lunes, 20 de septiembre de 2010

La miseria infinita.

Mariadela Linares 



Como si de un torneo de ruindad se tratara, el manto de luto que ha cubierto al chavismo en las últimas semanas ha permitido que afloren otras formas de expresión de la intolerancia, que rayan en la más absoluta bajeza. Hasta ahora, la muerte era percibida como el límite que demarca la frontera hasta donde puede llegar la agresión. A los muertos se los respeta por el simple detalle de que no pueden defenderse. Sólo los cobardes atacan a quien ya no está entre los vivos. Únicamente una mente abyecta se regocija en el dolor de una pérdida ajena.

Pero aquí, donde buena parte de esa cosa que llaman "sociedad civil" se ha permitido saltar todos los preceptos morales y éticos, vemos con perplejidad que se festeja públicamente el deceso de un contrario, no importa si se trataba de una persona vieja, que merecía consideración; un joven a quien le endilgan con pasmosa facilidad culpas de otros o un veterano dirigente, tempranamente fallecido en el ejercicio de sus deberes. Esa oposición enferma, con la que desgraciadamente compartimos país, tiene semanas celebrando el duelo del contrario.

Alguna vez he expresado en estos espacios que conozco de cerca, en sangre hermana, el horror de las persecuciones políticas del pasado y también he dicho que nunca he escuchado de boca de esos parientes y amigos torturados y vejados, por los mismos que hoy hacen vida en la tal mesa de la unidad, expresiones de odio y deseos de venganza como los que con tanta ligereza suelta, con absoluta libertad, cualquier hijo de vecino a quien se le ocurrió que una obra de teatro era espacio apropiado para dejar salir su veneno.

Aún tengo en el recuerdo a hombres y mujeres que fueron asesinados. De ellos quedaron deudos, familiares, amigos, que no han corrido a blandir las espadas de la revancha, ahora que están cerca del poder. Pero la oposición sí se arroga ese derecho: el de la rabia infinita. Culpan a Chávez del odio que les corroe las entrañas. Pregúntese usted si un solo hombre puede conmover de tal forma la estructura moral de una sociedad, si esta estuviera sólidamente constituida. La respuesta es no. Eso pasa cuando está carcomida por su propia miseria.

mlinar2004@yahoo.es

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