jueves, 18 de marzo de 2021

Los silencios de Tucídides

 José Luis Bellón Aguilera


I Pericles hijo de Jantipo y Bush  Junior

Silence and Democracy: Athenian Politics in  Thucydides’ History, de J. Zumbrunnen, es un  estudio de un aspecto de la obra Historia de la  guerra del Peloponeso o Historias  del ateniense Tucídides (460- circa 396 a.e.c), básicamente, el de las interacciones en Atenas entre el dêmos (o colectivo de ciudadanos  libres) y las figuras políticas de relieve durante  la citada guerra.

Silence and Democracy tiene dos niveles:  uno histórico, de análisis de Tucídides y de la  historia de Atenas, y otro de interpretación, que  transpola su lectura a la democracia representativa occidental contemporánea. Esta parte  del análisis es más especulativa; la primera  combina la lectura con una hermenéutica del  texto de Tucídides. Se trata, por tanto, de una  obra académica de historia y de teoría política  que analiza e interpreta el pasado para pensar,  más ensayísticamente, sobre el presente.

La guerra del Peloponeso (431-404 a.n.e.),  sostenida entre Esparta y Atenas y los aliados,  fue, además del choque entre dos potencias, un  conflicto entre oligarquía y democracia. En las Historias, los puntos de vista sobre importantes discusiones políticas y militares en Atenas  son puestos en boca de la élite política, mientras  el dêmos escucha silencioso, si bien es él quien  toma las decisiones. Entiéndase: en la obra hay  actores políticos de renombre (Pericles, Cleón,  Brásidas, Alcibíades… etc.), líderes de facciones o líderes del conjunto de ciudadanos. El «conjunto  de ciudadanos libres atenienses» nunca habla  colectivamente; «dêmos» suele ser una palabra  que se asocia a los ciudadanos pobres y apenas  ninguno habla en las asambleas, pero aparece,  sin embargo, como un personaje colectivo  que escucha los discursos de oradores sobre asuntos de capital importancia y toma decisiones, algunas de ellas más que discutibles. Así, el  abandono de los aliados de la pequeña ciudad Platea (sitiada por los espartanos, 427 a.n.e.), la brutal represión de la pequeña isla de Melos (416 a.n.e.), o la desastrosa campaña de Sicilia (415).

¿Son estas decisiones producto de la volubilidad, de la ligereza? ¿Es Atenas una república liderada por demagogos incompetentes y en manos de una masa irracional? ¿Cómo interactúan el dêmos y estos individuos que viven dedicados a la política? ¿Vivirían los melios si no se actuase con arbitrariedad? Tales son las cuestiones que  explora J. Zumbrunnen, cuyo principal acierto es el de plantear preguntas y hacer pensar sobre algo tan difícil como la representación de la colectividad de los ciudadanos en Tucídides, representación escurridiza pero abierta, más que cerrada o moralizante.

Zumbrunnen finaliza su obra con una escena  extraña: a partir del llamado «Bullhorn Speech»,  el discurso de Bush –megáfono en mano–en ground zero a los trabajadores del servicio de emergencia tres días después del 9-11, compara al citado Bush Junior con Pericles. Y a los que lo escucharon, los titula el «dêmos americano»: aconteció, según el autor, un «coming together», una unión o comunión. La actitud del autor se comprende quizás a partir de sus (posibles) ideas políticas y de las fáciles analogías históricas.

En la misma conclusión del libro se comparan la fallida expedición a Sicilia de Atenas (en el contexto de la misma guerra del Peloponeso; un intento de Atenas de extender el imperio hacia el Este) y la guerra en Irak. (Ya se había hecho –y por grandes historiadores–, p. ej. comparar la guerra fría y la URSS con Atenas). Las analogías Sicilia-Irak-Bush-Pericles están al final de la obra  y como pegadas a la argumentación. Se anclan en la tan repetida frase de Tucídides sobre su propia obra (I, 22, 4), descrita como «una posesión para siempre más que como objeto de certamen para  oír un instante».

Pero, ¿se es consciente del océano temporal que separa ambos continentes históricos?

Uso del anacronismo

March Bloch concluye afirmando, con una  fórmula que se ha hecho célebre, que hay que  comprender el presente mediante el pasado y  el pasado mediante el presente. (p. 207), afirma la helenista Nichole Loraux, en su  póstumo libro  “La guerra civil en Atenas. La política  entre la sombra y la utopía”  Loraux anima  al uso controlado del anacronismo, evitando  que la reflexión política e histórica se convierta  en teología. Alude al uso indiscriminado de los  teóricos y científicos políticos de departamentos norteamericanos y a la práctica estéril de la  discusión de los méritos comparados (en los que  acaba venciendo la democracia representativa  contemporánea con respecto a la antigua o las  modernas constituciones como «equilibradoras» del conflicto social).

