LUIS BRITTO GARCÍA.
1¿Quién que haya recibido una educación digna de tal nombre puede no desear que todos disfruten de igual dicha? Difícil concebir mejor formación que la del desdichado huérfano Simón José Antonio de la Santísima Trinidad
1 ¿Quién que haya recibido una educación digna de tal nombre puede no desear que todos disfruten de igual dicha? Difícil concebir mejor formación que la del desdichado huérfano Simón José Antonio de la Santísima Trinidad. Más de un religioso ha de haberle impartido un catecismo a bofetones, y Andrés Bello atormentó sus primeros años con conjugaciones, gerundios y gerundivos. Pero su verdadera educación comienza cuando, tras enrevesado pleito entre su tutor Carlos Palacios y su hermana María Antonia Bolívar, el párvulo es confiado al original pedagogo Simón Rodríguez, quien sostiene que “todas las clases del Estado son acreedoras a la pública educación en las primeras letras”. Su programa es riguroso y exigente: excursiones por el monte, dejar que el contacto con la naturaleza desarrolle el sexto sentido de la curiosidad, liberar al mozo para que aprenda por sí mismo.
2 A tal maestro, tal discípulo. Tras larga caminata por Francia e Italia, ambos llegan en 1805 al monte Aventino de Roma, donde Simón José Antonio jura liberar su patria de la dominación española. La emancipación no será solo obra de las armas: la verdadera libertad es la del espíritu, que llega por el conocimiento. Como improvisado diplomático arriba el joven Bolívar a Londres en 1810, en pos del reconocimiento de la Independencia. En casa de Francisco de Miranda asiste a una demostración por el pedagogo Joseph Lancaster de su método, que propone que unos alumnos enseñen a otros. Bolívar queda impresionado. Quizá sea la manera de multiplicar la educación en una América casi sin maestros.
3 Bolívar no olvida que la batalla se libra en los espíritus. En cuanto logra un asidero para las armas patriotas en Guayana, afirma en 1819 en el Discurso de Angostura que “la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades”. También funda sus esperanzas en un Senado hereditario, enfatizando que “es un oficio para el cual se deben preparar los candidatos, y es un oficio que exige mucho saber, y los medios proporcionados para adquirir su instrucción”. Su propuesta no es incorporada en la Constitución.
4 Las dos décadas que siguen al juramento en Monte Sacro serán un torbellino de ofensivas y hecatombes. Antes de que la Independencia quede sellada en 1824 en Ayacucho, Bolívar goza de la inmensa alegría de saber que Simón Rodríguez está en América. El 19 enero de ese año le escribe desde Pativilca: “Vd. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló”. Esa senda lleva a la independencia de Bolivia. El Libertador en 1825 lo nombra “director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y de Artes y director general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana”. El año siguiente funda escuelas talleres en Chuquisaca, pero es saboteado por el clero, por las autoridades locales, e incluso pierde el apoyo de José Antonio Sucre. El pedagogo renuncia y emprende una larga errancia hasta su muerte en Amotape.
5 Bolívar mantiene contacto con Lancaster, lo trae a América y financia sus escuelas. Pero el inglés es enredador y prepotente; se trenza en controversias con el cónsul inglés en Caracas, sir Robert Ker Porter, golpea a una dama que lo ha mojado durante el carnaval de 1827, y el educador es expulsado por maleducado. El mismo año Bolívar conjuntamente con José María Vargas reforma el reglamento de la Universidad de Caracas para abrirla a las ciencias y a los alumnos con escasos medios. El fracaso de tantos proyectos luminosos no es culpa de los pedagogos. Incluso Sucre y Bolívar, invencibles en las batallas, serán eliminados por las fuerzas conspirativas de la reacción, el divisionismo y la ignorancia.
2 A tal maestro, tal discípulo. Tras larga caminata por Francia e Italia, ambos llegan en 1805 al monte Aventino de Roma, donde Simón José Antonio jura liberar su patria de la dominación española. La emancipación no será solo obra de las armas: la verdadera libertad es la del espíritu, que llega por el conocimiento. Como improvisado diplomático arriba el joven Bolívar a Londres en 1810, en pos del reconocimiento de la Independencia. En casa de Francisco de Miranda asiste a una demostración por el pedagogo Joseph Lancaster de su método, que propone que unos alumnos enseñen a otros. Bolívar queda impresionado. Quizá sea la manera de multiplicar la educación en una América casi sin maestros.
3 Bolívar no olvida que la batalla se libra en los espíritus. En cuanto logra un asidero para las armas patriotas en Guayana, afirma en 1819 en el Discurso de Angostura que “la educación popular debe ser el cuidado primogénito del amor paternal del Congreso. Moral y luces son los polos de una república; moral y luces son nuestras primeras necesidades”. También funda sus esperanzas en un Senado hereditario, enfatizando que “es un oficio para el cual se deben preparar los candidatos, y es un oficio que exige mucho saber, y los medios proporcionados para adquirir su instrucción”. Su propuesta no es incorporada en la Constitución.
4 Las dos décadas que siguen al juramento en Monte Sacro serán un torbellino de ofensivas y hecatombes. Antes de que la Independencia quede sellada en 1824 en Ayacucho, Bolívar goza de la inmensa alegría de saber que Simón Rodríguez está en América. El 19 enero de ese año le escribe desde Pativilca: “Vd. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló”. Esa senda lleva a la independencia de Bolivia. El Libertador en 1825 lo nombra “director de Enseñanza Pública, Ciencias Físicas, Matemáticas y de Artes y director general de Minas, Agricultura y Caminos Públicos de la República Boliviana”. El año siguiente funda escuelas talleres en Chuquisaca, pero es saboteado por el clero, por las autoridades locales, e incluso pierde el apoyo de José Antonio Sucre. El pedagogo renuncia y emprende una larga errancia hasta su muerte en Amotape.
5 Bolívar mantiene contacto con Lancaster, lo trae a América y financia sus escuelas. Pero el inglés es enredador y prepotente; se trenza en controversias con el cónsul inglés en Caracas, sir Robert Ker Porter, golpea a una dama que lo ha mojado durante el carnaval de 1827, y el educador es expulsado por maleducado. El mismo año Bolívar conjuntamente con José María Vargas reforma el reglamento de la Universidad de Caracas para abrirla a las ciencias y a los alumnos con escasos medios. El fracaso de tantos proyectos luminosos no es culpa de los pedagogos. Incluso Sucre y Bolívar, invencibles en las batallas, serán eliminados por las fuerzas conspirativas de la reacción, el divisionismo y la ignorancia.
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