MARIADELA LINARES
Las lágrimas que derramó Chávez en su reciente visita a Apure no fueron de utilería, ni mucho menos un producto de mercadeo para una propaganda electoral.
Tampoco fueron, como expresaron unas cuantas víctimas del odio, la postura triste de una persona que siente que está perdiendo una batalla. En absoluto. Ese reduccionismo enfermizo es el que les impide ver más allá de sus narices, y comprender que estamos ante un fenómeno político pocas veces visto en cualquier parte del mundo.
Al candidato se le aguarapó el corazón ante los recuerdos del hombre independiente que una vez fue. Se le anudó la garganta al imaginarse de nuevo cobijado bajo la protección del anonimato, condición indispensable para una existencia en libertad. Es necesario entender que el Presidente es un prisionero de sus propias ilusiones y que sólo el contacto con ese pueblo que le da razón a su andar, mitiga y compensa enormemente el inmenso sacrificio que está haciendo. Eso la gente lo comprende y ese día lo colmó de amor llanero. Y la tierra apureña lo abrigó y se dejó cantar por él.
La mezquindad ajena no lo capta. Ese acompañamiento incondicional, que no responde a libretos ni a guiones preconcebidos; la emoción desbordada que va directa al corazón de un pueblo que lo quiere, no sale de un experimento en un laboratorio electoral. Por mucho que se pretenda explicarlo, no hay razón donde manda el sentimiento. Ni hay imitación posible, ni copia que produzca un resultado medianamente parecido.
En estos días hemos presenciado de todo. Traiciones, fraudes, acusaciones, sabotajes, intentos desestabilizadores internacionales y, por sobre todas las cosas, un frente de guerra mediático unilateral de dimensiones insólitas. En las megaelecciones de 2000 escribimos un trabajo de posgrado sobre la manipulación de los MCS contra Chávez. Si este año hubiésemos querido continuar esa investigación, los resultados de hoy serían abrumadoramente superiores a los de entonces. Es el bochorno más vergonzoso que ha caído sobre profesión alguna. Y con todo y eso, no podrán.
Cuando a Chávez se le quebró la voz hilvanando recuerdos, a más de uno se le vino el alma al cuello, puso la crítica a un lado, acomodó aparte las desavenencias que pudieran existir en este difícil transitar, y abrió espacio para el reconocimiento y la gratitud inconmensurable por habernos dado la oportunidad de estar en este momento histórico del país, compartiendo el mismo sueño.
Estas dos semanas van a ser difíciles; es mucho lo que nos falta por ver. Seguirán cayendo máscaras porque la pelea no es por cualquier cosa: nos estamos jugando el país. Un país diferente donde usted y yo dejamos de ser espectadores para pasar a ser partícipes, protagonistas del destino que escojamos.
Las lágrimas de Chávez en Apure fueron la expresión más sincera y espontánea de su entrega. Es un lujo que sólo él se puede permitir: mostrar el lado más débil de su humanidad justo cuando está apostando por su vida y su porvenir. Sólo los grandes hombres enseñan sus flaquezas sin temor a una estocada baja de parte de quienes le importan. Por eso es que cualquier intento por empequeñecerlo se estrella contra un inmenso corazón hecho patria. La gente aprendió. No volverán nunca más.
Mlinar2004@yahoo.es
Al candidato se le aguarapó el corazón ante los recuerdos del hombre independiente que una vez fue. Se le anudó la garganta al imaginarse de nuevo cobijado bajo la protección del anonimato, condición indispensable para una existencia en libertad. Es necesario entender que el Presidente es un prisionero de sus propias ilusiones y que sólo el contacto con ese pueblo que le da razón a su andar, mitiga y compensa enormemente el inmenso sacrificio que está haciendo. Eso la gente lo comprende y ese día lo colmó de amor llanero. Y la tierra apureña lo abrigó y se dejó cantar por él.
La mezquindad ajena no lo capta. Ese acompañamiento incondicional, que no responde a libretos ni a guiones preconcebidos; la emoción desbordada que va directa al corazón de un pueblo que lo quiere, no sale de un experimento en un laboratorio electoral. Por mucho que se pretenda explicarlo, no hay razón donde manda el sentimiento. Ni hay imitación posible, ni copia que produzca un resultado medianamente parecido.
En estos días hemos presenciado de todo. Traiciones, fraudes, acusaciones, sabotajes, intentos desestabilizadores internacionales y, por sobre todas las cosas, un frente de guerra mediático unilateral de dimensiones insólitas. En las megaelecciones de 2000 escribimos un trabajo de posgrado sobre la manipulación de los MCS contra Chávez. Si este año hubiésemos querido continuar esa investigación, los resultados de hoy serían abrumadoramente superiores a los de entonces. Es el bochorno más vergonzoso que ha caído sobre profesión alguna. Y con todo y eso, no podrán.
Cuando a Chávez se le quebró la voz hilvanando recuerdos, a más de uno se le vino el alma al cuello, puso la crítica a un lado, acomodó aparte las desavenencias que pudieran existir en este difícil transitar, y abrió espacio para el reconocimiento y la gratitud inconmensurable por habernos dado la oportunidad de estar en este momento histórico del país, compartiendo el mismo sueño.
Estas dos semanas van a ser difíciles; es mucho lo que nos falta por ver. Seguirán cayendo máscaras porque la pelea no es por cualquier cosa: nos estamos jugando el país. Un país diferente donde usted y yo dejamos de ser espectadores para pasar a ser partícipes, protagonistas del destino que escojamos.
Las lágrimas de Chávez en Apure fueron la expresión más sincera y espontánea de su entrega. Es un lujo que sólo él se puede permitir: mostrar el lado más débil de su humanidad justo cuando está apostando por su vida y su porvenir. Sólo los grandes hombres enseñan sus flaquezas sin temor a una estocada baja de parte de quienes le importan. Por eso es que cualquier intento por empequeñecerlo se estrella contra un inmenso corazón hecho patria. La gente aprendió. No volverán nunca más.
Mlinar2004@yahoo.es
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