Por: Angerlin Rangel
A comienzos de los años
setenta la ciencia social latinoamericana nos introdujo al estudio de la
realidad de ese tiempo a partir del concepto de “dependencia”,
categoría adoptada para explicar que la forma de relacionamiento de
nuestros países con el sistema capitalista internacional había
determinado su subdesarrollo.
Años más tarde, las
consecuencias sociales arrojaban la misma sensación de “dependencia” y
como consecuencia, a finales de los noventa los análisis buscaban
explicar las causas que determinaban el rezago latinoamericano con
respecto a otras naciones, características de un tiempo en el que
incertidumbre y escepticismo pesaban sobre el desarrollo.
La conformación de
particularidades sociales contrastaba cada vez más con las demandas
insatisfechas del tejido social. La pobreza comenzó a ser el centro del
debate a finales de los noventa, no solo como consecuencia de un aparato
productivo acoplado con la distribución de la ganancia entre
capitalistas sino además por su incidencia sobre los niveles de
democracia existentes en la región, bastante cuestionada para el
momento.
Lo cierto es que existía
la necesidad de construir alternativas y desde una visión de futuro, la
primera tarea implicaba acondicionar los caminos a la participación, ya
abiertos desde finales del siglo XX por los pueblos latinoamericanos
que emprendieron sus luchas para hacer visible la desigualdad y la
humanidad explotada. Los análisis giraron en torno a los derechos
humanos, la justicia social y la defensa al planeta.
La fuerza de izquierda
logró abrirse espacios en el asfixiante régimen político de la
democracia representativa liberal. El requisito indispensable para
avanzar hacia el desarrollo implicó, entre otras cosas, inundar con
acciones de práctica democrática. Triunfando en los terrenos de la
autonomía y de la hegemonía se estableció la base de la democracia
venezolana a partir de 1999.
Democracia para el desarrollo
Es en este contexto de
debate entre lo teórico y lo político, donde la Venezuela bolivariana se
posiciona en el escenario nacional y regional, con el impulso a la
construcción de una gobernabilidad democrática que permitiera encontrar
la ruta para encontrar el desarrollo regional y derrotar la pobreza.
Es preciso recordar que
durante los 90’ la Cepal reportaba que la incidencia de la pobreza
(hasta 2 dólares de ingreso diario) se había reducido de 48.3% a 42% y
la pobreza extrema (hasta 1 dólar de ingreso diario), de 22,6% a 17,8%.
Las proyecciones de este organismo para el año 2002 apuntaban al aumento
de la pobreza hacia alrededor de 7 millones de personas.
Hablar de desarrollo
implicó un proceso que cuestionó las estructuras formales y económicas e
implicó un acercamiento al diseño estructural y a la heterogeneidad,
también estructural, de las formaciones sociales.
Dicha complejidad
explica los pasos que dio la Venezuela de finales de los 90’ cuando se
enarboló en términos bolivarianos, el nuevo gobierno. Desde ese momento
se impulsó un modelo de desarrollo incluyente en cuanto a la atención de
las necesidades de la población.
Con la instauración del
gobierno bolivariano, a partir de 1999, la sociedad venezolana comenzó a
transitar un camino que implicó abrir espacios para la participación
popular y en lo económico, comenzó a darle un uso social a la renta
petrolera a fin de tejer el poder del pueblo y hacer frente a las
sucesivas crisis y al desarrollo desigual e injusto que privaba.
La multipolaridad
La expresión externa del
nuevo desarrollo exigió promover un entorno exógeno multipolar que
permitiera garantizar en la relación internacional la neutralización de
las tendencias desequilibradas del pasado.
La influencia del nuevo
gobierno venezolano irrumpió a la esfera internacional con conceptos
como independencia, soberanía y autodeterminación. Se rompió el silencio
de las voces silenciadas con el unilateralismo, sobre todo porque la
política exterior que adelantaba el presidente Hugo Chávez se distanció
sustancialmente de los paradigmas que orientaban la diplomacia de los
años sesenta. Todo lo cual se desarrolló con el marco conceptual del
“Socialismo del siglo XXI”, estrategia que orientó, profundizó y
proyectó la revolución bolivariana.
El proyecto geopolítico
internacional, cuya variable energética desempeñó un papel fundamental,
aglutinó fuerzas de izquierda a nivel mundial a partir de las cuales se
crearon los “nuevos polos de poder”. La movilización se impulsó
potenciando las coincidencias y buscando punto de encuentro en las
diferencias y rompiendo la brecha que separa
las economías latinoamericanas. La propuesta de integración puso
énfasis en la lucha contra la pobreza y la exclusión social. En lo
económico, proponía la liberación absoluta del comercio de bienes y
servicios e inversiones.
Lo anterior dio paso a
la modificación del mapa geopolítico latinoamericano. El nuevo mapa
mostró la conformación de organismos regionales de integración como la
Alianza del Pacífico, la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra
América (ALBA), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños
(Celac), Petrocaribe, la restauración del Mercado Común del Sur
(Mercosur) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur).
También ocurría en la
región la creciente presencia en el escenario internacional de Brasil,
en las Brics, el importante rol de Ecuador y Venezuela en la
Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) y la
significativa presencia de China, Irán y Rusia en los escenarios
latinoamericanos y caribeños, como parte de las alianzas
extrarregionales fundadas en valores políticos compartidos.
La nueva
institucionalidad regional, basada en la estrategia de un mundo
multipolar, permitió la expansión continental del proyecto bolivariano y
emergió junto con un nuevo liderazgo político en América Latina.
El giro hacia la izquierda
A lo interno, el
gobierno bolivariano sufrió presiones sobre diferentes instituciones. En
2008 la fuerza opositora logró descontrolar la coordinación
interinstitucional, descentrando el rumbo y desacelerando el ritmo en la
construcción del Socialismo del Siglo XXI.
Retomar al cauce implicó
para 2009 la puesta en marcha de la estrategia de las 3 R's: revisión,
rectificación y reimpulso, insistiendo que se escribe con R de
revolución. Los indicadores económicos hablaban del desequilibrio entre
oferta y demanda y de la progresiva curva inflacionaria.
La victoria bolivariana
de 2012 abrió un nuevo ciclo hacia la transición y abrió el horizonte
político para debatir sobre la estabilidad económica y política del
país. El paso siguiente consistió en fortalecer el poder comunal y
transformar la base productiva. Fue así como el 20 de octubre de 2012 en
lo que se ha denominado El Golpe de Timón, Chávez afirmó que
las Comunas “son la instancia necesaria para lograr la transformación
del Estado hacia un Estado comunal, donde el pueblo pueda ejercer a toda
capacidad el Poder Popular”.
Incorporar mecanismos de
autogestión implicaba para el gobierno reelecto, retomar el papel de la
población a lo interno de las fronteras.
A lo externo el El Golpe de Timón significaba
defender la soberanía y autodeterminación respondiendo a la concepción
de unidad impulsada por el Libertador, todo con base en el Plan de la
Patria que se denominó “el mapa del pueblo y del gobierno” para trabajar
conjuntamente.
Lo anterior significó
una parte sustancial del giro hacia la izquierda impulsado por la
política exterior bolivariana. A partir de allí, los principios que
rigieron las relaciones internacionales se basaban en la independencia,
igualdad entre los estados, libre determinación y no intervención,
cooperación, respecto a los derechos humanos y solidaridad entre los
pueblos.
El giro de la política
exterior hizo frente a una realidad históricamente desigual, más allá de
las condiciones estructurales que hacían a unos países dependientes,
determinado por el grado de certeza y existencia del término pueblo y más aún, su protagonismo. Es el metarrelato de una política dirigida a promover las bases de estados libres e independientes.
En estos términos, el
giro de la política bolivariana mostró la convicción sobre la fuerza y
riqueza del continente. El desarrollo latinoamericano debía surgir como
una gran fuerza que emerge del corazón de sus pueblos y esta fuerza fue
integrada gracias al impulso que se dio con el El Golpe de Timón continental a fin de erradicar causas estructurales que producen la pobreza y la dependencia.
El futuro
A lo interno, Venezuela,
como toda América Latina, está ante el reto de construir consenso sobre
los mecanismos incluyentes y la formulación de alternativas con base a
las especificidades de la población.
En el escenario externo,
la realidad nos muestra una necesidad de retomar las relaciones
internacionales para reconducir los espacios ganados para el país en
términos de cooperación internacional.
A mi criterio, la
política exterior debe seguir un tránsito conciso y coherente que
garantice reconstrucción democrática regional como una oportunidad para
cambiar su estilo de desarrollo y reducir los desequilibrios económicos,
sociales y ambientales que definen y asustan sobre el futuro.
A este respecto, Cepal
invita a implementar un cambio estructural progresivo con un gran
impulso ambiental que promueva un desarrollo basado en la igualdad y la
sostenibilidad. Esta es la propuesta de la Comisión Económica para
América Latina y el Caribe (Cepal) para el año 2030. A pesar de los
momentos de caos, actuar ante los peligros a los que asiste la humanidad
en general.
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