¿Cómo se justifica este «uso controlado  del anacronismo» y qué es? Loraux reflexiona  sobre la temporalidad histórica y las pasiones en  política: ¿Por qué realizar el elogio del anacronismo  cuando se es historiador? Quizá para invitar  a los historiadores a que atiendan a nuestro  tiempo de incertidumbres, centrándose en  todo lo que desborda el tiempo de la narración  ordenada: tanto en los desbocamientos como  en los islotes de inmovilidad, que niegan el  tiempo en la historia, pero que construyen el  tiempo en la historia (217).

Pensar sobre la posición de Loraux incluye considerar las tradiciones historiográficas , la interpretación ideológica del pasado  y el conflicto en el momento histórico en que  esto es discutido por la historiadora y antropóloga. Y además de o junto a los intereses y la  explotación, implicar la ligazón entre el poder,  la codicia y la ambición, sin desproporción de  racionalizaciones excesivas.

¿Cuál es la articulación entre inconsciente  político e imaginario ideológico en el caso de la  historia de Atenas? Desde luego la democracia  en conflicto, ¿por qué ejerce esa fascinación si  no es por el fantasma de la democracia y del  conflicto civil, la stásis? Los doscientos y pico  de años de la democracia ateniense aguzan  más apasionadas discusiones de política que  los 2500 del apogeo del Egipto faraónico.

Y en esta discusión política e ideológica se  entrevera la propia ontología histórica. Pero es un imaginario construido en el currículo de educación de las formaciones sociales capitalistas: la discusión política surge porque hay una historia escrita relativamente abundante, y porque ésta brinda una forma de racionalismo con apariencia de contemporaneidad  en la política occidental. Una de las primeras traducciones de Tucídides al inglés la hizo el autor del Leviatán.

La contemporaneidad es sólo aparente, ya que la obra de Tucídides contiene el relato de la hybris ateniense (tesis de F. M. Cornford, de  1907), el trasfondo de la tragedia griega. Hybris  es desmesura, arrogancia, sobrestimación del poder de uno mismo, como la de Jerjes en la tragedia de Esquilo Los persas. Las Historias, que narran la derrota de Atenas, cuentan sus excesos (en Melos o Sicilia). Sin embargo, esta  radical historicidad no neutraliza un rizoma: el objetivismo del texto. ¿Acaso no se efectúa la misma operación al leer a Hobbes o, por ejemplo, Sun Tzu o Maquiavelo?

Hesychia y acción

Zumbrunnen adelanta rápido el planteamiento central de su obra: a partir de Finley, y otros, piensa  que el dêmos ateniense tenía un poder real y  lo ejercía y que Tucídides piensa lo mismo. La presencia silenciosa del dêmos en las Historias no significa una aquiescencia irreflexiva, instintiva o maquinal. No se construye al dêmos como una «masa» de presencia taciturna manipulable por demagogos irresponsables que solo buscan su beneficio personal. El autor plantea la existencia de una «escucha democrática» en la interacción entre una masa indiferenciada silenciosa (en Atenas varones atenienses libres) y la elite política que habla. No hay desempoderamiento.

La hesychia (calma, silencio) existía como una forma de actuar. El autor distingue entre silencio deliberativo, activo e inactivo. Cabe preguntarse cómo sería una sesión (real, no en los escritos) de la asamblea ateniense a la hora de decidir cuestiones de capital importancia para la ciudad, como intervenciones militares de carácter irreversible: ¿habría un silencio constante, se mezclarían los gritos y los insultos, las facciones dejarían que fluyera tranquilo el discurso de sus oponentes?

¿No es posible que Tucídides supusiera que el lector conocería el ruido y la furia real de una asamblea de verdad? Para colmo, el historiador ateniense no parece parcial, no registra todos los puntos de vista, no ofrece uno definitivo o siquiera una lectura terminante, sin ambages.

Un historiador oscuro

Una nota: Tucídides es un historiador cuya enorme influencia en Occidente se debe también a que su posicionamiento frente a ciertos hechos no queda clara. Hasta dónde llega su imparcialidad y objetivismo no está claro. Lo más probable es que no simpatizara con la democracia radical—sin llegar al desprecio por la misma de Platón o la antipatía de Jenofonte, que inician una tradición que identifica democracia radical con oclocracia o tiranía de la masa. Tampoco está claro si las Historias de Tucídides son una apología una defensa de su propia vida, ya que fue acusado de perder, durante la misma guerra, la estratégica Anfípolis, una colonia ateniense en Tracia). El asunto seguirá discutiéndose y por el momento no hay punto y final, puesto que el lenguaje de la obra es voluntariamente difícil, oscuro. Probablemente en la obra se enlazan varios elementos, algo que aquí sólo puede apuntarse:

  1. la narrativa trágica de la hybris de Atenas, lo que corresponde al inconsciente ideológico de la obra,
  2. visión objetiva de tres elementos unidos: participación y poder políticos, stásis (conflicto civil) y la guerra (objetivismo procedente del racionalismo sofístico en el que se formó Tucídides, con el sofista Antifonte),
  3. admiración aristocrática… de determinados actores de la escena política, resumidos en Pericles, «el primer ciudadano».

