miércoles, 11 de noviembre de 2009

Enloquecidos, los soldados yanquis se suicidan o matan a su propia gente.


*Hernán Mena Cifuentes


La masacre cometida el pasado martes por un efectivo yanqui en la base militar de Fort Hood, la más grande de las casi mil que EEUU tiene en el mundo, evidencia una vez más la macabra práctica del Imperio de convertir a sus soldados en máquinas de matar, “robots” que no sólo asesinan a millones de inocentes, sino que enloquecidos por sus crímenes, se suicidan o matan a su propia gente. Son centenares de miles los jóvenes que se alistan en el ejército yanqui, más que para combatir, para asegurarse un salario, techo, alimento, ropa y una beca de estudios, sin saber serán entrenados en sitios como Fort Hood, por expertos en tortura y muerte que lavan sus cerebros convenciéndolos de que “su misión es luchar por la libertad”, más lo cierto es que van a invadir naciones, sojuzgar sus pueblos y saquear sus recursos como lo hacen en Irak y Afganistán . Pero, ante lo difícil que resulta para los encargados de cumplir con las cuotas de reclutamiento que le son asignadas, ya que muchos de los convocados huyen al extranjero para evitar ser enviados a la guerra, el ejército decidió sustituirlos por delincuentes, drogadictos y otros miles más de infractores de la ley que son perdonados y sacados de la cárcel a cambio de prestar el servicio militar- EEUU recurre igualmente a indocumentados extranjeros a quienes no se les expulsa si se enrolan en las filas militares, prometiéndoles la ciudadanía estadounidense una vez que regresen de la guerra, sueño que para algunos se hace realidad, más no para aquellos que, como ocurre frecuentemente, una vez colocados como “carne de cañón” en los frentes de batalla, mueren, como todos los invasores, sin pena ni gloria, a manos los combatientes de la resistencia. Otros miles más, son “mercenarios”, veteranos de conflictos bélicos contratados por poderosas empresas como Blackwater, verdaderos ejércitos privados que prestan sus servicios al U.S. Army y se confunden con las tropas regulares en todos los sitios donde se requiera hacer los trabajos más sucios de la guerra, como torturas y masacres y a quienes se les paga mejores sueldos que a los mismos militares de carrera. Se ha comprobado por otra parte, que el Pentágono, ante la aguda carencia de nuevos soldados provocada por la gran cantidad de bajas sufridas, las deserciones y huída de candidatos a reclutas, está enviando a Irak y Afganistán a centenares de militares que presentan deficiencias físicas y mentales, “bombas de tiempo” que estallan en cualquier lugar y momento provocando muerte entre los moradores de esos países y en las filas del ejército invasor. Son seres ya enfermos que se suman a los ya convertidos en asesinos que matan por placer a hombres y ancianos con la misma saña con la que violan niñas y mujeres o cometen otros desmanes como los bacanales celebrados por esos depravados sexuales en la embajada de EEUU de Kabul, actos que una vez denunciados y comprobados con fotos tomadas mientras los cometían, obligaron a la secretaria de Estado Clinton a destituirlos. Esos son los ingredientes de miseria humana que hierven en la olla podrida que es el ejército estadounidense, arrojados por las mentes tenebrosas que dominan a la sociedad yanqui y a sus gobernantes, que les obedecen para hacer realidad su proyecto de conquista y dominación mundial, que, incluye por supuesto, la invasión de América Latina y el Caribe, región donde se concentra la mayor parte de la riqueza del planeta. Con el fin de lograr ese objetivo, no les importa sacrificar la salud mental y vidas de esos cientos de miles de hombres y mujeres miembros de sus fuerzas militares de aire, mar y tierra en una espiral de horror y muerte que se extiende en el tiempo y el espacio abarcando siglos de guerras en los lugares más remotos desatando baños de sangre incontenibles, negando en su demencial cruzada los principios y valores inherentes a todo ser humano. Y es que ese laberinto de locura y muerte en el que hoy se hallan atrapados los soldados yanquis, no se limita a su accionar de asesinos y suicidas en Irak, Afganistán, Pakistán y EEUU, pues existen documentos del Pentágono que dan cuenta de su demencial comportamiento en la guerra de Vietnam -1965-1975- avalados en obras escritas por sobrevivientes y familiares de algunas de las víctimas de aquel genocidio perpetrado hace 34 años por el Imperio contra el heroico pueblo vietnamita y contra sus propios militares. “En diciembre de 1972, -según se lee en la obra escrita por Peggy Coleman, viuda de un militar muerto en la guerra de Vietnam- el Departamento de Defensa de EEUU reconoció que entre 800 y 1.000 oficiales yanquis