miércoles, 26 de septiembre de 2012

San Fernando en mis ojos.


Carola Chávez


Vi San Fernando de Apure en la tarde del sábado. Como siempre, con Chávez todo empieza antes de que empiece y ya la fiesta había empezado. Vi que las calles de San Fernando estaban esperándolo. Vi gente en las aceras, en los balcones, en cada ventana, sobre los techos, encima de los árboles… Cien escoltas espontáneos nos acompañaban en sus motos y se iban sumando más en cada metro andado… Un solo grito en mil voces: !Cháveeeeeeeez!
Vi a Chávez sabanero: el hombre en su salsa, en sus caminos. El hijo, el hermano, el compadre que vuelve a casa. Vi La felicidad del reencuentro. Vi su cara contenta, sus ojos como queriendo tragarse todo para llevarlo todo de vuelta consigo, vi al amigo.
Vi… sentí, en la sabana un amor hondo, uno distinto a todo lo que he visto. Es como un amor de tierra, ese que nace en medio de la naturaleza vasta, hermosa y también terrible de aquellos lados. Tierra de hombres y mujeres recios porque hay que ser recio donde todo es gigante: los ríos, las llanuras, las lluvias, la sequías, las angustias y las alegrías…
Vi tantas caras, y cada cara era una historia que no puedo sino adivinar. Quería llegar allá y preguntarle a una muchacha que iba vestida de muñeca de trapo, sonriendo, con sus cachetes colorados, entre tanta gente, una muñequita con trenzas de estambre rosado que me lanzó una bolsita de tela de flores, como su vestido. Adentro, intuí al tacto, un papelito para mi Presi. Un abuelo montado en la copa de un árbol donde también habían subido un grupo de muchachos. El abuelo había subido más alto que todos y desde ahí saludaba a Chávez que también lo saludaba. Los balcones eran una fiesta. Familias enteras celebraban. Mi Presi los saluda y todos brincan y se abrazan como si fuera un “feliz año” en pleno septiembre apureño. Una amiga me contaba que había una familia celebrando con un sancocho la visita de Chávez y le decían ” todos nosotros somos chavistas”, y agregó una niña que estaba entre ellos: “Sí, y yo soy el semillero”. A un llanero grande le corría un río de lágrimas por la cara curtida y se golpeaba el corazón con el puño, su forma de decir lo que las mujeres gritaban a su lado: Te amo.
El amor es una cosa seria, porque es tan sabroso que se contagia, uno llega a Apure creyendo que amaba a su Presi y sale de ahí amándolo mucho más, llenando mi amor con el amor de otros, fortaleciendo este raro amor colectivo. Y no se ama por cualquier cosa, el amor solo es amor cuando hay razones. En medio de aquél gentío no era difícil encontrarlas. Las razones estaban ahí, agitando sus manos, saludando, acercándose… Egleé Aparicio se abría paso entre el gentío apretujado. Venía decidida, tenía que decirme algo que yo no alcanzaba a escuchar. Egleé, no se dejaba, insistía, empujaba como si la vida se le fuera en ello, hasta que pudimos darnos la mano: “Dile a mi Presidente que gracias. Que operaron a mi hijo y que está muy bien”… Gracias… Esa mujer hizo todo ese esfuerzo de empujones, apachurramientos, para dar las gracias… Yo lo vi.
Mariela Salinas, unos metros más adelante, me dijo ” Yo lo que quiero darle las gracias a mi Presidente porque salvaron a mi sobrina”. Dos mujeres agradeciendo por la salud de los suyos.
Y dirían mis amigas del este del Este: “Pero eso no es un favor sino un deber del gobierno”. Claro, un deber de todos los gobiernos que siempre se negaron a cumplir con su deber, hasta que llegó Chávez. Ahí está la razón: agradecemos la palabra empeñada, la promesa cumplida, la certeza.
Apure es todo chavista, me gritó una muchacha y yo vi clarita la Victoria Perfecta en las calles de San Fernando.
Vi a mi Presi desbordado de emoción. Escuché su voz quebrarse, vi sus lágrimas, igualitas a las del llanero que se golpeaba el pecho de amor. Vi a Chávez sabanero y vi a la sabana entera con él.
Ya nos íbamos, el camino bordeado de gente que seguía queriendo seguir con él, con Chávez, el hijo de Apure, el hermano, el compadre, el hombre más grande que ha parido la sabana -sin que me quede nada por dentro- el hombre más grande que ha parido esa tierra.
Justo antes de partir, tratando de guardar a Apure para siempre en mis ojos, escuché un grito que, por lejano, apenas se oía: La voz de un muchachito que gritaba “Viva Chávez”
El semillero…

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