Hay otra cuestión algo obvia, y es que la obra está inacabada y no se sabe la fecha de composición (es la «cuestión tucidídea», que existe, como la «cuestión homérica»). Sea como sea  (y véase “El mundo de Atenas” (2011) de Luciano Canfora), la objetividad textual, incluso donde se ha leído anti-democratismo, es filosa y los posicionamientos en los múltiples sentidos posibles se hacen factibles. Se me dirá que la objetividad del ateniense no es la nuestra. Como si la nuestra fuera prístina, desideologizada. ¿Acaso porque ideológicamente Tucídides se enmarque en la formación social ática del siglo V a.n.e. es imposible un grado de objetividad histórica?

La objetividad de las Historias puede deberse a que la obra está inacabada, a la sofística o al carácter dialógico, pero también a la cautela o prudencia analítica de la persona Tucídides… «Tucídides insiste en que no se ha embarcado en una ‘narrativización patriótica’, sino que ha buscado la ‘exactitud’ (akribeia) que permite a su obra ser una posesión para siempre», escribe Zumbrunnen. Más que de varios inconscientes articulados o en capas, hay constelaciones de palabras que se activan o suturan en torno significantes-amo, dependiendo de aquello de lo que habla el autor, un autor que habla a varios públicos o lectores.

La historia es lucha de clases, conflictos sociales, violencia, extorsión y explotación, de pasiones políticas y de ambición. El extraño y oscuro objetivismo de Tucídides, que se presenta como un estudio de la guerra entre atenienses y espartanos, se ofrece como un intento de comprenderla, y por tanto puede ser una historia comparada: como intento de dilucidar la dinámica y funcionamiento de las relaciones de poder, la administración de la vida y la muerte, las luchas políticas.

Democracia espectáculo, democracia representativa.

Queda repuntar el objetivo político anudado al académico de Silence and Democracy.  Cuestión a discutir, para Zumbrunnen, es la siguiente: si en las formaciones sociales capitalistas contemporáneas occidentales vivimos en «democracias de espectador» (Chomsky) que sólo ejercen su libertad cada cuatro años, o la «masa» tiene algún papel en la toma de decisiones. Tucídides apunta una forma alternativa de pensar la política democrática de masas…

Es decir: no centrarse en los argumentos de las élites o líderes, no diagnosticar una «alienación» general de los ciudadanos-espectadores, sino buscar señales de activación revolucionaria, si momentánea, del dêmos.

El problema del libro de Zumbrunnen es que la argumentación está pillada por los pelos. El silencio del dêmos es lo que él dice, pero también es el dado por Tucídides. Por otro lado, en la obra del ateniense, es especular si el silencio es activo o inactivo, e igualmente las ideas de un silencio resistente. La no-acción es una forma de resistencia si tiene efectos. Por lo mismo, es especulación irenista hablar de una fusión del dêmos (americano o hispano) y sus líderes.

Lo realmente acertado de Silence and Democracy es que ve cómo Tucídides usa en su obra al dêmos, como un personaje colectivo, activo, del que es difícil discernir si actúa irreflexivamente: su fuerza es arrolladora y los demagogos (como plantea Finley en “Vieja y nueva democracia”), más que atraerlo y manipularlo, viven en tensión continua para no caer en desgracia si cometen un error, porque el pueblo libre de Atenas responsabiliza a los instigadores de malas decisiones. Tucídides registra la dialéctica de diferentes puntos de vista, casi dialógicamente, pero no podemos estar seguros de que sea así: como si pareciera decirnos que su historia –un conflicto de ambiciones, poderes y formas de vida, en última instancia el relato del enfrentamiento entre pobres y ricos, entre oligarquía y democracia– no es un libro que pueda leerse aplicando una metodología. Esta cautela es la que ha traído de cabeza a sus comentaristas y lectores desde hace 2.500 años, precisamente por el fantasma de la democracia.

El problema del «sentido», de comprender la raíz última del conflicto social, la «radicalidad» del texto, puede que no sólo sea un problema para el lector. Pudo serlo incluso para el mismo Tucídides: Zumbrunnen sugiere esto al final de su libro sin tirar del hilo de esta idea: en historia y política, la complejidad del entramado entre la velocidad de los hechos, la irreversibilidad de las decisiones y el azar desbordan el cauce de la reflexión e incapacitan dar una respuesta última. El mundo arrolla y abruma cualquier tentativa de control interpretativo. La política no es una ciencia.

FUENTE: laberinto nº 44 / 2015





No hay comentarios: