Aurora Lacueva
El pasado lunes, 28 de octubre, se cumplieron 250 años del nacimiento
en Caracas de Simón Rodríguez, maestro del Libertador y maestro de
América. Un hombre dedicado en pensamiento y acción a la educación para
todas y todos, desde una perspectiva integral, contextualizada y
crítica, proyecto que lamentablemente no pudo desarrollar como deseaba.
Él vio surgir a las nuevas naciones suramericanas y las quería verdaderas repúblicas, construidas por republicanas y republicanos conscientes y preparados. Pero las oligarquías dominantes mantuvieron a sus sociedades en la desigualdad, la ignorancia y el atraso.
Rodríguez es pionero de la pedagogía popular en América Latina, como destaca un libro dedicado a él que acaba de publicar la editorial Laboratorio Educativo (Simón Rodríguez. De oficio maestro). Porque este educador libertario consideraba fundamental la asistencia a la escuela de todos los niños y niñas, no sólo de aquellos de familias acomodadas. Y ello en una época cuando en Europa muchos pequeños y muchas más pequeñas jamás pisaban un aula. Es así como en 1850 el analfabetismo en Francia era de 45% de la población adulta y en España subía al 75%. Mientras que para ese mismo año el porcentaje de niños (varones) en edad escolar que estaban en aula era de 60% en Francia y menos de 50% en España. ¡Y ya décadas antes don Simón proponía la educación general en nuestro continente!
Además, no cualquier educación, sino una de carácter integral. Así, consideraba que se requería: “Instrucción social, para hacer una nación prudente; corporal, para hacerla fuerte; técnica para hacerla experta; y científica para hacerla pensadora”. Por ello destacó junto al aprendizaje de la lectura, las matemáticas y otras áreas del saber, la formación para el trabajo, a través de la propia práctica del mismo: labores productivas de carácter técnico, propias de repúblicas prósperas y modernas.
El maestro rechazaba la educación autoritaria y memorística, de ahí su famosa frase: “Enseñen a los niños a ser preguntones, para que (…) se acostumbren a obedecer a la razón.” Defendía la formación en valores, como la solidaridad: “Piense cada uno en todos, para que todos piensen en él”. Murió en Amotape, Perú, a los 85 años, en la mayor pobreza.
Él vio surgir a las nuevas naciones suramericanas y las quería verdaderas repúblicas, construidas por republicanas y republicanos conscientes y preparados. Pero las oligarquías dominantes mantuvieron a sus sociedades en la desigualdad, la ignorancia y el atraso.
Rodríguez es pionero de la pedagogía popular en América Latina, como destaca un libro dedicado a él que acaba de publicar la editorial Laboratorio Educativo (Simón Rodríguez. De oficio maestro). Porque este educador libertario consideraba fundamental la asistencia a la escuela de todos los niños y niñas, no sólo de aquellos de familias acomodadas. Y ello en una época cuando en Europa muchos pequeños y muchas más pequeñas jamás pisaban un aula. Es así como en 1850 el analfabetismo en Francia era de 45% de la población adulta y en España subía al 75%. Mientras que para ese mismo año el porcentaje de niños (varones) en edad escolar que estaban en aula era de 60% en Francia y menos de 50% en España. ¡Y ya décadas antes don Simón proponía la educación general en nuestro continente!
Además, no cualquier educación, sino una de carácter integral. Así, consideraba que se requería: “Instrucción social, para hacer una nación prudente; corporal, para hacerla fuerte; técnica para hacerla experta; y científica para hacerla pensadora”. Por ello destacó junto al aprendizaje de la lectura, las matemáticas y otras áreas del saber, la formación para el trabajo, a través de la propia práctica del mismo: labores productivas de carácter técnico, propias de repúblicas prósperas y modernas.
El maestro rechazaba la educación autoritaria y memorística, de ahí su famosa frase: “Enseñen a los niños a ser preguntones, para que (…) se acostumbren a obedecer a la razón.” Defendía la formación en valores, como la solidaridad: “Piense cada uno en todos, para que todos piensen en él”. Murió en Amotape, Perú, a los 85 años, en la mayor pobreza.
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