miércoles, 19 de octubre de 2011

El síndrome Cristobal Colón y las prácticas colonizadoras.

Nadeska Silva Querales 


En este artículo de opinión se recogen algunas reflexiones sostenidas con colegas y amistades que laboran en el Estado y que tienen en común la titulación académica en disciplinas inscritas en el campo de las Ciencias Sociales, razón por lo cual las apreciaciones y juicios sobre las prácticas de las instituciones públicas posee cierta fundamentación teórica y base empírica. La mayoría de estas personas han hecho del trabajo en la administración pública su espacio de desarrollo, crecimiento y aprendizaje profesional.

Las reflexiones que se exponen en este artículo también se nutren de una tercera lectura que actualmente realizo sobre El laberinto de los tres minotauros de J.M. Briceño Guerrero. La primera lectura de este texto la efectuamos bajo la orientación del Doctor Silverio González Téllez en la Universidad Simón Bolívar durante el año 1997 a propósito del estudio de los valores sociales del venezolano y de la racionalidad en el funcionamiento de las organizaciones del sector público-estatal.

Briceño Guerrero en su libro nos revela la síntesis y las contradicciones que se expresan en la cultura tanto en la estructuración de las formas de pensar, sentir y crear las relaciones humanas, familiares y sociales como en la arquitectura política de las instituciones, labor académica que este autor logra a través de la deconstrucción y recreación de tres discursos, a saber: el discurso europeo segundo, el discurso mantuano y el discurso salvaje.

Se parte de un modelo que concibe a las instituciones como un espacio organizacional constituido a partir de criterios racionales, políticos, científicos, técnicos y procedimentales que permiten impulsar un diseño político-institucional eficiente, flexible y acorde a las necesidades heterogéneas de vinculación entre el Estado y la sociedad organizada en las distintas formas legítimas que las leyes y demás reglas derivadas de la cultura posibilitan la convivencia en una democracia; pero especialmente en una democracia que asume la participación ciudadana, popular, social y política entre sus rasgos sustantivos. Estos elementos vendrían a encontrar basamento cultural, político y socio jurídico en el Discurso Europeo Segundo.

Los minotauros muestran la invención griega del cuerpo dividido en dos partes, esto es, cabeza y cola de toro pero con cuerpo de hombre; y además corren el velo ante el supuesto de que todo lo creado por el hombre es producto de la razón en sentido moderno patriarcal y secular. La imagen de tres cabezas de toro dominando sobre tres cuerpos indóciles que pugnan entre sí por la supremacía jamás alcanzada es reveladora del conflicto interior del sujeto individual y colectivo con respecto al lugar cultural del cual formamos parte ya sea por acción social voluntaria o ejercicio coercitivo de algún tipo, por ejemplo el no poder escapar de la sociedad que nos dieron por herencia nuestros ancestros.

En la relectura de este libro – a riesgo público de ser considerada racista, mantuana, pitiyanqui, apátrida y eurocéntrica como ha sido calificado Briceño Guerrero por sus detractores del pasado y presente- me encontré nuevamente con una imagen que en los últimos años aparece y se esconde para luego reafirmarse con la fuerza imponente de la cultura política venezolana: nos referimos a Cristóbal Colón el conquistador.

He reflexionado sobre la idea de que la incapacidad e incompetencia supina en el proceso de estructuración de un Estado inteligente y con mediana capacidad acumulativa para el aprendizaje se debe, entre otras causas sociológicas, a la manifestación recurrente de una concepción instituida en el seno de la administración pública que he llamado síndrome de Cristóbal Colón junto a las prácticas colonizadoras que se reproducen, y peor aún se legitiman, en el seno del sistema político y, de manera notoria, en la instituciones públicas. Cuando se examinan las constituciones de la República (1961 y 1999), así como también los planes de la nación desde el primer plan cuatrienal de Rómulo Betancourt (1960-1964) hasta el Plan Simón Bolívar (2007-2013) se aprecia la brecha cualitativa y cuantitativa entre los objetivos y los resultados alcanzados por el Estado. Esta brecha es catalogada por Silverio González como “dualidad normativa”.

