Carola Chávez
El domingo pasado, ante la amenaza del antichavismo, movimientos sociales chavistas se agruparon frente a la Asamblea Nacional. En un momento decidieron entrar, y como el agua que siempre encuentra su cauce, el pueblo volvió a la Asamblea.
Corrieron ríos de tinta condenando tan parejera osadía. Las apocalípticas descripciones del hecho en nada coinciden con las imágenes que las cámaras captaron. Mientras un reportero narraba que estaban siendo rodeados por encapuchados, su cámara temblorosa enfocaba a un motorizado coreando “¡Si se prende el peo, con Maduro me resteo!”. Los motorizados dan mucho miedo… hasta les dicen colectivos asesinos, aunque sea uno solito.
En medio del ataque de pánico que produce estar entre un grupo de care’culpables que exigen respeto, a los acuciosos periodistas se les pasaron los detalles más relevantes de aquel suceso. El más relevante de todos es que, ese domingo, se demostró nuevamente que el chavismo es el muro de contención que evita que la sangre llegue al río.
Muy a pesar de la narrativa de los que necesitan hechos violentos para alcanzar sus fines, en los distintos videos captan una historia distinta a la que nos quieren contar. En ellos podemos ver que los manifestantes eran personas comunes y corrientes, muchas de ellas mujeres, las mujeres de Chávez, esas que Diana D’Agostino llamó feas, sucias y desarregladas, porque no se embuten de Botox ni se recortan los pellejos a punta de bisturí. Que no eran violentos, que solo coreaban consignas y agitaban banderas. Que al entrar al hemiciclo fueron contenidos por los diputados chavistas, sus diputados, que hicieron una barrera entre ellos y los diputados MUD, muchos de éstos, como Freddy Guevara, tragando grueso, lívidos de miedo, tres, cuatro, cinco pasos más atrás; otros más cabilleros, como Juan Requesens y un pana de sus mismas obesas dimensiones, que se soltaban los botones y arremangaban las camisas para abrirse paso a coñazo limpio hasta encontrar la salida.
Pero supongamos que fue una turba violenta que las cámaras no mostraron, de cualquier modo, ahí vimos, metiendo el cuerpo, Elías Jaua, Héctor Rodríguez, junto a otros compañeros, intentando poner orden, a la vez que atendían los reclamos de los diputados opositores de contener a su gente. “Eso hago” -respondía Héctor a un flaco con copetico de domingo de misa, cuya expresión me recordaba a la de Daniel “Considerando” Romero cuando, aquel 13 de abril, el chavismo rescató Miraflores.
Vimos también a Jorge Rodriguez, alcalde de Caracas, llegar a hablar con la multitud, a convencerlos de que lo mejor es que se volvieran afuera, a los jardines, a la plaza Bolívar. Entonces vimos a la multitud salir, ahora cantando “¡El pueblo entró y la Asamblea se cagó!”
Y yo me pregunto: ¿Qué habría pasado si al entrar los chavistas al hemiciclo, Héctor Rodriguez, por ejemplo, en lugar de contener se hubiese subido a una mesa a hacer un discurso incendiario, más o menos como el que hicieron Leopoldo López y Gabriela Arellano frente a la Fiscalía General de la República, aquella tarde de febrero de 2014? Imaginen a Héctor dirigiendo señalando a la silla donde estaba Ramos Allup, diciéndole a sus seguidores que ese era el promotor del malestar que estaban sintiendo. Y más, pudo haber dicho Héctor, que allá, con cara de pánico estaba Freddy Guevara, promotor de las guarimbas… Decir “Descargue usted esa arrechera” y luego, escurrirse tranquilito; y si pasaba lo que podía pasar, decir: “yo ya me había ido cuando ocurrió el desastre, así que yo no fui”.
Imaginen que Jorge Rodríguez hubiese actuado como lo hizo Ramón Muchacho durante “La Salida”. Imagínenlo limitándose a tuitear la destrucción del Capitolio. Imagínenlo alertando a tuitazos a a los vecinos de su municipio, mayoritariamente chavistas: “Alerta vecinos: Ballenas de la GNB dispersan a pacíficos manifestantes en un alarde de exceso de fuerza” “Gases de bombas lacrimógenas de la GNB asfixian a vecinos y manifestantes”… Intercalando tuits de aliento y felicitación a la resistencia vecinal: “Vecinos cacerolean y lanzan objetos desde los balcones en rechazo a los atropellos de la GNB contra manifestantes pacíficos”… Imagínenlo dejando que la locura tomara en centro de Caracas durante meses “porque la gente tiene derecho a expresar su descontento”… Imaginen semejante irresponsabilidad.
Habría sido espantoso ¿verdad? Por eso los chavistas no actuamos de esa manera.
Chávez siempre lo dijo, Maduro lo sigue diciendo: el chavismo es garantía de paz. Es la manera que encontró este pueblo para acceder a sus derechos sin tener dejar, a cambio, un reguero de sangre… Y todavía hay gente que se niega a entenderlo y prefiere alborotar un hormiguero que nadie debería querer alborotar.
