el ántrax en un arma. Calculaban que un solo galón (3,78
litros) de la bacteria, una vez pasada a aerosol, proporcionaría
ocho mil millones de dosis, lo bastante para matar hasta la última
persona de la Tierra, además de toda la vida animal.
Esto solo es parte de la
manera criminal de como los Estados Unidos actúan en contra de lo
que ellos consideran sus enemigos. Por razones de espacio, dejamos
esta entrega hasta aquí. Pero esta historia continuará.
¡Bolívar y Chávez
viven, y sus luchas y la Patria que nos legaron siguen!
¡Hasta la Victoria
Siempre!
¡Independencia y Patria
Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!
*Abogado,Activista por los Derechos
Humanos,Militante Revolucionario y de la Red Nacional de Tuiter@s
Socialistas (RENTSOC).http://juanmartorano.blogspot.com/
http://juanmartorano.wordpress.com/ ,jmartoranoster@gmail
.com
,j_martorano@hotmail.com
,juan _martoranocastillo@yahoo. com. ar . @juanmartorano (Cuenta en
Tuiter).
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