Daisy Farnham
Nos encontramos en una época en que es cada vez más común escuchar a la gente decir que la homofobia ya no existe. Hace unos años la revista de los empresarios The Economist decía: “Están apareciendo los primeros miembros de una nueva clase única: jóvenes gays que nunca han tenido miedo de ser asaltados o insultados… Son la primera línea de una generación a la que podríamos llamar post-gay: una generación que podría crecer preguntándose de qué iba todo el movimiento”.
Nos encontramos en una época en que es cada vez más común escuchar a la gente decir que la homofobia ya no existe. Hace unos años la revista de los empresarios The Economist decía: “Están apareciendo los primeros miembros de una nueva clase única: jóvenes gays que nunca han tenido miedo de ser asaltados o insultados… Son la primera línea de una generación a la que podríamos llamar post-gay: una generación que podría crecer preguntándose de qué iba todo el movimiento”.
Es verdad que hoy en día las personas LGTB disfrutamos muchos derechos que hace 40 años eran considerados sueños imposibles. Desde 2005, aquí en el Estado español tenemos el derecho al matrimonio gay, e incluso el derecho de adopción. Además, hay una consciencia mucho más avanzada sobre la homosexualidad, transexualidad y la sexualidad en general que hace unas décadas.
Pero todavía nos queda mucho por conseguir. De los 202 países del mundo, aún 8 tienen pena de muerte por ser homosexual. En 74, la homosexualidad es ilegal y la gente LGTB sufre persecución brutal, encarcelación, internamiento en psiquiátricos o campos de trabajo. Hasta ahora solamente 10 países, la ciudad de México y algunos estados de EEUU han legalizado el matrimonio entre personas del mismo sexo. Aún menos han aprobado el derecho de adopción para parejas gay. En la mayoría de los países la gente LGTB está discriminada legalmente en el ámbito laboral, la seguridad social, pensiones, impuestos, herencia, matrimonio y adopción.
Además, hay una creciente cifra de agresiones homófobas incluso en los países donde se han aprobado las leyes más progresistas. En Londres, una cuidad supuestamente liberal, hay más de 1000 incidentes de violencia homófoba cada año.
Conjuntamente, a nivel más cotidiano, la gente LGTB sufre una discriminación más sutil con miradas de desprecio en la calle, comentarios homofóbicos y las reacciones negativas de familia y amigos cuando “salen del armario”. Debido a esta discriminación, la gente LGTB sufre una tasa de suicidio más alta que el resto. Trágicamente, la tasa de suicidios de jóvenes gay en los EEUU es 3 veces la tasa normal para jóvenes.
Frente a este nivel de opresión sin sentido, hay que preguntarse por qué todavía existe la opresión gay.
Una respuesta prejuiciosa y muy común es que ser homosexual no es “natural” y, por tanto, siempre habrá discriminación e intolerancia. Pero un breve vistazo a la historia de las sociedades humanas nos enseña claramente que siempre han existido relaciones homosexuales y en varios casos eran aceptados socialmente y considerados lo normal.
Los ejemplos más llamativos vienen de las sociedades pre-clasistas en que la homosexualidad era completamente normal, tales como las tribus, entre otras, de la Aranda de Australia y las Azande y Siwan de África. Además, había casos de un tercer género, por ejemplo, el ‘berdache’ de las tribus nativas de América del Norte.
Aún más famoso es el ejemplo de la Grecia antigua, una sociedad esclavista que no dependía de una ideología de heterosexualidad para asegurar la reproducción de la fuerza laboral. En Grecia, la homosexualidad entre ciertos hombres de la clase dirigente era aceptada e incluso glorificada. La Poesía de de la greca Safo muestra que el lesbianismo también existía. Menos conocida es el arte de las culturas árabes que habla explícitamente sobre la homosexualidad, por ejemplo la poesía de Abu Nuwwas del siglo VIII.
