ROSA ELENA PÉREZ MENDOZA
rosaelenaperez@gmail.com
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A mi hija Mariana
Hurgo en las múltiples razones que me llevan a estar del lado de la Revolución y encuentro que entre la gran cantidad de motivos prácticos y tangibles que he podido vivir y conocer, hay uno en específico que me da especial alegría, porque antes de que Chávez llegara a la escena política de nuestra nación, ésta era un área que se encontraba particularmente golpeada en la vida entera de nuestro pueblo.
Recuerdo, entonces, a María Teresa Chacín en el año 83, entonando la popular canción Mi país, donde enumeraba parte de nuestra diversidad geográfica y apelaba a la conciencia y voluntad de todos en función de forjar un futuro. Fue una pieza musical que creemos tuvo mucho éxito porque intentó dar alivio al maltratado amor propio del venezolano en el momento histórico en que apareció: la severa crisis económica que desembocó en la devaluación del bolívar, conocida como el Viernes Negro, y que llevó a muchos a despotricar de nuestra tierra con el quejumbroso inicio discursivo “¡Es que en este país…!”. Esa frase, que denotaba la impotencia del venezolano frente a la dura circunstancia que atravesaba, era usada en la canción con un giro semántico positivo que alentaba el orgullo patrio. Un orgullo profundamente herido en ese instante no sólo por esa debacle económica, por supuesto, pero ella sintetizaba, en cierto modo, la devastación que nuestra nación petrolera había sufrido en diversos aspectos.
Precisamente, esa sensible, inmaterial, esencial y decisiva área que intentaba reconstruir en los años 80 la aludida canción es la que hoy me impulsa con mayor empeño a apoyar esta Revolución bonita en la que, por fortuna, nació mi hija. La autoestima hasta ahora alcanzada, el orgullo de sabernos soberanos, nuestros y dueños de nuestro destino me produce una indecible alegría que en aquel entonces casi no sentía, entre otras razones, porque esa sensación de apego, de arraigo por lo nuestro existía muy escasamente en el país, por lo tanto, esa juventud a la que pertenecí buscaba identidad y valores en lo foráneo, más que en su tierra patria, de modo que buena parte de la ciudadanía padecía de una esquizofrenia ideológica no diagnosticada. Se respiraba, entonces, una vergüenza del ser nacional y un desprecio por las manifestaciones autóctonas que, en la actualidad, gracias al trabajo, la formación, la constancia y la claridad de ideas, vamos disipando.
Esa es la razón de mi dicha y de mi cariño por la Revolución, porque me ha dado la libertad de vivir en un país con un amor propio que se eleva tanto que está logrando que todos juntos sintamos la honra de ser venezolanos.
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