fueron asesinados por sus propios subalternos, quienes enloquecidos por las visiones de destrucción y muerte que provocaban y observaban en aquel conflicto espantoso, lanzaban mataban a sus superiores lanzándoles granadas de fragmentación. Fue un modus operandi usado exitosamente al no dejar huella alguna en la escena del crimen, tan frecuentemente perpetrado en el conflicto bélico por esos militares, que llegó hasta adquirir nombre propio, el de “Fragging” en la jerga militar de entonces, horripilante expresión que se asocia al acción de desintegrar, como sucedía con los cuerpos de esos militares despedazados por esa arma letal. No existe por lo tanto, ninguna diferencia entre el comportamiento demencial de los soldados yanquis en Vietnam y el que afecta actualmente a los que hoy combaten en Irak, Afganistán y Pakistán, inmersos en un mundo de locura provocada por el “Stress postraumático,” trastorno que padecen esos seres llevados a un escenario de muerte y destrucción inenarrable por quienes luego de usarlos para sus malvados fines los desechan como un objeto inútil. En siquiatría y sicología se denomina Stress postraumático a ese “grupo de trastornos de ansiedad, que sobreviene como consecuencia de un evento traumático que involucra un daño físico,” el cual se padece, de acuerdo con el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales 1.- Cuando “la persona ha experimentado, presenciado o le han explicado uno o más acontecimientos caracterizados por muertes o amenazas a su integridad física. 2.- Cuando “la persona ha respondido con temor, desesperanza u horror intenso” ante ese tipo de eventos, y eso es precisamente el mal que padecen miles de los soldados yanquis, protagonistas y testigos de las horrendas escenas de muerte y destrucción originadas por las guerras lanzadas por el Imperio sobre Iraq y Afganistán, donde se ha matado a más de un millón de seres humanos, han visto morir a miles de sus compatriotas. Lo terrible de su situación es que, si bien miles de esos soldados se han salvado de morir en sus primeros enfrentamientos, se convierten en una especie de muertos en vida, cuando son obligados a volver al frente pese a estar física y mentalmente incapacitados, o se les envía de regreso a su país, donde su mal se agrava ante la incomprensión y marginación por parte de una sociedad que los rechaza y la desatención de un Imperio que los envió a ese infierno que es la guerra. Es entonces cuando renacen con mayor intensidad que antes en su yo fragmentado, los recuerdos de eventos recurrentes que los llevaron a ese estado de desequilibrio mental, magnificando las imágenes de sus alucinaciones y aumentando su desesperanza y sus temores para enfrentar la vida. Por los laberintos de su mente surge a partir de entonces el monstruo de la autodestrucción que es el suicidio y un impulso irrefrenable de destruir a quienes los rodean, sin detenerse a pensar que estos sean sus camaradas de armas, sus amigos y en algunas oportunidades hasta sus propios familiares. Por eso son tan frecuentes los suicidios entre ellos, como lo son igualmente las masacres que perpetran en centros de entrenamiento, en clínicas y hasta en sus propios hogares, similares a las que cometieron en pueblos y ciudades, violando niñas y mujeres en sus hogares y torturando y asesinando prisioneros en las cárceles bombardeando villas con sus “drones asesinos.” Porque son protagonistas de una orgía de sangre y destrucción que los lleva a perder la razón, convirtiéndoles en piltrafas humanas que en su desvarío no encuentran otra salida de ese laberinto que es torturar, violar y asesinar vidas inocentes, matar a sus compañeros de armas y llegar al extremo de quitarse sus propias vidas. Actos tan horripilantes, como fue el asesinato, en marzo de 2006, de la niña Abeer Qassim Al-Janabi, perpetrado en Mahudiya (Sur de Bagad) por el soldado yanqui Steven Green, quien luego de violarla junto con otros 3 compañeros de armas, le dio muerte con un fusil, al igual que sus padres y su hermana menor de 6 años, incendiando finalmente la vivienda de las víctimas para no dejar huellas del múltiple crimen. Otro crimen fue el que cometió el mayor y siquiatra del ejercito de EEUU, Malik Nadal Hassan, pero esta vez contra soldados yanquis, mientras dictaba una charla sobre como dominar el Stress a un grupo de militares, disparándoles repentinamente, dando muerte a 13 e hiriendo a otros 30 en un momento de locura que le prensa mercenaria pretende hacer creer que se trató de un acto de terrorismo, porque el agresor era musulmán de origen jordano o pakistaní. Tan inútil es ese esfuerzo, como tratar de ocultar el sol con un dedo, pues la masacre de Fort Hood no fue un hecho aislado, sino que es parte