Capitalismo y la familia
De hecho la opresión específica de la persona ‘homosexual’ no existía antes de la ascendencia del sistema capitalista. Antes había la criminalización de varios ‘actos’ que incluían la sodomía, masturbación, sexo oral y más, pero daba igual los géneros de las personas culpables.
La creación y criminalización de la persona homosexual está estrechamente vinculada con la creación de la familia nuclear durante el adviento de capitalismo en el siglo XIX. Al principio del desarrollo del capitalismo, hombres, mujeres e incluso niños se vieron obligados a entrar en el mercado laboral en masa y trabajar 12 horas por día en condiciones atroces. Esto condujo a que las mujeres abortasen por motivos laborales, la expectativa de la vida cayó en picado por la propagación de enfermedades y la tasa de mortalidad infantil subió rápidamente.
Para tratar este problema, que amenazaba la continuación de la nueva sociedad burguesa, la clase dirigente institucionalizó la familia nuclear para reproducir la clase trabajadora física y diariamente a menos coste para la clase dirigente. Dentro del nuevo modelo de la familia, el hombre trabajaba y recibía un salario familiar y las mujeres se vieron obligadas a dejar de trabajar en el mercado laboral y encargarse del trabajo duro de los cuidados en el ámbito ‘privado’.
Para justificar estas nuevas relaciones sociales se generaron estrictos papeles de género compuestos por el hombre como ganador de pan y la mujer como esposa leal, madre y ama de casa. Del mismo modo, se creó una moralidad sexual que defendía ferozmente la heterosexualidad como la única manera de vivir.
La homosexualidad que había crecido en las nuevas ciudades del capitalismo, representaba una amenaza ideológica directa a la familia nuclear y a los roles de género. Como resultado la idea de la persona ‘homosexual’ fue creada y criminalizada. De hecho, la palabra ‘homosexual’ fue inventada en el año 1876.
Un vistazo rápido a cualquier anuncio, película o periódico evidencia la importancia de mantener la imagen de la familia nuclear como la única manera de vivir para la clase dirigente hoy en día. Asimismo, la homofobia se utilizaba y utiliza para dividir y debilitar la unidad de la clase trabajadora como las otras herramientas de división: el racismo, el sexismo y la islamofobia.
De esta manera, la homofobia está estructurada en la tela de araña social y económica del sistema capitalista. Por tanto, para acabar con la homofobia hay que acabar con su fuente: las bases ideológica y material de la familia dentro del sistema capitalista, orientándose hacia una sociedad libre de opresión y explotación.
La lucha de los años 70
Paradójicamente, el capitalismo también ha ofrecido la posibilidad de luchar por la liberación sexual de todas/os. El desarrollo del sistema capitalista ha juntado a millones de personas en ciudades y ha dado a la clase trabajadora el poder económico para luchar y cambiar la sociedad. Así, el movimiento más fuerte de liberación gay emergió en el contexto de masivos movimientos revolucionarios en los años 60 y 70 que cuestionaban profundamente el sistema capitalista.
En Europa del Este hubo revoluciones contra la represión del sistema estalinista, en Francia la revolución del 68 paralizó el país durante meses y en EEUU y el Occidente las revueltas contra la Guerra de Vietnam, el racismo y el sexismo dieron confianza a la gente LGTB para salir a la calle contra su propia opresión.
El Frente de la Liberación Gay (FLG) se formó tras una revuelta en un bar gay-lésbico en Nueva York en junio 1969. La revuelta se impulsó por una batida rutinaria de la policía que solía abusar de la gente LGTB y luego humillarla públicamente al publicar sus nombres en los periódicos. El levantamiento del Stonewall Inn fue una explosión de frustración e ira contra la homofobia, persecución que había ido fermentando durante años. En esa época ser homosexual era ilegal, y podías ser encarcelado, obligado a ir a un campo de trabajo o, incluso, ser castrado.
