jueves, 12 de septiembre de 2019

El chavismo

Yo conocí a Chávez, y pude apreciar en él una de las inteligencias más preclaras, el comandante sabía hacia donde debía encauzarse el principio revolucionario del socialismo del siglo XXI.
Los principios que informaron su propuesta son firmes y muy claros: el bolivarianismo que definió la estructura del Estado en la propuesta de Chávez. De Bolívar, las doctrinas humanistas como el buen vivir, la cual coloca al ser humano como núcleo de la política y desarrolla desde allí la progresividad de los derechos humanos: a la vida, a la salud, a la alimentación y al ambiente sano; a la educación, a la libertad, a la vivienda, en fin, al buen vivir humano con dignidad.
De Sucre, la bonhomía del perdón y el trato digno al “derrotado”, fue Sucre quien planteó por vez primera los principios que hoy rigen la guerra, los cuales enaltecían al guerrero victorioso y hoy ni siquiera se recuerdan.
De Marx, la sistemática y metódica manera de revisar la historia y hallar en ella los principios para impulsar el futuro de la patria; la justicia para el obrero y el modo de producir.
Y del general del Pueblo soberano Ezequiel Zamora, la justa distribución de la tierra para sentar las bases de la justicia campesina, el respeto al hombre de campo, donde tuvo sus raíces. Tierras y hombres libres, el cuidado del ambiente, de la tierra, del agua, Chávez fue un gran ambientalista, ecologista, amó a su patria y sus paisajes, nunca hubiera permitido su destrucción.
Chávez entendía y compartía el principio de la igualdad dentro de la diversidad, por ello sus propuestas legislativas de protección al niño, niña y adolescente, no aceptaba un niño sin protección, ni educación, sin salud, con hambre; ¿y la mujer? Chávez fue y se declaró feminista, y propulsó las leyes que protegen a la mujer contra la violencia. Chávez se declaró cristiano y de Cristo enseñó el camino del amor, la justicia, el perdón y la paz.
Viene a mi mente el poema de Andrés Eloy Blanco: “… por mi ni un odio hijo mío, ni un solo rencor por mí, no derramar ni la sangre que cabe en un colibrí, y no olvidar que las hijas (y los hijos) de quien me hiciera sufrir, para ti han de ser sagradas como las hijas del Cid”.

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