*JUAN MARTORANO.
Los archivos eran un rastro de papel sobre cómo la CIA había montado el programa biológico y químico más siniestro jamás emprendido por una agencia gubernamental estadounidense. Durante años, Frank Olson, con su cara de niño, había estado involucrado hasta las cachas en este trabajo, más de lo que su familia jamás pudo sospechar, más de lo que el propio Dulles probablemente sabía, más de lo que conocían incluso sus colegas de la CIA. Sólo Sidney Gottlieb y los científicos más autorizados de Fort Detrick estaban al tanto del trabajo de Frank Olson.
Estados
Unidos había surtido en secreto de gas mostaza a Gran Bretaña desde
1940. se elaboraba en fábricas estadounidenses y luego se mandaba a
Inglaterra en barcos con bandera extranjera. Era el modo que tenía
el presidente Roosevelt de ayudar a Gran Bretaña, sin dar la
impresión de que vulneraba la neutralidad estadounidense. Pearl
Harbor puso fin a ese subterfugio.
Frank Olson
llegó a Camp Detrick en el momento en que se convertía en la fuente
de una ampliación a escala nacional de la guerra química. Cerca de
Denver, Colorado, en el arsenal de las montañas Rocosas, que ocupaba
8.000 hectáreas, 3.000 personas trabajaban noche y día para
producir sustancias tóxicas. Estudiaron el efecto de gas mostaza
rociando desde el aire; a resultas del informe de Olson, el Ejército
estadounidense encargó más de cien mil pistolas pulverizadoras. En
esos primeros años de guerra en Camp Detrick, Olson ayudó a idear
agentes químicos para millones de granadas, bombas y obuses.
Como el
resto del personal de Camp Detrick, Olson sabía que el presidente
Roosevelt odiaba la idea de la guerra química. Para él era
“contraria a la ética cristiana y a las leyes de la guerra”.
Para vencer los escrúpulos del entonces presidente, la maquinaria
publicitaria del ejército dejó que se supiera que Churchill no
sentía ninguna aversión por la guerra química y dispuso que se
publicaran fotografías de las víctimas de las bombas de gas mostaza
lanzadas por los japoneses sobre la ciudad china de Inching, que
habían matado a más de mil personas en 1941. las campañas,
coordinadas con esmero fueron respaldadas posteriormente por sondeos
de opinión que revelaron que casi la mitad de los enrevistados
estaban a favor de que se usara gas contra los japoneses. Roosevelt
se había visto obligado a advertir a Japón y Alemania que se
respondería a los ataques químicos contra Estados Unidos de un modo
similar y a escala masiva.
En Camp
Detrick, Frank Olson, tras demostrar su valía como pionero de la
guerra química, se hallaba enfrascado ya en un campo mucho más
mortífero: las armas biológicas. No por primera vez, el primer
ministro de Gran Bretaña, Winston Churchill, había sido el
instigador. En vísperas del Día D, el 6 de junio de 1944, había
mandado un memorándum secreto a su Gabinete de Guerra para “examinar
las posibilidades de guerra biológica y la forma que podrían
adoptar las represalias enemigas”. Habían llegado informes de
fuentes clandestinas en Alemania según los cuales en la academia
médica militar de Posen el programa nazi de guerra biológica estaba
muy avanzado. En Dachau y Buchenwald se habían realizado
experimentos en prisioneros en campos de concentración, muchos de
ellos mujeres y niños, en San Francisco, Nueva Orleans y Miami,
donde poder atraer a personas para que White las drogara y envenenara
subrepticiamente.
Según una
de las secciones con etiqueta azul de un archivo. Dulles había
recibido información de que un desertor soviético afirmaba que en
Corea del Norte había un hospital especial en el que médicos
soviéticos y checoslovacos realizaban experimentos con prisioneros
de guerra estadounidenses. Los experimentos estaban diseñados para
probar los efectos de varios agentes químicos y biológicos, además
de para descubrir la resistencia física y psicológica de los
cautivos. En unas instalaciones de Ucrania los sometían a
posteriores experimentos antes de matarlos.
Harían
falta cuarenta años para que la verdad saliera por fin a la luz, el
117 de diciembre de 1996. un hombre de mediana edad, vestido con
elegancia, se levantó en la habitación 2118 del edificio Rayburn de
Washington precisamente a mediodía. Paseó un momento la mirada por
los hombres que tenía delante, sentados a una mesa sobre una tarima.
Eran los miembros del Subcomité de Seguridad Nacional sobre Personal
Militar de la Cámara de Representantes. Se habían reunido para oír
varios de los testimonios más extraordinarios que cualquiera de
ellos hubiera oído sobre experimentos terminales con prisioneros de
guerra estadounidenses capturados en la guerra de Corea.
Junto con
el libro “Métodos de asesinato” del doctor Gottlieb, es uno de
los documentos más pasmosos de la Guerra Fría. Aquí aparece
publicado por primera vez:
“Obedecía
las órdenes de los rusos en 1956 oí hablar por primera vez del uso
de prisioneros de guerra estadounidenses y surcoreanos por parte de
médicos soviéticos y checoslovacos. Desde luego no pretendo saber
lo que fue de todos los prisioneros de guerra desaparecidos, pero sí
sé lo que sucedió a muchos de ellos. En pocas palabras, en Corea y
Vietnam se usó a centenares de ellos como conejillos de Indias. Al
principio de la guerra de Corea recibimos de Moscú instrucciones de
construir un hospital militar en Corea del Norte. Oficialmente, era
para atender a los heridos de guerra. Sin embargo, eso era sólo una
tapadera, un engaño. El objetivo de alto secreto del hospital era
experimentar con prisioneros de guerra estadounidenses y surcoreanos.
Utilizaban a los prisioneros para que los médicos militares se
formaran en medicina de campaña, por ejemplo en el tratamiento de
heridas graves y la práctica de amputaciones.
Se usaba a
los prisioneros de guerra para ensayar los efectos de agentes de
guerra química y biológica y probar los efectos de la radiación
atómica”.
Según
Gottlieb, los soviéticos también utilizaron a los soldados
estadounidenses para poner a prueba la resistencia física y
psicológica de los militares de este país. También los usaron para
ensayar diversas drogas de control mental. Checoslovaquia, además,
construyó un crematorio en Corea del Norte para desembarazarse de
los cuerpos una vez concluidos los experimentos.
Los
estadounidenses y surcoreanos no fueron los únicos humanos
utilizados como “conejillos de indias”. También se usó a
millares de prisioneros nacionales en la Unión Soviética y
Checoslovaquia. Los estadounidenses y surcoreanos eran muy
importantes para los planes de los soviéticos porque ellos creían
que era esencial comprender el modo en que diferentes drogas, agentes
de guerra química o biológica y la radiación afectaban distintas
razas y a personas que se habían criado de forma diferente; por
ejemplo, con una dieta mejor. Los soviéticos también querían saber
si existían diferencias en la capacidad de los soldados de distintos
países para aguantar el estrés de la guerra nuclear y seguir
combatiendo.
Los
soviéticos se tomaban muy en serio su preparación para la guerra
nuclear y el desarrollo de diversas drogas y sustancias para su
posterior uso, y eso incluía ensayos detallados sobre personas de
los diversos países que consideraban ellos sus enemigos. Como
Estados Unidos era el principal enemigo, los prisioneros de guerra
norteamericanos eran los sujetos experimentales más valorados.
Al final de
la guerra de Corea, quedaban unos cien prisioneros de guerra que
todavía se consideraban útiles para posteriores experimentos.
Algunos estiman que a todos los demás los habían matado en el
proceso de experimentación porque no se recuerda haber leído nunca
ningún informe que indicara que alguno de los pacientes prisioneros
de guerra hubiesen salido con vida del hospital, salvo los cien que
sobrevivían al final de la guerra. A esos cien los trasladaron en
avión, en cuatro grupos, primero a Checoslovaquia, donde los
sometieron a reconocimiento físico, y luego a la Unión Soviética.
Si bien lo
que acabo de señalar describe lo sucedido en Corea, quisiera
recalcar que lo mismo ocurrió en Vietnam y Laos durante la guerra de
Vietnam. La única diferencia estriba en que la operación de Vietnam
estuvo mejor planificada y se usaron prisioneros de guerra
estadounidenses tanto en Vietnam y Laos como en la Unión Soviética.
“El
lavado de cerebro y las atrocidades contra prisioneros
estadounidenses fueron actos conscientes de la política soviética.
No sólo fueron utilizados sobre nuestros prisioneros, sino también
sobre gente de su pueblo y de otros bajo su control. La base de su
acción era la teoría pavloviana de los reflejos condicionados. Yo
disponía de información sobre experimentos médicos (de corte nazi)
con nuestros prisioneros”. Manifestó el doctor Gottlieb.
Esto sólo
es una muestra de todas las atrocidades que pueden cometer los
servicios de inteligencia de países imperiales. Y de
experimentaciones al servicio del horror y la muerte. Pero este
trabajo, aunque extenso, aún no termina, y en próximas entregas se
irá poniendo más candente.
¡Bolívar
y Chávez viven, y sus luchas y la Patria que nos legaron siguen!
¡Hasta la
Victoria Siempre!
¡Independencia
y Patria Socialista!
¡Viviremos
y Venceremos!
*Abogado,Activista por
los Derechos Humanos,Militante Revolucionario y de la Red Nacional de
Tuiter@s Socialistas (RENTSOC).http://juanmartorano.blogspot.com/
http://juanmartorano.wordpress.com/
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,juan _martoranocastillo@yahoo. com. ar . @juanmartorano (Cuenta en
Tuiter).
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