Carola Chávez
El heroísmo de la pequeñas cosas, del individuo que desafía la adversidad, de la suma de individuos que logran gestas históricas. La historia cotidiana que se hace épica. Eso es lo que vivió Caracas el pasado 15 de octubre, cuando más de cinco mil valientes, en medio de una crisis humanitaria, sacrificaron la posibilidad de comprar los pocos alimentos que quedan en el país, para adquirir entradas para el concierto de Nicho y Chacho.
Para ser parte de esa noche memorable, tal como nos relata en una sentida nota periodística publicada en distintos medios, un pobre joven venezolano tuvo que pedir parte de su fideicomiso “para completar para la entrada VIP. Uno tiene pocas distracciones acá, así que hay que aprovechar cada vez que se pueda“. Para un alma sensible, leer esto y no poder contener el llanto y hasta la indignación es la misma cosa. No puede ser que este gobierno nos haya llevado al extremo de que un pobre muchacho tenga que usar sus ahorros, poniendo en jaque su futuro, para completar los más de doscientos mil bolívares que costaron las entradas para él y para su amor, todo por un ratico esa alegría que la dictadura les niega.
O como la responsabilísima madre, que declaró al mismo medio, que había cambiado sus tickets de alimentación para comprar dos entradas “Cada una me salió en veinte mil y pico de bolívares, que ahorita no es nada, si te pones a ver. Eso te lo gastas en un fin de semana…” Una abnegada mujer para quien cuarenta mil bolívares “no es nada”, son solo burusas que uno se gasta cualquier fin de semana. Una pobre mujer que entrega sus tickets de alimentación, sabiendo que ella y su hija lo pagarán con hambre, todo para ver a sus dos ídolos y corear con ellos canciones libertarias.
Chacho, el líder de la banda y nuevo líder político de la oposición, sabía del sacrificio de sus seguidores y les dedicó unas conmovedoras palabras: “Pagaron bastante real. Para nosotros significa mucho que ustedes hayan hecho el esfuerzo de venir. Tenemos dos conciertos más y están agotados. Eso es un récord para cualquier artista. Los agradecemos de corazón”. “Pagaron bastante real” hasta agotar las entradas no solo en Caracas sino en otras dos ciudades, tres conciertos “sold out” -como dirían en Miami- en medio de una crisis humanitaria. Conscientes de la situación que ahoga al país, Nicho y Chacho, firmes con sus convicciones, cobran “bastante real” porque hacer lo contrario sería caer en esa regaladera que el chavismo disfraza de solidaridad. Si esto no es heroica resistencia, ¿qué lo es?.
Para ver el concierto, no solo “pagaron bastante real”, también desafiaron a la noche caraqueña, ese manto de oscuridad y terror que impuso un toque de queda no declarado, que obliga a la gente a encerrarse en sus casas desde el ocaso hasta el alba, que mejor llamamos amanecer porque hasta la palabra alba nos la robó el castro chavismo… Y por esa sola noche el cielo caraqueño se iluminó, no solo con los coloridos focos, los láser y el show de pirotecnia que trajeron los artistas, sino con miles de pantallas de teléfonos de última generación que grababan ese paréntesis de felicidad que los cantantes nos vendieron por el equivalente a no sé cuántos salarios mínimos, porque así contamos los precios de todo lo que es carísimo, para que quede claro que este gobierno, con ese sueldo de miseria, no le permite a los pobres disfrutar de lo que nos brindan nuestros más brillantes talentos.
Y no se trata solo del disfrute, sino de iluminación democrática, porque Chacho, entre éxito y éxito, lanza demoledores discursos que la dictadura no quiere que los pobres escuchen, no vaya a ser que terminen también coreando ¡y va a caeeeeer, y va a caeeeeer, este gobierno va a caeeeeer! como lo hizo la valiente y selecta multitud que, con las uñas, sorteó la inclemente crisis y dijo presente, para escuchar la voz de la esperanza a ritmo de tecnohipcaribepop -o algo así que suene nice- y para plantarle cara a Maduro, a precio VIP, desde la terraza del CCCT.
Al final de la noche, los asistentes al concierto hasta se atrevieron a comerse una arepa en la Principal de las Mercedes, disfrutando por primera vez de aquello que les cuentan que hacían sus padres allá ellos en los seguros años ochenta y noventa, cuando eran felices y no lo sabían, cuando en este bello país todos éramos hermanos y uno podía comprar de todo porque no había hambre, ni pobreza, y los pobres no eran unos resentidos como ahora, sino que sabían perfectamente cual era su lugar, que por cierto, no es el Palacio Presidencial.