El FLG, el grupo que continuó la lucha después de los disturbios, se autodefinía como un grupo revolucionario de gente gay, lesbiana, transexual y bisexual que entendía que la lucha contra la homofobia es inseparable de la lucha contra el sistema capitalista. Sus lemas muestran sus políticas radicales, por ejemplo “No soy yo quien está enfermo, sino la sociedad que me llama así” y “¡Fuera del armario y a la calle!”.
La primera edición de su revista, Come Out! declaró, “la completa liberación sexual solo puede realizarse con la demolición de las actuales instituciones sociales… Babilonia nos ha empujado hacia una sola meta: la revolución”. Además de sacar una revista, hacían reuniones públicas, manifestaciones contra las redadas en bares gay, desfiles del orgullo gay, se manifestaban fuera y ocupaban las oficinas de políticos homofóbicos y de las conferencias psiquiátricas, consiguiendo que se quitase la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana en 1973.
Además, el FLG entendía que su liberación estaba “estrechamente vinculada a la liberación de toda la gente oprimida”. Llevaban sus pancartas a manifestaciones contra la guerra y por el derecho al aborto, y hacían donaciones al Partido de los Panteras Negras. Mediante estas actividades de base ganaron cambios legislativos muy importantes; a finales de los 70 la mayoría de los estados de EEUU habían revocado sus leyes anti-homosexuales.
Sin embargo, la victoria más importante del movimiento fue el cambio radical de las ideas de la sociedad sobre la homosexualidad y la disminución de la homofobia. El líder de las Panteras Negras, Huey P. Newton proclamó que “los gays no tienes ningún tipo de libertad dentro de esta sociedad. De todos, puede que ellos sean los más oprimidos”. La vida más segura de la gente LGTB hoy en día se debe a estos movimientos revolucionarios que transformaron la opinión pública a gran escala.
Este movimiento señaló una época nueva de movimientos LGTB internacionalmente. Usando el FLG como referente, se formaron organizaciones parecidas en varios países de Europa y en Australia. En 1970, en el Estado español se formó el Movimiento Español de Liberación Homosexual (MELH) y en Catalunya, el Front d´Alliberament Gai (FAGC). Los dos grupos vinculaban las crecientes huelgas y luchas de la época de la Transición con su propia lucha, se ganaron el respeto de otras organizaciones radicales y sindicatos, e impulsaron la lucha para los derechos que tenemos aquí hoy.
La política de identidad
Sin embargo, las metas revolucionarias de los FLGs no se llegaron a alcanzar. De hecho en 1973, el FLG ya había dejado de existir. Esto fue, en gran parte, provocado por la falta de ideas claras sobre cómo hacer una revolución desde la izquierda. La influencia del estalinismo había sembrado desconfianza en las ideas marxistas y confusión sobre que era el socialismo y cómo conseguirlo. Según el estalinismo la homosexualidad era una desviación burguesa. Las y los activistas LGTB que fueron a Cuba durante los 60 en solidaridad con la revolución volvieron indignadas/os tras encontrar persecución intensa y campos de trabajo para la gente gay.
Esta confusión de estrategia se manifestó en los lemas del FLG; por ejemplo “Hacer la revolución es tan solo una manera de besar”. En vez de seguir orientándose hacia los movimientos de masas y la lucha de clase para cambiar la sociedad, los FLG´s cada vez más buscaron la revolución mediante cambios personales.
En la práctica esto significaba intentar desafiar al sistema capitalista viviendo un estilo de vida alternativo frente a la propiedad privada, la familia nuclear y los roles de género. Se establecían comunas, por ejemplo la de los Brixton Faeries que se quedaron al margen de la sociedad; poco útiles para la mayoría de la gente LGTB de la clase trabajadora que luchaba contra la homofobia diariamente o que no se atrevían a salir del armario.
