Mercedes Chacín.
Papá nació el 4 de enero de 1932, día de San Rigoberto, en alguna
montaña de Miranda cerca de Río Chico, pero su partida nacimiento dice
que fue en San José de Guaribe en el estado Guárico. Era el tercero de
los seis hermanos Chacín Espinoza. José María, Luis Armando, Rigoberto,
Celenia, Pedro Vicente y Yolanda. Su padre se llamaba Pedro Lorenzo,
igual que mi hermano. Apenas caigo en cuenta de que ambos murieron
jóvenes. Mi abuelo víctima de Mal de Parkinson, mi hermano en un
accidente de tránsito. Su esposa Carmen Ramona, mi abuela, debió criar
sola a ese muchachero. Contaba papá que por nacer yo un día de San
Ramón, escogieron ese nombre para mí. Dijo mi abuelita: “No, Riguito, no
le eches esa vaina a esa muchacha”. Y no me la echaron. Tal vez en
lugar de Meche, me dijeron Ramonita.
No las tuvo todas consigo papá. Muy joven, perdió el ojo izquierdo. Lo perdió al quedarse su ojo engarzado en una cerca de alambre. Por eso siempre usaba lentes oscuros. Tenía una colección envidiable de lentes, atesorados por setenta y pico de años. Mamá y Papá se conocieron en Sabana Grande de Orituco, en el estado Guárico. Fueron unos amores difíciles, pues mi abuelo materno, Simón Díaz, no consideraba que Rigo fuera digno de su primogénita, Victoria Díaz Lara, mi mamá. Y se escaparon. Ese matrimonio duró casi 60 años. Se fueron a vivir a San José de Guaribe. Al norte de ese pueblo está el cerro de El Bachiller, lugar escogido por la guerrilla venezolana de los 60 para ensayar la toma del poder. Papá contó historias de esa época, en la que “cazaban a los guerrilleros como venados”.
Entre 1956 y 1964 nació la prole de Rigo y Victoria: Luis, Pedro, Lizardo, María y Mercedes. Todos nacieron en Altagracia de Orituco, salvo la última, Mercedes (o sea yo), quien por casualidad nació en Caracas. En el año 1968 la familia Chacín Díaz se trasladó completa a Altagracia, pues los más grandes empezaban a estudiar bachillerato.
Más tarde papá sufrió un percance serio de salud. Le dio pulmonía y estuvo seis meses hospitalizado en el Hospital General Doctor José Ignacio Baldó, también conocido como El Algodonal, ubicado en la parroquia Antímano, especializado en enfermedades respiratorias. “Me operaron y me quitaron un pedazo de pulmón”, contaba. Nunca olvidó que cuando salió del hospital e intentó alzarme en brazos, yo preguntaba: “¿Quién es ese señor?” “No me reconociste”, me dijo muchas veces.
Pasado mañana se cumple un año de la muerte de papá. Hace un año, un 16 de julio, lo venció un cáncer, diagnosticado apenas cinco meses antes. Extraño su sonrisa franca, sus análisis sobre la situación del país, su invitación cada fin de semana que lo visitaba a “echarnos una”, sus frecuentes jodas con mamá: “¿Quieres hablar con la vieja?” cada vez que contestaba el teléfono y mama lo insultaba desde algún lugar de la casa… Extraño verlo siempre al lado de mamá, su orgullo de padre, extraño sus conversas en medio de una parrillada, su apoyo en momentos inesperados, su buen humor… Su ausencia no se llena. Te quiero, papá. Sigamos.
No las tuvo todas consigo papá. Muy joven, perdió el ojo izquierdo. Lo perdió al quedarse su ojo engarzado en una cerca de alambre. Por eso siempre usaba lentes oscuros. Tenía una colección envidiable de lentes, atesorados por setenta y pico de años. Mamá y Papá se conocieron en Sabana Grande de Orituco, en el estado Guárico. Fueron unos amores difíciles, pues mi abuelo materno, Simón Díaz, no consideraba que Rigo fuera digno de su primogénita, Victoria Díaz Lara, mi mamá. Y se escaparon. Ese matrimonio duró casi 60 años. Se fueron a vivir a San José de Guaribe. Al norte de ese pueblo está el cerro de El Bachiller, lugar escogido por la guerrilla venezolana de los 60 para ensayar la toma del poder. Papá contó historias de esa época, en la que “cazaban a los guerrilleros como venados”.
Entre 1956 y 1964 nació la prole de Rigo y Victoria: Luis, Pedro, Lizardo, María y Mercedes. Todos nacieron en Altagracia de Orituco, salvo la última, Mercedes (o sea yo), quien por casualidad nació en Caracas. En el año 1968 la familia Chacín Díaz se trasladó completa a Altagracia, pues los más grandes empezaban a estudiar bachillerato.
Más tarde papá sufrió un percance serio de salud. Le dio pulmonía y estuvo seis meses hospitalizado en el Hospital General Doctor José Ignacio Baldó, también conocido como El Algodonal, ubicado en la parroquia Antímano, especializado en enfermedades respiratorias. “Me operaron y me quitaron un pedazo de pulmón”, contaba. Nunca olvidó que cuando salió del hospital e intentó alzarme en brazos, yo preguntaba: “¿Quién es ese señor?” “No me reconociste”, me dijo muchas veces.
Pasado mañana se cumple un año de la muerte de papá. Hace un año, un 16 de julio, lo venció un cáncer, diagnosticado apenas cinco meses antes. Extraño su sonrisa franca, sus análisis sobre la situación del país, su invitación cada fin de semana que lo visitaba a “echarnos una”, sus frecuentes jodas con mamá: “¿Quieres hablar con la vieja?” cada vez que contestaba el teléfono y mama lo insultaba desde algún lugar de la casa… Extraño verlo siempre al lado de mamá, su orgullo de padre, extraño sus conversas en medio de una parrillada, su apoyo en momentos inesperados, su buen humor… Su ausencia no se llena. Te quiero, papá. Sigamos.
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