El síndrome de Cristóbal Colón tiene muchas manifestaciones y causas que ameritan de una investigación exhaustiva sobre el modo de funcionar el Estado y su estructura burocrática en Venezuela a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta el presente. En este artículo sólo mostraremos algunas de las expresiones discutidas con colegas y amistades. Es un lugar común escuchar que el Estado es ineficiente e incompetente y que los logros alcanzados continúan estando a la zaga de los desafíos y demandas objetivas e históricas de la sociedad. Entre las causas se encuentra la ausencia de un aparato institucional realmente articulado con funcionarios calificados y comprometidos bajo parámetros éticos consensuados y acordes a los lineamientos emanados de las necesidades reales de la sociedad, especialmente de los sectores sociales más afectados por la exclusión estructural en sus distintas formas y manifestaciones.

Ciertamente, cada cambio de gobierno en nuestro país ha supuesto en el sentido weberiano un asalto del botín por medios legales, es decir, un desplazamiento del cuadro administrativo por un nuevo funcionariado que supuestamente está en capacidad de gobernar, administrar todos los recursos del Estado y dar respuesta eficiente a los objetivos contemplados en los Planes de la Nación y las respectivas políticas públicas. Este acto de asaltar y tomar para un grupo el botín puede ocurrir de distintas formas ya sea al estilo del minotauro salvaje, mantuano o Europa segunda o una hibrides.

Las acciones emprendidas para lograr el desplazamiento de una élite gubernamental y de su equipo burocrático se ejecuta mediante prácticas colonizadoras, por ejemplo la práctica de negar el pasado y los aprendizajes en nombre de la superioridad política y verborrea ideológica del grupo de turno que arremete por igual contra los aciertos y equivocaciones de la administración precedente, condenan, en consecuencia, a la sociedad a un presente continuo de reinicios, reintentos, reinvenciones, refundaciones, reelaboraciones, redefiniciones, reorientaciones y experiencias inconclusas. Parte de este proceso de “limpieza” de la gestión anterior, en algunas ocasiones al estilo de la gran purga estalinista, imprime a la nueva misión una suerte de responsabilidad misionera, en la que la tarea es corregir las deficiencias heredadas; esfuerzo que absorbe, en el mayor de los casos, el período de duración en el poder de la nueva gestión. Las investigaciones (de derecha e izquierda) y los anuarios estadísticos dan cuenta de la arbitrariedad de este proceso recolonizador y sus nefastos resultados para la República.

Ahora bien, ¿cuáles son las nociones y prácticas recolonizadoras más usuales en la administración pública de nuestro país y en los distintos niveles de gobierno? Trataremos de responder esta interrogante a partir de los relatos y experiencias de quienes reconocen a Cristóbal Colón en sus ambientes laborales. Si bien es cierto cada cambio de gobierno representó un desmantelamiento del Estado excepto en los casos donde las cuotas de reparto del botín (instituciones, cargos, capital, contratos, prebendas y privilegios, entre otros) se habían negociado al estilo del capitalismo financiero mundial y muy similar a la ocupación del territorio dominado después de un conflicto bélico, lo interesante en la actualidad es que estas practicas ocurren en el seno de un mismo gobierno.

Cada cambio de ministro, alcalde, gobernador o cada cambio que éstos generan en las estructuras y dependencias que dirigen han producido una parálisis similar al inicio de un nuevo gobierno. Por ejemplo, el equipo que ingresa lleva a la institución -de la cual es transitoriamente conquistador- su proyecto particular, sus compañeros-camaradas-compatriotas (que implica la contratación de nuevo personal adscrito a una misma disciplina científica, un sector geográfico del país o una tendencia a lo interno del partido político), sus concepciones acerca de lo bueno y lo malo en la temática que le corresponde administrar, así como también su estilo de ejercer el poder.