En el contexto de la falta de una clara estrategia revolucionara, este método aparecía como respuesta y desafío a las manifestaciones más patentes de la opresión. Pero la opresión e ideas homófobas no solo existen en las mentes de las personas, sino también en las estructuras sociales y económicas del sistema capitalista. Por eso no sólo hay que combatir el comportamiento homofóbico, racista o sexista sino romper con el sistema que lo produce.
Las consecuencias de este error fueron graves. La importancia que se daba a los cambios personales creó un moralismo dentro del movimiento que hizo que se fuera fragmentando. La solidaridad original desapareció y el moralismo produjo la idea de que las/os que no sufren la opresión eran innatamente opresores y, por tanto, la causa de la opresión; las personas heterosexuales oprimen a las homosexuales, las blancas a las negras y los hombres a las mujeres. La lógica de esta idea es que solo las/os que tienen la experiencia de la opresión saben cómo encararla y destruirla.
Las mujeres del FLG se separaron tras encontrar sexismo dentro del movimiento y las lesbianas condenaban a las mujeres heterosexuales por “dormir con el enemigo”. Esto llevó a que en unos años hubiera innumerables grupos de hombres gays latinos, hombres gays negros, lesbianas asiáticas, etcétera.
La economía Gay
En la ausencia de luchas de clases durante los últimos 30 años estas ideas se han concretado, dejando espacio para el crecimiento de la comercialización de las victorias del movimiento del FLG. La política de la identidad conducía a la creación de comunidades o ‘ghettos’ (como Chueca en Madrid) que tipifican la idea pesimista de que no se puede cambiar la sociedad radicalmente. Entonces, la mejor opción es refugiarse de la opresión en una comunidad y buscar reformas en la política oficial. Irónicamente, esta política de la identidad ha encajado perfectamente con la comercialización de la comunidad gay.
Las victorias de los FLGs habían dado confianza a la gente LGTB para vivir públicamente en varios ámbitos. Posteriormente, creció un grupo de capitalistas gays que proclamaban que la manera de conseguir la liberación era a través del mercado y su poder adquisitivo. Establecieron un ‘mercado rosa’ que nos vende una imagen distorsionada de lo que es ser LGTB, mediante revistas, ropa, bebidas alcohólicas, ocio, accesorios, cosméticos, etc.
En vez de estar basada en la lucha colectiva para liberación, la identidad gay ha sido definida por un estilo de vida exageradamente caro, basado en el poder adquisitivo individual. Según esta lógica, comprar te empodera y te libera. Si no tienes o las ganas o los recursos para pagar por esta vida de lujo, como la gente LGTB de clase trabajadora, estás excluido de una identidad aceptable.
El grado de comercialización de la comunidad gay se evidencia en los desfiles del Orgullo Gay que empezaron como celebraciones de la resistencia de Stonewall y se han convertido en oportunidades para publicitar grandes empresas.
Los capitalistas gays nos dicen que son nuestras/os aliados en la lucha contra la homofobia, pero la realidad es justo la contraria. Como todas las opresiones, hay una naturaleza de clase. La gente de clases diferentes tienen experiencias muy diferentes de la opresión y, por tanto, capacidades diferentes para superarla. Un empresario gay con confianza y seguridad económica que le permiten comprar su identidad en el mercado rosa, tiene una capacidad muy diferente para soportar su opresión que una lesbiana negra que está en el paro sin acceso a orientación sobre su sexualidad.
A pesar de su retórica progresista, todos los capitalistas gays, mujeres o negros, se benefician de la continuación de la homofobia y de la ideología de la familia nuclear. Mientras nos dicen que la economía gay ayuda a la gente LGTB, estos mismos empresarios dependen de nuestra explotación y defienden reformas neoliberales que quitan derechos de sus trabajadoras/es LGTB. Cuando los intereses económicos de estos capitalistas gays están amenazados, rápidamente minimizan la lucha por la igualdad para defender sus pertenencias materiales.
