domingo, 2 de octubre de 2011

La candela quema.

Mariadela Linares

Todas las mamás les advierten a sus hijos que no jueguen con fuego porque se pueden quemar. Ya llevamos más de una década mirando cómo se prenden fósforos a diestra y siniestra y, como no pasa nada, algunos hasta llegan a creer que en realidad no sucederá nunca.

¿Se habrán preguntado alguna vez todos esos que les ponen velas a cuanto santo conocen, para que a Chávez se le acabe la vida pronto, qué pasará con el resto de los mortales venezolanos, ellos incluidos, si tal cosa llegara a acontecer? ¿Creerán realmente que se trataría de un simple cambio de gobierno y que, si hubiese más difuntos, los pondría sólo el bando chavista?

Realmente no han comprendido que la precaria paz de la que hoy disfrutamos depende casi exclusivamente de Chávez. ¿Quién piensan que ha contenido a esas "hordas" chavistas, como despectivamente las llaman, hartas ya de tanto desprecio? Basta transitar la autopista del Este y tomar una fotografía a la altura de Petare. Los "paisajes" a derecha e izquierda son diametralmente opuestos y a tanta inequidad la separa sólo una delgada línea de asfalto. ¿Qué ocurrirá el día que "los de allá" se decidan a bajar? Es cierto que Bandera Roja se ocupó en 2002 de entrenar a "los de acá" en aquello de hervir el aceite para soltarlo por las ventanas y en un sinfín de barbaridades más. Pero ¿pensarán que los otros son mochos?

Los fósforos de esta semana se prendieron por todas partes anunciando la gravedad de Chávez y su muerte inminente. Roger Noriega disparó, para variar, desde Miami y rápidamente aquí cogieron la seña. El Chávez que apareció el jueves, parado ante un sol de mediodía, respondiendo preguntas durante dos horas, no lucía tan moribundo. Al contrario, si no fuera por la calvicie medio oculta bajo la cachucha o la cara medio hinchada, cualquiera diría que está sano. Mostró no sólo una pelota de beisbol para ilustrar el tamaño del tumor que le sacaron, sino, algo más grande aún, tremenda hidalguía frente al periodista que se empeñaba en pedirle detalles de algo tan privado como una enfermedad. Puesta en los zapatos del colega, me dio un ataque de eso que llaman vergüenza ajena. Más vale no jugar con candela.

mlinar2004@yahoo.es

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