Lo primero que este nuevo equipo genera es un marasmo institucional y el desconocimiento de los logros, desaciertos y experiencias del conquistador precedente. Esta práctica es una regla de oro en el ejercicio del poder encaminada a producir la desmoralización de quienes por diversas razones (profesionales, políticas o personales) eligen permanecer en la institución al margen del Cristóbal Colón de turno. Junto a esta realidad se pone en práctica una superioridad que trasluce en el siguiente mensaje: “Yo estoy aquí porque yo sí se hacer lo que el anterior equipo no supo hacer, pero además estoy ungido…”.

Esta concepción del nuevo líder como ungido reproduce el mito mesiánico del conquistador y su hueste, propio de la fase de conquista ibero-lusitana del “Nuevo Mundo” a inicios del siglo XVI. Richard Konetzke, en su libro América Latina: la época colonial, plantea que la sustentación principal de la empresa de conquista americana fue la llamada misión entre los infieles como empresa divina de salvación, dotada por la Providencia (Dios), cuyo objetivo era predicar “la verdad” sobre la comprensión del mundo, la cual respondía a la filosofía cristiana ortodoxa. Sin caer en anacronismos, la concepción misionera de los modernos funcionarios conquistadores pudiese insertarse en una suerte de renovada redención, en la que la Providencia (la máxima instancia de poder político inmediato superior) confió al conquistador la tarea de reformar o refundar un espacio perdido o en decadencia.

Junto a esta práctica se ejercen otras más, tales como: 1) instaurar la duda del compromiso político del conquistador y el equipo precedente; 2) obviar la memoria histórica organizacional; 3) descalificar o ignorar los resultados de la gestión anterior; 4) desconocer los saberes y la experiencia colectiva presente en la institución; 5) reinventar lo ya conocido y ahondar hasta el cansancio en los asuntos que redundan en el sentido común de un quehacer particular; 6) emprender procesos de reestructuración institucional; 7) reformular políticas, programas y proyectos que a medias fueron ejecutados y que es altamente probable que nunca pasaron por una evaluación de monitoreo e impacto social; 8) generar incertidumbres innecesarias en la cotidianidad laboral; y 9) propiciar modelos de choque en la interrelación laboral que dan origen a binomios como “ustedes y nosotros” y “los viejos y los nuevos”, entre otros.

La segunda interrogante está dirigida a identificar cuáles son las consecuencias de estas prácticas en el ejercicio del poder. Son múltiples los efectos que el conquistador produce en la administración pública, entre las cuales se destacan: 1) interrupción de los avances institucionales; 2) rotación profesional y migraciones en el aparato del Estado; 3) discontinuidad de políticas, programas y proyectos; 4) burocratismo y parálisis temporal de las funciones administrativas; 5) obstaculización de los aprendizajes institucionales; 6) verticalidad en los procesos de toma de decisiones y retraso en las capacidades de respuesta ante las demandas internas y externas; 7) improvisación en las respuestas institucionales debido al escaso conocimiento y experticia temática y gerencial; 8) clima organizacional cargado de incertidumbres, temores y amenazas; 9) desmejoras laborales, persecuciones y hostigamientos; y 10) generación de un ambiente propicio para la llegada de un nuevo Cristóbal Colón.

Para finalizar nos formulamos una tercera pregunta cuya respuesta puede ser objeto de otro artículo: ¿qué ha pasado con el objetivo de crear una nueva institucionalidad en el aparato del Estado y cuánto se ha avanzado realmente en esta dirección?. En este sentido, cabe recordar que en el documento oficial La Nueva Etapa. El Nuevo Mapa Estratégico del año 2004, el gobierno nacional planteó un conjunto de lineamientos generales que contemplaban, entre otros de gran pertinencia social y política, la necesidad de “aumentar la eficacia, eficiencia, transparencia y buen funcionamiento de la administración pública, eliminando el burocratismo… Transformar el aparato público para disminuir la burocracia y garantizar la participación ciudadana y el control social en la gestión”.

Por último, concluimos estas ideas sosteniendo la hipótesis de que el Caballo de Troya reinante en el Estado venezolano es Cristóbal Colón en su hibrides salvaje y mantuana.


nadeskasilva@hotmail.com



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