Luisana Colomine
Aquella mañana, María llegó directo a la emergencia de la clínica “Las Ciencias”. Había pasado una noche de perros con un agudo malestar repentino y todas las molestias asociadas al complejo sistema gastrointestinal. Como era temprano (6 am) la emergencia estaba solitaria. María creyó en su suerte por ser la primera enferma de ese día. La enfermera de turno la recibió con una mirada de esas que no te miran. María le contó de su sufrimiento y tal vez hasta exageró en el cuento buscando un poco de compasión. La respuesta de la enfermera fue automática: “Pase por administración y cuando le den la clave el médico bajará…” María pensó en Chávez…
La hija de María corrió a administración para apurar lo de la clave y se encontró con un ser que tal vez a esa hora estaría harto de tanto enfermo y de tanta quejadera...Y de tantas claves fallidas…La chica dijo el nombre del seguro: “Previsora”: El encargado ladró: “Suspendido”…”Ajá ¿y entonces? Mi mamá necesita atención…”…”Bueno – le respondió el otro- tendrá que pagar el depósito, seis mil bolívares, y si no los consume todos se le reintegra el resto en tres días hábiles…”.
La hija aceptó porque María estaba realmente mal…Pero, la Ley de Murphy no perdona: la tarjeta de débito no pasó. “¡Rechazada!...El siguiente!” dijo el hombre, sin levantar la vista.
La hija se devolvió apesadumbrada y le contó a María lo ocurrido. María, como pudo, casi doblada del dolor, se fue hasta administración para usar, entonces, el seguro de su institución. “Federal”, cantó. Y del otro lado, cual juego siniestro juego de Bingo, la respuesta: “¡Suspendido!”. Ya eran casi las 7 am y a María no la había visto el médico. Por dignidad resolvió marcharse con su dolor a otra parte.
El cuento se repitió en dos clínicas más, salvo en el CDI ubicado en la Universidad Bolivariana de Venezuela, donde le inyectaron un medicamento y le regalaron unas pastillas “para el asco”. Nada de eso hizo efecto y María seguía mal.
Lo peor le ocurrió en la Clínica Metropolitana, adonde fueron a parar porque les aseguraron que allí sí aceptaban al Federal. Habían transcurrido ya horas y María seguía mal. En la Metropolitana le dijeron lo mismo: “Federal”. Y la respuesta: “Suspendido”. Entonces la hija ofreció el suyo: “Previsora”. Respuesta: “Activo”…¡Qué alegría! Por fin María sería atendida como Dios Manda. ¡Por fin tenía clave! Y se sentía bendecida. Pero, ¡oh!, decepción. Debía anotarse en una lista de espera ya que la clínica estaba “full”.
La enfermera le dijo sin mirarla: a medida que se desocupe la sala voy llamando pacientes pero tiene que esperar. María volvió a pensar en Chávez... Se sintió humillada, irrespetada, por un sistema perverso. Vio el sufrimiento ajeno. Caras tristes y cansadas, de gente tal vez peor que ella. Ruleteadas de clínica en clínica porque “están full”…
María se sentó un rato en la sala de espera, bastante austera para ser de una de las clínicas más costosas de Caracas, de esas cinco estrellas, y donde el depósito para que te atiendan sin una clave, ya era ¡de 8 mil bolívares!. No había esperanzas de que atendieran a María quien poco a poco se iba desgastando, consumiendo…La hija, angustiada, comenzó a llamar a gente amiga y le dijeron “llévatela a la Sanatrix y cuando lleguen busquen a fulana”…A estas alturas (10 de la noche) ya toda la familia estaba avisada. María y su hija se fueron a la Sanatrix donde afortunadamente estaba activo el seguro de la Previsora. Buscaron a fulana y fulana les recibió con mucha deferencia. El médico de guardia, un gordo con cara de autoconvocado, habló fuerte como para que María lo escuchara: “No le puedo ofrecer nada. No tengo enfermeras, no tengo médicos ni cubículos disponibles. Tendrá que aguantar. Que se siente afuera, como los demás”. Los demás eran cinco personas que estaban por delante de María.
María estaba botando su estómago de a poquito y francamente ya no tenía fuerzas…Alguien le dijo: “eso está dando. Es un virus” Y María lo bautizó el virus DAKA porque le parecía que el bicho le estaba robando su salud. Una anciana de 83 años, con el mismo virus DAKA, había sido rebotada ya en tres clínicas. Su nieto desesperado llamaba desde el celular: “Por favor, está muy viejita ya no puede caminar, le suplico que me la reciba…”. Los únicos amables eran los conductores de la ambulancia…¿Qué esperanzas podía tener María?, pensó...La familia ya había llegado a la Sanatrix y eso la reconfortó para tomar la decisión de irse a casa…Sólo le quedaban las pastillas “para el asco” que le regalaron en el CDI y que al parecer al final le mataron el virus…María seguía pensando en Chávez…
En 2011, la fiscal Luisa Ortega Díaz anunció: “Las clínicas privadas y las compañías aseguradoras no pueden pedir claves ni cualquier otro requisito a sus usuarios para brindarles la atención médica necesaria (…) La salud es considerada un derecho humano fundamental y con ella no se puede comercializar"… La fiscal mencionó el numeral 22 del artículo 40 de la Ley de la Actividad Aseguradora, el cual establece que "queda prohibido a las empresas de seguros y las de reaseguros negarse a otorgar la cobertura inmediata en casos de emergencia prevista en el contrato de seguro de hospitalización, cirugía y maternidad, condicionada a la emisión de claves o autorizaciones de acceso".
María se reía pensando en esas declaraciones, porque de verdad, a los entes encargados de eso los ha visto es en los sitios donde venden peroles, pero no en las clínicas donde se muere gente por falta oportuna de asistencia médica…María se preguntaba que estaría pasando con los seguros intervenidos por el Gobierno, como Previsora y Federal…¿Para qué sirven si las clínicas los tienen “suspendidos”?...
Pero dos años después de aquella declaración de la Fiscal, se registró la muerte del bombero Carlos Alberto Rodríguez que inspiró un encendido artículo de Nicmar Evans titulado ¿Clínicas con claves asesinas y un Estado ineficiente?
Papá Estado: además de televisor pantalla plana, también quiero salud…Indepabis, tu decides...
La hija de María corrió a administración para apurar lo de la clave y se encontró con un ser que tal vez a esa hora estaría harto de tanto enfermo y de tanta quejadera...Y de tantas claves fallidas…La chica dijo el nombre del seguro: “Previsora”: El encargado ladró: “Suspendido”…”Ajá ¿y entonces? Mi mamá necesita atención…”…”Bueno – le respondió el otro- tendrá que pagar el depósito, seis mil bolívares, y si no los consume todos se le reintegra el resto en tres días hábiles…”.
La hija aceptó porque María estaba realmente mal…Pero, la Ley de Murphy no perdona: la tarjeta de débito no pasó. “¡Rechazada!...El siguiente!” dijo el hombre, sin levantar la vista.
La hija se devolvió apesadumbrada y le contó a María lo ocurrido. María, como pudo, casi doblada del dolor, se fue hasta administración para usar, entonces, el seguro de su institución. “Federal”, cantó. Y del otro lado, cual juego siniestro juego de Bingo, la respuesta: “¡Suspendido!”. Ya eran casi las 7 am y a María no la había visto el médico. Por dignidad resolvió marcharse con su dolor a otra parte.
El cuento se repitió en dos clínicas más, salvo en el CDI ubicado en la Universidad Bolivariana de Venezuela, donde le inyectaron un medicamento y le regalaron unas pastillas “para el asco”. Nada de eso hizo efecto y María seguía mal.