El heroísmo de la pequeñas cosas, del individuo que desafía la adversidad, de la suma de individuos que logran gestas históricas. La historia cotidiana que se hace épica. Eso es lo que vivió Caracas el pasado 15 de octubre, cuando más de cinco mil valientes, en medio de una crisis humanitaria, sacrificaron la posibilidad de comprar los pocos alimentos que quedan en el país, para adquirir entradas para el concierto de Nicho y Chacho.
Para ser parte de esa noche memorable, tal como nos relata en una sentida nota periodística publicada en distintos medios, un pobre joven venezolano tuvo que pedir parte de su fideicomiso “para completar para la entrada VIP. Uno tiene pocas distracciones acá, así que hay que aprovechar cada vez que se pueda“. Para un alma sensible, leer esto y no poder contener el llanto y hasta la indignación es la misma cosa. No puede ser que este gobierno nos haya llevado al extremo de que un pobre muchacho tenga que usar sus ahorros, poniendo en jaque su futuro, para completar los más de doscientos mil bolívares que costaron las entradas para él y para su amor, todo por un ratico esa alegría que la dictadura les niega.
O como la responsabilísima madre, que declaró al mismo medio, que había cambiado sus tickets de alimentación para comprar dos entradas “Cada una me salió en veinte mil y pico de bolívares, que ahorita no es nada, si te pones a ver. Eso te lo gastas en un fin de semana…” Una abnegada mujer para quien cuarenta mil bolívares “no es nada”, son solo burusas que uno se gasta cualquier fin de semana. Una pobre mujer que entrega sus tickets de alimentación, sabiendo que ella y su hija lo pagarán con hambre, todo para ver a sus dos ídolos y corear con ellos canciones libertarias.
Chacho, el líder de la banda y nuevo líder político de la oposición, sabía del sacrificio de sus seguidores y les dedicó unas conmovedoras palabras: “Pagaron bastante real. Para nosotros significa mucho que ustedes hayan hecho el esfuerzo de venir. Tenemos dos conciertos más y están agotados. Eso es un récord para cualquier artista. Los agradecemos de corazón”. “Pagaron bastante real” hasta agotar las entradas no solo en Caracas sino en otras dos ciudades, tres conciertos “sold out” -como dirían en Miami- en medio de una crisis humanitaria. Conscientes de la situación que ahoga al país, Nicho y Chacho, firmes con sus convicciones, cobran “bastante real” porque hacer lo contrario sería caer en esa regaladera que el chavismo disfraza de solidaridad. Si esto no es heroica resistencia, ¿qué lo es?.
Para ver el concierto, no solo “pagaron bastante real”, también desafiaron a la noche caraqueña, ese manto de oscuridad y terror que impuso un toque de queda no declarado, que obliga a la gente a encerrarse en sus casas desde el ocaso hasta el alba, que mejor llamamos amanecer porque hasta la palabra alba nos la robó el castro chavismo… Y por esa sola noche el cielo caraqueño se iluminó, no solo con los coloridos focos, los láser y el show de pirotecnia que trajeron los artistas, sino con miles de pantallas de teléfonos de última generación que grababan ese paréntesis de felicidad que los cantantes nos vendieron por el equivalente a no sé cuántos salarios mínimos, porque así contamos los precios de todo lo que es carísimo, para que quede claro que este gobierno, con ese sueldo de miseria, no le permite a los pobres disfrutar de lo que nos brindan nuestros más brillantes talentos.
Y no se trata solo del disfrute, sino de iluminación democrática, porque Chacho, entre éxito y éxito, lanza demoledores discursos que la dictadura no quiere que los pobres escuchen, no vaya a ser que terminen también coreando ¡y va a caeeeeer, y va a caeeeeer, este gobierno va a caeeeeer! como lo hizo la valiente y selecta multitud que, con las uñas, sorteó la inclemente crisis y dijo presente, para escuchar la voz de la esperanza a ritmo de tecnohipcaribepop -o algo así que suene nice- y para plantarle cara a Maduro, a precio VIP, desde la terraza del CCCT.
Al final de la noche, los asistentes al concierto hasta se atrevieron a comerse una arepa en la Principal de las Mercedes, disfrutando por primera vez de aquello que les cuentan que hacían sus padres allá ellos en los seguros años ochenta y noventa, cuando eran felices y no lo sabían, cuando en este bello país todos éramos hermanos y uno podía comprar de todo porque no había hambre, ni pobreza, y los pobres no eran unos resentidos como ahora, sino que sabían perfectamente cual era su lugar, que por cierto, no es el Palacio Presidencial.
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