Actualmente, el legado de la política de la identidad y el separatismo del declive del FLG es más patente que nunca. El prototipo es el grupo Queer Nation (Nación Marica) que se fundó en 1990 en Nueva York. Veían a los/as heterosexuales como los responsables de la homofobia. Su primer manifiesto declaró “odio a los heterosexuales”.
Islamofobia: obstáculo para la liberación
La herencia de estas ideas también ha creado uno de los problemas más preocupantes dentro el movimiento LGTB actual; la imagen del Islam como la fuente de homofobia más problemática. Esta idea racista se ha extendido en un contexto de islamofobia virulenta creado por la “guerra contra el terrorismo” de las potencias occidentales. En vez de simpatizar con la opresión de la gente musulmana y señalar a las mismas raíces de la homofobia e islamofobia en el sistema capitalista, se tiende a contribuir a la ola de prejuicios.
Es verdad que existe gente musulmana homofóbica pero también existe gente cristiana, judía hindú, budista, y atea homófoba. La retórica anti-gay de algunas mezquitas es igual que la retórica homófoba de la Iglesia Católica y el Papa. La gente suele usar los ejemplos de violencia brutal contra gente LGTB de países como Afganistán para proclamar al Islam como la raíz del problema. Sin embargo, en la mayoría de estos casos el origen de la vigilancia de la moralidad pública fue instituido y financiado por el imperialismo de Occidente.
Mientras algunas organizaciones y personas LGTB de Occidente señalan el estado opresor de Israel como un oasis democrático en el mar de homofobia del Oriente Próximo, sus compañeras/os LGTB palestinas viven en un sistema de apartheid impuesto y mantenido por el mismo Israel. Los muros que sitian la Cisjordania y la franja de Gaza ridiculizan el lema “Amor sin fronteras” del desfile mundial de Orgullo Gay que tuvo lugar en Jerusalén en 2006.
En realidad, hay grupos LGTB en todos los países musulmanes que no deben su existencia a la intervención humanitaria ni mucho menos. De hecho, la organización LGTB Helem en el Líbano que militaba contra una intensificación de las leyes homófobas en 2005 fue aplastada por los aliados de George Bush que recibían ayuda de EEUU, supuestamente, para proteger la democracia y los derechos humanos.
Hay que luchar
Hoy en día la crisis económica global está amenazando todos los derechos humanos ganados en las luchas del pasado. En este contexto, es más importante que nunca que construyamos la lucha para terminar con la opresión gay. Las pocas libertades que tenemos nos las pueden quitar rápidamente, como ha pasado muchas veces en el pasado. Las y los bolcheviques eliminaron todas las leyes homófobas en Rusia en 1917 dos meses después de la revolución de octubre, junto con la destrucción material de la familia nuclear. Pocos años después Stalin lo revertió todo.
En el estado español, una victoria del PP de Rajoy significaría un retroceso enorme. Derogarían el matrimonio gay y representaría la criminalización de todo el movimiento. En los últimos años, ya hemos visto la iglesia católica con el apoyo indirecto del PP manifestándose en ‘defensa de la familia’, ideología que surgiría con aún más fuerza bajo un gobierno conservador. La última vez que el Papa visitó Barcelona, las protestas LGTB fueron criminalizadas. Frente a esta amenaza, la política de identidad, el reformismo, el separatismo y el mercado rosa no sirven como defensa.
Tenemos que desmontar las ideas de que el mercado rosa significa liberación LGTB, que cambiar el estilo de vida puede desafiar al sistema y que los empresarios gays son nuestros aliados en la lucha contra la opresión.
La liberación gay es una cuestión de clase y por eso la lucha LGTB tiene que unirse con la de los otros y otras oprimidos/as y impulsar un movimiento de la clase trabajadora con la capacidad de cambiar la sociedad radicalmente y conseguir una sociedad verdaderamente democrática e igualitaria donde todas/os disfrutemos de la liberación sexual.
Daisy Farnham es militante de En lucha / En lluita
Artículo publicado en la revista anticapitalista La hiedra
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