Punto de quiebre, de inflexión, de no retorno… términos que surgen
para calificar el crítico momento político que se vive actualmente en
Venezuela. Atrapado, dividido y escindido en dos fuerzas políticas, el
país ha sido conducido a una encrucijada política aparentemente
inevitable: el diálogo y/o la violencia.
A todos los miedos y angustias que aquejan a la ciudadanía, producto de la crítica situación del país, se incorpora un nuevo peligro: la violencia a la que parece conducirnos la “nueva fase de lucha” decretada recientemente por la dirigencia de la oposición. Infundir miedo mediante la amenaza de violencia es una estrategia muy rentable y, por lo tanto, tentadora en esta coyuntura política, en la que se requiere apoyo y movilización a cualquier precio, independientemente del fin que se persiga.
En una suerte de síndrome bipolar, se acuerda con el Gobierno iniciar el proceso de diálogo acompañado del enviado del Vaticano. En paralelo, la MUD ratifica que continuará con su estrategia dirigida a “sacar” al presidente Nicolás Maduro. Y a tal fin, se abocarán a “tres escenarios fundamentales”: la calle, la Asamblea Nacional y la comunidad internacional.
El diálogo sujeto a condiciones deviene en “un escenario más de nuestra lucha por la restitución del hilo constitucional y de la democracia en Venezuela”.
La estrategia de miedo y violencia se concreta a corto plazo en la Toma de Venezuela, juicio político al Presidente, huelga general de 12 horas el viernes 28, plazo hasta el 30 para que se anuncie la reactivación del revocatorio y, en caso negativo, marcha hasta Miraflores el 3 de noviembre; además de la continuación de las protestas para impedir que el diálogo se torne en “una estrategia para ganar tiempo”.
Una envalentonada oposición, aparentemente convencida de la debilidad del Gobierno, abre la puerta a salidas violentas. En estos juegos de guerra, la ciudadanía debe permanecer en espacios democráticos y no prestarse a manipulaciones. Y además, demandar al liderazgo político afrontar, más que la crisis política, la crisis de la política expresada en la bipolaridad, las estrategias de confrontación y la crisis de legitimidad.
@maryclens
A todos los miedos y angustias que aquejan a la ciudadanía, producto de la crítica situación del país, se incorpora un nuevo peligro: la violencia a la que parece conducirnos la “nueva fase de lucha” decretada recientemente por la dirigencia de la oposición. Infundir miedo mediante la amenaza de violencia es una estrategia muy rentable y, por lo tanto, tentadora en esta coyuntura política, en la que se requiere apoyo y movilización a cualquier precio, independientemente del fin que se persiga.
En una suerte de síndrome bipolar, se acuerda con el Gobierno iniciar el proceso de diálogo acompañado del enviado del Vaticano. En paralelo, la MUD ratifica que continuará con su estrategia dirigida a “sacar” al presidente Nicolás Maduro. Y a tal fin, se abocarán a “tres escenarios fundamentales”: la calle, la Asamblea Nacional y la comunidad internacional.
El diálogo sujeto a condiciones deviene en “un escenario más de nuestra lucha por la restitución del hilo constitucional y de la democracia en Venezuela”.
La estrategia de miedo y violencia se concreta a corto plazo en la Toma de Venezuela, juicio político al Presidente, huelga general de 12 horas el viernes 28, plazo hasta el 30 para que se anuncie la reactivación del revocatorio y, en caso negativo, marcha hasta Miraflores el 3 de noviembre; además de la continuación de las protestas para impedir que el diálogo se torne en “una estrategia para ganar tiempo”.
Una envalentonada oposición, aparentemente convencida de la debilidad del Gobierno, abre la puerta a salidas violentas. En estos juegos de guerra, la ciudadanía debe permanecer en espacios democráticos y no prestarse a manipulaciones. Y además, demandar al liderazgo político afrontar, más que la crisis política, la crisis de la política expresada en la bipolaridad, las estrategias de confrontación y la crisis de legitimidad.
@maryclens
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