Lo peor le ocurrió en la Clínica Metropolitana, adonde fueron a parar porque les aseguraron que allí sí aceptaban al Federal. Habían transcurrido ya horas y María seguía mal. En la Metropolitana le dijeron lo mismo: “Federal”. Y la respuesta: “Suspendido”. Entonces la hija ofreció el suyo: “Previsora”. Respuesta: “Activo”…¡Qué alegría! Por fin María sería atendida como Dios Manda. ¡Por fin tenía clave! Y se sentía bendecida. Pero, ¡oh!, decepción. Debía anotarse en una lista de espera ya que la clínica estaba “full”.
La enfermera le dijo sin mirarla: a medida que se desocupe la sala voy llamando pacientes pero tiene que esperar. María volvió a pensar en Chávez... Se sintió humillada, irrespetada, por un sistema perverso. Vio el sufrimiento ajeno. Caras tristes y cansadas, de gente tal vez peor que ella. Ruleteadas de clínica en clínica porque “están full”…
María se sentó un rato en la sala de espera, bastante austera para ser de una de las clínicas más costosas de Caracas, de esas cinco estrellas, y donde el depósito para que te atiendan sin una clave, ya era ¡de 8 mil bolívares!. No había esperanzas de que atendieran a María quien poco a poco se iba desgastando, consumiendo…La hija, angustiada, comenzó a llamar a gente amiga y le dijeron “llévatela a la Sanatrix y cuando lleguen busquen a fulana”…A estas alturas (10 de la noche) ya toda la familia estaba avisada. María y su hija se fueron a la Sanatrix donde afortunadamente estaba activo el seguro de la Previsora. Buscaron a fulana y fulana les recibió con mucha deferencia. El médico de guardia, un gordo con cara de autoconvocado, habló fuerte como para que María lo escuchara: “No le puedo ofrecer nada. No tengo enfermeras, no tengo médicos ni cubículos disponibles. Tendrá que aguantar. Que se siente afuera, como los demás”. Los demás eran cinco personas que estaban por delante de María.
María estaba botando su estómago de a poquito y francamente ya no tenía fuerzas…Alguien le dijo: “eso está dando. Es un virus” Y María lo bautizó el virus DAKA porque le parecía que el bicho le estaba robando su salud. Una anciana de 83 años, con el mismo virus DAKA, había sido rebotada ya en tres clínicas. Su nieto desesperado llamaba desde el celular: “Por favor, está muy viejita ya no puede caminar, le suplico que me la reciba…”. Los únicos amables eran los conductores de la ambulancia…¿Qué esperanzas podía tener María?, pensó...La familia ya había llegado a la Sanatrix y eso la reconfortó para tomar la decisión de irse a casa…Sólo le quedaban las pastillas “para el asco” que le regalaron en el CDI y que al parecer al final le mataron el virus…María seguía pensando en Chávez…
En 2011, la fiscal Luisa Ortega Díaz anunció: “Las clínicas privadas y las compañías aseguradoras no pueden pedir claves ni cualquier otro requisito a sus usuarios para brindarles la atención médica necesaria (…) La salud es considerada un derecho humano fundamental y con ella no se puede comercializar"… La fiscal mencionó el numeral 22 del artículo 40 de la Ley de la Actividad Aseguradora, el cual establece que "queda prohibido a las empresas de seguros y las de reaseguros negarse a otorgar la cobertura inmediata en casos de emergencia prevista en el contrato de seguro de hospitalización, cirugía y maternidad, condicionada a la emisión de claves o autorizaciones de acceso".
María se reía pensando en esas declaraciones, porque de verdad, a los entes encargados de eso los ha visto es en los sitios donde venden peroles, pero no en las clínicas donde se muere gente por falta oportuna de asistencia médica…María se preguntaba que estaría pasando con los seguros intervenidos por el Gobierno, como Previsora y Federal…¿Para qué sirven si las clínicas los tienen “suspendidos”?...
Pero dos años después de aquella declaración de la Fiscal, se registró la muerte del bombero Carlos Alberto Rodríguez que inspiró un encendido artículo de Nicmar Evans titulado ¿Clínicas con claves asesinas y un Estado ineficiente?
Papá Estado: además de televisor pantalla plana, también quiero salud…Indepabis, tu decides...
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