de esa inocultable cadena de hechos similares en los que un soldado yanqui, trastornado por las visiones de tortura y muerte que cometió o vio perpetrar a sus compañeros, como las masacres de Faluya, Abu Ghrabi, Mahudiya e Ib Sair en Irak; las de Absur y Locsin en Afganistán, y las de Kinskar en Pakistán, estalla como una bomba de tiempo. También fue el caso del sargento John Russell, quien en mayo pasado disparó contra un grupo de personas en una clínica de Bagdad donde era tratado de stress postraumático, dando muerte a 5 miembros del personal de ese centro asistencial ubicado en el interior de un campamento militar del ejército estadounidense, irónicamente bautizado con el nombre de “Campo Libertad,” nombre que usa el Imperio como pretexto de sus guerras de conquista. Pero quizás lo más triste y doloroso del trágico drama que protagonizan los militares yanquis y sus familiares, es la alta incidencia de suicidios que cometen esos hombres-robots, convertidos en máquinas de muerte por la ambición de un imperio que se niega a morir como es el destino inexorable de todo imperio, a cuyos Césares no parece no importarles la ola de inmolaciones que arrastra con furia cada vez mayor a sus soldados. Porque se cuentan por centenares, los suicidios que cometen esos hombres, enfermos que en su desesperación, escogen el camino de la autodestrucción como única vía o remedio que logre sanar las heridas incurables que llevan en sus almas torturadas por el recuerdo de una guerra que no terminó en Irak o Afganistán, sino que prosigue, revivida en su mente por las alucinaciones y en la realidad, por el desprecio y el olvido de que son víctimas por el Estado y la sociedad. Prueba del agudo problema del suicidio que afecta a esos veteranos, son las informaciones en las que los medios de comunicación nacionales y extranjeros reseñan la trágica situación de esas víctimas, basadas en estadísticas realizadas por prominentes instituciones y publicaciones médicas, agrupaciones de veteranos de guerra, expertos y analistas que han expuesto una verdad que el Estado pretende minimizar u ocultar. Esas noticias han disparado las alarmas que advierten sobre el grado de descomposición moral y ética de un imperio utiliza en sus guerras de conquista como “carne de cañón”, no solo a ciudadanos extranjeros, sino también a sus propios compatriotas, a quienes convierten en criminales, y luego, una vez que estos enferman, afectados por el shock que provoca en sus mentes la muerte y la violencia que desatan, se vuelven asesinos, suicidas o ambas cosas. Un cable de la agencia EFE, ya en 2007, destacaba que “Las guerras de Afganistán y de Irak han dejado con secuelas mentales a más de 30.000 soldados de EEUU, según revela un estudio publicado en la revista “Archives of Internal Medicine.” Uno de cada cuatro soldados estadounidenses desplegados en Irak y en Afganistán que ha sido atendido por la seguridad social, presenta enfermedades mentales, según el estudio.” Mas adelante, la nota destaca que “los veteranos de guerra tienen problemas de consumo de drogas, sufren trastornos de estrés postraumático y otras alteraciones. La mayoría se vieron sometidos a un ambiente de intensa lucha contra la actividad guerrillera, así como a la amenaza crónica de bombas y explosivos improvisados.” Por su parte la agencia IPS reseñaba mas tarde, en abril de 2008, las declaraciones de Gordon Erspamer, representante “Veteranos por el Sentido Común” y de “Veteranos Unidos por la Verdad”, quien denunció que la ola de suicidios desatada en los últimos años aumenta cada día entre los soldados que regresan de las guerras de Irak y Afganistán, destacando como prueba de esa anormal situación que “18 veteranos estadounidenses se suicidan cada semana. La situación –advirtió- está fuera de control.” Erspamer, -da cuenta la nota- introdujo como representante de ambas organizaciones, una demanda contra el gobierno de Washington, acusándolo de “engañar deliberadamente al público estadounidense sobre la cantidad de veteranos que se suicidan o intentan quitarse la vida, citando a continuación numerosos casos no registrados de suicidio entre esos ex combatientes, convertidos en desechos humanos por culpa del Imperio. De allí que nadie se asombre, si se presentan nuevos casos de suicidios de veteranos y de masacres como las perpetradas en Camp Liberty por Russell y por Nadal Hassan en Fort Hood, quienes, acosados por los actos criminales que protagonizaron y las visiones fantasmales que en sus mentes incubó la guerra, traspasaron el umbral de lo normal para cometer las matanzas que les indujo a perpetrar un Imperio en decadencia que en vano pretende sobrevivir al tiempo.

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