domingo, 2 de septiembre de 2012

El hombre que no podía reír.

Reinaldo Iturriza López



Alrededor de mediodía del sábado 1 de septiembre de 2012, Globovisión transmite declaraciones de Leopoldo López, Coordinador Nacional del Comando Venezuela y dirigente del partido Voluntad Popular. Destacan los micrófonos de Venevisión y Televén. Lo acompaña un pequeño grupo de personas, tal vez una decena, todas de franela anaranjada, a excepción de un hombre blanco, en sus cincuenta o un poco más, de barba canosa, que porta una chaqueta tricolor y una gorra anaranjada que identifica a su partido. Detrás de todos ellos, una avenida del suroeste caraqueño por donde el tráfico avanza lentamente. Es un acto más de campaña. Un discurso de rutina. El hombre de barba canosa y chaqueta tricolor voltea a todos lados, a la derecha, a la izquierda, hacia atrás, dialoga con sus ojos, gira instrucciones con sus labios. Leopoldo López habla:

"... Sobre todo lo más entusiasmante, lo que nos llena de más optimismo, es que en todos los edificios, en los barrios, en los carros, lo que hay es apoyo por Henrique Capriles, apoyo por el progreso, apoyo por una Venezuela distinta. No tenemos ninguna duda que día a día crece la cantidad de venezolanos, de venezolanas que están dándole su respaldo y le darán su voto a Henrique Capriles el próximo 7 de octubre...".

Entonces, se escucha una voz masculina que proviene de una camionetica blanca con rayas azules que avanza por la avenida:

"¡Viva Chávez!".

El hombre de la barba canosa voltea violentamente y maldice para sus adentros una maldición como sólo pueden ser proferidas las peores de las maldiciones.

Le sigue un sonoro coro de voces, que se pierde a la distancia:

"¡Viva Chávez!"

Leopoldo López desvía ligeramente la mirada hacia los chavistas y ensaya una risita nerviosa, similar a la del ladrón desvergonzado que ha sido pillado in fraganti. En el rostro de la mujer apostada a su izquierda se dibuja un sonrisa de vergüenza. En cambio, el hombre de barba canosa permanece imperturbable. Tal vez porque, pensará, la situación no está para chistes.

Así fue como un discurso gris y rutinario, autocomplaciente y plagado de mentiras y lugares comunes, se convirtió en la triste historia del hombre de la barba canosa que no podía reír.


No hay comentarios: