lunes, 25 de junio de 2018

Primer encuentro de Simón Bolívar con el perro Nevado



Por: Rubén Alexis Hernández

Cada 10 de junio es un día especial para la historia merideña, en particular para la zona de Mucuchíes, y es que tal día como el mencionado, en el año 1813, se dio el primer encuentro del Libertador Simón Bolívar con el hermoso perro mucuchicero Nevado, en el marco del paso del prócer caraqueño por los Andes merideños, durante la Campaña Admirable. Dicho encuentro ocurrió específicamente en las afueras de la hacienda Moconoque, cuando Nevado, siendo cachorro, salió con aparente fiereza al encuentro de Bolívar y su tropa, que se dirigían a la cercana villa de Mucuchíes. Tanto encantó el can a Bolívar, que éste preguntó a Vicente Pino, propietario de la hacienda en cuestión, si era posible conseguir para su persona un cachorro (en ese momento Bolívar no sabía que aún era cachorro) de la misma raza. Y tal será la sorpresa del Libertador, pues en la población de Mucuchíes le fue entregado en sus manos el mismo perro que había visto en Moconoque, de manos del hijo de Vicente Pino, Juan José Pino.
A partir de dicho obsequio, empezó una relación bien afectiva y repleta de aventuras entre Bolívar y el hermoso Nevado, que durará al menos hasta el 24 de junio de 1821, cuando el famoso perro mucuchicero murió atravesado por una lanza realista en la batalla de Carabobo. Historia que pasó a la posteridad gracias, en buena medida, a la pluma magistral del escritor merideño Tulio Febres Cordero en su leyenda histórica El Perro Nevado, y que se cita parcialmente a continuación:
En una brumosa tarde de junio del año de 1813, se detuvo una escolta de caballería frente a la casa de Moconoque, sitio distante una legua de la villa de Mucuchíes (…). La casa parecía desierta, pero apenas habrían dado dos o tres toques en la puerta, cuando instintivamente los caballos que estaban más cerca retrocedieron espantados. Un enorme perro saltó a la mitad del camino dando furiosos aullidos. Era un animal corpulento y lanudo como un carnero, de la raza especial de los páramos andinos, que en nada cede a la muy afamada de los perros del monte de San Bernardo,
Ante la actitud resuelta y amenazadora del perro brillaron de súbito diez o doce lanzas enristradas contra él, pero en el mismo instante se oyó a espaldas de los dragones una voz de mando que en el acto fue obedecida:
-¡No hagáis daño a ese animal¡ ¡Oh, es uno de los perros más hermosos que he conocido¡
Era la voz del brigadier Simón Bolívar, que cruzaba los ventisqueros de los Andes con un reducido ejército. Por algunos momentos estuvo admirando al perro que parecía dispuesto a defender por sí solo el paso contra toda la escolta de caballería hasta que el dueño de la casa, don Vicente Pino, salió a la puerta y lo llamó con instancia.
-¡Nevado¡ …¡Nevado¡ ¿Qué es eso?
El fiel animal obedeció en el acto y se volvió para el patio de la casa gruñendo sordamente. Su pinta era en extremo rara y a ella debía el nombre de Nevado, porque siendo negro como un azabache, tenía las orejas, el lomo y la cola blancos, muy blancos, como los copos de nieve. Era una viva representación de la cresta nevada de sus nativos montes.
El señor Pino, que era un respetable propietario, se puso inmediatamente a las órdenes de Bolívar y sus oficiales, y obtenidos de él los informes que necesitaban referentes a la marcha que hacían, la continuaron hasta Mucuchíes, donde iban a pernoctar. Bolívar miró por última vez a Nevado con ojos de admiración y profunda simpatía, y al despedirse, preguntó al señor Pino si sería fácil conseguir un cachorro de aquella raza.
-Muy fácil me parece- le contestó-, y desde luego me permito ofrecer a Su Excelencia que esta misma tarde lo recibirá en Mucuchíes, como un recuerdo de su paso por estas alturas.
Media hora después de haber llegado el brigadier a la citada villa, le avisaron que un niño preguntaba por él en la puerta de su alojamiento. Era un chico de once a doce años, hijo del señor Pino, que iba de parte de éste, con el perro ofrecido.
-¡El mismo perro Nevado¡ -exclamó Bolívar-. ¿Es este el cachorro que me envía su padre?
-Sí, señor, este mismo, que es todavía un cachorro y puede acompañarle mucho tiempo.
-¡Oh, es una preciosa adquisición¡ Dígale al señor Pino que agradezco en lo que vale su generoso sacrificio, porque debe ser un verdadero sacrificio desprenderse de un perro tan hermoso”


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