El domingo pasado, ante la amenaza del antichavismo, movimientos sociales chavistas se agruparon frente a la Asamblea Nacional. En un momento decidieron entrar, y como el agua que siempre encuentra su cauce, el pueblo volvió a la Asamblea.
Corrieron ríos de tinta condenando tan parejera osadía. Las apocalípticas descripciones del hecho en nada coinciden con las imágenes que las cámaras captaron. Mientras un reportero narraba que estaban siendo rodeados por encapuchados, su cámara temblorosa enfocaba a un motorizado coreando “¡Si se prende el peo, con Maduro me resteo!”. Los motorizados dan mucho miedo… hasta les dicen colectivos asesinos, aunque sea uno solito.
En medio del ataque de pánico que produce estar entre un grupo de care’culpables que exigen respeto, a los acuciosos periodistas se les pasaron los detalles más relevantes de aquel suceso. El más relevante de todos es que, ese domingo, se demostró nuevamente que el chavismo es el muro de contención que evita que la sangre llegue al río.
Muy a pesar de la narrativa de los que necesitan hechos violentos para alcanzar sus fines, en los distintos videos captan una historia distinta a la que nos quieren contar. En ellos podemos ver que los manifestantes eran personas comunes y corrientes, muchas de ellas mujeres, las mujeres de Chávez, esas que Diana D’Agostino llamó feas, sucias y desarregladas, porque no se embuten de Botox ni se recortan los pellejos a punta de bisturí. Que no eran violentos, que solo coreaban consignas y agitaban banderas. Que al entrar al hemiciclo fueron contenidos por los diputados chavistas, sus diputados, que hicieron una barrera entre ellos y los diputados MUD, muchos de éstos, como Freddy Guevara, tragando grueso, lívidos de miedo, tres, cuatro, cinco pasos más atrás; otros más cabilleros, como Juan Requesens y un pana de sus mismas obesas dimensiones, que se soltaban los botones y arremangaban las camisas para abrirse paso a coñazo limpio hasta encontrar la salida.
Pero supongamos que fue una turba violenta que las cámaras no mostraron, de cualquier modo, ahí vimos, metiendo el cuerpo, Elías Jaua, Héctor Rodríguez, junto a otros compañeros, intentando poner orden, a la vez que atendían los reclamos de los diputados opositores de contener a su gente. “Eso hago” -respondía Héctor a un flaco con copetico de domingo de misa, cuya expresión me recordaba a la de Daniel “Considerando” Romero cuando, aquel 13 de abril, el chavismo rescató Miraflores.
Vimos también a Jorge Rodriguez, alcalde de Caracas, llegar a hablar con la multitud, a convencerlos de que lo mejor es que se volvieran afuera, a los jardines, a la plaza Bolívar. Entonces vimos a la multitud salir, ahora cantando “¡El pueblo entró y la Asamblea se cagó!”
Y yo me pregunto: ¿Qué habría pasado si al entrar los chavistas al hemiciclo, Héctor Rodriguez, por ejemplo, en lugar de contener se hubiese subido a una mesa a hacer un discurso incendiario, más o menos como el que hicieron Leopoldo López y Gabriela Arellano frente a la Fiscalía General de la República, aquella tarde de febrero de 2014? Imaginen a Héctor dirigiendo señalando a la silla donde estaba Ramos Allup, diciéndole a sus seguidores que ese era el promotor del malestar que estaban sintiendo. Y más, pudo haber dicho Héctor, que allá, con cara de pánico estaba Freddy Guevara, promotor de las guarimbas… Decir “Descargue usted esa arrechera” y luego, escurrirse tranquilito; y si pasaba lo que podía pasar, decir: “yo ya me había ido cuando ocurrió el desastre, así que yo no fui”.
Imaginen que Jorge Rodríguez hubiese actuado como lo hizo Ramón Muchacho durante “La Salida”. Imagínenlo limitándose a tuitear la destrucción del Capitolio. Imagínenlo alertando a tuitazos a a los vecinos de su municipio, mayoritariamente chavistas: “Alerta vecinos: Ballenas de la GNB dispersan a pacíficos manifestantes en un alarde de exceso de fuerza” “Gases de bombas lacrimógenas de la GNB asfixian a vecinos y manifestantes”… Intercalando tuits de aliento y felicitación a la resistencia vecinal: “Vecinos cacerolean y lanzan objetos desde los balcones en rechazo a los atropellos de la GNB contra manifestantes pacíficos”… Imagínenlo dejando que la locura tomara en centro de Caracas durante meses “porque la gente tiene derecho a expresar su descontento”… Imaginen semejante irresponsabilidad.
Habría sido espantoso ¿verdad? Por eso los chavistas no actuamos de esa manera.
Chávez siempre lo dijo, Maduro lo sigue diciendo: el chavismo es garantía de paz. Es la manera que encontró este pueblo para acceder a sus derechos sin tener dejar, a cambio, un reguero de sangre… Y todavía hay gente que se niega a entenderlo y prefiere alborotar un hormiguero que nadie debería querer alborotar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario